sábado

Primeras páginas de Omnes Me

 


Una mole que resuma burocracia, las ovejas que se apartan del rebaño de los domesticados deben ser homogeneizadas y retornadas a las vías en las que la sociedad aguarda un comportamiento acorde a las exigencias: nacer, estudiar sin chistar y trabajar con la cabeza gacha. Al traspasar la puerta, la única entrada y salida ya que las ventanas presentan gruesos barrotes despintados, uno se vuelve en parte del unísono no distinguiéndose de los demás excepto por el uniforme blanco que genera pavor en su neutralidad. Los internos conservan los restos de su vida en el mundo encadenado, sujetados a las paredes del monstruo de cemento por la prisión de su mente en la que el único guía conserva algo de cordura para poder sacarlos del laberinto. Las prendas los distinguen entre sí aunque no hay diferencias al estar dentro de los muros en donde los gritos del silencio son acallados, el golpe de la frente sobre el pedazo de pared descubierto resuena como un trance hasta que alguno de los enfermeros acomoda al paciente en un sitio mullido y lo deja en el cuarto brillante reducido a un bollo humano en una esquina. El médico atraviesa los corredores en un crepúsculo cuyas sombras comienzan a agitarse preocupadas por no poder atraparlo en la red, de hecho ya consiguieron que otros se les unan pero éste parece mantener la mente a salvo y oculta en profundidades abisales. Abre la puerta interior de su celda amoblada con un pequeño escritorio, deja salir el vaho del encierro y enciende el primero de los cilindros cuya columna de humo se pierde en el cielo. Este se ha puesto su vestido gris anunciando la inminencia de la lluvia que volverá al otoño en un heraldo del invierno, no hay hojas en los árboles de las calles ni movimiento alguno excepto las ramas clamando piedad a su dios que yace ausente y no ha dado parte de enfermo. Cierra aquel hueco en la pared para decidirse a visitar a los reclusos, cruzándose con dos enfermeras cuyos rostros son desdibujados por la noche instalada eternamente entre los corredores mal iluminados. Se ajusta el botón de su guardapolvo dejando fuera las manos para poder calentarse en la única estufa que funciona, justo en la entrada a la sala en la que los internos se pasean sin rumbo fijo y se topa con su ayudante. El joven practicante tiene los ojos rojos del mal sueño, resaltando esto aún más la tez pálida en la que se han dibujado profundas marcas una vez que uno ha visto el abismo demasiado tiempo y no se apartó lo suficientemente rápido. Nota Alex entonces una especie de temblor que bien podría ser del frío calando hasta los huesos o en el peor de los casos la insoslayable verdad de que la demencia tiene una víctima nueva. Nadie está absolutamente cuerdo para el galeno, ni siquiera los que piensan que son normales que dejan escapar alguna que otra muestra de neurosis en la ansiedad por parecer lo más saludables entre café y café. El elemento que acompaña en su soledad al profesional cuyas teorías son puestas a prueba en cada jornada y descubre que no están equivocadas, sin querer pecar de soberbio.

 

El monstruo de cemento encerraba a aquellos cuyas mentes estaban perdidas en un limbo obligando a sus defensas a tratar de controlar la situación, las paredes blancas transpiraban humedad que se mostraba aquí y allá con el descascaramiento de los muros. Las sombras no obstante permitían esconder el resto del paisaje ajado que pasaba por supuesto las inspecciones, después de todo era suficiente con tener a cada uno en su celda y listo. La sociedad, suficientemente descarriada, no se podía permitir que aquellos extraños seres tomaran las calles y volvieran su locura en la norma acatada por los demás como la nueva costumbre. Sin embargo, no todos los desequilibrados estaban contenidos en aquel asilo siendo que la mayoría andaba codeándose con el sol en la superficie bastando que probaran su adhesión al sistema con el diezmo tributario y electoral. Eran ciudadanos modelos aquellos que en filas semejantes a una horda acudían cada uno de los días designados a romperse el lomo en un cuarto oscuro, en el mejor de los casos y en el peor bajo una helada asesina que no perdonaba a los desamparados. El grupo reducido, pese a que éramos todos uno sólo, se dedicaba a deambular entre los recovecos de la mente vuelta concreto congregándose en la sala general contigua a la sala de servicio poblada de sillas de diferentes orígenes. Vestían los pacientes de diversas formas si bien el sitio tenía la facultad de convertirlos a todos en parte de una masa, una especie de síntoma de la enfermedad que en silencio los invadía y llegaba arrastrarlos a un lugar sin cerrojos ni barras de metal. No hay salidas excepto que uno pueda fabricarla pero ello parece improbable dado que el carcelero es también el prisionero y se anulan mutuamente. Para esto se encontraba allí aquel que mantenía su razón fuera del alcance de las desviaciones, semejante a una roca sobresaliendo de la inmensidad del océano que se tragó al resto de la isla con los durmientes incluidos. Descendía a las profundidades cual Sigfrido en búsqueda de la guarida de su presa, sabiendo que se podía volver en parte de la hueste retenida en el recinto si se descuidaba demasiado. Un hilo conductor le permitía saber dónde se hallaba en las penumbras de la mente, regresando la guía a la maraña propia y registrando el suceso en una agenda roja que mantenía el color en este universo de confusiones. Contemplaría durante su recreo al enorme fresno en el centro del único patio que el edificio presentaba, dejando escapar a sus náufragos en naves amarillas que se desvanecían en el horizonte. La colilla fue aplastada sin contemplación pasando a integrar la lista de pérdidas en el peregrinaje a los avernos del alma, sabiendo que su guardia concluiría al fin para buscar calor en su pequeño hogar.

 

A sus 12 años, 3 meses y 2 días, conoció el Templo y la razón por la cual había nacido con la azul y oro en la sangre. Los demás por supuesto podían hacerse hinchas de ciertos equipos, todos los otros, pero de este se nace y así será hasta el fin de los tiempos en los que el balón se pinche para ya no perforar red alguna. Estaba detrás del arco de La Bombonera observando el encuentro entre el local y Banfield, que inauguraba aquel torneo de 1974 con un rotundo triunfo para el Xeneize (por si faltaba mencionar que hay varios vinculados a este tema que son sus hinchas). La crónica de la época dirá que Marcelo Trobbiani en dos ocasiones, Carlos María García Cambón y Miguel Alberto Nicolau de tiro libre, sellarían la paliza de parte de los de La Ribera. El tiro libre precisamente del último de los mencionados arruinaría al pobre arquero del visitante, que resultaba ser Ricardo Antonio La Volpe y que cuatro años más tarde llevaría la dorsal 13 en el Mundial de Argentina. Como todo lo que ocurrió en los años setenta lleva una marca oscura esta no podía ser la excepción, ya que el campeón sería San Lorenzo de Almagro en un campeonato con treinta y seis equipos. Es anecdótico el resultado en sí, pero es traído a este racconto debido a que todo está unido por un hilo invisible en él que necesariamente el personaje debe formarse a partir de aquello que vive. Únicamente así se puede trascender hacia más allá de los límites para lograr cierto tipo de equilibrio, negar el resto de los acontecimientos tornaría la descripción selectiva y parcial, una abominación que no puede tener cabida entre las líneas que resultan al contar una historia. El joven Alex no dejaría de ir a la cancha en cuanta oportunidad tuviera, con su abuelo y su padre que lo precedieron en el nacimiento del sol y el cielo justo antes de que aparecieran un montón de advenedizos a reclamar una gloria que ya fue Bostera pero deben denostar dicha situación manifestando que son lo más grande.  Lejos no obstante de dicha realidad, con versiones que son modas y un montón de aprovechadores que salen a gritar campeones en medio de una helada que anuncia su llegada. La escena del principio es a todo color, a diferencia de la monstruosidad descripta al comienzo que debe ser pensada en blanco y negro dado que no le cabe un tono mejor. Si le resta alguna duda vendrá el recuerdo del compañero de saga de Nicolau, llamado Rogel, a deshacerse de lo que quede una vez que hayan sido recibidos por el primero que se ocupaba de cortar el asunto por lo sano. No menos que ser atrapado por una soberbia patada de Pernía con pisotón y escupitazo que ameritan la expulsión, eso se gana por no ser de Boca. Los contrarios descubrirían que uno de los suyos yacía desparramado, un tres seguro, exigiendo explicaciones pero la respuesta era siempre la misma:

—Acá no pasó nada.

 

Al director del neuropsiquiátrico Muñoz le gustaba tener todo en orden, incluidas las entrevistas con los posibles profesionales a los que mandarían en expedición a las mentes de los demás y olvidando de hecho la propia. Abría la puerta de su despacho a las 8:10 de la mañana una vez que el café terminaba de realizar el milagro, quitarle la almohada del rostro que lo llamaba a seguir en el mundo de Morfeo con todas sus maravillas y espantos. Precisamente una de dichas manifestaciones se hizo carne, al observar el pasillo que creía vacío, en la figura de Alex al que ya había visto demasiadas veces. Lo atajó un día mientras huía a almorzar en un restaurante que se hallaba a dos cuadras del hospital, lo interceptó al encontrarse reunido con otros médicos en el colegio de psicólogos y casi lo termina echando al toparse con él un día de compras con su señora (mas en este caso lo terminó sacando del bodrio que suponía ver una vidriera tras otras en clara señal de que nada de aquello podía ser adquirido y ya). El directivo movió la cabeza en tanto entornaba los ojos sintiendo aún en sus fosas nasales el aroma de la sustancia negra que lo mantenía atado a una madera en medio de tanta vorágine, aspiró hondo dos veces y dejó entrar al postulante en lo que ya consideraba era la mañana completa. Conocía perfectamente los planes que tenía a la vista pero hasta el momento había preferido centrarse en otras cuestiones, siendo que lo contrario implicaba desarrollar una labor ardua y la verdad estaba demasiado tranquilo con el puesto que no le presentaba mayores retos a la vista. Excepto, claro está, aquel joven sujeto que portaba sendas cadenitas en el cuello y en su muñeca derecha, lo que siempre le llamaba la atención al ser una persona conservadora. No dejó que su interlocutor abriera la boca, apenas hubo un apretón de manos y la cuestión quedó zanjada.

—El puesto es suyo, empieza mañana a las 6:00 horas y no quiere saber de usted de nuevo antes de las diez de la mañana.

La sonrisa de Alex fue todo lo que vio, abandonado el despacho para que el jefe se derrumbara en su sillón pensando en la lejanía del fin de semana y lo fría que estaba aquella habitación cuyo único consuelo yacía tan helado en una jarra manchada por la borra.

—¿En qué estaba pensando? ¿Cómo se me ocurre meterme en un lío así? Mejor lo llamo y le digo que me arrepentí o alguna otra excusa barata.

Se asomó nuevamente al pasillo para hallar la sala atestada de sus citas, a la secretaria haciendo que trabajaba y la verdad se le fueron las ganas de ver por dónde se había ido aquel invasor dado que únicamente conocía el camino a su reducto.

 

La tarde del sábado le dio un respiro a la ciudad de Mar del Plata con un abrazo del sol al final que jugaba a saltar por la Peatonal San Martín y la calle Belgrano, encandilando a los transeúntes que iban con dirección a Independencia con sus ojos únicamente asomados al frío. La librería renovada los recibió en una esquina, el viejo local sirve para cuestiones administrativas con su hermoso patio siendo vejado por los elementos y el café de la esquina de enfrente mirando sin preocupación alguna. Alzó el tomo de Foucault con su tapa negra rematada con letras rojas, las cadenas estaban más fuertes que nunca en la portada. Le recordó a momentos lejanos, a los ojos siempre alertas de las instituciones totales con sus casilleros bien delimitados situación esta que se repetía en el trabajo, la prisión y la escuela. El neuropsiquiátrico era apenas uno de los casos que podía dar como ejemplo de las teorías a las que un mero dibujo lo remitían, pese a que en una época las internas que no presentaban deterioro en el rostro (que demostraran la existencia de una enfermedad) habían logrado simplemente largarse sin oposición alguna. Enseguida el panóptico que dormía en los albores de la década del noventa envío a su fuerza represiva a devolver al corral a aquellos que ocupados en realizar desmanes fueron arrastrados a la sombra, uno puede elegir el sitio en el que dejar la mayor parte de sus energías en forma voluntaria (por la fuerza) o bien por la fuerza. Dejaron el calor de los anaqueles regresando a las primeras penumbras del crepúsculo encontrándose con la diagonal en la que los artesanos empezaban a desmontar sus puestos, una estatua de lucha grecorromana mostrando el sometimiento y Cristo cruzando descalzo la calle con la temperatura lo suficientemente baja para que no pase desapercibido. Pese a esto la mayoría no miraba a la figura desgarbada dirigiéndose a la oscuridad que surgía detrás de los pasos de aquellos que buscamos cobijo del viento impiadoso, una atmosfera tibia nos recibió al meternos en aquel bar en la unión de las dos avenidas. El hecho no pasó desapercibido para el viejo psicólogo aunque después la conversación se fue hacia niveles diferentes, la noche nos envolvió al emprender la vuelta al refugio en él que la piba a cargo de la recepción le preguntó con un total descaro si la palabra zurda va con S. La anécdota anduvo dando vuelta con los viajeros pidiendo ser incluida en una esquela por lo menos, la que será soltada en la próxima primavera una vez que desaloje la pila de notas inútiles que se atrincheran sobre el escritorio no queriendo saber nada con el frío que vino a visitar la ciudad.

 

La escuela se encontraba sobre la Avenida Nazca, en el barrio de Flores, siendo uno de los tantos recuerdos que la memoria debe traer a estas páginas dado que si no nos encontraríamos con un sujeto sin orígenes. Es idéntico el caso a dibujar el árbol desde el tronco omitiendo a las raíces, hasta el sol tiene una historia en la que surgió para calentarnos viéndonos desde lejos. El acoso escolar por su parte también se remonta a un punto en la historia, las costumbres traídas desde la casa e impartidas como una instrucción obligatoria se reflejan en determinados actos. En el caso de estudio hay un aula en el Instituto Domingo Faustino Sarmiento, repleta de pequeños alumnos (con todas las luces) observando el dibujo de la maestra en el pizarrón negro cuyas líneas serán blancas para resaltar el contraste. La calma de la clase es interrumpida por las risas producto del comentario de uno de los menores, el objeto de la agresión es uno de los pares que se convierte inmediatamente en blanco de los demás. La denostación del otro tiene diferentes formas, su pensamiento, la manera de vestirse, el club del que es hincha, el hecho de que no sea seguidor de ninguna escuadra, cómo habla, sus rasgos físicos y estos son precisamente los que generan las agresiones en el momento de la historia que se cuenta. En el tiempo actual se registran diversos hechos que son apañados por los encargados de velar por los bajitos, con paños fríos en donde es necesario una intervención mayor y así se justifica la doctrina de desviación. La justificación viene enseguida a proteger al victimario ignorando al desdichado que permanece en un rincón apartado de la manada, aunque en el supuesto presente la cuestión no fue así. Un golpe en la mandíbula dio por tierra con el agresor invirtiendo los roles, ahí hubo una reacción del sistema intentando averiguar los motivos por los qué había ocurrido tal hecho de violencia. La pobre humanidad del agredido se recobraría con un poco de hielo, a su compañero lo sometieron a una intervención quirúrgica para corregir la separación de sus orejas. Antes de poder retomar las lecciones dio las disculpas, quedando zanjada la cuestión a la vez que el año tocaba a su fin para que el verano limpie la memoria. Ello no obstante únicamente implicaría alejarse del evento, pero ciertas sensaciones se agarrarían de los recuerdos para resurgir al recibir una llamada de teléfono que daba cuenta de un suceso similar. No era precisamente en una escuela sino en la calle, unos cincuenta años más tarde, con uno de los dos involucrados que no soportó la amenaza de aquel que dobló mal en aquella esquina y fue estampado en el frío piso de marzo. Las disculpas sirven pero sería mejor no tener que pedirlas, ojalá nunca hubiera sucedido.

 

El 5 de marzo de 1982 ingresó a cumplir con el servicio militar, él mismo que trece años más tarde sería abolido, menos de un mes después estallaba la Guerra de Malvinas y los conscriptos quedarían acuartelados a la espera de ser convocados al frente de batalla. Se encontró en algún momento con el llamado pero éste resultó ser un error más, dado que había solicitado prórroga y de todas formas se lo citaba a servicio, conociendo de parte de su interlocutor el hecho de que en más de una oportunidad se citó a personas fallecidas. Al final tuvo que ir, su padre y su madre quedaron en casa con la angustia en el corazón desde antes de que llegara el 02 de abril del corriente año y muchos ya no volvieran. Una medalla troquelada servía para identificar el cadáver colocándola debajo de la lengua del soldado caído, la otra parte sería entregada a la familia con la manifestación de forma del servicio a la patria y la soledad del cuarto al que el morador ya no regresaría. Tras cincuenta y tres días de estar acuartelado en Campo de Mayo le tocó el traslado al Hospital Militar Central en la calle Luis María Ocampo, Barrio de Belgrano. A dicho sitio regresaban los heridos con los horrores de las batallas y sin poesía alguna que pudiera ser compuesta por un bardo, vio a un soldado con los dos miembros inferiores mutilados, un combatiente que quedó ciego por la explosión de un mortero, otro cuya mano fue arrancada por una granada y los restos mortales de alguien que cabían en una caja un poco más grande que la utilizada para los zapatos. El 19 de junio de 1982 era la fecha señalada para ser llevado a las islas, la convocatoria le hizo entender el significado del pedazo de metal que colgaba de su cuello siempre frío pese a estar debajo del uniforme. Cinco días antes cesó el combate, trece meses después de comenzar la COLIMBA (Correr, Limpiar, Barrer), culminó su periplo habiendo ya entrados en los 21 años y a ocho meses del retorno de la democracia. Una suerte de esperanza de que algo podía cambiar, aunque como ya sabemos el período en cuestión presenta un montón de falencias que comienzan por no admitir las formas crueles de que una persona desaparezca de los registros excepto a la hora de solicitarle el cumplimiento de la carga electoral. Ahí dejan de ser unos NN para convertirse en ciudadanos, con su realidad repleta de pobreza, hacinamiento, desnutrición, deserción, violencia en distintas formas y la ausencia del poder que intenta ser conservado a cualquier precio. Incluso haciendo trampa, poniendo a herederos sin idoneidad alguna y mintiéndole a los habitantes de este suelo que creen aún en la existencia de un Mesías que porta la camiseta de su partido favorito no aceptándose disidencia alguna a menos que el jefe lo permita. Volver en divinidad a la figura de una imagen gris y blanca, es una estupidez.   

 

Seis años antes, en marzo de 1976, la primaria había tocado a su fin y el plan de los egresados era irse de campamento a Tandil, posibilidad que quedó truncada debido a que ninguno de los padres autorizó dicho viaje debido a los hechos ya conocidos de la última dictadura en Argentina. Los egresados planearon entonces una fiesta en la escuela que incluyó la adquisición de cierta máquina de fotografía: Kodak Brownie Fiesta. En los días previos el joven Alex había tenido tiempo de jugar con la máquina (esto es lo que la mayoría de los progenitores piensan) repitiendo los pasos que creía haberle visto realizar a su papá, aunque no tenía absoluta certeza y esto la verdad no le importaba. Ya había quitado la cubierta trasera, rompiendo la banda de escala hasta que el rollo se deslizó en el orificio de la parte inferior del soporte asegurándose de que la película quedara firme. Regresó la carcasa posterior a su lugar deslizando el seguro que impediría se desarme el artefacto, aunque nunca estaba muy seguro de esto, girando la perilla hasta que el número uno estuvo centrado en el visor. Ahí comenzó a tomar algunas muestras: pájaros en los árboles aún con hojas, el asfalto quebrado albergando a un hilo de agua de la lluvia de los días previos en él que las aves bebían, las baldosas de la vereda de diferentes tonos mostrando un poco de la visión del mundo de cada morador en él y la pelota desgastada de tanto usarla en el frontón que lo esperaba en la entrada de casa. Por la noche fueron los cuadros de ese momento, papá y mamá enfundados en sus trajes de gala junto con el resto de la familia, el abuelo que cambiaba el brazo con el que sostenía su cabeza para dormitar dado que su siesta fue interrumpida, sus compañeros con las señas del avance de la pubertad en el rostro y el maestro que tuvo la idea de la salida a las sierras pero el asunto quedó trunco. Era como una postal del calor que restaba entre el frío oscuro que invadió a la sociedad, con la mente puesta en el próximo mundial que era el árbol tapando al resto del bosque dado que la idiosincrasia autorizaba éste tipo de pensamientos. Finalizó el almuerzo con la campana del final que los ponía en la edad difícil, esta en la que hay varios cambios invadiendo al niño que ya deja de serlo y se separa definitivamente de aquellos que lo trajeron al mundo. Ahora es su mundo, su vida que resplandece en la primavera de los 14 años bajo la sombra de los edificios de la urbe y el brillo de la felicidad en los dos faroles. Se han diseminado en el viento como las semillas, buscando puertos nuevos y costas que les permitan sentirse realizados con la plenitud en el pecho sin importar los años. “La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad del tiempo” (Blade Runner).

 

El 02 de junio de 1978 se inició la XI Copa del Mundo de Fútbol, algo inédito en el país dado que anteriormente la habían organizado Uruguay, Brasil y Chile, pero también una forma de tapar las monstruosidades del mal llamado Proceso de Reorganización Nacional. La sociedad por supuesto estaba en otras cuestiones dado que mientras no le tocara a alguno de ellos bien podía la cuestión continuar así, semejante en demasía a acostumbrarse a los hechos de violencia del día a día en las décadas que vinieron y contemplar el asunto con una total indiferencia. La pelota seguía rodando, ocultando los alaridos de las víctimas que dejaban de ser personas para convertirse en desvanecidos cuya identidad era negada y la existencia con ello. Ya la secundaria había comenzado para el futuro galeno, un título que no está escrito pero sin embargo se reserva en algunos casos puntuales para los que no se apartan de su mortalidad a la hora de atender a un paciente. Mientras, el joven se encontraba en la absoluta pavada de la adolescencia navegando en un mar de tonterías y dedicando horas eternas con el grupo de amigos, la pelotita, la piba que le gustaba y la vecina de la misma edad que cruzaba por la otra vereda en el bien sabido camino de casa a la panadería sin apartarse de dicha senda. O esto es lo que creerían los adultos, los de esa época y los de esta, creyendo poder contener a la explosión hormonal con una suerte de conjuro que alertaba de las consecuencias de las relaciones humanas sin considerar su propia historia. Absolutamente todos hemos pasado por lo mismo, las limitaciones impuestas a partir de la crianza deben ser puestas a prueba de la misma forma que un crío arrojando una pelota para descubrir la existencia del espacio. La gravedad hará el resto del trabajo hasta que aquel que se arrastraba ahora se yergue sobre sus dos miembros vacilantes intentando que la charla de los mayores se vea interrumpida por tal acontecimiento. La falta de consideración a dicho evento histórico, hasta Napoleón fue un bebé, hace que pueda experimentar con la existencia del límite. Comenzando por abrir todas las cajoneras a su alcance, irse derecho al primer tomacorriente que encuentre, tirar del tubo del teléfono oyendo el sonido ominoso que emite y la música de las teclas lo que será conocido al venir el choclo en el siguiente mes. Se columpia con sus dos columnas sosteniéndolo hasta que un dedo es aplastado por la hoja de la puerta que se cansó del maltrato, soltando un llanto desgarrador a la vez que cae de rodillas. Ahí viene su madre al auxilio, consolándolo sin saber que esta vida nueva ha descubierto el límite y los riesgos de chocarse con él mismo. El surgimiento del síntoma si lo reprime y la consecuencia en caso de pasarlo por encima, dejando la señal de la curva peligrosa patas para arriba como sus progenitores más adelante al notar que se llevó el automóvil marcando los neumáticos en el asfalto. 

 

“Caso M: la paciente de este registro médico ha manifestado que cree ser la Virgen María y que ha recibido la orden del hijo de Dios de matar a sus hijos a los fines de lograr la salvación del universo, acto que ha llevado a cabo con éxito (hasta lo macabro puede revestir dicha condición). Los síntomas de la paciente son coincidentes con una escisión total de la personalidad en la que la misma escucha voces que le ordenan realizar algún tipo de acto, es decir una esquizofrenia como clase de psicosis. El cuadro en cuestión requiere de control médico permanente, medicación (Halopidol) y no se recomienda para nada la externación del sujeto dado que reviste un peligro para los demás. No reviste características de psicosis catatónica aunque no se descarta el electrochoque, debiendo tener sumo cuidado con el bloqueo de los neurotransmisores cerebrales dado que el estado de delirio en la única forma de comunicarse que tiene con el exterior”.

Alex dejó a un lado el libro rojo en donde había realizado las anotaciones comenzando a tipear el informe en una Olivetti Studio 44 adquirida en un remate de artículos de oficina, siendo que una PC estaba fuera de su órbita económica. Destacó la alteración en el rostro de “M”, quedando marcado en el inconsciente el rostro del policía que acompañó en el traslado a la autora del hecho y que previamente descubrió la escena del crimen. Parecía no estar precisamente en este plano actuando tal vez por algún instinto de deber que lo llevaba a tener que completar cómo sea la labor encomendada, aún a costa de su propia cordura. El profesional vio algunas señales en su cara que denotaban no sólo el cansancio sino las primeras líneas de la ruptura con lo normado, poniendo en tela de juicio todo aquello que le habían enseñado para vivir en sociedad y que se reducía a los pedazos de niñez envueltas en un lago carmesí. Sin dejar de lado a la otra víctima colateral que era el padre de las dos vidas cercenadas, los abuelos, tíos, primos y amigos que simplemente tendrían un agujero en su existencia que nada repararía. La mujer por su parte era inimputable, aunque la verdad esto pasaba a ser una anécdota siendo que no había manera de reparar el daño causado y el médico trataba de mantener en esta dimensión lo que quedaba de un pasado teñido de ausencias. Respiró profundo como cada vez que una situación lo estresaba dejando al bastardo refugiado en su trinchera, yéndose a recorrer los pasillos que ya conocía como a las líneas en sus manos después de los treinta.


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