jueves

Viszontlátásra

La ruta solitaria, la estación vacía, el sol que dibuja un espejismo mientras deambulo por ese camino desierto, el colectivo naranja que no se ha presentado en meses, el vecino cuya bicicleta emite un sonido argentino, los pibes en la otra cuadra jugando hasta tarde, los mensajes que no dejan de llegar volviéndose un bodrio repetido. El aula vacía, los rostros que vi un once de marzo en formato de bienvenida y despedida, los fantasmas de febrero lejanos ya, ese registro que no respeta los renglones aunque no es más que un conjunto de notas vacías sin la gracia de esas presencias a las que alude. La mesa de costura improvisada, la herida abierta por un pedazo de acero destinado a traernos un poco de pan, los escritos que se volvieron archivos de audios y libros, las caras conocidas que no estarán a la vuelta, ese adiós momentáneo que marcará la ausencia, el teclado que quiere una pausa después de tantas líneas en diversos viajes. El cangrejo malnacido al que un pisano viejo le planta batalla trepando esos muros que un montón de burócratas han levantado, cuidando que pocos lleguen a ese sitio para poder beber un sorbo de una fuente que no termina de curar del todo sino meter paliativos. La cosecha buena ha sido reservada para otros hijos de los dioses que también son mortales, aunque la manipulación del contexto les sirva para estar un poco más cómodos pero el final es el mismo. La improvisación dejando pospuesta en forma indefinida a eso que se le dio el rótulo de educación, aunque todo el tejido esté roto desde hace demasiado tiempo y no sea más que un cartel puesto sobre la fachada con decisiones que llegan tarde. Los docentes, enfermeros, galenos y aquellos que no dejaron la calle, ninguneados por un montón de bastardos que igual a parásitos se atribuyen sus logros jugando a decidir los destinos de millones desde pantallas lejanas a la realidad. Los despachos acondicionados a un clima ideal, sin los gritos provenientes de afuera que no llegan y el martillo ablanda carnes que baja, la casta de bienaventurados continúa manteniendo su encumbramiento con un montaje mal armado pero en funcionamiento. Reduciendo a pedazos cualquier reclamo que no sea ponerle la alfombra a algún espíritu desgraciado con las ínfulas elevadísimas, la venia del oro y la plata flameando un par de milenios para que nada cambie excepto la marioneta al frente. Las llamadas lejanas, los rostros a los que veremos al final de este recorrido demasiado largo, el rastro de ese guardián que desconoce la infidelidad celebrando la cercanía de las dos presencias que se han mantenido detrás del cerco. El miedo a salir destrozado como un espejo cuyo reflejo uno no quiere seguir viendo, el esférico con el corazón roto, esa botella que se ha pinchado sin motivo alguno y el último día del año que ha llegado con toda la carga lista para ser arrojada por millones de manos. El magiar que se aleja junto a esa otra presencia a la que he admirado aunque nunca se entere.


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