jueves

Violaciones

A la letra “a” le creció el bigote extendiendo su único brazo hasta esa nube que comenzó a moverse por el cielo de papel, después vino un unicornio de esos de lata pegándole un empujón para que se fueran los cúmulos a volver grises otros cielos. Por aquí estaría despejado con la casita adornada con dos ojos cuadrados, uno más grande que el otro y la puerta por la que las visitas se presentaban aunque también podía ser el cartero, algún amigo que venía a jugar y la primavera que en su verde traje se metía por cualquier hendija. El monstruo que vivía en el árbol se fue a dormir cubierto de los brotes glaucos así como una corona formada con las corolas blancas que venían anunciando la llegada de los días cálidos, las cortinas naranjas se mecían al sentir la canción del viento que usaba un oboe abandonando el resto de los instrumentos que tornan su melodía una cacofonía barriendo la superficie y obligando a los vivos a bajar la cabeza. Nada de eso, sólo páginas coloridas con un jardín detrás de la casa y la carrera de esos coches rojos y negros llevando pedazos de alguna hoja que ha sido recién cortada, el agua surgiendo de esa serpiente de caucho borrando las sendas trazadas que serán reconstruidas por la cuadrilla de obreras debidamente preparadas para la tarea cuya homónima empieza a despedir el año liberando a esos miembros que se dirigen a la plaza como luciérnagas presentándose a un cónclave. Tras la luz la oscuridad, el silencio y el miedo metiéndose por cada miembro, los malvados han salido de cacería tornando cada instante de felicidad en un reflejo de las vejaciones de esos momentos. Los dibujos ya no reflejan unicornios sino bestias cuyas fauces engullen los sueños, las sonrisas en esos rostros sin marcas y destrozan el alma que apenas ha comenzado a resplandecer, haciendo que queden jirones. La memoria, siempre la memoria, sale a la luz para que lo de antes se torne un suplicio que te persigue a través de los juegos, de esas salas pintadas de diversos colores que se vuelven uniformes hasta alcanzar el tono de un crespón. Afuera el sonido ha invadido los columpios y tiovivos deslizando la complicidad por un tobogán que lleva a un intento de ocultar, despidiendo a la arena del final que es llegada para volver a reiniciar el círculo aunque en ocasiones alguno ha logrado largarse dejando el llanto detrás. En otros lugares encontrará un pedazo de cordura, de esos dedos que sostienen la mano todavía pequeña alejándose en sus brazos de las brasas y del averno agobiante al que le ha llegado la tormenta extinguidora. Las páginas repletas de recreaciones de la vorágine han sido reemplazadas por imágenes parecidas a las del comienzo, aunque siempre existirá una arruga en medio de la página que se seguirá marcando con los años los cuales obrarán de bálsamo aunque parezca poco. 

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