Ya el líquido no sube desde las entrañas de los tanques que jamás volverán a atronar en el recuerdo de los vehículos escapando rumbo a la feliz, no sin antes evadir los recuerdos de la dejadez en el pavimento que emula a un gruyer. Dentro queda el último de los bastiones, un café servido con las medialunas correspondientes para completar el sueño de los cansados itinerantes que saben que el mar está cada vez más cerca, el sol pega sobre la fachada buscando alguna cara conocida más la mutación es necesaria para que el asunto aún funcione. Emulando a un vigilante del pasado la silueta de los surtidores capea las inclemencias quitándose en ocasiones la herrumbre para soltar la historia que yace almacenada como el último de los tesoros que ha de replicarse en cada uno de los testigos, los que dejando las migas para los pájaros (también de paso por allí) retoman por la Autovía 2 sabiendo que en noventa minutos todo estará decidido (igual que en el fúbol, che).
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