domingo

Los 11 de Valenciano

 PRÓLOGO

 

En el año 2036, un meteoro impactó sobre la República Argentina y produjo la separación de la franja costera de la Provincia de Buenos Aires. Debido a la tormenta de arena que se levantó, los habitantes se habituaron a que este fenómeno se repitiera junto con algún que otro eclipse.

 

El cataclismo generó la aparición de la Liga Atlántica, integrada por equipos de las poblaciones refundadas tras la enorme explosión. Así surgieron las escuadras como Villa Morena, Dragón Verde, Piñamar, Darra, Sportivo Bahía, Deportivo Los Pinos y tantos otros.

 

La pelea por el campeonato se polarizó entre las ciudades de Bahía y la nueva Fala de Plata (antes Mar del Pata), rompiendo cada tanto esa hegemonía la gente de Piñamar. Sin embargo, siempre hay una excepción y esto nos lleva a la mañana previa al partido final del torneo, en un lugar llamado Silos del Sur.

 

I

 

A eso de las nueve de la mañana, la vieja Sworfish comienza a descender sobre la que había sido  la ruta de acceso al pueblo, en lo que antes se conocía como Tres Arroyos. El viejo Javier Omar Valenciano desciende de la nave, ahora pintada de naranja, adquirida en una subasta a unos cazadores de recompensas.

 

Deja el mameluco también anaranjado, el casco en igual tono y carga su vianda, consistente en ravioles con salsa casera, además de unas galletas adquiridas en la Esquina del Tuyú y un pedazo de queso parmesano. El vino en esa ocasión no está permitido, dado que tiene que estar atento para el partido de ese día.

 

El más importante en la historia del Club BN (Blanco y Negro), fundado hace cincuenta años y uno de los pocos sobrevivientes a la gran explosión junto con el Mapache Aullador. Es que llegan al final del campeonato de veinte equipos, tras un año de constantes batallas, punteros con dos de ventaja sobre el Dragón Verde.

Sin embargo, aún deben sortear un último obstáculo en su camino, el siempre difícil Darra FC, equipo duro como pocos.

 

Valenciano llega al Estadio de la Vía, aunque el tren ya no arriba más, sabe que si le quitan la pelota al oponente deberán aprovechar las ocasiones que se les presenten y cuidarse del balón parado. Su ayudante, el belga Scifo, ya tiene todo listo para cuando vengan los integrantes del plantel.

 

Al mediodía las gradas comienzan a ocuparse, incluso alguno ya empezó temprano a preparar el asado y los chorizos, no faltará ese líquido violeta venido del Viñedo Orlando de Gesell, circulando como agua entre los Beodos de la Bosta como se conoce a la hinchada blanquinegra.

 

Valenciano espera que la estrella del equipo, el legendario J. B. Cañones, no llegue tarde al encuentro y para eso designó a su mejor hombre a los fines de vigilarlo de cerca. El Barba Romero, al que apodan el Ruso, emitió un sonido gutural y se alejó detrás del discípulo de Isidoro Cañones.

 

El DT sacó su vieja libreta de almacenero, en donde anotaba todo lo que ocurría en el campo de juego, recordando la derrota 1 a 0 en el Estadio Solá, seis meses atrás. No podían repetir los errores o les iría mal pensó, mientras comenzaba a tomar unos mates en ese viejo recipiente de madera que recibió en un viaje a la República de Creta.

 

Así comenzó la larga y tediosa espera.

 

II

 

Valenciano soñaba, se encontraba solo en medio del campo de juego y tenía que marcar a la horda anaranjada que se le venía encima.

 

Corría desesperado de un lado para otro, aunque nunca llegaba al balón. En eso los rivales desaparecieron, pudo ver el arco de enfrente aunque la distancia era insalvable.

 

Se descubrió portando otra vez los guantes, de un puntapié mandó el balón hacía adelante pero este se esfumó.

 

Contempló el cielo despejado esperando el regreso del esférico, el tiempo pasaba, todo era calma.

 

De pronto algo comenzó a bajar, pero el balón ya no estaba. En su lugar, una enorme roca proyectaba una sombra cada vez más grande.

 

El meteoro caía sin que Valenciano pudiera apartarse, en un gesto desesperado extendió sus brazos hacía arriba y sintió el impacto.

 

Se despertó bruscamente, su vianda estaba esparcida por el suelo. El termo estrellado, el mate desparramado y Alphonse Marie, el nueve del equipo, sonriéndole con su blanca dentadura que resplandecía en el rostro oscuro.

 

Era hora de jugar, el camerunés se alejó llevando el balón que estrelló contra el banco de suplentes.

 

III

 

A poco de comenzado el encuentro, los visitantes hallaron la ventaja y las cosas empezaron a complicarse. La vieja radio Spika les informaba el resultado del cotejo entre Los Pinos y el Dragón Verde, no tan lejos de ahí en la ventosa Neco. El uno a cero se repetía en ambos cotejos, los visitantes llevaban la delantera.

 

Valenciano iba y venía, estaba haciendo un surco para la próxima cosecha. Su línea defensiva integrada por el Gallego González, el Chaco Díaz, Akira Sanada y el Turco Alí, resistía los embates de los artilleros del Darra.

 

El viejo Leoncio Álvarez, arquero experimentado como pocos, hacía todo lo posible para que la ventaja de su rival no se estirara.

 

El portero había trabajado de joven en el ferrocarril, tras el cataclismo se dedicó a vivir de changas y atajar los fines de semana para el club de sus amores. A él, más que nadie, le dolía ver como se les escapaba lentamente el campeonato.

 

Los dos centrales, Díaz y Sanada, eran tipos de pocas palabras (y de muchas patadas). Celebres fueron las disputas entre Sanada, venido de la tierra del sol naciente, y el nueve del equipo en cuanto al hecho de exigir que los rivales se practicaran la rendición del honor o coleccionar sus cráneos. Valenciano les había prohibido esas prácticas, con el argumento de que no eran los vencedores.

 

El Turco Alí había crecido frente a los silos, conducía un viejo camión cerealero hasta el puerto estelar que se encontraba en el límite con Creta.

González jugó en varios equipos, era conocido por sus quites a tiempo y  por sus arremetidas por la banda.

 

En el medio, Romero y Lara trataban de contener el ataque de sus rivales desde el nacimiento de estos. Sin embargo, hasta el momento los jugadores del Darra pasaban como querían.

 

Un poco más arriba, J. B. Cañones, no lograba entrar en partido dado que le gustaba demasiado la noche.

 

Adelante, Fernández e Iván Ban Ban intentaban desbordar para alimentar al número nueve: Alphonse Marie. Éste media casi dos metros, su oscura piel contrastaba con la blanca sonrisa de unos dientes bien alineados. Hasta el momento no lograba recibir un balón limpio.

 

Para colmo de males, la radio anunciaba el segundo gol del Dragón Verde en su visita a Neco.

 

Así terminaría el primer tiempo, Valenciano debería charlar con sus jugadores para dar vuelta las cosas.   

 

IV

 

Alphonse le rezaba a una oscura divinidad de su tierra, parecía por momentos que había entrado en trance. Sanada contemplaba la katana desenvainada y el pequeño tantō  que la complementaba, finalmente se colocó un hachimaki en la frente y esperó que llegara el momento de volver al campo de juego.

 

Apenas se percibía la respiración de los jugadores, Valenciano revisaba las notas de su agenda, Scifo presenciaba ese acto sacramental aguardando que surgiera un milagro de esos garabatos.

 

En eso Romero le aplicó una bofetada en el cuello a Cañones, volando el celular por los aires, yendo a parar cerca del Chaqueño Díaz. Éste contemplo el adminículo por un instante, luego hizo la gran Schiavi. Un pisotón bien puesto sobre el aparato dejando tan sólo pedazos de lo que alguna vez fue un celular.

 

Scifo tomó una escoba y una pala, recogiendo los restos del teléfono para luego arrojarlos en la basura. Cañones miraba atónito, petrificado como casi todo el primer tiempo.

 

En eso un golpe seco se oyó en la puerta, borrando por completo la atmosfera onírica que reinaba en aquel lugar y entonces Valenciano pronunció algo que sonó como una sentencia:

 

— ¡No se la sigan dando a los del Darra porque perdemos!

 

Acto seguido salió al túnel que se presentaba como un enorme camino de penitencias que deberían ser cumplidas hasta alcanzar la luz que se alzaba,  Victoria aguardaba en el otro extremo o el olvido que rodea a aquellos que no pueden tocar la gloria estando tan cerca.

 

A los cinco del segundo tiempo decidió que tenía que sacar a J. B. rápido antes de que siguieran jugando con diez tipos únicamente, pero viendo el banco de suplentes tenía más dudas que certezas atento que la mayoría eran juveniles.

 

En eso estaba cuando vio la trepada de Alí por la banda, los del Darra se habían quedado pidiendo una falta en el borde del área luego de que su número nueve fuera embestido por el expreso del sur conocido simplemente como Locomotora González. Un botín yacía desparramado en un extremo, en el otro el jugador se revolcaba de dolor tocándose el pecho aunque el golpe había sido en el pie. Puro teatro.

 

El Turco Alí arrancó la loca carrera en su posición de lateral, terminando con un centro que Alphonse vio pasar por lo vehemente del envío y acto seguido sobrevino la puteada de Romero debido a que Cañones seguía con los brazos en jarra parado en el verde campo sin moverse.

 

Ahí Valenciano se decidió, llamando a un desconocido suplente que en un par de minutos estuvo listo. El Barba le dio una calurosa despedida con una serie de sonidos guturales a su compañero y lo mandó detrás de la línea de cal con una patada bien puesta.

 

La dorsal del recientemente ingresado rezaba Prometeo, un nombre fuerte pensó el viejo estratega.

 

V

 

Nos dio el fuego, conduciendo a los suyos a ocupar un lugar siempre cerca de la luz alejando a esas tinieblas que desde la creación cubrían al mundo. Ello y el primer paso en formato de estiletazo que dejó mano a mano al de Camerún aunque el que sabía usar las extremidades superiores era el portero contrario.

 

Segundo intento, mismo resultado, la hinchada local empezaba a impacientarse no siendo raro que volaran algunas cosas desde las gradas aunque ninguna llegaba a destino. El árbitro pedía calma desde unos veinte metros más atrás, siempre lejos de la jugada igual que su estado físico.

 

Una nueva trepada de Alí, pase a Lara, este a Prometeo abriendo para Martiniano y centro a la olla para que el delantero sea convertido en sánguche por los centrales generando un balón suelto que manso queda picando en el borde del rectángulo de ese sitio vedado para los contrarios.

 

Ahí llegó Romero dándole al esférico como si fuera una bomba que debía ser sacada rápidamente del estadio aunque salió haciendo patitos, clavándose en ese lugar llamado científicamente ratonera generando el desahogo de la parcialidad en blanco y negro.

Luego los minutos empezaron a irse despacio primero, aprisa un rato después, la radio emitía una serie de sonidos que en el lenguaje de la estática significan la pérdida de toda esperanza producto de no saber el resultado en el otro cotejo.

 

En eso un individuo que se encontraba mostrándole a los de enfrente su colección de restos de pollo bien digeridos, alzó el puño apretado al cielo entonando el himno de todo estadio reducido a un puñado de letras.

 

- ¡Gooooooool, tomen amargos!

 

Los Pinos descontaba en la no tan lejana Necochea, aunque seguía sin alcanzarles a los locales lo que fuera que pasara en otra parte del planeta concentrándose toda la atención en ese teatro en el cual las piezas continuaban siendo movidas como en un tablero.

 

Prometeo tomó el balón similar a sostener en lo alto una tea arrancando desde el mediocampo viendo la manera en la que sus oponentes desaparecían ante la lluvia de piedras, otro fenómeno meteorológico que se hacía presente cada cierto tiempo. Los hinchas de ambos equipos se refugiaron debajo de las gradas, los cuerpos técnicos en los búnkeres desde los que contemplaban con binoculares el transcurrir de la batalla.

 

Los jugadores rivales no cobraban lo suficiente para exponer el pellejo así que se unieron a la hinchada, regresando sin las camisetas, los botines y cualquier otro elemento relacionado con la actividad que no era la principal. Muchos trabajaban en el campo que rodeaba como un océano glauco a esa región alejada del centro del mundo, la llama hizo amanecer en medio de la niebla que se había asentado en el verde terreno surgiendo ante el valiente diez el obstáculo final.

 

Reducido a la nada lo único que quedó fue la malla desprotegida, los guijarros cubriendo el terreno y a los dueños de casa festejando ante los insultos del director técnico contrario que le reclamaba a sus jugadores regresar a la partida, pero él seguía bien lejos del asunto.

 

Cuando la bruma se fue volvieron a estar once contra once, la cuestión 2 a 1 y el tiempo de recupero extendido debido a que el árbitro consideraba un buen justificativo la demora hasta que los del Darra recuperaron la indumentaria. Salvo el arquero que atajó usando un único guante.

  

VI

 

Se vinieron a vengar la ofensa pero con las ganas se quedaron, en una corrida final después de recuperar el esférico nuevamente el portador del fuego eterno empezó a apilar contrarios como si fuera en efecto la luz atrayendo a los insectos, abriendo el juego para el lado opuesto que visiblemente era tierra fértil.

 

La marea de carne y hueso se dio de lleno contra estribor en tanto que a babor otra vez el tren del sur dominaba el balón, un centro quirúrgico a la cabeza de Alphonse que empleando toda su humanidad se elevó como una divinidad oscura metiéndole el frentazo al ángulo viendo en una fracción al portero clavado en el piso.

 

Red, salvación, conquista, la corrida de la victoria a un costado con los once apilándose y el apartado J. B., gritándoles obscenidades desde la tribuna contraria aunque en seguida un botín del Ruso lo sacó de su traición.

 

Tras la epopeya el juez decidió que era mejor terminar el asunto, no hubo premiación debido a la invasión que culminó con el trofeo hurtado y una nueva oleada de piedras obligó a abandonar el tablero verde, con los jugadores del querido club festejando solos dado que las condiciones climáticas empeoraron bastante.

 

En su informe el juez diría que el comportamiento del golero visitante se debió a que encontró en su movimiento al otro palo una cueva de cuises que igual a zapadores construyeron toda una red, por la que transportaban las lechugas conseguidas de los insumos que el vendedor de choripanes traía en cada partido.

 

Algunos de estos especímenes se dedicaban a observar el match desde un lateral informando el resultado a los otros que aún siguen cavando, vaya uno a saber con qué finalidad sombría esa locura de sacar arena por un extremo para enceguecerse con la luz del día.

 

Finalmente la estrella que buscaban brilla sobre la pared descascarada del templo que pese a su silencio esconde los ecos de las batallas necesarias hasta llegar al pináculo, para después tener que bajar a empezar de cero. Curioso fenómeno este.

 

EPÍLOGO

 

Treinta días más tarde el sol emergió dejando a un lado la tormenta de polvo, los sobrevivientes de aquel espectáculo abandonaron la cancha soltando las ligaduras de Sanada y Alphonse con las que evitaron que sacrificaran a los vencidos. El último en irse fue Valenciano con su paso cansino y el recipiente para la viada que lo seguía a todas partes, el casco bajo el brazo y una sonrisa de satisfacción.

 

No se alejó más que unos cuantos metros cuando sintió que todo se estremecía, pensó que quizás sería otra tormenta de piedras pero la respuesta le llegó enseguida al contemplar el derrumbe de las tribunas formando un monumento abstracto a lo que una vez fue su estadio.

 

En la cima brillaba algo o eso le pareció mientras encendía la nave que se encontraba intacta, sobrevoló la escena para ver asombrado la copa desaparecida y a un ejército de cuises que enarbolaban la bandera propia en el territorio ocupado.

 

Supuso que la conquista no se la podía quitar nadie en tanto enfilaba al sur, a la República de Creta en la que su viejo amigo lo aguarda para ponerse al día de todos esos partidos que han transcurrido mientras la vida sigue.

 

En la escena que el director técnico campeón no vio un par de sombras ingresarían al campamento de los roedores y dejándolos adormecidos con la magia vudú se llevarían el trofeo, al amanecer notarían la sustracción de la copa saliendo en pos de los ladrones para darles alcance por la red de túneles, arrojando sobre el despintado camión celeste todos los proyectiles que su labor les generaba.

 

Sanada cortaba cada misil con la afilada katana empleando las técnicas de un maestro de espada y haciendo que al final la horda cuisera desistiera, perdiéndose el vehículo conducido por Alphonse Marie en el horizonte.

 

Los biógrafos dicen que sus huestes se adentraron demasiado en el territorio de las yararás así que el premio era inferior al peligro, por lo que regresaron al sitio del derrumbe y crearon una réplica de la copa que se exhibe ante las demás especies. Otro curioso fenómeno. 

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