El paisaje urbano se ha ido alterando, la base lunar otrora
pista de baile y de copas se tornó un gimnasio. El que vuelve cada tanto nota
la manera en la que la mano demoledora renueva el escenario, incluso se ha
recurrido al extremo de cambiar a los actores principales por jóvenes
desconocidos. Lo que se dice el paso de los años, las modas pasajeras de
siempre, es obvio que nos han de resultar extraños. Sin embargo el cine viene a
ser ese representante de épocas sin tiempo, cuando la función arranca en ese
espacio el mismo se detiene. Historias de antes se vuelven el ahora, lo que
vendrá no es sino otra película que nos termine atrapando y generando en esa
fascinación una situación que no sabe de momentos históricos. El parangón se
puede trazar con un par de fenómenos, que encierran un balón y una pluma. Pero
por el momento hemos de quedarnos con la sala a oscuras, una única luz sobre la
pantalla blanca y el milagro de los subtítulos, cosa de incluir a varios en ese
deleite. El cine encierra un lenguaje único, un par de llaves maestras dan el
giro de tuerca y de repente el villano es en realidad un antihéroe, con una
historia de vida que concluye en la cima desde la que cae. Pero antes pronuncia
un simple nombre, el del único juguete que lo ata aún con su humanidad. Las
luces se trasladan al salón, es hora de que el reloj siga corriendo.
Cuaderno 2, 13.
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