domingo

Inculturación

Sabía que de no lograr su cometido la ciudad estaría perdida, así que las heridas recientes apenas se sentían más cuando el polvo del camino lo había convertido en una especie de fantasma apagando hasta el brillo de la lanza cuya asta se redujo en uno de los encuentros de la batalla que resultaba ser un hecho lejano. Eso es pasado dirían ahora los jóvenes, para el pobre emisario la contienda estuvo fresca hasta que giró por ese camino dejando a sus compañeros en la lejanía y sólo el sol lo acompañó aunque era para seguir torturándolo mientras los vencedores descansaban al resguardo de las sombras. La capa raída le había servido de vendaje, tomó el arma quebrada y dejando a un lado el yelmo saltó a la senda por la que llegaron esa misma jornada, las piedras eran despedidas por las sandalias que se unieron al resto del ropaje gastado. La última fuente de agua pasó pronto en ese recorrido, una vuelta más y apenas se acordaba de ese guijarro que cometió el atropello de meterse entre los dedos de su pierna izquierda dejando una marca roja antes de ser expulsado por el fondo. Tampoco eso significó algo un par de kilómetros más adelante, el porrazo que se dio en otro momento y la sensación de vacío en la boca del estómago fueron desterrados a un lugar lejano, al dolor le sería mejor encontrar otro cuerpo que castigar. Todo el entrenamiento recibido por años se resumía en ese instante, un mensajero de los dioses corriendo de vuelta al corazón de esa divinidad en la que las estatuas se alzaban gloriosas señalando al cielo y el mero hecho de recordar esto le bastaba para pedir un poco más de esfuerzo a sus exhaustos miembros. Ya empezaba a tener la sensación de estar cerca, una oveja solitaria lo miró desde la vera masticando una hierba amarilla como consuelo por haber dejado a la manada sin líder aunque descubriría al otro día que ya  tenían uno nuevo  que ocupaba el mejor sitio a la hora de beber del manantial. Sacrificado por las huestes que festejarían la retirada de los invasores dos jornadas después, la sobreviviente preferiría no reclamar el trono vacante y se contentaría con perder un poco de su lana en lugar de terminar dándole más fuerza al fuego cabeza abajo. Sin la cabeza por supuesto. Regresando al momento en que cruzó al velocista pronto este se perdió a lo lejos, divisando las murallas de la ciudad a la que pretendía anunciar la dicha de esa victoria, con los contrarios huyendo despavoridos después de tanta resistencia de aquellos que les mostraron los dientes. Acto seguido partieron cráneos, destrozaron escudos y quemaron esos barcos que desguarnecidos se asoleaban en la playa desierta con la creencia tonta de estar seguros en un territorio que no era el propio, pensando en las ventajas de tener enemigos tan burocráticos a la hora de tomar decisiones cuando un gesto del soberano era suficiente para decapitar a un tonto irritante. Sin embargo ya se habían llevado más de una sorpresa en su intento de conquista, así que pronto quitaron de sus gruesos tomos de historia la idea de que aquellos bárbaros eran unos torpes sin ninguna clase de facultad que implicara un trato diferente al de sus animales de carga. El retorno de las legiones diezmadas daba cuenta de ello, al rey de todo no lo quedó más que dedicarse a ser el soberano de su civilización dejando de lado a las bestias que seguían con sus costumbres paganas venerando a tormentas, océanos y estaciones con formas de deidades humanizadas. Despejado el escenario únicamente quedaba la encarnación de Mercurio llegando sin aliento a la enorme puerta, los guardias por lo visto estaban en otra dado que se acercó a toda prisa para que absolutamente nadie reparara en él hasta poder darle el golpe a la placa de madera que resonó duplicada por el eco de ese paraje haciendo que de a poco los ciudadanos se asomaran mirando al desgarbado intruso.

—¡Nike, Nike!

—Está mal pronunciado le respondieron desde lo alto y le dieron la espalda, cayendo muerto justo a las puertas de su hogar.

sábado

Ella

La mano izquierda le dio con alma y vida al enorme botón verde, después se deslizó por el tobogán derechito a un par de brazos tibios que se volvieron un moisés acariciando la barbilla de ese ser que entre lloriqueos la llevó a recorrer un mar blanco, dormitando entre esas extremidades ante el arrullo que se volvió su mundo conocido desde entonces. A partir de ahí se salió del molde, de la limitación impuesta con miedo e impedimentos, dando cuenta de la selección de libros que se precipitaron como esquifes a través de una catarata llevando uno consigo para investigarlo del revés ya que para correcciones está el resto de la humanidad. Un rato después descubrió el significado de una parte de esas obras, transitando a fuerza de deletreos de la niebla espesa en la que únicamente hay sonidos guturales a la palabra aunque no recordaba si en otros momentos la situación había sido diferente. Se sentaba cerca de la ventana incluso en los días grises de las dos estaciones en las que la vida se repliega afectada por una fiebre helada que la deja sin manta alguna, la crisálida desde la que emerge con un montón de brotes en el tercer capítulo allanando el camino a la erupción de los meses torrados en los que se encuentra consuelo en las sombras, frescura glauca que se mezcla con el azul de ese espejo salado con imitaciones baratas en diferentes rincones del concreto. Los rayos le sirvieron de renglones, marcaron la capa blanca que la recubría dejando círculos rojos que resaltaron aún más ese tono exterior bajo el cual el fuego empezó a extenderse, derramando líneas carmesí que terminaron con ese andar sin tribulaciones por las calles de una infancia que se quedó guardada en un depósito de llaves extraviadas. Quitó el velo de sus ojos entrando a otra etapa, las centellas desaparecieron en la distancia aunque la exaltación fue detectada por esa primera presencia y escondida entre confidencias que al otro no se le hacen dado lo binario del asunto. Halló consuelo garabateando notas que se borraban una vez que la siguiente página aparecía en el horizonte, recibiendo etiquetas de descarriada por parte de los que veían sólo los pasos ajenos despreocupados de cuidar los propios y condenaban como jueces de un averno terrenal. Los ignoró, se marchitaron al igual que las etapas que pasó templada en el corazón de tanta batalla ahogando el pianto con las risas, obligando a sus labios a llevar esa expresión burlona de permanente desafío contra las normas sabiendo que se salía de ellas desatando un sistema de contención que siempre fue impiadoso. Transitó por las calles desiertas en las que encontrar un alma parecida se vuelve una tarea imposible, con muchos adioses acompañados de portazos y de hojas marrones que en ocasiones vestían de amarillo hasta dar con el sitio indicado, descubriendo que no estaba sola. Otros refugiados buscando la luz del día en la noche cerrada, ventanas que desdibujan a la ciudad dormida ahí afuera en la que los monstruos surgidos de las ramas agitadas viven en la cabeza de esos que no pueden reposar bien, aterrados y sin ánimo de dejar la pesada vestimenta que se les impuso de pequeños. Para ella simplemente era quitar la bolsa cargada, dejarla a un lado mutando a mariposa que se eleva con miles de colores entre los brotes anunciando la vuelta de la primavera que deja el encierro al igual que ciertos aventureros, extendiéndose ese momento por las grietas del concreto que se parte liberado del gris al que reemplaza con la paleta de colores. Flamea el vestido multicolor por las calles que empiezan a impregnarse, con los locos vueltos sabios y los déspotas vistiendo harapos, la memoria pone en orden ese pueblo de piantados purgando los malos hábitos que ya no son tolerados, ni siquiera la excusa de segregar a la mayoría que no se adecúa a las reglas del séquito al que se le termina el curro. Extiende sus extremidades abarcando al mundo, nadando en cada uno de los espejos disponibles para después recostada en la playa de arenas blancas y morenas culminar fundiéndose con ellas, hasta que la luz naufragó alumbrando para reiniciar ese círculo de visiones lejanas que se parecen a la primera escena. La canción suave, el lugar confortable, un millón de años con la costumbre repitiéndose, la caleta en la que la nave apenas se mueve, luego se levan las anclas oteando el horizonte para ver si esa embarcación con una única vela regresa no sin antes saltar entre las nueve baldosas en las que acechan peligros inmensos. Grietas, rajaduras, pasto que se abre paso, colores en cada casilla, una piedra como arma para la mayor de las batallas cuyo último acto es hallar el cielo en este mundo descreído que únicamente atina a tratar de volverte a meter entre esas cuatro líneas bajo pena de una armadura blanca. La paleta te arroja el repertorio, tras haber alcanzado el arcoíris cubriendo esas barreras invisibles con una lluvia de colores que se esparce por todo el recinto en el que recreas la parte del espíritu que no se dejó someter, haciendo que los muros reflejen ese edén.

viernes

Fracasos

Desde las sombras de mamá a la luz del mundo que te recibe con bombos y platillos, luego se olvida un poco del pequeño en la medida que crece metiéndolo en alguna casilla de manera forzada aunque a él no le guste para nada todo el asunto. Ya entonces pierden la noción de su presencia, incluso la mano pequeña vuelta enorme se ha desprendido del seno materno en un adiós anticipado y el miembro menos hábil responde a la situación muchas veces pintando más sombras que certezas al dar los pasos previos a la adolescencia. Vendrán entonces los golpes, el olvido al que varias actas quieren someterlo, los salvoconductos que implican la expulsión de ese edén para los victoriosos y la puerta cerrándose en señal de campana del averno. Echada la suerte no queda más que resignarse, pero para ese punto puede atravesar la avenida ventosa con el polvo pegándole en la cara curtida así como el viento que remolinea el humo del carro improvisado de comidas. El único calor que ha recibido al irse por la calle de los zíngaros vuelto un vagabundo más, dejando la huella sobre ese pavimento de tanto andarlo para encontrar la plaza vacía así como el aula que guarda su huella. Todo reducido a golpes, por eso el tatuaje sobre la madera hundida y las reprimendas, nadie que salga a ver la razón de la conducta dado que eso no es lo que sería normal por estos tiempos. Corrección política a granel, metida por entre las hendijas de un sistema que se cae a pedazos pero intenta mantener de alguna manera la forma mientras los cortes sobre la piel evidencian lo inevitable. Luego el recinto ha perdido una presencia, pero la mácula sigue ahí incluso cuando han contratado un ejército de limpiadores que traten de borrar el rastro del acto serial que ha llevado a esto. El silencio acompaña los pasos que algún alma en pena da por esos pasillos negros en los que se ha matado a la luz a partir de ponerle paños fríos al asunto y no admitir que algo anda definitivamente mal. De la oscuridad a la sala blanca, restricciones puras para tener fuera a los impuros en tanto tratan de determinar en qué casillero le corresponde ir fuera del mundo de los normales. El espacio sin manchas que existe más allá de las fronteras en las que nos movemos, ahí se ahogan los hábitos de aquellos que son diferentes y se los manda de vuelta con un pase temporario a deambular entre esa calles en las que son esquivados cual perro sarnoso por los que observan desde las ruedas del confort construido a fuerza de sudor, para que igual que una canilla siempre abierta el tanque se vacíe y el vástago nunca sepa de dónde le llegó toda esa opulencia. El río rojo se esparce a través de las grietas de la civilización mal educada, compradora compulsiva de un montón de adminículos que no suplen las ausencias de los adultos cuando la luz inunda la mañana y oculta la misma falta durante la noche detrás de pantallas que atrapan las rutinas diarias. El somnífero de estos tiempos, reducido a un montón de instantes que muestran apenas los pedazos de la luz en medio de tanta oscuridad y al cambiar de imagen la anterior se viene en banda mostrando un cuarto vacío en él que su alma está atrapada. Pero no es la única allí, de tanto andar viendo para otro lado se han ido a formar parte de ese paisaje como un tapizado que el tiempo levanta y deja en evidencia los errores de cada uno de nosotros. De los que pudimos hacer algo diferente para cambiar el curso de las cosas pero fracasamos, de los otros que se dedicaron a cajonear la historia y finalmente de los que vieron el incendio pero era mejor un papel firmado por cualquiera antes de asumir que algo no iba bien. El fracaso de esta obra tiene como sinónimo los nombres de aquellos que no hemos hecho nada más que ver al cielo azul e ignorar las llamas abajo, alguien más vendrá a apagarlo supongo. 

Baldosa

La peor de todas es la que presenta líneas en su cuerpo, por lo general son dos aunque a veces hay alguna extra aguardando a que confiados pisemos encima de ella buscando refugio de las superficies resbaladizas cuando la lluvia ha caído por un buen rato. Entonces viene el catapultazo, ni bien el gigante apoya todo su peso de ese pie deseando que no haya ninguna mina hídrica en medio de la jungla de asfalto que tendrá por iluso un caído más en sus filas. Luego el insulto al aire, el frío empieza a sentirse en las extremidades inferiores que por andar al ras del suelo no conocen de los problemas que azotan a las altas esferas en eso de tener la cabeza en cualquier lado. Todo impregnado de un olor fétido, del rencor guardado por un cuadrado cuya argamasa se ha vuelto polvo dejando entonces de pertenecer al conjunto y así volverse un paria entre los propios por eso de no estar al tanto de las vibraciones que le llegan al conjunto. La noche ha caído sin que realmente le importe, ella que supo ser la pieza nueva por reemplazo de otra que ocupó el lugar ahora empieza a agrietarse tornándose vetusta con la pérdida de sus memorias más preciadas. La belleza es la primera que se va, alejándose loma arriba buscando algún mármol en el que sentirse reflejada para sentarse viendo el brillo nuevo producto del sacrificio de un par de manos repletas de batallas y de trastos con los que logra estar cerca de la luminosidad del sol. Después vendrá el abandono de las hijas hechas a su imagen, quienes partirán en direcciones diversas llenando el mundo de silencio pese a que el lazo sigue ahí en cada uno de los átomos que componen la masa que ahora se desgrana culminando con la remoción. Entonces el rejunte de fragmentos de historias a un costado, apiladas en contenedores con pedazos de basura, cables que alguna vez condujeron la luz al extremo sobre una mesa abandonada en un rincón plagado de telarañas y vacíos que esperan ser removidos con la presencia cruzando el umbral. De corolario la tierra encima de todos esos restos, el mundo que sigue haciendo que avanza pero en realidad repite los mismos errores del pasado con versiones que cree son nuevas por el hecho de que las generaciones envejecen siendo reemplazadas por otras que carecen de esas memorias. A un lado del camino ha servido de relleno de una de las tantas depresiones que han de ser niveladas, desmembrada por la maza que machaca sin piedad para luego enviarla a las sombras sintiendo el cobijo de las raíces por un rato hasta que se percata que arriba sólo queda el tocón que será igualmente removido. Adiós a la esperanza una vez que los dientes de la maquinaria se llevan ese último foco de resistencia, encima echarán la carpeta para cubrirla con alfombras que recibirán los pasos de los dignatarios que ni se dignan a mirar al resto fuera de ese sueño. Sus imágenes pasan sin prisa por entre los corredores que resplandecen impolutos doblando la esquina para que un ejército de esclavos se dedique a repasar los espejos de piedra, un tanto semejantes a los que adornan los sepulcros en la colina que se eleva por sobre la ciudad. En otro tramo de la escena será desenterrada la piedra por la acción del tiempo, puesta al alcance de un par de críos que la patearán directo a la laguna que se ha formado después de un derrumbe que terminó con el castillo y el ascenso de su propietario dejando el llano desierto por la huida de los cercanos que bien lejos se han ido al terminarse la jarana. Regreso de cada uno a ocupar el lugar que les corresponde, polvo entre los guijarros que el río guarda marcando cada ciertos momentos las barbaridades que tiene que presenciar como un informe que en forma póstuma le enviará al océano. 

Rosedal

Hizo los arreglos, después se ocuparía de la visita fumando junto a una de las tantas lápidas ese cigarro que eternamente lo seguía cuándo la ocasión lo ameritaba y descubrió que todos esos anillos que ostentaba eran en ese momento vidrio molido. El único amigo que tuvo alguna vez se había ido en completo silencio, jamás le solicitó ayuda alguna y él ni siquiera se enteró metido entre tantos negocios que ahogaban cualquier otro sonido. Era una enorme fábrica con cintas de ensamblado, miles de brazos poniendo cada tornillo y la caja final con la que salían al mundo, luego el cartón se volvería el colchón de algún linyera. Al mundo le encantan los eufemismos para ocultar que una parte se le muere con cada alma que deambula bajo la atmosfera fría, secada la garganta en el estío y vuelta a empezar. Lo cierto es que con todas sus preocupaciones Haifisch pasó de largo no dejando nada salvo el vacío en el corazón de ese hombre que no tenía luz alguna en ese mundo, el rosedal lo recibía cuando cruzaba la reja extremadamente pesada con el paso de los años. La nieta jugaba en el fondo, los sirvientes iban y venían como hormigas aunque ahora se les ocurriera llamarlos personal doméstico seguían siendo los que recibían los latigazos de esa sociedad que se devora a los demás. Papel mojado, letras que se borraban rápido cuando las plumas negras revoloteaban y el nido se tornaba un avispero en él que apenas unos cuantos huesos deshechos podían ser reconocidos. Luego alguien los arrojaba al vacío, justo cerca del hocico de ese can que en sus ratos libres se contenta con ladrarle al que está del otro lado libre hasta llegar a la parte baja de la reja para detenerse sin aliento. Igual que esas naves que se secan y se desprenden de los brazos ahora descubiertos de los que viven ligados por siempre a la tierra a la que han de regresar, deseando que el desierto de baldosas se manche con ese ejército que viene de los cielos a golpear a esta humanidad que confunde las lágrimas con un accidente cualquiera. A los sitios que se han negado a recibir la purificación vendrá la segunda andanada en cuentagotas, deslizándose de los dedos verdes hasta dejar oscurecida la arena que se negaba a ser salvada y manchando la huella de ese individuo que corre espantado por las venas dibujadas en el firmamento. Rosenrot lamentó la vida que su amigo desperdició para quedarse con un vaso a medio llenar contemplando el inmenso espejo de tonos verdes, azules y en ocasiones blancos, salpicados de ángeles que serpenteaban entre esas crestas detonadas contra las escolleras en un mensaje suicida. Y así la pregunta vino a él, tal vez no hubiera sido en vano el sacrificio si podía cambiar el curso de los acontecimientos de manera que cargó aquello que cabía en el viejo morral escapando en la madrugada para recorrer mientras pudiera ese mundo que le era desconocido. Los anillos quedaron para que los depredadores se los disputaran en la mañana.

 

Libertad

Hubo un tiempo en el que la libertad se extendía por detrás del sol ganándole siempre la carrera cuando se ponían a competir, yendo a encontrarme con ella en cualquier esquina sonriendo mientras uno seguía su viaje a una de esas tantas ocupaciones que conforman el repertorio de todos esos individuos sindicados como meros contribuyentes. Los mismos a los que han metido detrás de las rejas aunque estas tengan la forma del hogar con esa habitación que obra de celda aunque la posibilidad de ir hacia la ventana sigue disponible, hasta que nos digan que no se puede hacer eso y el cerco del otro lado se traslade hasta acá como prueba material de lo que significa estar prisionero. El sol detrás de los barrotes, pero del lado de afuera, se burla de su dignísima que ha quedado con los grilletes bien apretados en una especie de ironía pese a que sigue riéndose en la cara de los tiranos con la copa en la mano que desborda derramando la sangre propia. Los abusos están a la orden del día, más civilizado, más recursos, mejores probabilidades que el proveedor pueda sacarle provecho al asunto desviando las ayudas que son meros paliativos ante la arremetida de un océano de enfermedad que le pega a cualquiera pese a mantenerse las castas todavía. Sube por las alfombras rojas girando enloquecido como un caracol del averno para darle de de lleno a aquel que mira los enormes periódicos sin saber que en un desliz se le ha colado en la garganta cuando el portador simplemente quiso conocer el resultado del último encuentro, puestos los dos a la misma altura y en el peor de los casos también descenso compartido. Pero no la hemos visto venir, miro por enésima vez el mismo cuadro y levanto el vaso que se me antoja un tanto vacío o repetido aunque no recuerdo en qué momento he vivido algo parecido tornándose los días un hastío peor que las rutinas a las que estábamos acostumbrados. La patrulla pasa haciendo que no vigila, el carro rojo corre sin prisa por la calle repleta de vacío, la felicidad sobra pero la tristeza es la que invade su palacio concentrándose en los corazones y haciendo que lamente el día previo a esa final del mundo que se encuentra lejos, demasiado lejos Igual que cada uno de esos rostros cuya fotografía sirve de acicate para aguardar que el peso de las horas vuelto eterno nos deje un resquicio por el que huir buscando esa manzana y pasarle al lado a Heracles que se queda aguardando para devolvernos ese globo. El único que ansío es aquel que se larga nuevamente por la esquina luego de haberle dado un beso a la palmera cuyos brazos verdes lo despiden para envidia del mundo que yace recluido, sin que importe un poco cuán grandioso se creía uno o los pergaminos que colgaban de ese muro que ahora es una hoja en blanco.


Samsara

Ciclos, de lunas y soles que se van regresando para confortarnos en medio de la oscuridad que atravesamos en esta danza de luces y sombras, eternamente unidas las palabras y las acciones que culminan en el alma danzando como un fuego en la palma de esa energía omnipresente. Encomendando el viaje a quien aún escuche allá en el éter, los ojos abiertos de par en par brillan en medio del firmamento pero son sólo las ilusiones de todas las existencias que se han ido para regresar en una forma u otra dejando la estela para que alguno las siga. Tras ello la mutación, lo que se llama tiempo no es más que un recambio de las energías apareciendo las formas anteriores ahí en la dimensión onírica anuncio de que han tomado otras apariencias y danzan en medio del eterno conflicto. La corola ha perdido su rojo carmesí que es un río anunciando el final de ese otro ciclo, el derrumbe de ciertas esperanzas y la calma en la noche con un viento de lluvia que antes eran lágrimas encubiertas bajo una capucha tormentosa. Letras vueltas himnos de batallas, hojas rotas que se humedecen y se ajan hasta que no queda nada, la tinta azul es río que va cantando directo al océano para darle un poco de dulzura a tanta sal que en este momento es arena golpeando un rostro joven. Las líneas que dibuja sobre la piel serán las estrías luego del alumbramiento, un latigazo el grito de bienvenida a la jungla en la que ese llanto será mañana risa y la sal apenas un grano que el agua deshace. Las marcas sobre la playa se las tragó el mar, el tamarisco sigue agitándose al compás de la misma canción que hace bailar a los álamos y los despojos inertes de quien ha decidido adelantarse en ese viaje que emprenderemos. Hormigas esquivando golpes secos que les caen desde lo alto, un sonido gutural transformado en la respuesta a tantos abusos y de nuevo la transmutación del verde a marrón, vuelto verde claro que resplandece bajo el sol de septiembre. Cañas que emergen desafiando a la guadaña, carretilla llevando los restos de sus hermanas como un cortejo directo al baldío y ahí pasta el equino que antes fue rey pero ha tenido que perder la cabeza por la osadía de querer ser libre, tirando lejos la diadema viendo con regocijo cómo los aduladores en torno a él se empujaban para poder tomar ese objeto de poder. No más que metal caído del cielo, apenas una partícula en comparación con esas estrellas que son mil veces más preciosas que un diamante pero a este le dan un valor que lo vuelve un cuerpo celeste. Los anillos se deshacen, se escurren los tatuajes cuando la piel se deshace volviéndose polvo con él que escribimos las memorias dejando atados los recuerdos a unas cuantas páginas que alguien verá reciclando el proceso para que en tus ojos aún se pueda contemplar el amanecer y sentirse la caricia del primer rayo en las espinas de ese cardo que se defiende del equino osado buscando apoderarse de su flor violeta. La antigua batalla vuelve con otro capítulo, uno obtiene finalmente la ventaja para luego perderla en la siguiente reencarnación como forma de equilibrar la balanza permitiendo que esa fuerza presente en cada uno de los momentos que vivimos se renueve una y otra vez. 

 

Espeleología

Todo comienza con un mal hábito, pero acaso nunca hemos incurrido en él cuando la situación apremiaba y la sequedad invadía ese recinto encima de la boca obligándonos a iniciar la difícil operación de extirpar aquel objeto que se niega a soltarse de las fosas. El hombre había dejado la escalera desde la que ascendía al cielorraso quitando con una espátula los restos de la capa anterior, pieza húmeda que encerraba voces de épocas anteriores cuyas marcas se veían aún en las paredes y en el óxido acumulado en las hendijas del piso de madera. Un guante en los peldaños, el otro al piso luego de que la operación comenzó a complicarse requiriendo la ayuda de ambas manos que se turnaban como excavadoras a los fines de llevar a la luz a ese condenado que se asía a la oscuridad. Dejando el cuarto atrás hacia el pasillo en el que apenas la luz del atardecer se podía sentir, ya las sombras invadían el tablero desalojando las casillas blancas que se tornaban grises hasta fundirse en un manto negro. Entonces dio frutos el esfuerzo aunque haya tenido que rodar escaleras abajo y quedarse desvanecido, sin presenciar que de la extirpación nasal cobraba forma una bestia que se lanzaría liberada calles abajo iniciando la cuenta regresiva en 66, 65, 64, 63 hasta dar con el edificio central que explotaría en miles de pedazos. El cielo se volvió rojo, el poltergeist desencadenó el final del mundo conocido o una continuación de este si consideramos que los demonios moran en las almas de los mortales, debatiéndose en una lucha intensa con esa otra parte que podría ser considerada el bien por antagonista. A veces únicamente hace falta una pequeña molestia que suponen las garras del impío intentando quebrar la delgada capa que separa a una acción correcta de lo contrario y ahí se suelta el nudo que evitaba el derrumbe de la muralla, dejando a un lado la cordura para naufragar en los mares de la locura. Por eso el sujeto que servía de recipiente no recordaba nada de lo sucedido, el golpe más la amnesia de la pérdida de su lado malvado lo llevarían a deambular por las calles con adoquines vacías un sábado de enero. El calor se largó extrañamente, las hojas anunciaban un otoño rápido al que los cuerdos le darían el nombre de cambio climático pero eran las hordas de malvados que buscaban terminar con la estación calurosa para que la esperanza dejara esta tierra y con ella la conciencia por la justicia. Saltando en una rayuela interminable con los dementes que fueron liberados por ser más, prisión de los razonables que miraban con ojos vacíos a las llamas ascender sobre el horizonte con la quema de la cordura y las banderas del libertinaje enarboladas en los actos públicos. Bebiendo el vino sangriento, el del esfuerzo cotidiano sonando las carcajadas de fondo y todo por una bola apenas de moco que no fue controlada a tiempo dejando un legado magnífico a los que vendrán que encontraron la habitación sin terminar con la espátula clavada en medio de dos tablas gastadas que constituyen aún el piso sobre el que desprevenidos caminamos.

Fragmentos de un naufragio

Las becas eran una especie de oasis, les permitieron a unos pocos lograr tener cubiertas sus necesidades básicas y ocuparse sólo de asistir a la cursada. Un ocho de marzo llegó a la pensión, le asignaron una habitación junto a otro paria venido también de la inmensa costa. Su amistad ocupó las horas siguientes, los mejores años de una vida que pasaban despacio, pero a la larga también se terminarían. Conocería algo parecido al amor, aunque en realidad esta era una idea prohibida en tantas pruebas de camas y encuentros esporádicos, no pudiendo evitar considerar a la otra persona más allá de los placeres carnales. Los desamores se tornaron en poesía, las letras en una forma de ahogar penas aunque existían ciertas drogas sociales que volvían las horas interminables en apenas momentos de un reloj. Usaba el material de la universidad de campo de escritura, los folletos y propagandas electivas para volcar las lágrimas, los horarios de cursada sólo servían para interrumpir la monotonía de esa época alternada con interminables sesiones de estrategia. O de salas de arcades en las que se encontraba inmerso en otra personalidad, recorriendo historias que duraban lo suficiente para atenuar la tristeza, todo esto volcado en una nueva aventura. A la larga se encontró solo cuando los demás se fueron, una rápida despedida en un estacionamiento y comenzó la diáspora lo que también sirvió de combustible para continuar con las crónicas. La mudanza no tardaría tampoco en venir, así que los cambios se suscitaron de manera tal que pronto todas aquellas experiencias le parecieron demasiado lejanas. Aunque muchas veces se encontró viendo hacia el pasado, intentando resistir el presente que se le hacía demasiado aburrido, es como si hubiera dejado un pedazo de su alma en alguna de las tantas habitaciones en las que moró y dejó escrito en un último cajón de un armario una pequeña inscripción. A la larga el paso de los años curaría la nostalgia, pese a que se descubriría demasiadas veces retomando historias generadas en esos días, en los que verdaderamente era libre y ello lo encontró de nuevo cuando finalmente no tuvo nada que lo atara. Atrás debía quedar todo para iniciar otra fase de la misma vida, una mejor etapa si se quiere, cuestión de arriesgarse y esperar que las cosas fueran mejor. La ciudad lo recibió despreocupada, inmensos edificios que le hacían cosquilla al cielo y lograban que ese techo se marcara con las venas grises de la contaminación, el sol se volvió apenas una luz blanca que parecía más ausente que otra cosa. El contacto con los amigos de la época pasada se tornó poco frecuente, recibía en el móvil que había adquirido para no quedarse fuera de la comunicación social impuesta, imágenes de vidas que se unían y daban lugar a otras existencias. Pronto tendría un muro recubierto de fotos a color que culminarían por tornarse veladas, guardarlas en un formato digital equivalía a meterlas en un depósito al que cada tanto regresaría para mudarlas a otro soporte parecido. O bien simplemente olvidarlas al igual que los álbumes antiguos que desaparecieron en una mudanza o en la demolición de la casa, pérdida allá a lo lejos en Las Avutardas. Pues bien, la ciudad se lo tragó pero luego se ocupó de devolverlo y marginarlo, una vez que se alimentó de su energía vital como si se tratara de un vampiro de concreto. El viejo apartamento se transformó en una especie de celda, enormes bloques con espacios debidamente acondicionados a los fines de que los aportantes contribuyeran en conformar el erario público bajo la forma de impuestos interminables. En cierta forma cada vez que pasaba el dedo sobre la pared blanqueada en ocasiones, marcaba el tiempo que había pasado en ese lugar. Cosa de no olvidar algo, por lo menos.

 

De pronto, aunque fue ocurriendo despacio hasta que lo notó se halló solo si bien sus amigos no estaban tan lejos empezó a quedarse atrás en esa extraña carrera en la que pareciera que la sociedad te mete cuando llegás a cierta edad. Tomó nota de ello cuando alguna pareja allegada anunció el inminente casorio, aunque con anterioridad al hecho ya habían llegado los hijos, una costumbre que con el paso de los años se fue quedando anacrónica. Pero en esa época, en lo que le pareció demasiado lejos en el momento de considerar el asunto, simplemente era una conducta que comenzaba a tener cada vez menos ejemplos. De repente los niños crecieron, las primeras imágenes se volaron igual que varias de las chapas sobre la cresta y empezó a perder esas escenas para reemplazarlas por otras, imposible retener todo lo que uno ve en su andar por el mundo. Incluso si ese mundo no son más que unas cuantas cuadras o una habitación pequeña en una pensión, la noche en la que se tuvo que ir sin remedio del lugar al que estaba acostumbrado, ya no había espacio para nada más que las ausencias. La medianoche lo encontró con el pequeño dispositivo de señales debidamente cargado, la única puerta que lo conectaba con los demás aunque estaba rodeado de vida. Ese era el problema tal vez, muchas personas se cruzaban en su camino pero pocas eran las que realmente podía ver en esos días así que el final de su periplo por ese lugar fue silencioso. Ya la época de estudiante tocaba a su fin, de pronto se encontraba compartiendo aquellas salas con personas muy jóvenes en comparación con él y en cierta manera sentía la presión de tener que culminar con aquello. Pese a que no era precisamente la mejor elección que había hecho, pero significó el boleto de salida con muchas posibilidades de regreso en caso de fallar. El fracaso es otra cosa, se llega a él al dejar de intentar cualquier cambio en la situación en la que uno se encuentra, por más que esto parezca estar a miles de años luz el hecho de no abandonar se torna una victoria. Tal vez en esos días no había tomado dimensión de lo que esto significaba, entonces todo parecía ser una cinta que corría a la velocidad de una canilla goteando, pareciendo que aquellas jornadas se habían sometido a una especie de deshielo que tardaba demasiado en tornarse agua corriendo rumbo a cualquier parte. Ya no importaba el tiempo invertido sino llegar al objetivo, después vería que haría con su vida aunque el último cuatrimestre del año empezaría pronto y debía tener un plan para después del verano. En ese punto tocaría regresar al pago, el mar se ocuparía de calmar la ansiedad para aquel que realmente nunca se fue, por ello los habitantes de la metrópolis no terminaban de curar el apuro con el que viven pese a regresar a Océano todos los años. La enfermedad en cuestión no tiene cura, sólo quienes han vivido cerca de las olas por unos veinte años son capaces de no adquirir esos hábitos que implican hacer todo a las apuradas. En el otro extremo para algunos las cosas transcurren despacio, luego pueden acelerarse para retomar el transcurso normal, en cambio hay quienes viven en una carrera permanente a alta velocidad. Hasta la curva mortal, esa en la que se pasa de largo pese a que unos cuantos kilómetros antes se le erizaron los pelos advirtiendo de la proximidad del peligro. Pero no le hicieron caso, la voz de la ciudad todo lo eclipsa y acalla cuestiones que son más importantes, vivir sin dudas es la primera de esa lista.

 

Fue una explosión al unísono para que los edificios de esa cuadra se desplomaran, ahí quedaron los restos de la lavandería junto a los del café literario aunque no lo frecuentaban más que borrachos, la rotisería en la que se podía conseguir un menú completo por unos diez pesos luego de un examen exigente y la casa semiderrumbada que servía como estación de embarco de remises. Todo vuelto una pila de escombros, de esta manera vería sus recuerdos en el futuro en tanto trataba de relacionar el rostro de esa persona a la que cruzó en el tren a la city, a la capi en la que se tejen todos los embrollos y en la que sin lugar a dudas atiende el barba. Se le escapaba, lo tenía en la punta de la lengua pero no conseguía darle forma al nombre, a todo esto el traqueteo del tren lo adormeció soñando con que la torre estaba de nuevo en pie. Recién la habían inaugurado, los santiagueños sonreían viendo su futuro en ese faro de concreto y tonos azules como un cielo de tormenta. Luego el espanto cuando el polvo descendía producto del derrumbe, de la decadencia que no perdona ni a los cimientos cosa de que no quede nada en el avance constante de la modernidad sobre la modernidad, volviendo al pasado en una fotografía que es difícil encontrar debido a que no estaban los celulares cargados ese día de detonaciones. Apenas alguno alcanzó a tomar una instantánea que quedaría en una caja de recuerdos de otras partes del país, en un sucucho perdido en la Avenida Santa Fe y con poca fe de encontrarla excepto que la suerte así lo dispusiera. Sería entonces un viejo Julio, no tan memorioso y convertido casi en un fantasma que daría con ellas mostrándolas encantados a los eventuales testigos. Cuando se lo llevaran rumbo a la casa para personas con desordenes crónicos, léase manicomio, quedaría esa foto velándose en la que podía apreciarse a un grupo de mortales sonriendo aunque el tiempo haría de esos rostros una mancha de humedad. Ahí llegaría otro conocedor de esos asuntos, no tan viejo pero tampoco joven, quien asociaría la imagen a la ciudad costera y llevaría la misma al museo que se levanta en medio del puerto. Justo en el casco de un barco en reparación eterna, que según el mito o la leyenda está hecho con uñas de todos los ahogados en el mar contaminado por la acción de los costeros. Entonces la fotografía tendría un sentido, recién en ese momento las vidas de los que llenaban las mismas serían visualizadas con una lupa que permitiría determinar que databa del final del siglo XX, ahí por diciembre cerca del apagón del nuevo milenio que nunca llegó.

El otro avión está en un museo aunque ha tenido que ser reconstruido, es obvio que el material empleado no es el original sino que se acudió a los planos que ahora se consiguen en cualquier parte del océano digital. En la época de la posguerra cuando ciertas libertades fueron devueltas, no toda la libertad, pudieron empezar a levantarse nuevamente bajo la atenta vigilancia de los cinco a los que las referencias al momento de mayor gloria les parecieron adecuadas. Por eso la enorme fortaleza anglosajona renació, tras ser rescatada de una zona montañosa en el centro norte del país invadido para asegurar la libertad de sus habitantes y de paso instalar unos cuantos puestos de vigilancia. Por precaución nomás, hasta las piedras habían sido aplastadas durante los bombardeos preventivos cercanos a la capitulación de unos y el inicio de la retirada de los otros, era como el agua que deja el hueco para que otra oleada venga a ocuparlo. Ahí encontraron el avión, enterrado en una zona pantanosa al que le faltaban las alas pero el fuselaje estaba intacto. Las armas habían sido corroídas por el paso de las décadas pero aún podía observarse el símbolo de la RAF, el resto estaba rodeado de leyendas que sobrevolaban todavía por encima de los techos de Vecchiano. Les tomó a los del museo un par de meses sacar los restos del pajarraco y llevarlo hacia la ciudad eterna, usando la misma vía que recorrían los centuriones sólo que esta yacía bajo el alquitrán debidamente conservada. Cada tanto algún derrumbe producto del deshielo en la primavera dejaba ver una parte de esa huella desde el cielo en el que las naves vigilan esos puntos blancos que se mueven debajo. Un testimonio del pasado lejano, ahora eran los descendientes de aquellos sobrevivientes a la caída del imperio los que establecían las reglas a seguir aunque la bandera tricolor flameara encima de los pabellones. Adentro los emisarios de la organización que no garantizaba paz alguna se reunían para determinar las nuevas leyes de la sumisión, en tanto los lacayos aceptaban sin chistar aquellas instrucciones pues les tocó perder y eso se lo recordarían toda la vida. La nave empezaba a ver la luz luego de años de estar en la noche, hasta lograron que tuviera los mismos dibujos en sus laterales para hacer más creíble la restauración. Una de sus hermanas bombardeó la población en torno a la torre inclinada, luego cayeron los conquistadores y procedieron a arrojar los motores de maquinarias en el río pese a que la paz había sido firmada. El problema era la manera en la que ratificaban el hecho mismo, no sea cosa que alguno no entendiera el mensaje que era una rendición incondicional. En tanto esto no aparece en los registros sí lo hace el nuevo ejemplar que se expone todos los días en el museo central, siendo accesible al grupo selecto que puede pagar la entrada y él que no ha sufrido ni la guerra como tampoco sus secuelas. Simplemente se han quedado igual que esas estatuas viendo al sol sobre el mar interior, en tanto un inmigrante venido de alguna excolonia le sirve un refresco cuyo ingrediente principal proviene de un lugar parecido, ahí en medio del corazón verde y negro.                

 

Saliéndose de la formación para la fotografía se dirigió raudo en la búsqueda de malas noticias, aunque únicamente eran dos así que el daño no fue tan significativo excepto en el hecho de ver partir a los demás hacia rumbos diversos. Pasaría el invierno en el Océano a la espera de que la marea cambiara, entonces también emprendería el viaje lejos de casa para regresar de forma esporádica hasta finalmente no volver nunca más. Ese cumpleaños tuvo varias ausencias, sobre todo la de sus anteriormente compañeros, quedándole una foto que perdió entre tantos traslados y una última copa con Amerigo festejando el nacimiento de ambos con apenas sesenta y cuatro años de diferencia, tocó entonces ir a conocer el siguiente teatro de operaciones perdido al principio entre tanta gente que en la temporada baja desaparecía. Una tijera anunciaba el destino del campeonato así como el epílogo de casi una década de lo mismo, la transición no sería precisamente de las mejores y aquellos que reinaron escudados en la voluntad popular volverían para recuperar el trono. Pero en ese momento de la historia estaba todo por conocerse, contando las calles a los fines de poder ubicar ciertos lugares pero perdiéndose en cuanto inició la peregrinación. A la larga se halló solo nuevamente, rodeado de extraños que se fueron volviendo la familia en la distancia como ocurre cada vez que aquellos con los que has crecido se van marchando y ahí aparecen los amigos de toda la vida. O la mejor parte de esa vida, la etapa de ciertos descubrimientos, frustraciones, amoríos y sensaciones nuevas que en algún punto desaparece, dando lugar al momento en el que la estructura le da a uno la patada bien puesta cosa de que reaccione agregándose a los engranajes para aceitarlos. Duró unos siete años, hasta el verano caluroso que precedió a las lluvias llegadas luego de varias estíos de sequías para llenar los huecos de la tierra resquebrajada y sacar a los gigantes de su guarida dejando a un lado la demolición. Truenos, rayos, relámpagos, todos instrumentos de la sinfonía que se abatió entre enero y febrero refrescando pero en algún punto molestando también, nunca realmente uno está conforme con lo qué ocurre a su alrededor. La conversación trillada sobre el clima, reflejada en las pantallas como parte de la receta que esconde otras cuestiones y encima nunca la pegan, habría que tener un vestuario portable a mano cosa de ir dejando todo el arsenal de prendas que uno va regando por el camino a medida que la mañana discurre. Transcurridos ese período, pasada la lluvia del verano, rumbeó para la ciudad con alguna posibilidad de trabajo y se encontró nuevamente como un foráneo que intentaba adaptarse sin conseguirlo a las costumbres de la urbe. Las torres en ese punto comenzaban a dejar allá en lo bajo a las pequeñas casas, las imitaciones en la periferia terminaban derrumbándose o bien siendo demolidas por constituir un peligro para la estética citadina y los habitantes trasladados a algún lugar remoto debidamente alambrado. La civilización que se llena la boca hablando de inclusión deja afuera a la mayoría, pero a eso de las cinco de la mañana abre la única puerta para que la horda venga a lavar sus platos, tender sus camas y cuidar a sus pequeños ante la ausencia de progenitores ocupados en amasar una fortuna, que será disfrutada poco o nada reduciéndose todo a un funeral más ostentoso.


Hormigas

Llueve, una constante en esta época pese a que ya deberían haber llegado los días cálidos seguimos con la ropa del otoño a mano que no es más que la del invierno con ciertas quitas. Para colmo a la perra se le ha dado por empezar a revolcarse en medio del patio que se ha secado con los escasos rayos del sol que lograron cruzar el bloqueo de las nubes, algo semejante a una especie de huelga de las jornadas agradables por falta de cuidado de parte de los moradores de abajo. Excepto las hormigas que siguen con su incansable labor para poder nutrir a la siguiente generación que duerme bajo terrones que se van secando de a poco, por fuera ya es una coraza protectora que se asemeja a una cicatriz sobre el verde patio que empieza a ver la marea verde floreciendo. Algunas mariposas cruzan el cielo que se va despejando, aunque el frío de fondo perdura y estas agitan las alas para quitarse el abrazo gélido de una buena vez mientras surcan en un vuelo raso la inmensidad de la jungla que se levanta debajo. Viendo elevarse los pedazos de esos brazos verdes que apuntan como antenas a lo alto, siendo diezmados por un par de hilos en tonos anaranjados que marcan el peligro al que se enfrentan aquellos seres que anden cerca de esas hélices con las que el otro habitante de dicho lugar pretende detener la crecida esperanzada luego de tanto mal tiempo. Alejados del peligro que esconde la maquinaria del humano las moradoras del hormiguero siguen dibujando galerías, pasajes subterráneos que han de emplear para llegar al corazón del nido vigilando que el tesoro blanco se encuentre a salvo. Por eso las rotaciones en las guardias, la vigía que duerme poco y puede ver la primera gota de la tormenta cayendo cerca de su posición, retrocediendo a buscar refugio entre los muros desde los que añoran los rayos del sol permitiéndoles volver a sus laboriosas tareas. 

Abajo hay silencio, la bóveda se ha ido aprovisionando de diferentes tributos extraídos de las plantas cuyas raíces forman el lecho en el que las guerreras descansan aguardando el momento a ser llamadas para la defensa del nido que por ahora sigue a salvo. La familia que vive en lo alto ha iniciado las tareas de salida del fin de semana, unos cuarenta minutos hasta que las cuatro paredes yacen vacías. Apenas el calefactor que ha quedado en piloto, por si acaso regresa el frío, emite un mensaje en código para las atentas incursoras que ahora sí se lanzan en pos de esos granos marrones. El mapa está trazado por las exploradoras que antes de la época diluvial se ocuparon de conocer todos los movimientos de aquellos seres que andan en dos patas persiguiendo objetivos que siempre se les escapan, como al despertar de un sueño en el que la victoria era algo cierto. Encima de la mesa de madera, que en el estío ponen afuera, yace el dorado tesoro pero es necesario cruzar los enormes postigos resecados por el globo anaranjado aunque hay un pasaje secreto por entre las defensas bien levantadas. O eso creen los humanos que le han echado llave a todo excepto a los miedos que aún mantienen consigo luego de haber domado al fuego, si acaso supieran de todo lo que se podría lograr con ese poder en mano de las integrantes del equipo colorado negro. Nada peor que una herramienta útil en manos inexpertas, ignorando las posibilidades de alumbrar todas esas galerías en las que en ocasiones los hilos de la otra cazadora atrapan a cientos de ellas mientras ocupadas intentaban llevan la cosecha reciente a casa. Culminan presas, enloquecidas sabiendo por el aliento de la muerte que la de ocho patas está cerca y se relame con una sonrisa siniestra al iniciar el arrullo dejando a varias cubiertas por un saco tejido a medida que no es sino la tibieza de fenecer que apaga esas antorchas tan atareadas. Pero las que se sacrifican permiten que las otras puedan contemplar el objetivo que se halla brillando en medio de la frescura del hogar, abandonado momentáneamente por los bípedos que ahora contemplan el mar lejano por el que ellas no muestran interés alguno. Todo el universo se concentra en ese punto marcado en el mapa, legiones enteras serán sacrificadas por tomar un grano de aquel obsequio que les ha sido puesto al alcance de sus patas y las antenas envían una señal a la base principal en la que la reina sabe de lo inminente del triunfo. De a poco vaciarán el recipiente, tras haber burlado la seguridad de una tapa mal enroscada que yace a un costado para que las personas se echen la culpa las unas a las otras por el descuido aunque fueron las habilidades milenarias pasadas de hormiga a hormiga las que pudieron dar cuenta de ese dispositivo. Luego toca volver a casa como siempre, por caminos bien asfaltados en los que la selva de la primavera cede y el resto de las criaturas se apartan no sea cosa de ser ellas también llevadas en andas creyendo que es el festejo de la final del mundo. Hasta que han sido introducidas en la colmena sin oportunidad de pegar el grito, igual que la montaña de granos de ese dulce llamado azúcar que ahora contemplan extasiadas brillando en la noche que se vuelve día para beneplácito de cada una de las sobrevivientes que han de retornar a marchar al día siguiente. 

El camino está bien marcado pero no se trata de un invento de ellas, han tenido tiempo de analizar las técnicas de otra habitante de la superficie cuyos pasos estremecen a las pequeñas aprendices que se encuentran en la escuela adquiriendo los conocimientos que les permitan extraer los pétalos de las rosas como prueba de iniciación. Aunque muchas de las adultas han fallado en esto al toparse con un enemigo silencioso que tiene el mal hábito de ponerlas a dormir eternamente, pese a los esfuerzos de las jóvenes de intentar despertarlas incluso acelerando la producción del día para generar un incesante bullicio que no quita el sueño infinito. Es entonces que esa corola destrozada volverá a resurgir manteniendo las cazadoras la prudencial distancia a la espera de que el veneno se moje o lo arrastre la lluvia que en ocasiones desciende desde el cielo plateado que conforman las chapas, con un repiqueteo como heraldo que se asemeja a los tambores de la batalla. Un golpe tras otro hasta que el sol haga cesar el aguacero, entonces saldrán en fila a seguir adoquinando esas rutas que a veces el huracán cubre para que los restos de la poda sean quitados por las poderosas pinzas y empleados en reforzar los muros del bastión arenoso. Le han copiado a la diosa negra la idea dado que esta al perseguir teros, caballos y alguna que otra motocicleta ha ido marcando la senda en torno al alambrado del que no se aparta. Incluso ven la actitud dócil de la divinidad cuando el humano le pide que aguarde en ese límite invisible que aparece cuando la enorme puerta de metal se desliza por encima de sus cabezas, ahí verán que en su andar los cascos poderosos han dejado toneladas de barro (al menos en la unidad de medida del enjambre) que podrán ser aprovechadas para darle más consistencia a las paredes del hábitat. Claro está que ninguna de estas medidas sirve contra los gigantes que sin justificativo alguno emplean ciertas formas oscuras como es el grano blanco que ellas agradecen pero que equivale ahí abajo a una detonación nuclear que borra todo rastro de su existencia o la patada a la pasada siendo como una especie de meteoro la cúpula que se desprende ante esa fuerza poderosa. Volando para estamparse contra la columna de la casa en la que los granos de arena aún húmedos se adhieren, aunque la tripulación de esa improvisada nave no tendrá la misma suerte y será velada luego de que la horda iracunda cargue nuevamente con los materiales necesarios. Ya entonces las estudiantes habrán dejado ese rol para convertirse en todas unas expertas acarreando cuanto elemento encuentren a los fines de reconstruir la bóveda gris que cuida sus sueños así como él de las vidas que aún no han salido de las cápsulas de hibernación. La última arma de aniquilación masiva es el agua en estado de ebullición que calcina a las indefensas obreras a media mañana e hierve la tierra dejando un cráter en el lugar del impacto, aunque los búnkeres de en los laterales sobrevivirán para marchar un día más.   

Sobre la huella seca del huargo que ahora descansa bajo la sombra del alero las hormigas marchan, han encontrado el secreto bien guardado de la humanidad que se encierra tras alambres que en realidad ellas pueden atravesar y tienen una muy falsa sensación de seguridad. Si ellas que son tan pequeñas logran trasponer estas defensas qué ocurriría con un ser bastante más grande, por una parte el temor ancestral de las trabajadoras por el pisotón es igual en proporción al que experimentan las personas por las noches en las que el mundo se encoge en sus lechos. Por la otra viven despreocupados bajo la luz solar hasta que las garras de la oscuridad se extienden sobre la superficie arañándola y haciendo que los egos retrocedan a su mínima expresión, tendrán la siguiente mañana para salir habiendo olvidado la lección que volverán a rendir al comenzar el próximo atardecer con iguales cuestionamientos. Las hormigüelas avistan al otro lado del cerco, que deja afuera pero aísla a la vez, los restos de una hogaza arrojada a algún vagabundo anónimo de esos que corren a los camiones que transportan pescado la cual se endurece bajo la mañana templada. Abandonada a su suerte ya ha recibido los picotazos de los horneros que viven en el árbol agitado en la parte trasera de la casa, pero en este momento no se ve a ninguna ave dando vueltas por ahí. Ni siquiera los teros que por lo general ocupan esos terrenos llenándolos con sus graznidos incesantes, marca bien reconocida por estos lares aunque a las ahora ocupadas laburantes esto les importa bastante poco. Excepto desmenuzar los restos del proyectil caído de alguna parte aunque seguro fue uno de los adultos que lo arrojó a un costado de la zanja cuya agua se estanca permitiendo que aparezcan los sapos, ocupados estos en darle caza a los mosquitos que pese al frío que aún se puede sentir en la mañana de comienzos de la primavera ya han soltado los cables que los mantenían adheridos al suelo iniciando la búsqueda del festín rojo. Mientras el enorme tanque verde avanza a los saltos las legiones negras se despliegan dando cuenta de esa sustancia blanca primero para luego cargar con la dura cáscara que se desmorona ante la falta de sostén, trepando por el pequeño muro y atravesando por la luz que existe hasta dar con las puntas del alambre que detiene por el momento el paso de las demás humanidades. A todo esto el batracio espera la oportunidad de que le abran la enorme reja para poder entrar al edén que supone el patio con los pastos un poco alto, ahí se encuentra la población principal de chupasangres alados que no se distancian demasiado de aquellos de dos patas que ahora circulan viendo de en qué momento obtener ventaja de alguno que la yuga.

De regreso al trabajo las sendas se extienden varios kilómetros en términos de recorrido acarreando los elementos necesarios, las nuevas obras están casi concluidas y resuelta la falta de techo producto de una muestra del desprecio humano por las demás vidas. En castigo se han llevado los primeros brotes del fresno que magnífico se alza en el frente de la casa mientras su hermano registra los movimientos del sol al decidir aparecer por el este. El siguiente blanco está más allá de los pastos altos, en donde el agua se acumula luego de un rato de estar en concierto dejando al manzanero sólo frente a la inundación que en algún momento ha de evaporarse y filtrarse de regreso a la napa para que venga la otra marea a llevarse esas hojas tiernas. Mezcla de blanco, rosado y negro sobre las ramas que sirven para los propósitos de cercenar las tiernas hojas escuchando más tarde el alarido que el jardinero ha pegado al toparse con el macabro hallazgo. Pero será la competencia la que se lleve la peor parte, una ración de extermina vidas que luego se recubre con los restos del hormiguero desplazado por la cuchara al ingresar en lo profundo del nido. Las insensatas se han dedicado todo el día a cubrir la herida sin saber que ya la pudrición huele a condena, tornando ese hogar una tumba que será barrida por la siguiente tormenta. Tiempo del silencio, de la arena volando de regreso a la base del árbol que sigue elevando sus brazos desnudos haciendo fuerza para que los brotes nuevos salgan antes de que el sol de enero calcine la tierra como una lluvia de fuego. Brisa suave del atardecer veraniego en el cual el morador espera debajo del techo, sintiendo el mecimiento del siempreverde al que las laboriosas ven como un extraño fenómeno de la naturaleza, dado que sus hermanas tienden a quedarse calvas al igual que el humano que ahora observa el ir y venir de la línea de producción. Mientras se mantengan apartadas de la azucarera nada tendrá que reclamar, por si las dudas también evitan la enorme presencia del can que mastica un pedazo de caña con el que su dueño lo contenta dado que los huesos se han ido a poblar la tierra y el único rastro son las briznas sobre el negro hocico.     

 

Máscara de muerte

Cáncer: ya te he desmitificado con sólo nombrarte lo cual es algo que la mayoría no hace pretendiendo con el eufemismo evadir el tema, como si la lluvia pudiera ser detenida por llamarla garúa. Desde las profundidades nos acechas presente en cada uno de esos momentos que son como muescas a la que luego se las tacha indicando que tu turno llegó, ahí sale la pudrición a la superficie espantando hasta a aquellos que no creen en nada en esta época de falsos ídolos que son tan de barro como la mayoría, al final queda uno y su alma si realmente consagra su vida a esa creencia más allá de que los carentes de la misma vengan como una turba a fastidiar el momento de revelación. Las legiones crustáceas se han soltado por el organismo machacando cualquier señal de pureza tornándola en un pantano putrefacto, el cangrejal de las enfermedades encuentra su lugar fuera de los relatos folclóricos riéndose de la poca sabiduría de quienes han de combatirlo. Trabas de por medio como si realmente quisieran liberar al espíritu pero únicamente son los burócratas de siempre pidiendo que todos los sellos de calidad estén en su lugar, la sala de espera se colma de seres que corrieron en su plenitud por las playas lejanas y ahora han de venir a atascarse en estos pisos de mármol que equivalen a un trato diferencial, previo pago de una suma mayor que la exigida por el barquero. Viene el formulario, la conversión de mi humanidad en un sujeto de pruebas para ver luego de un tiempo si ha dado resultado o toca probar con alguna variante más ofensiva, pero el cuerpo lo pone uno. Por más avances sigue estando el sujeto solitario encima de una plancha de acero que sirve de preludio a las posibilidades altas de continuar el recorrido en otra parte, sin tanto boludo cerca que sería el consuelo que lo puedo encontrar a la ausencia anticipada. Yace un extremo de la mesa vacío por primera vez en mi vida, los recuerdos se agolpan empujando como en ese salón repleto intentando que alguien les permita la entrada cosa de marcar que hemos existido. Es la zona que el desgraciado ese no puede manchar, se ha dado de bruces contra el muro invisible de la memoria y tenido que correr atormentado por los susurros de aquellos a los que ha matado, de vuelta al oscuro agujero del que espero no regrese porque pese a su supuesta mala fama sigue sin poder quitarnos el fragmento del alma que nos dejaste con tu paso por nuestras tardes vivas. 

Silencio

Gritó, una especie de desgarro en el alma y su interlocutor retrocedió espantado, apenas entendía los motivos de aquella agresión, intentó durante los momentos posteriores atar los pedazos de palabras que lograron traspasar el silencio. Había nacido así, ajena al ruido de este mundo que muchas veces confunde a los que tienen todos los sentidos, una verdadera guerrera desde la cuna. El resto debía estar atado a procesar una serie de datos para saber que era útil y que un peso, pero ella simplemente andaba dando vueltas por la vida sin prisa alguna. Podía ver en las expresiones de los demás todos los sentimientos, también las trampas que encerraban ciertos comportamientos y eso equivalía a tener las llaves del alma. Una especie de don escondido detrás del hecho de no escuchar, no había otra manera de llegar a ella que no fuera despacio, siempre de frente cosa de poder deducir ese último mensaje tan importante. Un par de gestos de las manos resumían cientos de palabras e imágenes, tan solo tres movimientos contenían todo el mensaje encriptado y muchas veces encontraba caras sorprendidas. Así que ahí podían empezar los gritos que en el silencio no se escuchan, excepto por la expresión exacerbada de quien lanzó el insulto al aire, entonces ella se sentó en el sofá descolorido comenzando a unir la información. Todo el motivo de la discusión tenía que ver con ese enorme problema repleto de pulgas que ahora estaba debajo del auto, cuando la vio en la tarde pudo darse cuenta del dolor que esos dos ojos marrones encerraban en el alma. Era la tierra misma que extendía la mano una vez más, su ladrido sonaba como música para ella pero los demás sólo veían otro despojo que alimentar, ahí radicaba toda la cuestión. También era el problema que en ese momento enfrentaba su pareja, hacerse a la idea de que serían tres en lugar de dos meros náufragos inadaptados viviendo cómodamente. Cuestión de que la noche le enfriara las ideas pensó, a la larga del fuego sólo quedan rescoldos así que sería una espera de unas cuantas horas y luego todo volvería a la normalidad. A los demás les costaba poco perder la paciencia, pero a la Flaca le sobraba de ese extraño líquido que había bebido desde los comienzos del tiempo mismo, una vez que la tormenta pasó los demás deberían intentar reparar el puente que derribaron cosa de que se restablecieran las comunicaciones. Por eso era necesario andarse con cierto tino, elegir bien las palabras pero sobre todo los gestos dado que una mueca va sin sonido alguno, por lo que puede ser interpretada de diversas formas. Mejor pensarlo dos veces antes de mover un músculo, no sea cosa que luego haya un silencio trágico que deba ser cesado a fuerza de rechazos e intentos nuevamente de negociar la paz.

Martillos

En las montañas lejanas moran los excavadores, buscadores incansables de tesoros que yacen en las profundidades pese al riesgo de calcinarse por ir en la dirección incorrecta continúan gastando la punta de sus bisturís con los que abren las entrañas de la negra tierra. Iluminan las profundidades con la luz de las piedras extraídas para eclipsar al sol, provenientes de la noche oscura que yace en el vacío ancestral del que cada ser proviene pero lo ignoran por lo antiguo de ese suceso en el que la roca ígnea beso el suelo nuevo levantando océanos de fuego hacia lo alto. Luego el corazón pétreo comenzó a latir llamando por generaciones a un descubridor que habría de traer el conocimiento de nuevo a la luz, iluminado éste por la mera presencia de las cientos de gemas que coronaban aquel meteoro enclavado en la tierra que encima reverdecía ignorando al reloj de la creación durmiendo abajo. Pero aún respirando, aguardando el momento en el que los picos los saquen de ese estado de ensoñación en el que la mano toma una de las tantas joyas saludando a las estrellas en lo alto a las que un puño gigante ha puesto ahí como señal para las naves que deambulan por el firmamento. La negra noche debajo de la montaña se vuelve luz con el paso de sus moradores regresando a la sala en la que reposan todas esas maravillas, un golpe, luego otro, las manecillas del reloj siguen su curso mientras los enanos trabajan sin descanso dado que aquí no existe la prisión del día que tienen los que arriba se doblan el espinazo ante el sol. Antorcha en mano, señal de auxilio sobre las rocas labradas, ya estos pasadizos no son tuyos bestia que te alimentas de otras alimañas y es hora de que pruebes nuestros martillos precipitándote a la enorme forja que arde miles de kilómetros más abajo. Las de aquí arriba son tributos menores en los que los metales son desprovistos de la basura que los rodea, tornados mazos que han de proteger los sueños de las generaciones futuras. Y en el centro la enorme estatua da cuenta de ello evocando al protector del reino, que armado con un triturador despejaba el campo de batallas para luego sentarse a lanzarle bocanadas a la luna que resplandecía sin parangón.


Malambo (Chalo)

Una bolea para aquel lado y esa estrella ha tenido que correrse aunque a veces un roce en la frente te ha vuelto a poner los pies sobre la tierra, allá arriba en esa inmensidad desde la que se contempla lo diminuto del mundo se ha ido despejando la pista a la que las botas le sacarán brillo definitivo. Lo único que esta vez el telón no será de color rojo salvo cuando venga una jornada ventosa, sino blanco dado que las nubes han sido arrastradas por la fuerza de la cuerda con la que les das caza. Un golpe seco sobre la tarima celestial haciendo que ese cortinado se abra, resplandece el manto de día incluso y en la noche parecen fuegos que se precipitan calentando a los que andamos por acá abajo. En este escenario la estrella de los vientos es aclamada yendo de acá para allá sin dejar lugar en él que hacer sonar los tambores cuyas puntas afiladas hacen saltar chispas, al sol le ha tenido que dar un poco de envidia este espectáculo aunque enseguida ha recordado lo solo que ha estado dándole luz a los que muchas veces prefieren las tinieblas. Ahora es una caricia de la brisa con la que esa mano invisible quita los surcos en el rostro regresando la cabellera para extenderse como una catarata sobre la espalda, una flor de cardo bordada sobre el corazón y la camisa blanca llena de motivos que recuerdan a la pampa. Es este punto el arma resplandece moviéndose como una hélice alimentada por el alma, molino solitario chirriando en el océano verde que refleja al firmamento dejando algunos charcos en medio del desierto de pastizales. El tiempo pinta historias nuevas, descascarando las nuestras de a poco para con sus pedazos crear una argamasa que volverá a emplear para que los fragmentos que fueron nuestras vidas formen parte de otro momento. Momentos que regresan a una escuela perdida allá en el sur de Buenos Aires, en ese lugar indómito en él que un grupo de médanos frenan la ofensiva que viene desde el polo y pagan la osadía cara al ser desarraigados quedando la marea llorando cuando no encuentra a sus jóvenes hijos. Ahora vueltos recuerdos bajo los tamariscos que proveyeron el material con él que ese salón se levantó y en él que danzaste igual que ahora, sólo que en este capítulo bailás entre los astros.

 

Resiliencia

En la portada de uno de los tantos libros que decoran la vidriera mientras le pasamos al lado ignorando el estado en cuestión, una galería que se pierde en la oscuridad, aquel rostro conocido venido de alguna parte del pasado cuyo nombre no recuerdo y la mente que regresa al momento que nos aqueja, la enfermedad que se ha extendido silenciosa. Detrás de esa máscara la muerte se oculta, pero tal vez podremos alejarla de regreso al medio de aquella laguna que separa esta dimensión de la otra, en la que los espíritus se alejan de la prisión del cuerpo y dejan un vacío en los que aún respiran. La roca está ahí, se nos aparece en cada paso que damos y gira en la esquina con nosotros, aguarda arriba del médano para descubrirse bajo la arena una vez que hemos llegado a la cima. Se burla porque sabe que puede alcanzarnos en cualquier parte, corriendo con el viento que la lleva sin problema alguno permitiendo que mute gratis. Ahora es ese árbol que ha crecido reventando las veredas, obligando a que debamos dar un rodeo poniendo un pie sobre la ruta que trae otros riesgos. En medio de la tarde noche cruzamos la avenida, en las sombras al otro lado de la calle lo encontráremos con otra forma y la historia se seguirá repitiendo. El tema es saber enfrentarlo pese a las probabilidades, es un monstruo cuyas garras nos dañan en las entrañas y se mete en los sueños recordándonos que espera en el siguiente amanecer como el rocío al sol que ha de liquidarlo. La única opción es seguir intentando avanzar con las probabilidades en contra, pero avanzando para retrasar el momento en el que la parca nos muestre su rostro detrás de esa máscara y el índigo sea el color que llevemos.

Mortal

Es una de esas noches frescas de febrero hace unos cuantos años, a diferencia del resto de los congéneres de mi edad no busco compañía en esa jornada como tampoco un trago de esos que empiezan a acumularse en los estómagos marcando ciertas cuestiones futuras. Me he llegado hasta la sala de recreativas que también opera como bar y lugar de socialización aunque en ese punto no pretendo lo último excepto por la máquina que estoy buscando. Observé el sitio un rato antes, otro guerrero se encontraba atareado intentando evitar que lo ultimaran y en el deambular por entre los fichines encendidos pues le perdí el rastro. Tal vez terminó como su alter ego derrotado en una mazmorra plagada de las señales incuestionables sobre el precio más alto pagado por sus antecesores o bien pudo haber salido victorioso. En una de esas se trasladó a otro escenario buscando un paisaje un poco más paradisiaco que recorrer alegremente pese a las rocas en el camino y algún que otro ocasionar miembro de un enjambre que parece no tener fin. No hay nadie en conclusión, el resto del mundo se va una vez que una de las tres fichas que poseo en esa ocasión se pierde en las entrañas de la bestia que abre el acceso a uno de los héroes que han de afrontar el siguiente torneo. El primer escenario pasa sin demasiados problemas, incluso puedo emplear la macabra técnica de mostrarle al otro quién está detrás de la máscara para que luego venga un alarido que queda retumbando en la sala. Paso la segunda batalla con idéntico resultado dando con el salón de las estatuas en una especie de anticipo del futuro que nos aguarda, un reto tal vez un tanto más alto pero no mucho así que a la cuarta pantalla. Luego de demostrar las habilidades vendrá el vértigo, el oponente en sí puede ser un tanto problemático pero no es la única cuestión a tener en cuenta además de la necesidad de que quedemos en pie. El cielo se cubre y se despeja de las nubes en forma de algodón que dejan visible a la luna, los segundos pasan, la respiración es contenida en tanto logramos el objetivo buscado y es una victoria sin mancha alguna. En un breve instante he logrado ver que algo más que cúmulos surcando el cielo oscuro, una figura se proyecta sobre la cara pálida de la luna para que la alineación de los astros se complete. Por arte de magia hemos sido trasladados al fondo del pozo, el otro sujeto se mueve más rápido aparte de que emplea técnicas combinadas resultando un tanto molesto por partida doble al imitar mis movimientos así como los del archienemigo shinobi. Un par de pasos hacia atrás para dar el salto pegándole de lleno, repetición de método hasta que se lo pueda derrotar, tétrica forma disponer de un oponente grogui no conformándonos sólo con lanzarlo lejos. Una recompensa suntuosa a los fines de que esa visión en el salón de estatuas nos venga a la mente, tocará al final del crédito volver al mundo de los mortales dejando el combate para otro momento.  

Lágrimas en la lluvia

En ese momento el villano se quita la máscara convirtiéndose en un antihéroe, el personaje principal se deshace tornándose un mero espectador en el instante en que las palabras brotan de su garganta y el resto de la escena simplemente se desvanece. Todo concentrado en un par de líneas nomás, perpetuado y repetido en el tiempo cosa de que no se cumpla con la profecía del androide que en ese momento es más humano que su perseguidor. Resuena la llamada como una armadura dorada clamando por sus hermanas, repartiéndose entre las estrellas que brillan encima de la atmosfera contaminada  y las luces artificiales que son un mal tributo al sol. Allá en lo alto el alma encuentra la tibieza que en la tierra parece que se le negó, saltando las vallas junto a un montón de ovejas reales y no de esas eléctricas que se compran por dos mangos. En la roca está el creador del universo en cuestión, un mundo dentro de otro que ahora encuentra a los dos personajes principales. Él que le dio forma a la idea y aquel que se ocupó de ejecutarla creando una de las escenas más maravillosas del celuloide, repetida hasta el hartazgo para convertirse en icónica a lo largo de las décadas. El ser humano ha partido cumpliendo con el epitafio en su frase pero ha dejado marcada la tierra en ese punto de 1982 que se vuelve el presente cada vez que alguno logra acceder a ese momento, ahí yace Deckard con el traste llenó de preguntas y el mundo al revés, salvado por aquel al que perseguía cuya alma ha finalmente volado igual que la paloma que aletea alejándose, pese a ser un ser artificial su alma se ha ido.

 

Tears in rain, Blade Runner, 1982

I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die.

 

Yo he visto cosas que ustedes no creerían. Naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. He visto rayos - C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

Rutger Hauer interpretando a Roy Batty.

 

Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/L%C3%A1grimas_en_la_lluvia. 



Gol

Recuerdo la secuencia de fotografías el día después, pero antes de esto la línea que se extiende sobre el piso de color rojo que ahora se encuentra desgastado igual que la memoria que regresa veintinueve años atrás. Es apenas un instante pero de repente ya no tengo los casi cuarenta sino diez años recientemente estrenados y el regalo de cumpleaños viene a la altura del asunto, victoria ante el rival de siempre aunque no tengo ni idea de dónde carajo salió dicha rivalidad. Pero ahí estaban los dos equipos, camisetas amarillas frente a las celestes y blancas, el estadio que rebullía, el relato que llegaba por arte de la magia de esa radio puesta encima de la televisión. En la cima sigue la señora esa, a la otra pese a la pantalla y los colores siempre le ha tocado el segundo lugar, la primera simplemente ha seguido transmitiendo sin más vueltas que la de una pequeña perilla que la acciona. De ahí salían las notas de ese concierto, aunque los brasileros eran los que tocaron la mayor parte del partido y los palos sonaron más de una vez. Nada bueno el augurio, rezando a cuanto santo futbolero exista cosa de que nos tiren algún centro que termine besando a la red que hasta ese punto sigue sin máculas. Los porteros han sido muy severos ese día, nada de dejar entrar a cualquiera incluso con las autorizaciones y pergaminos que varios tienen entre su repertorio, es un cero a cero clavado cerca del final. Vendrá entonces la agonía de los penales para sumarse a la del inicio de ese campeonato, defensa del título más difícil que marcar un tanto en un encuentro tan cerrado. En eso el relator ve algo desde su atalaya, sabe que la única carga puede dar resultado porque por alguna extraña razón todos los de amarillo se van sobre el diez que casi cayendo libera de su jaula al ave que hasta ese momento yacía contenida entre los barrotes que los centrales le pusieron al área. Vuela dejando atrás al portero que ha estado muy tranquilo a lo largo del encuentro, como un borracho el cancerbero intenta cerrar viendo lo inminente del desastre y allá arriba la transmisión en portugués empieza a negar el asunto. Luego viene el lamento, la injusticia es desgracia para unos pero los otros saltan victoriosos dado que la red besa apasionada a la pelota y no la quiere largar, tanto tiempo se han contenido que ahora desatan toda la pasión posible hasta que un sujeto anónimo la manda de una patada al medio del campo. Y a muchos kilómetros, en un pequeño poblado alguien más se une al griterío apretando los puños que ahora más relajados sueltan todas estas palabras lejos en el tiempo así como en la distancia.

Tango

A media luz el asunto, por eso el anciano espera a que el sol se esconda un rato antes de salir de abajo de los árboles en los que ha buscado refugio e iniciar el concierto improvisado, el banco se queda un rato vacío mientras él se sostiene con esos hilos invisibles que uno alcanza al olvidar las penas. Despliega los dos brazos formando las alas a las que la luz de uno de los rayos perdidos en el atardecer corona con un halo, la fuente para no ser menos lanza un montón de chorros algunos de los cuales terminan golpeando a algún desprevenido. Culminado el tango regresa al asiento de piedra, apoyando las dos manos sobre la empuñadura del bastón e intentando recordar alguna que otra letra. Al médico se le dio por indicarle esto como ejercicio cuando no encontró nada fuera del hecho de estar envejeciendo cada vez un poco más, en ocasiones pifiaba alguna palabra pero dado el total conocimiento del final del siglo nadie se fijaba en ello. La cuadra que tanto conocía, la que protegía la peatonal del viento proveniente del mar, pronto se vendría abajo en el nombre de la renovación y en su lugar se alzarían los monumentos indicando que ese capítulo de su tiempo se quedaba atrás. En los siguientes actos algún turista le tomaba una fotografía, el rompevientos flameaba abultando el estómago pero cuando regresaba a su lugar se notaban las flaquezas de ese momento. Le quedaba un año más para tener que mudarse, el único inquilino que no aceptaba el desalojo programado y en esa resistencia había agotado sus ahorros. El cuervaje se ocupaba del asunto aunque ya el cartel estaba puesto, sería rápido, sería breve, se aconsejaba dejar las ventanas de los edificios cercanos abiertas para evitar que los vidrios volaran en pedazos. Luego siguió la fuente, el banco demolido dio vida a una casa allá en donde la luz no llega y las penumbras son reemplazadas por oscuridad, en espíritu se quedó el asunto. La persona que tomó la última fotografía recordaría cada tanto al recitador de versos, en una época lejana en la que las personas se reunían en torno a una fuente que ahora ha sido renovada y los únicos que oyen la música son los pájaros cuando la lluvia cae impiadosa. Fuera de ello los seres humanos eclipsan a sus pares, siguen a ídolos falsos y viven en un estado de conexión permanente con un avatar, presencia física poca como no sea para alimentarse o dormir, siguiendo luego con las narices metidas en cualquier parte en la que una cámara entre. Enredados sin poder salir, lejos queda esa voz cantando libre que los días vueltos años se han ocupado de esconder pintando de negro la luminosidad de la vida y alumbrando sólo rectángulos. Las marionetas se mueven, sus pulgares marcan el compás y en un momento el viento de la plaza les pegará en el rostro con una fotografía vieja, de esas que vienen impresas para horror de los seres digitales.