sábado

Eterna Mar del Plata

Hay algo en la ciudad que nunca se pierde realmente, pasan las décadas pero sigue ahí como un monolito poniéndole la cara a la sal y el rugido del mar que no cesa. Se mezcla entre las voces de las personas que igual que nosotros estamos de paso, incluso los que viven aquí, el olor a comida que emerge de lugar tan conocidos y atestados de personas según la hora, los ruidos de los vehículos e incluso las voces de los pájaros que están siempre ahí afuera cuando las luces del día son reemplazadas por los faroles trémulos y las personas huyen a refugiarse entre protecciones de concreto. La noche esconde las líneas en su fisonomía y la lluvia las renueva para que el observador se confunda, aunque siempre en esencia Mar del Plata yace imperecedera oteando a los barcos que se acercan a sus costas.


Génesis del primer lustro

 



El recuento necesario de las obras publicadas a partir del año 2018 hasta el 2023, su génesis y la sucesión de títulos una vez que despunté el vicio por primera vez.



Primeras páginas de Omnes Me

 


Una mole que resuma burocracia, las ovejas que se apartan del rebaño de los domesticados deben ser homogeneizadas y retornadas a las vías en las que la sociedad aguarda un comportamiento acorde a las exigencias: nacer, estudiar sin chistar y trabajar con la cabeza gacha. Al traspasar la puerta, la única entrada y salida ya que las ventanas presentan gruesos barrotes despintados, uno se vuelve en parte del unísono no distinguiéndose de los demás excepto por el uniforme blanco que genera pavor en su neutralidad. Los internos conservan los restos de su vida en el mundo encadenado, sujetados a las paredes del monstruo de cemento por la prisión de su mente en la que el único guía conserva algo de cordura para poder sacarlos del laberinto. Las prendas los distinguen entre sí aunque no hay diferencias al estar dentro de los muros en donde los gritos del silencio son acallados, el golpe de la frente sobre el pedazo de pared descubierto resuena como un trance hasta que alguno de los enfermeros acomoda al paciente en un sitio mullido y lo deja en el cuarto brillante reducido a un bollo humano en una esquina. El médico atraviesa los corredores en un crepúsculo cuyas sombras comienzan a agitarse preocupadas por no poder atraparlo en la red, de hecho ya consiguieron que otros se les unan pero éste parece mantener la mente a salvo y oculta en profundidades abisales. Abre la puerta interior de su celda amoblada con un pequeño escritorio, deja salir el vaho del encierro y enciende el primero de los cilindros cuya columna de humo se pierde en el cielo. Este se ha puesto su vestido gris anunciando la inminencia de la lluvia que volverá al otoño en un heraldo del invierno, no hay hojas en los árboles de las calles ni movimiento alguno excepto las ramas clamando piedad a su dios que yace ausente y no ha dado parte de enfermo. Cierra aquel hueco en la pared para decidirse a visitar a los reclusos, cruzándose con dos enfermeras cuyos rostros son desdibujados por la noche instalada eternamente entre los corredores mal iluminados. Se ajusta el botón de su guardapolvo dejando fuera las manos para poder calentarse en la única estufa que funciona, justo en la entrada a la sala en la que los internos se pasean sin rumbo fijo y se topa con su ayudante. El joven practicante tiene los ojos rojos del mal sueño, resaltando esto aún más la tez pálida en la que se han dibujado profundas marcas una vez que uno ha visto el abismo demasiado tiempo y no se apartó lo suficientemente rápido. Nota Alex entonces una especie de temblor que bien podría ser del frío calando hasta los huesos o en el peor de los casos la insoslayable verdad de que la demencia tiene una víctima nueva. Nadie está absolutamente cuerdo para el galeno, ni siquiera los que piensan que son normales que dejan escapar alguna que otra muestra de neurosis en la ansiedad por parecer lo más saludables entre café y café. El elemento que acompaña en su soledad al profesional cuyas teorías son puestas a prueba en cada jornada y descubre que no están equivocadas, sin querer pecar de soberbio.

 

El monstruo de cemento encerraba a aquellos cuyas mentes estaban perdidas en un limbo obligando a sus defensas a tratar de controlar la situación, las paredes blancas transpiraban humedad que se mostraba aquí y allá con el descascaramiento de los muros. Las sombras no obstante permitían esconder el resto del paisaje ajado que pasaba por supuesto las inspecciones, después de todo era suficiente con tener a cada uno en su celda y listo. La sociedad, suficientemente descarriada, no se podía permitir que aquellos extraños seres tomaran las calles y volvieran su locura en la norma acatada por los demás como la nueva costumbre. Sin embargo, no todos los desequilibrados estaban contenidos en aquel asilo siendo que la mayoría andaba codeándose con el sol en la superficie bastando que probaran su adhesión al sistema con el diezmo tributario y electoral. Eran ciudadanos modelos aquellos que en filas semejantes a una horda acudían cada uno de los días designados a romperse el lomo en un cuarto oscuro, en el mejor de los casos y en el peor bajo una helada asesina que no perdonaba a los desamparados. El grupo reducido, pese a que éramos todos uno sólo, se dedicaba a deambular entre los recovecos de la mente vuelta concreto congregándose en la sala general contigua a la sala de servicio poblada de sillas de diferentes orígenes. Vestían los pacientes de diversas formas si bien el sitio tenía la facultad de convertirlos a todos en parte de una masa, una especie de síntoma de la enfermedad que en silencio los invadía y llegaba arrastrarlos a un lugar sin cerrojos ni barras de metal. No hay salidas excepto que uno pueda fabricarla pero ello parece improbable dado que el carcelero es también el prisionero y se anulan mutuamente. Para esto se encontraba allí aquel que mantenía su razón fuera del alcance de las desviaciones, semejante a una roca sobresaliendo de la inmensidad del océano que se tragó al resto de la isla con los durmientes incluidos. Descendía a las profundidades cual Sigfrido en búsqueda de la guarida de su presa, sabiendo que se podía volver en parte de la hueste retenida en el recinto si se descuidaba demasiado. Un hilo conductor le permitía saber dónde se hallaba en las penumbras de la mente, regresando la guía a la maraña propia y registrando el suceso en una agenda roja que mantenía el color en este universo de confusiones. Contemplaría durante su recreo al enorme fresno en el centro del único patio que el edificio presentaba, dejando escapar a sus náufragos en naves amarillas que se desvanecían en el horizonte. La colilla fue aplastada sin contemplación pasando a integrar la lista de pérdidas en el peregrinaje a los avernos del alma, sabiendo que su guardia concluiría al fin para buscar calor en su pequeño hogar.

 

A sus 12 años, 3 meses y 2 días, conoció el Templo y la razón por la cual había nacido con la azul y oro en la sangre. Los demás por supuesto podían hacerse hinchas de ciertos equipos, todos los otros, pero de este se nace y así será hasta el fin de los tiempos en los que el balón se pinche para ya no perforar red alguna. Estaba detrás del arco de La Bombonera observando el encuentro entre el local y Banfield, que inauguraba aquel torneo de 1974 con un rotundo triunfo para el Xeneize (por si faltaba mencionar que hay varios vinculados a este tema que son sus hinchas). La crónica de la época dirá que Marcelo Trobbiani en dos ocasiones, Carlos María García Cambón y Miguel Alberto Nicolau de tiro libre, sellarían la paliza de parte de los de La Ribera. El tiro libre precisamente del último de los mencionados arruinaría al pobre arquero del visitante, que resultaba ser Ricardo Antonio La Volpe y que cuatro años más tarde llevaría la dorsal 13 en el Mundial de Argentina. Como todo lo que ocurrió en los años setenta lleva una marca oscura esta no podía ser la excepción, ya que el campeón sería San Lorenzo de Almagro en un campeonato con treinta y seis equipos. Es anecdótico el resultado en sí, pero es traído a este racconto debido a que todo está unido por un hilo invisible en él que necesariamente el personaje debe formarse a partir de aquello que vive. Únicamente así se puede trascender hacia más allá de los límites para lograr cierto tipo de equilibrio, negar el resto de los acontecimientos tornaría la descripción selectiva y parcial, una abominación que no puede tener cabida entre las líneas que resultan al contar una historia. El joven Alex no dejaría de ir a la cancha en cuanta oportunidad tuviera, con su abuelo y su padre que lo precedieron en el nacimiento del sol y el cielo justo antes de que aparecieran un montón de advenedizos a reclamar una gloria que ya fue Bostera pero deben denostar dicha situación manifestando que son lo más grande.  Lejos no obstante de dicha realidad, con versiones que son modas y un montón de aprovechadores que salen a gritar campeones en medio de una helada que anuncia su llegada. La escena del principio es a todo color, a diferencia de la monstruosidad descripta al comienzo que debe ser pensada en blanco y negro dado que no le cabe un tono mejor. Si le resta alguna duda vendrá el recuerdo del compañero de saga de Nicolau, llamado Rogel, a deshacerse de lo que quede una vez que hayan sido recibidos por el primero que se ocupaba de cortar el asunto por lo sano. No menos que ser atrapado por una soberbia patada de Pernía con pisotón y escupitazo que ameritan la expulsión, eso se gana por no ser de Boca. Los contrarios descubrirían que uno de los suyos yacía desparramado, un tres seguro, exigiendo explicaciones pero la respuesta era siempre la misma:

—Acá no pasó nada.

 

Al director del neuropsiquiátrico Muñoz le gustaba tener todo en orden, incluidas las entrevistas con los posibles profesionales a los que mandarían en expedición a las mentes de los demás y olvidando de hecho la propia. Abría la puerta de su despacho a las 8:10 de la mañana una vez que el café terminaba de realizar el milagro, quitarle la almohada del rostro que lo llamaba a seguir en el mundo de Morfeo con todas sus maravillas y espantos. Precisamente una de dichas manifestaciones se hizo carne, al observar el pasillo que creía vacío, en la figura de Alex al que ya había visto demasiadas veces. Lo atajó un día mientras huía a almorzar en un restaurante que se hallaba a dos cuadras del hospital, lo interceptó al encontrarse reunido con otros médicos en el colegio de psicólogos y casi lo termina echando al toparse con él un día de compras con su señora (mas en este caso lo terminó sacando del bodrio que suponía ver una vidriera tras otras en clara señal de que nada de aquello podía ser adquirido y ya). El directivo movió la cabeza en tanto entornaba los ojos sintiendo aún en sus fosas nasales el aroma de la sustancia negra que lo mantenía atado a una madera en medio de tanta vorágine, aspiró hondo dos veces y dejó entrar al postulante en lo que ya consideraba era la mañana completa. Conocía perfectamente los planes que tenía a la vista pero hasta el momento había preferido centrarse en otras cuestiones, siendo que lo contrario implicaba desarrollar una labor ardua y la verdad estaba demasiado tranquilo con el puesto que no le presentaba mayores retos a la vista. Excepto, claro está, aquel joven sujeto que portaba sendas cadenitas en el cuello y en su muñeca derecha, lo que siempre le llamaba la atención al ser una persona conservadora. No dejó que su interlocutor abriera la boca, apenas hubo un apretón de manos y la cuestión quedó zanjada.

—El puesto es suyo, empieza mañana a las 6:00 horas y no quiere saber de usted de nuevo antes de las diez de la mañana.

La sonrisa de Alex fue todo lo que vio, abandonado el despacho para que el jefe se derrumbara en su sillón pensando en la lejanía del fin de semana y lo fría que estaba aquella habitación cuyo único consuelo yacía tan helado en una jarra manchada por la borra.

—¿En qué estaba pensando? ¿Cómo se me ocurre meterme en un lío así? Mejor lo llamo y le digo que me arrepentí o alguna otra excusa barata.

Se asomó nuevamente al pasillo para hallar la sala atestada de sus citas, a la secretaria haciendo que trabajaba y la verdad se le fueron las ganas de ver por dónde se había ido aquel invasor dado que únicamente conocía el camino a su reducto.

 

La tarde del sábado le dio un respiro a la ciudad de Mar del Plata con un abrazo del sol al final que jugaba a saltar por la Peatonal San Martín y la calle Belgrano, encandilando a los transeúntes que iban con dirección a Independencia con sus ojos únicamente asomados al frío. La librería renovada los recibió en una esquina, el viejo local sirve para cuestiones administrativas con su hermoso patio siendo vejado por los elementos y el café de la esquina de enfrente mirando sin preocupación alguna. Alzó el tomo de Foucault con su tapa negra rematada con letras rojas, las cadenas estaban más fuertes que nunca en la portada. Le recordó a momentos lejanos, a los ojos siempre alertas de las instituciones totales con sus casilleros bien delimitados situación esta que se repetía en el trabajo, la prisión y la escuela. El neuropsiquiátrico era apenas uno de los casos que podía dar como ejemplo de las teorías a las que un mero dibujo lo remitían, pese a que en una época las internas que no presentaban deterioro en el rostro (que demostraran la existencia de una enfermedad) habían logrado simplemente largarse sin oposición alguna. Enseguida el panóptico que dormía en los albores de la década del noventa envío a su fuerza represiva a devolver al corral a aquellos que ocupados en realizar desmanes fueron arrastrados a la sombra, uno puede elegir el sitio en el que dejar la mayor parte de sus energías en forma voluntaria (por la fuerza) o bien por la fuerza. Dejaron el calor de los anaqueles regresando a las primeras penumbras del crepúsculo encontrándose con la diagonal en la que los artesanos empezaban a desmontar sus puestos, una estatua de lucha grecorromana mostrando el sometimiento y Cristo cruzando descalzo la calle con la temperatura lo suficientemente baja para que no pase desapercibido. Pese a esto la mayoría no miraba a la figura desgarbada dirigiéndose a la oscuridad que surgía detrás de los pasos de aquellos que buscamos cobijo del viento impiadoso, una atmosfera tibia nos recibió al meternos en aquel bar en la unión de las dos avenidas. El hecho no pasó desapercibido para el viejo psicólogo aunque después la conversación se fue hacia niveles diferentes, la noche nos envolvió al emprender la vuelta al refugio en él que la piba a cargo de la recepción le preguntó con un total descaro si la palabra zurda va con S. La anécdota anduvo dando vuelta con los viajeros pidiendo ser incluida en una esquela por lo menos, la que será soltada en la próxima primavera una vez que desaloje la pila de notas inútiles que se atrincheran sobre el escritorio no queriendo saber nada con el frío que vino a visitar la ciudad.

 

La escuela se encontraba sobre la Avenida Nazca, en el barrio de Flores, siendo uno de los tantos recuerdos que la memoria debe traer a estas páginas dado que si no nos encontraríamos con un sujeto sin orígenes. Es idéntico el caso a dibujar el árbol desde el tronco omitiendo a las raíces, hasta el sol tiene una historia en la que surgió para calentarnos viéndonos desde lejos. El acoso escolar por su parte también se remonta a un punto en la historia, las costumbres traídas desde la casa e impartidas como una instrucción obligatoria se reflejan en determinados actos. En el caso de estudio hay un aula en el Instituto Domingo Faustino Sarmiento, repleta de pequeños alumnos (con todas las luces) observando el dibujo de la maestra en el pizarrón negro cuyas líneas serán blancas para resaltar el contraste. La calma de la clase es interrumpida por las risas producto del comentario de uno de los menores, el objeto de la agresión es uno de los pares que se convierte inmediatamente en blanco de los demás. La denostación del otro tiene diferentes formas, su pensamiento, la manera de vestirse, el club del que es hincha, el hecho de que no sea seguidor de ninguna escuadra, cómo habla, sus rasgos físicos y estos son precisamente los que generan las agresiones en el momento de la historia que se cuenta. En el tiempo actual se registran diversos hechos que son apañados por los encargados de velar por los bajitos, con paños fríos en donde es necesario una intervención mayor y así se justifica la doctrina de desviación. La justificación viene enseguida a proteger al victimario ignorando al desdichado que permanece en un rincón apartado de la manada, aunque en el supuesto presente la cuestión no fue así. Un golpe en la mandíbula dio por tierra con el agresor invirtiendo los roles, ahí hubo una reacción del sistema intentando averiguar los motivos por los qué había ocurrido tal hecho de violencia. La pobre humanidad del agredido se recobraría con un poco de hielo, a su compañero lo sometieron a una intervención quirúrgica para corregir la separación de sus orejas. Antes de poder retomar las lecciones dio las disculpas, quedando zanjada la cuestión a la vez que el año tocaba a su fin para que el verano limpie la memoria. Ello no obstante únicamente implicaría alejarse del evento, pero ciertas sensaciones se agarrarían de los recuerdos para resurgir al recibir una llamada de teléfono que daba cuenta de un suceso similar. No era precisamente en una escuela sino en la calle, unos cincuenta años más tarde, con uno de los dos involucrados que no soportó la amenaza de aquel que dobló mal en aquella esquina y fue estampado en el frío piso de marzo. Las disculpas sirven pero sería mejor no tener que pedirlas, ojalá nunca hubiera sucedido.

 

El 5 de marzo de 1982 ingresó a cumplir con el servicio militar, él mismo que trece años más tarde sería abolido, menos de un mes después estallaba la Guerra de Malvinas y los conscriptos quedarían acuartelados a la espera de ser convocados al frente de batalla. Se encontró en algún momento con el llamado pero éste resultó ser un error más, dado que había solicitado prórroga y de todas formas se lo citaba a servicio, conociendo de parte de su interlocutor el hecho de que en más de una oportunidad se citó a personas fallecidas. Al final tuvo que ir, su padre y su madre quedaron en casa con la angustia en el corazón desde antes de que llegara el 02 de abril del corriente año y muchos ya no volvieran. Una medalla troquelada servía para identificar el cadáver colocándola debajo de la lengua del soldado caído, la otra parte sería entregada a la familia con la manifestación de forma del servicio a la patria y la soledad del cuarto al que el morador ya no regresaría. Tras cincuenta y tres días de estar acuartelado en Campo de Mayo le tocó el traslado al Hospital Militar Central en la calle Luis María Ocampo, Barrio de Belgrano. A dicho sitio regresaban los heridos con los horrores de las batallas y sin poesía alguna que pudiera ser compuesta por un bardo, vio a un soldado con los dos miembros inferiores mutilados, un combatiente que quedó ciego por la explosión de un mortero, otro cuya mano fue arrancada por una granada y los restos mortales de alguien que cabían en una caja un poco más grande que la utilizada para los zapatos. El 19 de junio de 1982 era la fecha señalada para ser llevado a las islas, la convocatoria le hizo entender el significado del pedazo de metal que colgaba de su cuello siempre frío pese a estar debajo del uniforme. Cinco días antes cesó el combate, trece meses después de comenzar la COLIMBA (Correr, Limpiar, Barrer), culminó su periplo habiendo ya entrados en los 21 años y a ocho meses del retorno de la democracia. Una suerte de esperanza de que algo podía cambiar, aunque como ya sabemos el período en cuestión presenta un montón de falencias que comienzan por no admitir las formas crueles de que una persona desaparezca de los registros excepto a la hora de solicitarle el cumplimiento de la carga electoral. Ahí dejan de ser unos NN para convertirse en ciudadanos, con su realidad repleta de pobreza, hacinamiento, desnutrición, deserción, violencia en distintas formas y la ausencia del poder que intenta ser conservado a cualquier precio. Incluso haciendo trampa, poniendo a herederos sin idoneidad alguna y mintiéndole a los habitantes de este suelo que creen aún en la existencia de un Mesías que porta la camiseta de su partido favorito no aceptándose disidencia alguna a menos que el jefe lo permita. Volver en divinidad a la figura de una imagen gris y blanca, es una estupidez.   

 

Seis años antes, en marzo de 1976, la primaria había tocado a su fin y el plan de los egresados era irse de campamento a Tandil, posibilidad que quedó truncada debido a que ninguno de los padres autorizó dicho viaje debido a los hechos ya conocidos de la última dictadura en Argentina. Los egresados planearon entonces una fiesta en la escuela que incluyó la adquisición de cierta máquina de fotografía: Kodak Brownie Fiesta. En los días previos el joven Alex había tenido tiempo de jugar con la máquina (esto es lo que la mayoría de los progenitores piensan) repitiendo los pasos que creía haberle visto realizar a su papá, aunque no tenía absoluta certeza y esto la verdad no le importaba. Ya había quitado la cubierta trasera, rompiendo la banda de escala hasta que el rollo se deslizó en el orificio de la parte inferior del soporte asegurándose de que la película quedara firme. Regresó la carcasa posterior a su lugar deslizando el seguro que impediría se desarme el artefacto, aunque nunca estaba muy seguro de esto, girando la perilla hasta que el número uno estuvo centrado en el visor. Ahí comenzó a tomar algunas muestras: pájaros en los árboles aún con hojas, el asfalto quebrado albergando a un hilo de agua de la lluvia de los días previos en él que las aves bebían, las baldosas de la vereda de diferentes tonos mostrando un poco de la visión del mundo de cada morador en él y la pelota desgastada de tanto usarla en el frontón que lo esperaba en la entrada de casa. Por la noche fueron los cuadros de ese momento, papá y mamá enfundados en sus trajes de gala junto con el resto de la familia, el abuelo que cambiaba el brazo con el que sostenía su cabeza para dormitar dado que su siesta fue interrumpida, sus compañeros con las señas del avance de la pubertad en el rostro y el maestro que tuvo la idea de la salida a las sierras pero el asunto quedó trunco. Era como una postal del calor que restaba entre el frío oscuro que invadió a la sociedad, con la mente puesta en el próximo mundial que era el árbol tapando al resto del bosque dado que la idiosincrasia autorizaba éste tipo de pensamientos. Finalizó el almuerzo con la campana del final que los ponía en la edad difícil, esta en la que hay varios cambios invadiendo al niño que ya deja de serlo y se separa definitivamente de aquellos que lo trajeron al mundo. Ahora es su mundo, su vida que resplandece en la primavera de los 14 años bajo la sombra de los edificios de la urbe y el brillo de la felicidad en los dos faroles. Se han diseminado en el viento como las semillas, buscando puertos nuevos y costas que les permitan sentirse realizados con la plenitud en el pecho sin importar los años. “La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad del tiempo” (Blade Runner).

 

El 02 de junio de 1978 se inició la XI Copa del Mundo de Fútbol, algo inédito en el país dado que anteriormente la habían organizado Uruguay, Brasil y Chile, pero también una forma de tapar las monstruosidades del mal llamado Proceso de Reorganización Nacional. La sociedad por supuesto estaba en otras cuestiones dado que mientras no le tocara a alguno de ellos bien podía la cuestión continuar así, semejante en demasía a acostumbrarse a los hechos de violencia del día a día en las décadas que vinieron y contemplar el asunto con una total indiferencia. La pelota seguía rodando, ocultando los alaridos de las víctimas que dejaban de ser personas para convertirse en desvanecidos cuya identidad era negada y la existencia con ello. Ya la secundaria había comenzado para el futuro galeno, un título que no está escrito pero sin embargo se reserva en algunos casos puntuales para los que no se apartan de su mortalidad a la hora de atender a un paciente. Mientras, el joven se encontraba en la absoluta pavada de la adolescencia navegando en un mar de tonterías y dedicando horas eternas con el grupo de amigos, la pelotita, la piba que le gustaba y la vecina de la misma edad que cruzaba por la otra vereda en el bien sabido camino de casa a la panadería sin apartarse de dicha senda. O esto es lo que creerían los adultos, los de esa época y los de esta, creyendo poder contener a la explosión hormonal con una suerte de conjuro que alertaba de las consecuencias de las relaciones humanas sin considerar su propia historia. Absolutamente todos hemos pasado por lo mismo, las limitaciones impuestas a partir de la crianza deben ser puestas a prueba de la misma forma que un crío arrojando una pelota para descubrir la existencia del espacio. La gravedad hará el resto del trabajo hasta que aquel que se arrastraba ahora se yergue sobre sus dos miembros vacilantes intentando que la charla de los mayores se vea interrumpida por tal acontecimiento. La falta de consideración a dicho evento histórico, hasta Napoleón fue un bebé, hace que pueda experimentar con la existencia del límite. Comenzando por abrir todas las cajoneras a su alcance, irse derecho al primer tomacorriente que encuentre, tirar del tubo del teléfono oyendo el sonido ominoso que emite y la música de las teclas lo que será conocido al venir el choclo en el siguiente mes. Se columpia con sus dos columnas sosteniéndolo hasta que un dedo es aplastado por la hoja de la puerta que se cansó del maltrato, soltando un llanto desgarrador a la vez que cae de rodillas. Ahí viene su madre al auxilio, consolándolo sin saber que esta vida nueva ha descubierto el límite y los riesgos de chocarse con él mismo. El surgimiento del síntoma si lo reprime y la consecuencia en caso de pasarlo por encima, dejando la señal de la curva peligrosa patas para arriba como sus progenitores más adelante al notar que se llevó el automóvil marcando los neumáticos en el asfalto. 

 

“Caso M: la paciente de este registro médico ha manifestado que cree ser la Virgen María y que ha recibido la orden del hijo de Dios de matar a sus hijos a los fines de lograr la salvación del universo, acto que ha llevado a cabo con éxito (hasta lo macabro puede revestir dicha condición). Los síntomas de la paciente son coincidentes con una escisión total de la personalidad en la que la misma escucha voces que le ordenan realizar algún tipo de acto, es decir una esquizofrenia como clase de psicosis. El cuadro en cuestión requiere de control médico permanente, medicación (Halopidol) y no se recomienda para nada la externación del sujeto dado que reviste un peligro para los demás. No reviste características de psicosis catatónica aunque no se descarta el electrochoque, debiendo tener sumo cuidado con el bloqueo de los neurotransmisores cerebrales dado que el estado de delirio en la única forma de comunicarse que tiene con el exterior”.

Alex dejó a un lado el libro rojo en donde había realizado las anotaciones comenzando a tipear el informe en una Olivetti Studio 44 adquirida en un remate de artículos de oficina, siendo que una PC estaba fuera de su órbita económica. Destacó la alteración en el rostro de “M”, quedando marcado en el inconsciente el rostro del policía que acompañó en el traslado a la autora del hecho y que previamente descubrió la escena del crimen. Parecía no estar precisamente en este plano actuando tal vez por algún instinto de deber que lo llevaba a tener que completar cómo sea la labor encomendada, aún a costa de su propia cordura. El profesional vio algunas señales en su cara que denotaban no sólo el cansancio sino las primeras líneas de la ruptura con lo normado, poniendo en tela de juicio todo aquello que le habían enseñado para vivir en sociedad y que se reducía a los pedazos de niñez envueltas en un lago carmesí. Sin dejar de lado a la otra víctima colateral que era el padre de las dos vidas cercenadas, los abuelos, tíos, primos y amigos que simplemente tendrían un agujero en su existencia que nada repararía. La mujer por su parte era inimputable, aunque la verdad esto pasaba a ser una anécdota siendo que no había manera de reparar el daño causado y el médico trataba de mantener en esta dimensión lo que quedaba de un pasado teñido de ausencias. Respiró profundo como cada vez que una situación lo estresaba dejando al bastardo refugiado en su trinchera, yéndose a recorrer los pasillos que ya conocía como a las líneas en sus manos después de los treinta.


A la deriva

En Portland, 34° 36’ 47,3’’ S, - 58° 22’ 38’’ O, las marionetas se jactan de cualquier hecho que les permita estar un paso por encima del vulgo que bastante tiene con dicha condición. A este únicamente le resta asir un madero en medio del horror de la devastación y de esta forma no tener que admitir el problema, que lo tiene como partícipe necesario. Siempre es más fácil echarle la culpa al otro que asumir el problema, manteniendo esta conducta a través de la década constituyendo esto la explicación de los males que azotan a esta tierra alejada de la luz desde hace varias generaciones. Así se les pinta un escenario que no cambia demasiado, la única creación posible parece ser refritar (refreír) el pasado como el único momento de gloria y así mantener la situación bajo control. Basta con sacar el busto del arcón en él que estaba recluido para que los meros individuos asocien a aquel que ya no está a una época feliz, olvidando la relación de acción y consecuencia que nos llevó hasta este momento que no es único e irrepetible. Se levanta el telón, salen los títeres a escena previa muestra del menú a lo largo del día sobre los temas destacados, como si estos pocos sucesos fueran un resumen paupérrimo de las historias que las personas atraviesan aunque siempre las crónicas humanas únicamente exhiben hechos puntuales pese a que el osario es común. Tan rotas están las redes sociales (las verdaderas y no las que sirve para narcotizar a la humanidad) que aquellos que pueden pagan a precio vil el acceso al circo moderno, para ver correr al cazador en busca de su presa y una vez concluida la puesta en escena este se retira a sus aposentos en los Campos Elíseos en donde el medidor de adulaciones es el único contacto con el mundo, viviendo así en una realidad paralela. Cada cierto tiempo aparece en medio de la tumba de principios y valores un salvador que es elevado a la condición de ídolo, con tal de salir de la vista de pesadilla el habitante de las periferias a la ciudad inventa una realidad paralela. En ella conviven apilados el penal que le dio a un equipo la condición de campeón y privó al otro de tal resultado, la gastada de parte de aquellos que se proclaman victoriosos sin haber sudado una gota en los campos construidos con tracción a sangre y finalizado el espectáculo al que ingresaron un puñado de bienaventurados deviene necesaria la cargada una vez que la facción local favorita sale a un teatro decadente a exhibir sus condiciones de guapo. La fórmula para estar con las facultades dormidas la mayor parte de la vida es mirar hacia las estrellas, poniendo en el firmamento el rostro de alguno de esos triunfadores dado que el fracaso mejor que se quede por acá abajo y cambiando de tanto en tanto el dibujo de su artista favorito aunque este necesariamente ha de ser alguno que ande dando vueltas como un perro intentando morderse la cola. 


jueves

El Hora

El Hora es hincha de Boca, perdón, fanático hasta la médula y de ahí que su cuarto sea un santuario dedicado al club de sus amores, con estrella incluida en el Templo real allá por el comienzo del siglo cuando las vacas eran todas gordas y la victoria se había mudado a la Ribera. Un escudo corona el cabezal de su lecho sirviéndole de ángel de la guarda al llegar el momento en él que las personas se refugian dado que la noche trae los temores ancestrales, pero en su pequeño mundo interior solamente hay calor equivalente al de una fragua. Aquella jornada más allá en el tiempo mientras el asado comienza a hablar sobre la parrilla y el partido se disputa en Victoria, aunque esta será muy esquiva, tendré un inevitable pensamiento para con él que será un presagio ominoso. El Hora se va en la madrugada, su corazón se detiene y nos rompe una parte del nuestro a los que quedamos por acá sin poder entender la manera en la qué esto ha sucedido un día de la madre. Tocará volver a casa al caer el séptimo día, con la tarde siendo una lágrima y el silencio persiguiendo a las sombras a la vez que algo más que el rocío cae en aquellas penumbras desempolvando el viejo recipiente que fue pintado por aquel que ya no está aquí. Cada vez que los once salten al campo de juego el Jugador Número 12 tendrá tu rostro, a tu recuerdo me remito al cruzar el balón la línea de sentencia.

Orlando


Cada vida que se va, es una parte de nosotros que ya no vuelve más.






domingo

Los Globetrotters Granates

Hay paridad en los puntos y así es como aquellos Globetrotters del Granate se medirán en el marco de la vigésima cuarta fecha contra River Plate, dirigido por José María Minella. Un año antes Lanús ha ganado la Copa de la Provincia de Buenos Aires, aunque el cotejo en el marco del Campeonato de Primera División de 1956 es harina de otro costal. Ese domingo 28 de octubre de 1956 la Fortaleza está repleta, de lejos se siente el calor que baja de las tribunas en medio de una primavera que reflorece como heraldo del estío. Esto lo sabe bien el joven Armando ahí en las intersecciones de las calles Domingo Purita y Villa de Luján, oteando al océano verde que aparece a una cuadra más al sur marcando el final de la civilización. Espera tal vez poder presenciar algún tropel producto del malón o bien la aparición de la luz mala, siendo esto enseguida juzgado por los adultos como producto de una mente juvenil que aún ha de probar los obstáculos de la vida. Vuelven sus ojos hacia la posición de aquel griterío que lo atrae como la luz a un pobre insecto, uno de sus oídos escucha las voces de la noche en tanto su par intenta descifrar el mensaje que emite la Spica colgada sobre el perchero en reemplazo de un saco que culminó apolillado. Intenta captar las variaciones en la frecuencia nocturna, ello ayudado por el silencio al que se han sometido las ranas una vez comenzado el match y el viento que ha cesado dedicándose a observar colado en alguno de los recovecos de la mole teñida de tonos carmesíes. Un segundo antes sentirá qué algo pasa, la radio habrá perdido la señal pero su corazón no le mentirá y enseguida el alarido ensordecedor se extenderá perdiéndose en la Pampa que duerme en las penumbras. Gol de Alfredo el Tanque Rojas, irónicamente vinculado en la década siguiente a los acérrimos rivales de la Banda, las gargantas se gastan de tanto corear el himno más sagrado de todos y que se aprende enseguida como un mantra. La cacofonía apenas se aplaca al finalizar el primer tiempo dado que el arco defendido por Manuel Ovejero ha recibido apenas un tanto y siendo que Amadeo no está la incógnita sigue sobrevolando el campo de batalla. El pibe respira profundo recibiendo el frío del atardecer que es un resabio del invierno, de pronto la señal ha regresado al aparato suspendido en el aire soltando varios anuncios y en el estómago hay una angustia que se empieza a manifestar. Toca volver al segundo tiempo, ahí el coro de hinchas retoma su labor acompañando cada una de las embestidas del torero vestido para la ocasión aunque la bestia sigue siendo peligrosa y más ahora que se encuentra herida. A todo esto los malditos batracios han recuperado la memoria y anuncian el vendaval del agua, las cortinas del cuarto se agitan conocedoras de que pronto deberá cerrarse por seguridad aquella ofensa en el muro dado que muestra la libertad en la prisión. La señal se ha mudado a otra parte nuevamente, le queda únicamente adivinar en medio de la atmosfera ahora crispada alguna información sobre el encuentro. Y el desgraciado del intérprete de pronto deja un espacio en blanco como si se hubiera olvidado la letra, debe estar poniéndose senil de tanto hacer lo mismo, escuchándose el silencio. Sí, el silencio puede ser oído y en este caso es la conclusión inevitable de que los contrarios reaccionaron siendo que el Relojero comenzó a jugar. El asunto ni siquiera está 1 a 1 que sería una mala noticia a medias, no, absolutamente no, los visitantes han asestado dos golpes por intermedio de Félix Loustau y José María Sánchez Lage. Aún queda espacio para la hazaña se imaginará ya abatido el chico en su lecho, con la desazón que empieza a cobrar forma y se instala allí como en el ahora lejano estadio. Falta la puñalada final pergeñada por un Ángel que será demonio al minuto 88 e implicará sentenciar el campeonato con bastantes fechas de sobra, aunque también dará lugar a un extraño fenómeno. Varios hinchas de Lanús romperán sus carnés convirtiéndose a partir de aquel instante en seguidores de la Banda, hecho que me contará el ya entrado en años Armando que ha seguido por idéntico derrotero. ¡Y encima me carga a mí con el 3 a 1!

sábado

Vieja estación (Las Armas)

Ya el líquido no sube desde las entrañas de los tanques que jamás volverán a atronar en el recuerdo de los vehículos escapando rumbo a la feliz, no sin antes evadir los recuerdos de la dejadez en el pavimento que emula a un gruyer. Dentro queda el último de los bastiones, un café servido con las medialunas correspondientes para completar el sueño de los cansados itinerantes que saben que el mar está cada vez más cerca, el sol pega sobre la fachada buscando alguna cara conocida más la mutación es necesaria para que el asunto aún funcione. Emulando a un vigilante del pasado la silueta de los surtidores capea las inclemencias quitándose en ocasiones la herrumbre para soltar la historia que yace almacenada como el último de los tesoros que ha de replicarse en cada uno de los testigos, los que dejando las migas para los pájaros (también de paso por allí) retoman por la Autovía 2 sabiendo que en noventa minutos todo estará decidido (igual que en el fúbol, che). 

lunes

Escritos nuevos III

I

 

Por fuerza he tenido que volverme cabulero, recurriendo a extremos tales como el ajo, los dedos cruzados y los cuernos. Calculo que nada de eso debe servir aunque en ocasiones el karma se carga hasta ser detonado, en la cara del primer boludo que anda cerca para pagar la cuenta. De esa forma el pretencioso, soberbio e ignorante ha tenido que soportar una noche entera sin acceder al brebaje, preparado éste para la digestión del comensal (hipertensos afuera) y no para ser mezclado con un baluarte del imperio (frase tomada prestada de un ruso). Los excesos de estos días han llevado a algunos a soportar la prueba, un vaso pequeño conteniendo el líquido negro que sabe a hierbas detonando en la oscuridad antes de la siesta.

II

 

Verde, sombra, el sol oculto entre el follaje, el can que aguarda en un extremo del pedazo de océano, la enredadera con todo su esplendor, la infaltable fila de hormigas, el agua desalojada por un cuerpo azotado, las aspas en el cielo y en la tierra, la siesta al fresco, la noche, las historias, esa reunión de ayer en el infierno, los viajeros que regresan ilesos, los títeres anunciando la misma obra, los adoquines, diagonales y placas, el vínculo entre Manuelita y La Plata, las cargadas a los de la contra, el 7 a 0, el barrio Tripero, el León que le ruge al Lobo, el café omnipresente, el supermercado que debe ser chino o no es tal (se permite el estereotipo), la mezcla de líquidos con el agregado de hielo, la picada y las risas.

 

III

 

Cerca de las 17 horas partimos rumbo a la estación que da a la plaza, el calor se sentía agobiante. Dentro el oasis invita a desembolsar la ofrenda, e, infierno para los que no pueden comprar un cacho de cielo. Llegados Ale y Fer comenzó el viejo método de comunicación, sin estar con la mente raptada por una pantalla. También llegaron los relámpagos, las gruesas nubes y el granizo acompañando a la lluvia. Parte del fuego se calmó entrada la noche, nuestra conversación giró en torno al universo ya que nos poníamos al día. La despedida temporal fue con premura dado el pedido recibido, siendo sorprendidos por otro aguacero mientras cumplíamos la misión.

 

IV

 

El sujeto de esta historia apenas podía estar en pie dados los pocos meses que tenía, ahora duerme en la parte trasera del vehículo que lo lleva a tomar otro navío rumbo a la ciudad oculta en la bruma. En el medio damos un paseo los cinco hasta que la lluvia nos obliga a huir, la flaca me tira la bronca por no haber reclamado la fotografía. Por ello la siguiente vez será distinto, él vuelto en el guía que nos saca del laberinto. De los adoquines a la sarrasón que ya conozco, deambulando por calles tan familiares como una paramnesia. La torre emite una pulsación a través de sus luces rojas, el faro dando la bienvenida al navegante cuya sangre lo identifica como parte de la historia. Tinta azul de las letras.

 


sábado

Perséfone

La dama ha regresado quitándose el pesado manto del invierno, aunque este en un último ataque de ira azota al mundo con la ventisca que se torna gotas de rocío desatando el infierno verde sobre la superficie. Los nidos se poblarán de trinos nuevos a la vez que el sol se suelta compensando al mundo por la larga jornada de la espera, la marea glauca emerge como una bestia de las profundidades y reclama su lugar en el patio. Vendrán las tardes largas acompañadas de los gritos de los niños persiguiendo a aquel balón errante y las máquinas que hacen retroceder a la hierba que toma impulso desde la oscuridad de los terrones. Y Hades dormirá sabiendo que su cama está vacía, no así sus arcas a las que siempre refrescan las almas nuevas. 

viernes

Escritos nuevos II

 I

La hemos pasado genial, con algunas ausencias, pero lo importante es la reunión. La atmosfera generada por las voces al unísono, los carbones que corean la ocasión espantando a las nubes. Cargamos aquello que amamos con nosotros, fuimos a través del camino en busca de esas provisiones sin que importaran los atascos de los demás. Nos sentamos cerca del metal ardiendo, las historias se han puesto al día dejando a un costado el año de cárcel. Se esfumó con las columnas grises que entibiaron el cielo atrayendo al sol, aburrido de esperar que el telón se suba para recitar sus odas. Nuestro sueño fue breve para continuar en la noche.          

II

Bajo el farol entrando el concierto de estrellas, dentro los comensales cantaron recibiendo el coro de los caninos en una puesta en escena que no quedó clara. Habían transcurrido un puñado de años, incluido uno que nos fue robado, borrado de la existencia pero sin devolvernos el esfuerzo. Las copas chocaron al igual que campanazos llenándose de risas y anécdotas la velada. La bruma dijo presente para que nuestros sueños queden ocultos, pequeño sacudón incluido el cesto en la otra vereda. Antes de dormir el huargo recorrió el patio intentando hallar los motivos de la ausencia, retornando al refugio para que sus pensamientos se unan a los nuestros hasta que la llave gire dos veces. Ahí casi deja en el piso al sujeto que lo liberó. 

III

Vino Gonza trayendo a su María con varios agregados, el calor de las 16 horas no nos iba a detener en nuestro propósito. El mate para después de las seis, por ahora la sed de la contienda debe ser saciada desde atrás de un monitor. Nada de adornos caros, para qué si nuestro nivel es él de aquellos que quieren pasar el rato compartiendo eso que los vincula habiéndolo ignorado pese a estar muy cerca durante unos años. Incluso esa música registrada al realizar un asado recordó a otras personas allá en MDQ, hasta que la pregunta fue hecha y pudo trazar un paralelismo. La imagen en la pantalla de bienvenida le confirmó que detrás de esta máscara hay otra máscara. 

IV

Tu vientre crece, aguardas a que alguien se percate de las dos existencias con ese bidón en la mano. Ya falta poco para pegarle el grito al mundo en la cara, dándote éste la bienvenida a la jungla llamada Paraíso con todas sus maravillas y las cuotas obligatorias de horrores. Para compensan las ausencias son necesarios los sacrificios, la flor no se va a quedar en el cantero sino que buscará alcanzar al sol que no se dio cuenta de su presencia. Hasta que le toca la espalda para luego esconderse, el perpetrador pasa desapercibido entre tantos conflictos humanos. En las grietas del asfalto y el cemento crece aquella que ha de sacudir al mundo.


 

"La interminable batalla está lista".




 

martes

Tinta en la sangre

El hombre cargó sus bártulos en un viejo carro cuyo caballo se había ido en la hambruna, dejando atrás las cenizas del hogar y alejándose de la civilización que lo veía como a un loco, siguiendo el curso de la ría para otear a los venados escondidos entre los pastizales rematados por alguna tala vigía de aquellos humedales. Encontró su destino en unas casuchas derruidas en las que se instaló sacando su escaso equipaje y ocupando una destartalada mesa con un montón de cuadernos viejos en los que escribiría el capítulo final. Arrojó un improvisado cebo en las aguas de aquella corriente siendo recompensado de vez en cuando con alguna presa que ensartó entre alambres quemando los restos de las edificaciones abandonadas luego de la crecida, bajo el ardiente sol sus labios se volvieron como un papiro entrado en los eones del olvido. Bebió el agua de la lluvia que se amontonaba en un tonel herrumbrado continuando con la labor de escribir aquellas páginas hasta que su propio cuerpo fueron los versos uniéndose con el papel y el líquido azul vertido en él, quedando las páginas amontonadas a las que el viento da vuelta mientras la marea sube a comerse el muro un poco más desde donde los pescadores aguardan su recompensa. 




lunes

WARCRAFT II (2002 - 2003) ¡POR LA HORDA!, CAPÍTULO 3

 


El Actua Soccer 3 de Gremlin Interactive fue y es el videojuego de fútbol más completo que haya salido alguna vez, la verdad viendo la competencia de las dos marcas que han quedado dando vueltas tras la gloriosa era de los arcades y las versiones de consolas todo lo viejo me sonará siempre distinto a la basura de las cajas de botín, el club de cada versión, las publicidades, los botines, ¿pero qué carajo es esto, un simulador de fútbol o un desfile de pelotudos? Modas, insoportablemente humanas y estúpidas, como la materia fecal que atrae a las moscas siendo millones de ellas (la mierda es mierda, jugadores). Cambiarán los envoltorios, surgirán las versiones en HD, las remakes que ya suenan a comida recalentada de rotisería y cualquier invento que les dé un centavo más a los saqueadores de billeteras. Si el consumidor tomara un poco de conciencia se terminarían todas las porquerías teniendo que sacar productos bien pulidos y dejando de lado la basura del free to play (otra enfermedad más). Pues bien, el AS3 de pronto fue dejado de lado para que en la compactera entrara un disco cuya caratula mostraba a un orco y un humano enfrentados. Más bien eran un trol y un marinero, pero nadie está mirando en detalle, siendo el primero un sujeto que se dedicaba a rebanar cabezas en lugar de andar comentando tonterías en los foros de la red (aparte que no había tal recurso, lo que resultaba mucho mejor). Así el Warcraft II fue instalado por Xavi, perdiendo dicho individuo la noción del tiempo y del espacio, ni siquiera notó a su amigo que masticaba grisines como un caballo mordiendo un cardo para inmediatamente bajar la acumulación de la masa con un trago largo de agua. Dicho espectáculo duró hasta que cayó cierto orangután que procedió a desalojar la habitación de arqueros elfos, señales de ataque y jurar que volaría el causante de tal irritación junto con el juego. Aunque nunca ocurrió tal cosa, los comentarios descalificadores de parte del fanático del fulbito fueron rápidamente dejados de lado cuando al retornar JO de sus estudios nocturnos encontró a Fiori jugando la campaña de la Alianza. Dado que ya no es Azeroth sólo sino los demás reinos que componen el mundo homónimo unidos contra un enemigo común: la Horda de los Orcos, Trols y Ogros, de ahora en más la Horda dado que cualquier referencia tiene que ser contundente como un hacha (además los Humanos apestan así que ya he dicho todo sobre cuál es mi facción favorita, dejando de lado a la abominación posterior a W3). Acá hemos venido a escribir sobre RTS así que cualquier referencia a porquerías de pago mensual, monturas, armas, cambios de facción, no tienen lugar más allá de enumerarlas para poder despotricar de lo lindo y así hacer una catarsis literaria. Pues bien, me encontré metiéndole tiempo al Warcraft II como antaño habría hecho con las máquinas de arcadia, dejando cada vez más de lado cualquier sistema que no fuera la PCMR (PC Master Race) y que se jodan todos los que no hayan descubierto la belleza brutal del mejor comando jamás creado: el ratón y el teclado (¿joystick dice usted, qué es eso?). Ya habíamos probado en aquel año 2000 el Duke Nukem 3D (hasta el código dnstuff proporcionado por Yisus mediante la revista Micromanía), los emuladores ZSNES y KGEN, pero nada era como la segunda parte de la ahora sí saga de la Ventisca. Los movimientos de las unidades eran más fluidos, podíamos llevar con sólo el ratón a nueve unidades al ataque (aunque creo que la posibilidad de usar la tecla CTRL junto con algún número de la parte superior del teclado vino tras Starcraft), teníamos unidades de agua (es cierto, menos que en AoE que para ese momento ya poseía a Age of Kings en el mercado) pero constituía  un avance considerable además de tener un editor mucho mejor que aquel que vio el primer título a finales de su tiempo de vida (aunque los juegos no mueren dado que no tienen presencia física como los demás seres vivos y mucho menos con las descargas digitales de ahora) aparte de la ampliación de la historia y las cinemáticas que nos volaban la cabeza (el 4K ya saben dónde se lo pueden guardar). Todo en apenas un disco de medio giga que rendía sus frutos enormemente dándonos horas de juego, sin contar los escenarios en los que apenas teníamos un puñado de unidades al comienzo o únicamente los héroes: Grom Hellscream aparece en la expansión de Tides of Darkness: Beyond The Dark Portal con una frase eterna: ¡Bienvenido a mi pesadilla! Mi reticencia a dejar el juego duró unos cuatro años, para ese entonces varios de mis compañeros de pensión se habían ido dado que la vida es así y seguí jugando en honor al más grande de los maestros que tuve: así que si mato aldeanos, mando a los enanos del DSD al muere o rompo el Portal Oscuro sólo con soldados rasos, la culpa la tiene Javier Omar. Hace un puñado de años un amigo me contó que había adquirido una copia de esta versión de la serie en la Feria Ciruja, aunque diversas circunstancias impidieron que accediera a la misma hasta pasado un tiempo bastante largo. Pero aquello que tarda en llegar sabe mejor así que gracias, Saga, dado que esto es uno de los pequeños obsequios que la vida me ha hecho más allá de nuestra amistad. Pasando la página del comienzo del milenio, ya la Odisea del Espacio fue concretada, hemos dejado atrás diciembre del 2001 y el caos que imperaba en la sociedad argentina sumergiéndonos más y más en las fosas abisales como nación. Pero no todo está perdido, aún en medio de tanto anarquismo de reparto del poder para que un puntano caído del cielo cobre una jubilación presidencial y aquel que no fue elegido presidente en las urnas llegue como el salvador, es posible que la cultura sobreviva. Ya Warcraft III ha visto la luz después de cuatro años de desarrollo y la cancelación de Lord of the Clans en el medio, aunque la idea de esta última serviría de punto de partida para el comienzo de la tercera entrega. Era el 03/07/2002 cuando la bestia fue soltada, incluso al día de hoy se sigue jugando aunque lejos de la gloria de antaño, pero todavía respirando siendo que ha dado lugar a otra clase de juegos. La Avenida Colón bulle con las personas que van y vienen, la presencia del verano se marca en la medida que los primeros invasores llegan a terminar con la paz (mi paz por supuesto). En el noveno piso que se ubica justo en una esquina puedo observar por primera vez el juego, el irascible Grom se enfrenta a hacha limpia a un montón de elfas de la noche que por supuesto caen intentando defender sus árboles (perdón, ancestros). El guerrero deberá ser resucitado al ser superado por el número de enemigos pero es apenas una demora, nada que el Altar de Tormentas no solucione. Y pensar que ahí se entrenaban los ogros, así como las runas que no servían para predecir el futuro sino para detonarlo. La primera visión del RTS más relevante que he jugado no me termina de convencer, como tampoco lo hará el rostro desquiciado de Arthas que observa la peatonal desde el lateral del kiosco allí apostado. Aún mi interés por la estrategia tiene que ser puesto a prueba, hacen falta ciertos elementos que no están a la vista así que sigo volviendo a los juegos de fútbol en la soledad de la torre. Mi compañero se larga los fines de semana de manera que hay un silencio únicamente interrumpido por las canciones de heavy metal que surgen del Pentium 233 MMX y el año discurre hacia las fiestas que me llevarán de vuelta a casa. Un año más tarde sucederá lo impensado, una cena de viernes se vuelve en un momento de descubrimiento dado que mientras mis anfitriones duermen la película concluye con Boromir cayendo en combate. No es un orco, sino el hijo del senescal de Gondor que se redime al final, la comunidad del anillo se desbanda tomando rumbos bien distintos. Pero hay dos que siguen con la misión impostergable, la que nadie más puede realizar y así con tal determinación hago sonar el timbre del departamento bien temprano como el cuerno de la Ciudad Blanca llamando a la batalla. Acabo de volverme fanático de Tolkien habiéndolo pasado de largo en los años previos, el domingo adquiriré El Silmarillion en una tienda cuyos libros se apilan demostrando el paso del tiempo y la inmortalidad alcanzada en el regalo de Cadmo a Harmonía (¿no es cierto, Tesea?). El sábado siguiente le tocará el turno a El Hobbit, mostrando la influencia de Beowulf en el universo del SDLA y allí sufriré un intoxicación producto de los chocolates que vinieron desde Trelew mezclados con dos docenas de mates y por supuesto, el queso de cerdo comprado en el supermercado Toledo de la calle La Rioja. Así transcurrirá la siguiente semana llegando a La comunidad del anillo y quedándome sin fondos (soy estudiante). Así que empeñaré El padrino y Bailando con lobos (ambos lesionados en una disputa con mi hermano luego de dos round en el Mortal Kombat de NES, que jamás fue adaptado a dicho sistema). Llegaré entonces a Las dos torres y siete días después (como los muros que rodean a Gondor) a la conclusión en El retorno del rey. En septiembre del 2003 ha ocurrido todo esto, apenas treinta y cinco días después ya he leído las principales novelas de Tolkien comenzando con la reinstalación de Warcraft II que aguardaba una nueva oportunidad, navegando entre sitios de la Internet que ya había cumplido su primera década comenzando a invadir los espacios que se encontraban vacíos y destruirlos (igual que el conjuro Sabbra Cadabra de Black Sabbath). Miles de mapas se agolparon en un disco de 600 MB comenzando a desandar un camino que se presentaba claro por primera vez. Los versos surgirían de toda esta devastación, del corazón roto en el invierno y de la soledad de los pasillos en donde comenzarían a retumbar las canciones de los Reyes del Metal: Manowar.


viernes

Fragmento del libro El buche

El padre Gervasio observó en las penumbras de la habitación al último rayo del sol que por fin se las tomaba, dado que bastante caliente había estado aquel día no pudiendo asomarse ni siquiera una vez al patio a ver el estado del jardín ya que al entornar la puerta el condenado astro enfocaba el reflector, sobre su cara por lo que esta se encontraba de un tono carmesí. Y el resto del cuerpo blanco, de idéntico tono a los turistas de la segunda quincena de febrero que venían a aprovechar la resaca del verano a alguna de las locaciones de la costa atlántica. A Trigales lo pasaban de largo aunque siempre algún extraviado caía preguntando por la playa más cercana y las respuestas diversas que recibía, entre ellas de por qué no se alistaba en la marina para irse a avistar nuevas tierras, hacían que confundidos se apostaran ahí cerca en alguna fonda o pulpería devenida en alojamiento que nunca faltaba. Así fue muy conocido el caso de un habitante de la ciudad que en la locura de llegar al mar, confundió cualquier espejo de agua con aquella obra magistral de la naturaleza (aunque su acceso se le antojaba demasiado salado al sacerdote) y recitó frente a una docena de vacas, ocho ovejas y varios teros una frase que resuena todavía en el tiempo: ¡Thalassa, thalassa! Enseguida llegó la furgoneta de sanidad y procedió a llevarse a aquel sujeto al nosocomio más cercano, aunque se quedó mirando por la ventanilla la costa que se le alejaba cada vez más. Los rumores dicen que el individuo en cuestión se encuentra maquinando planes en el Neuropsiquiátrico Muñoz bajo la atenta mirada de un médico conocido como Alejandro el Grande, que suele dejarlo todo para irse a beber un café en la esquina siendo abordado por un sujeto sumamente molesto y cargoso. En fin, el cura se encontraba resignado en aquella habitación en la que el único ventilador movía el aire caliente tornando en un sauna la pieza pero bien sabía él de las pruebas impuestas así que soportaba estoico. La toga le recubría la cintura mientras sentía al mundo derretirse a partir de su cuello, imaginando que algún desgraciado al otro lado de la pared se encontraba subiéndole la temperatura a este baño del cual se negaba a salir. Y entonces una sombra se proyectó sobre el ceño fruncido, ahogándole el grito ante la bocanada de aquel vaho que se le atascó en la garganta.

—Mario, ¿qué carajo hacés acá?

—¿Cómo qué hago?, si nunca me fui y blandió ante la cara estupefacta de su interlocutor un vaso a medio llenar con los hielos desapareciendo en tiempo récord.

—Ya veo, hace dos días me contaste el cuento del tío y te tomaste el borgoña, el malbec y hasta el agua que le pongo al perro. De cómo combatir a las hormigas nada, ni señales del método que conocés como si fuera un tabú.

—Disfruto mucho de nuestras charlas, en especial si vienen acompañadas de una buena bebida.

—Ya veo, ¿cómo entraste a esta habitación si tengo yo la única llave?

—Ah, nunca me fui.

—¿Y el juzgado?, ¿y tus obligaciones?

—Pueden esperar, aparte el único que viene todos los días es el abogado German Malamorte.

—Ah, la esposa viene seguido a confesarse por él y por ella. Además de todos los clientes que tiene.

—¿Y qué cuenta la contadora?

—Secreto de confesión.

—Pero che, yo te informo sobre los pormenores de los expedientes que manejo y vos no largás prenda.

—Sos abogado en el fondo, ¿recordás?

Alighieri miró el vaso ya vacío y agachándose sacó de debajo del banco una conservadora repleta de hielo.

—¿Te sentís cómo en tu casa?

—Sí, además el hielo me ayuda a pensar.

— Las copas dirás.

—También.

Ambos hombres se quedan en silencio, sus rostros se desdibujan en aquella niebla que no cede aunque afuera hace menos calor que ahí adentro y tal es así que los santos en la cocina se trasladan a la plaza que yace vacía. Salvo por el Tero que ha estado buscando información en su banco de datos favoritos: él de la siesta.

Adentro el juez de paz y de guerra se dispone a soltarle a su amigo el método mesopotámico para combatir a las hormigas.

 

—Allá a lo lejos, muy atrás en el tiempo y tornando al polvo del desierto en granito que regresa a las rocas yace Babilonia y allí el más sabio de los reyes que alguna vez haya pisado reino alguno (de lo contrario no sería rey, se lo llamaría príncipe, jefe de gobierno, Kaiser, César, Julio César, Julio Iglesias…).

—Ya te entendí Marito, seguí con el relato mejor.

—Seguro Gervasio, decía que era Babilonia y ahí estaba el bueno de Hammurabi con su códice siendo tallado en la roca. No cualquier roca sino una que el especialmente designó a dichos fines, la que debió ser reemplazada en más de una ocasión dado que los andamios de la época se vinieron en banda y aplastaron a más de uno. Al final optaron por esculpir aquellas leyes con la lápida aún encima de los que no habían hecho a tiempo de salir rajando y por supuesto fueron rajados de esta vida.

—Un poco de consideración por esas almas, está bien que seas un desalmado, abogado y juez (no necesariamente en ese orden) pero no es para andar por ahí pisando la memoria de… ¿cómo dijiste se llamaban?

—Babilonia, Ger, Babilonia.

—Ah, sí, Babilonia.

—Pues bien, estaba Hammurabi contemplando su obra y enviando a sus escribas a tomar notas para repartir aquellas reglas a lo largo del reino. Estos partieron como heraldos del gran rey a los rincones más recónditos de la Mesopotamia y que te cuento que se encontraron con un entrerriano de pura casualidad.

—Ajá, ¿ya empezaste a delirar? ¿Te cayó mal el Tempranillo que te bebiste a las 9:35 mientras yo estaba persiguiendo a un convoy de caracoles a paso firme?

—No, por favor. No es ningún delirio dijo Alighieri sorbiendo como aquel que tiene todo el tiempo y la paciencia del mundo en dicho instante. O sea es un borracho perdido. Lo cierto es que un buen amigo mío, que se dedica a la crianza de cabezas de ganado y a actividades similares, se topó una vuelta en sus viajes por Europa con una tablilla de terracota de pura casualidad.

—Sí, ¿se la entregó el mismo Hammurabi?

—No, por favor. Resulta que a él le gusta el trabajo tanto como a mí y así iba de ciudad en ciudad…

—De bar en bar dirás.

—Lo que es lo mismo, conociendo las costumbres del viejo continente y en una de sus tantas partidas de naipes un turco le apostó la misma.

—Ajá, lo que se dice una coincidencia.

—No sé si la ciudad se llamaba así, lo cierto es que aquel extraño sujeto perdió la apuesta y el patrimonio de mi amigo de aquella noche se incrementó a una tablilla.

—O sea que perdió todo lo que apostó antes.

—Exacto, el riesgo merece la pena en contadas ocasiones. Como esta en la que te cuento una historia extraordinaria, disfrutás de mi compañía y yo de este buen vino. Por una cuestión de prioridades me puse al final de la lista.

—Sí, lo noto.

—Pues bien, Luis Alberto se percató de aquella reliquia al volver a la Argentina y ahí empieza el tema.

—¿Quién?

—Mi amigo, se llama Luis Alberto pero le decimos Negrito.

—Claro.

—No, es al contrario.

—¿Y, habló con Hammurabi en persona?

—No, por supuesto que no. Ya estaba en peregrinación a verlo a Marduk cuando esto ocurrió. Lo cierto es que Luis Alberto leyó aquel documento que era un mensaje de un tiempo distinto, de una cultura lejana y traído al corazón de América por un manotazo del destino que juega a las cartas con las vidas de los demás.

—Qué poeta che.

—Por supuesto, de tantos casos uno aprende algo. Sigo con la historia, Luisito detectó enseguida que el mensaje era importante y se fue a ver a un experto al otro lado del charco.

—¿Volvió a Constantinopla?

—No conozco dicha ciudad, ¿me la recomendás?

—Sólo se puede llegar montando en un proyectil turco.

—Sí, la historia que me contás la debe haber escrito el Barón Münchhausen.

No lo conozco, ¿jugó con el Kaiser?

—No, con Julio César.

—Ah, por eso no me sonaba.

—Pero seguí che, cruzó el charco y…

—Fue a Uruguay a ver a otro amigo que se especializaba en escritura antigua. Raimundo Caseres y Tempestades.

—¿Le dio el pronóstico del tiempo al menos?

—No, mucho mejor.

—¿Le tiró la suerte leyendo las líneas de las manos?

—No.

—¿Le dijo cuándo se acaba el mundo?

—No, le expresó que no entendía un joraca qué decía en las tablillas y que seguro era una imitación comprada en un bazar de poca monta. O un rallador antiguo.

—Yo pensé lo mismo, también podía ser el teléfono de algún extraterrestre o del mismo Marduk. A lo mejor lo atendió su secretario, viste que las divinidades suelen estar ocupadas.

—Qué poca fe che. Luis Alberto no se iba a volver de la Banda Oriental sin respuestas y así es como terminó en Canelones.

—Buen provecho.

—Igualmente soltó Mario, probando la pasta que preparó el sacerdote. Allá en las tierras de Canelones contactó al erudito local, Javier Omar Valenciano al que encontró casando mariposas y simulando la red necesaria.

—Tengo un buen amigo que es especialista en casos de locura, se llama Alejandro y lo apodan “El Magno”.

—Así que aquel sabio charrúa estudió el pedazo de roca dándolo vuelta entre los dedos regordetes y finalmente soltó una respuesta.

—¿Cuarto acolchado para dos?

—“Es un receta para espantar hormigas dadas las recientes invasiones sufridas por las crecidas del Tigris y del Éufrates. Es necesario pescar cuatro peces y enterrar sus cabezas en los puntos cardinales del reino”.

—Fantástico, ¿ya hicieron la telenovela?

—Basta Gervasio, tu falta de fe no concuerda con tu profesión.

—No es una profesión, es un hábito y tan viejo como el mundo.

—Fueron los romanos.

—Pensé que dijiste Babilonia.

—No, los romanos dieron lugar a las dos profesiones que nos unen: vos cura y yo cuervo.

—Estos romanos, no tenían nada que hacer. Miralo a San Expedito, vestido de soldado.

—En fin, la famosa tablilla contenía las instrucciones para espantar a las hormigas y ese es mi consejo para vos.

—¿Cuál? Hace días que espero uno y obtengo más respuestas de las plagas que afectan a mi jardín que de vos.

—A veces sos pesimista Gervasio.

—Sí y en otras tantas ocasiones prestamista dado que te presto el vino, la litera para dormirte una siesta, los canelones, el whisky, etc., etc., etc.

—¿Tenés más vino che?