Dubricius
La intolerancia se ha vuelto la
moneda de cambio, más preocupados por los "me disgusta" que por esas
vidas que no llegaron a ser producto de la inoperancia y la desidia, el
culpable enseguida fue hallado una vez que pasó frente al enorme espejo de la
urbe cuyos ladrillos se precipitan como palomas viudas al asfalto, dejando
estampado el instante en el asombro de un transeúnte que olvidará su función de
llevarse estos residuos para depositarlos en alguna urna. Una parecida a
aquella en la que los sueños se ahogan, aunque suene cercana la orilla basta
con unos centímetros de agua para terminar con cualquier ilusión.
Ínterin, los arquitectos siguen consternados por esa veleta que gira en contra
del viento haciendo que los asuntos marchen cuesta abajo destruyendo sus
pretensiones de dioses de carne y hueso.
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