El Hora es hincha de Boca, perdón, fanático hasta la médula y de ahí que su cuarto sea un santuario dedicado al club de sus amores, con estrella incluida en el Templo real allá por el comienzo del siglo cuando las vacas eran todas gordas y la victoria se había mudado a la Ribera. Un escudo corona el cabezal de su lecho sirviéndole de ángel de la guarda al llegar el momento en él que las personas se refugian dado que la noche trae los temores ancestrales, pero en su pequeño mundo interior solamente hay calor equivalente al de una fragua. Aquella jornada más allá en el tiempo mientras el asado comienza a hablar sobre la parrilla y el partido se disputa en Victoria, aunque esta será muy esquiva, tendré un inevitable pensamiento para con él que será un presagio ominoso. El Hora se va en la madrugada, su corazón se detiene y nos rompe una parte del nuestro a los que quedamos por acá sin poder entender la manera en la qué esto ha sucedido un día de la madre. Tocará volver a casa al caer el séptimo día, con la tarde siendo una lágrima y el silencio persiguiendo a las sombras a la vez que algo más que el rocío cae en aquellas penumbras desempolvando el viejo recipiente que fue pintado por aquel que ya no está aquí. Cada vez que los once salten al campo de juego el Jugador Número 12 tendrá tu rostro, a tu recuerdo me remito al cruzar el balón la línea de sentencia.
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