Ruta 11, una frenada en pleno viaje y una serie de
improperios de parte del acompañante entrado en años. Mientras los bomberos
quitan los restos de un vehículo y los cuerpos sin vida sorbe el último mate.
Hace calor, más que en otros veranos, en una suerte de infierno que hace hervir
el asfalto. Los mosquitos aprovechan cualquier resquicio, se les ha dado la
tarea de cobrarles peaje a quienes se aventuran por sus dominios. Zanjas en las
que el agua de la lluvia no va a ninguna parte, monumentos al Gauchito Gil,
estrellas amarillas y cruces en la vera. De repente el dolor en la rodilla
regresa, generalmente el calor atenúa el recuerdo del accidente sufrido un día
parecido a ese. Sólo que su papel era el del escolta de la ambulancia rumbo a
la morgue. Un llamado anónimo, el cuerpo tenía bastante tiempo ahí pero no hubo
dudas sobre su identidad, nadie aparece si el victimario así no lo quiere. Demasiado
tránsito en la ruidosa Buenos Aires, varios años antes de la era oscura y de
los resultados obvios. Pérdida del respeto por las reglas, cualquier cosa que
implique autoridad debe ser contradecida, expresión en todo su esplendor, libre
albedrío y si pueden te pasan por arriba. Consecuencias ninguna, el dedo
acusador tilda de gorilas a quienes no sigan la doctrina impartida. Se
justifican las medidas con el tilde de golpista, muchos derechos en razón de la
opresión sufrida y cero obligaciones. Los idiotas ganaron una batalla
ideológica, adoctrinando a las generaciones siguientes en que cualquier democracia
es mejor a ser gobernados por un montón de asesinos. Pero es únicamente un
disfraz, no sea que aspiremos a algo más que esta farsa formal de hablar de
libertades. Ahí está el derecho a circular estampado entre la sangre y el
plástico, la banquina se encuentra despejada así que en el afán de llegar
intentaron ganar por ese lado. Ahora sus restos llenarán las tapas de algún
diario y las arcas de la casa de sepelios. Después de todo no se ven tantos
clientes en un solo día, los caranchos no son los únicos que andan al acecho. Al
viejo esto le suena familiar, las voces de sus nietos están en otro plano en
cuanto recuerda el sonido de las sirenas ese día al que ha regresado. Aparte de
los curiosos y los medios gráficos tuvieron que tratar con el choque de la ambulancia,
el patrullero se incrustó detrás de aquella y de ahí el dolor en la rodilla. Por
un momento confundió al hijo con su compañero en esa otra mañana aunque al
traspasar el arco de la entrada regresó a este siglo. Del otro quedaban cada
vez menos rastros en tanto la década avanza, semejante a la desaparición de la
sequedad producto del agua que cae en formato de lluvia. Regar para volver el
paisaje vivo, verde y húmedo, luego se elevará el aroma a la tierra mojada a
los efectos de un aguacero. Ahora la rodilla no jode, un poco más y habrá
olvidado el incidente. Los demás sufren los efectos de los excesos, los lentes
oscuros ocultan esto y lo que se encuentra pensando. En la mano derecha
sostiene la manguera, en tanto el otro brazo yace en jarra. Luego será el
tiempo de beber los verdes, ahuyentando a los mosquitos y perros vagabundos
hasta que todo sea un recuerdo. Una vida lejana.
Cuaderno 2, 7.
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