sábado

Strada (Calle)

Raza de la calle, fiel como pocas,
adaptándose a cualquier cosa
con tal de encontrar un lugar en 
donde guarecerse de las inclemencias.
Resistiendo los embates del invierno,
sufriendo el calor sofocante del verano,
nada de un baño perfumado
más allá de la tierra en donde revolcarse
para desalojar al ejercito de pulgas.
Abandonados a su suerte,
pereciendo lejos de todo cariño
y diciendo adiós en un último lamido
dándole la bienvenida a esa pradera
verde, luminosa, en donde otros ladridos
llaman en la eternidad.

Ocho

El mundo se volvió su vecindad,
dejando a un lado el barril
y entrando en los corazones
de miles de hogares.
Con una pirueta, un golpe de chipote
y más de una ocurrencia te adueñaste
de la infancia de algunos millones.
El ocho guarda una metáfora,
la del sin techo que añora
algo que termine
con su hambre y su soledad.
Te has ido, 
pero sigues aquí.

Del Parque

El club se alza en medio del barrio Parque Almafuerte, en la zona alta de esa ciudad atlántica. Como todas las grandes cosas, comenzó a partir de una idea surgida en medio de un día caluroso de noviembre.
El verano aún estaba lejos pero ya se sentía su presencia, la larga temporada de lluvias llegaba a su fin lentamente. El parque rebosaba de vida, niños corriendo por todas partes como mariposas persiguiendo flores.

El viejo Juan se sentó en su piedra favorita, era una de las pocas cosas que quedaban de un siglo atrás y desde ella contemplaba el paisaje.
Vio a dos pequeños jugando con una pelota, cada uno llevaba los colores de su equipo favorito. La esencia misma del fútbol se encontraba allí, en cada toque y cada remate. Los dos niños se turnaban para ir a buscar el balón cuando éste atravesaba la meta. 

En un momento la madre de uno de ellos los llamó y desplegaron una manta sobre la que comenzaron a merendar, el mate pasaba de mano en mano entre los adultos.
Todo se desarrollaba en armonía, hasta que llegó el señor Ludo. Asiduo del parque, solía frecuentarlo junto con su pequeño hijo y su enorme can.

Mientras  la mascota se dedicaba a hurgar cada rincón de la plaza, su amo jugaba a la pelota con cuanta persona le aceptara el desafío.
El viejo Juan ya había presenciado otras veces ese comportamiento, así que no le llamó la atención que ese individuo no tuviera ninguna contemplación a la hora de ir a marcar a su oponente.

El niño de la remera azul voló por los aires y se quedó sosteniéndose la pierna dolorida, su par de la casaca roja formaba parte del equipo del señor Ludo. Al parecer sólo los de ese color podían jugar en su escuadra.
Al final el organizador obtuvo la victoria por diez goles contra cinco. Ni lerdo ni perezoso decidió invitar al otro equipo a disputar la revancha. Rápidamente se pusieron en ventaja contra un equipo de hombres, mujeres y niños. 

En medio del juego dos pequeños más quisieron sumarse, al verlos el señor Ludo los interrogó sobre su equipo favorito. El resultado fue que siguieron jugando solo tres personas del lado rojo y el resto del bando azul.
El señor Ludo daba instrucciones a su vástago, le ordenaba estar concentrado, pasar la pelota rápido, volver inmediatamente cuando estaban siendo atacados. Parecía la final del mundo.

En eso vio al Muro Fernández robarle la pelota al señor Ludo. La jugada terminó en gol y el organizador tuvo que ir a recuperar el balón. De ahí en más se sucedieron los goles de parte del equipo rojo, al final el señor Ludo fue derrotado seis a tres.
Los miembros del equipo azul decidieron formar el Club Atlético del Parque, un veintidós de noviembre de hace un tiempo nada más. Sus colores son una mezcla de azul y blanco, salvo cuando juegan de visitante que utilizan una casaca a rayas amarillas y rojas.

En él se propicia que la victoria a cualquier costo no sirve, lo importante es participar y ganar una cuestión secundaria. Además el oponente es circunstancial, se trata sólo de colores y forma parte de las reglas del juego.
El club tiene su sede en la intersección de las calles Almafuerte y Paz, ahí en la ciudad de Mar del Plata. El número de miembros es infinito, hace falta una pelota, un mate, un día soleado y alguna otra excusa.

Nota: el señor Ludo sigue buscando alguien al quien desafiar, se lo ha visto acampando en todas las plazas de la ciudad junto a su enorme mascota.

Ganímedes

Sentía que flotaba, un cometa pasó
cerca y puedo acariciar la estela que dejaba.
Incluso llegó a ver algunos restos de un viejo
planeta, lejano a su mundo de origen.
Aún recordaba la vastedad de los océanos
y la nieve cayendo lentamente
en el hemisferio norte,
pero ahora sólo había silencio.
Su conciencia estaba intacta
pero el cuerpo no era sino
un recipiente que se vaciaba
al igual que un cántaro lejos de la fuente.
Recordó a sus padres,
los rostros sonrientes inmortalizados
en la foto que guardaba en su cuarto.
La sonrisa de su ahijada,
los besos de su amor
y las lamidas de un can negro
que encontró en la calle.
Su lugar era el de una luz
en el firmamento, 
allí los encontraría nuevamente
y esta vez para siempre.

Dejando el rastro

Aún puede verse el rastro de su andar,
por el sur de La Pampa.
Nunca le hizo asco a nada,
changa o trabajo el salía
al galope ante de que despuntara
el alba y empezaba su labor.
Cuando tenía techo se dormía en paz,
pero ansiaba el manto de las estrellas
y el sonar de la bigüela mientras el
fuego crepitaba.
Cuando le faltaba comida,
usaba su viejo facón para
juntar los cardos 
y con pan molido,
duro de tantos días,
los freía y seguía esperando
que el viento soplara desde
otra dirección.
Aún hoy puede verse su rastro
por los pagos de Tres Arroyos,
ahí cerca de los linderos
de La Verbena.

Maldito lunes

El lunes tiene un plan, concebido a través de los siglos
desde que le dieron ese lugar privilegiado 
al comienzo de la semana.
El martes es su cómplice en eso de fustigarnos con las rutinas,
el cansancio con el que ansiamos que sea viernes por la tarde
para poder asirnos a ese descanso como náufragos.
Y mientras pasamos el sábado apacible a la espera
del domingo en el que haremos un asado,
el lunes se ríe de nosotros sabiendo que nuevamente
estará ahí a la siguiente semana.
Condenándonos con su marcada monotonía,
haciendo que deseemos alejarnos cuanto antes
de esa jornada que volverá en la próxima vuelta.

El faro

El faro emite una luz a veces tenue,
pero está ahí alumbrando las noches eternas
y señalando el camino de vuelta a casa.

Es la luz que hemos dejado para ti,
el mejor de todos nosotros
por si alguna vez decides regresar.
Hecho de un material imperecedero,
plagado de los recuerdos que han de persistir.

Es una enorme torre llena de sueños y de esperanzas,
guardando los pasos de quienes lo erigieron
con la esperanza de que tu partida sea 
momentánea, incluso si el hombre reemplaza al niño
al regresar por esa delgada línea paralela a la costa.

Mar del plata

Me has embrujado cuando era más joven
y ahora que han pasado varios otoños
no puedo evitar seguir escuchando tu llamado.
La niebla se corre por un instante
así es como atraes a los incautos
y los embriagas hasta que no pueden
sino vivir del néctar que aflora en cada
rincón, en cada calle paralela al océano.
Puede que todo vaya mutando
que los lugares que conocíamos cambien
pero tú sigues siendo la misma,
perpetuando el abrazo final con Alfonsina
en una de tus tantas curvas
y dejando desdibujada esa vieja torre
en donde los cuatro nos hemos conocido,
encontrando a aquellos a los que llamar amigos, 
los de esa época que son los de toda la vida.
Incluso el tiempo puede que cambie
varias cosas, pero vos seguís ahí 
aguardando nuestro regreso.

Madre soltera

Ella se desliza a través de la pista, entre tragos y risas. 
Es una noche en la que todo vale, 
nada más es cuestión de descuidarse un rato
y dejarse llevar por la música que resuena tan dulce.
La mañana trae sus consecuencias,
entre náuseas y resacas
enciende un cigarrillo.
Nueve meses, nueve,
alguien ha de pagar por los excesos
del verano y cargar con la condena social.
Motivos para hablar mal sobran
lo que falta siempre es alguien que se haga
cargo del peso que ella ha de soportar,
aliviándolo como a Atlas para buscar
una de esas manzanas.
Pero no existe tal cosa,
si la manzana mordida y 
la madre haciéndole frente a todo
incluso a éste mundo impiadoso
que señala desalmado
dejando sus cicatrices
más allá de las estrías del embarazo.

Página 30

Laura espera a que la última de sus amigas entre en la habitación y luego cierra la puerta con llave. Son las siete de la tarde de un viernes como cualquier otro, abre el libro en la página número treinta iniciando el juego.
Pronto todo a su alrededor parece irreal, las auras contrastan con las sombras que apenas se ven disipadas por las llamas de las velas dispuestas en círculo.

Cada una de sus hermanas de la infancia toma su lugar en uno de los cinco puntos del pentagrama, el manuscrito yace en el medio junto con una copa de vino.
Nunca han llegado tan lejos en su juego, mazmorras y castillos han quedado atrás. Ahora están a mitad del camino, en una tierra que sólo puede visitarse en los sueños.

Sin embargo, a medida que sus personajes se deslizan por el tablero cada una de ellas va experimentando sus temores más profundos. Algo parece querer sacarlas de esa prisión de carne, Laura nota que su respiración se agita.
Puede ver la lucha que sostienen sus hermanas con cada uno de esos demonios que se han soltado en medio de éste juego, puede verlo y sabe que la salvación está en la última carta que toma.

De pronto su mente se siente liberada, debajo queda el cuerpo inerte. Sus enemigos se han percatado de esto, van a su encuentro y ella se vale de su alma para destruirlos uno a uno.
Cuando las luces regresan, sus amigas yacen desvanecidas. Una a una se irán marchando y ya no volverán a cruzarse, no recordando nada de lo acontecido.

Únicamente Laura sabrá de los peligros que esconde la página treinta de ese libro. 
Son las once de la noche de un viernes cualquiera.

Subterra

Un viaje debajo de la ciudad, en donde las amazonas viven y los hombres caen en la tentación. 

Todo es joven cada mañana, podemos probar esos placeres una vez más hasta saciarnos. Lo que no podremos hacer jamás es tratar de mostrarles a otros el camino que lleva hacia ese lugar.

Seremos expulsados enseguida, si tan solo lo pensamos y volveremos a la superficie convertidos en vagabundos sin techo, viviendo de los restos de los de arriba.

Allí la memoria nos jugará una mala pasada, cuando en sueños tengamos todo aquello que hemos perdido.

Fiori (Flores)

De pequeños nos refugiamos bajo el lecho de nuestros padres,
los que han partido en el invierno pasado y sollozamos
deseando regresar a casa, bajo la nieve que recubre
ese lugar en el que nacimos.
Deseamos, una lagrima por vez, volverla a ver, 
agitando la cola en señal de despedida 
mientras su recuerdo se funde como la nieve
bajo el sol de Vecchiano, allá a lo lejos
en algún lugar de Pisa.
Y así los años se van, las distancias se hacen 
enormes mientras de éste lado un pequeño retoño
color café recibe el nombre de aquel ser que se
quedó con una parte de nuestros corazones.

Sobre la colina

Sobre las colinas que rodean el valle, al pie de las enormes montañas mora un antiguo habitante de esos parajes. A diferencia de sus hermanos no busca tesoros bajo la tierra, sino que cultiva el fruto de la vid mientras cuida a sus rebaños.
Su pequeño tambo produce lo necesario para su subsistencia, incluso para más de un viajero cansado que llega por esos lugares.

El no usa su enorme barba como marca de las batallas, en cada nudo de las trenzas que la adornan lleva la cuenta de la cantidad de vacas, ovejas y cabras que tiene a su cuidado.
Tarea para la que cuenta con la ayuda de un enorme huargo, al que rescató de la furia de los aldeanos que moran allá abajo.
Por eso será que a los humanos del valle no les agrada su presencia, aunque él se ha vuelto parte de las leyendas que el viento atesora.

No posee martillos, escudos o espadas forjadas por Tyr, apenas una pieza de artillería que en la víspera del año nuevo de los enanos (veintiuno de junio) saca para hacer sonar y recordarles a los demás que algunas cosas no son sólo susurros en el viento.
Por la noche entona canciones junto a la fogata, acompañadas del aullido de su inseparable compañero.

Abajo, en el valle, los habitantes miran temerosos el resplandor que se observa sobre las colinas. La única vez que osaron pisar aquel lugar con malas intenciones, recibieron una andanada de parte de ese viejo cañón.
Así se curaron del espanto.

Matrimonio

El pueblo está de fiesta, de las colinas suena la música hasta el río que esta noche parece manso. Incluso algunos forasteros han llegado para los festejos, todo es dicha, copas y recuerdos. 
En unos ojos morenos encuentra el cielo nocturno, perdiéndose en la noche y buscando un lugar en donde pasarla. 

Por la mañana un par de brazos lo sacuden, recibe varias patadas y golpes. La plaza está llena de rostros hostiles, la música se ha ido y el sol le provoca un fuerte dolor en la cabeza.
La ofensa debe ser vengada, los hermanos reclaman la sangre del profanador. 

En eso el tano sale de la nada, de un puntapié derriba a uno y se interpone entre los captores. 
- No eres quien para inmiscuirte en nuestros asuntos.
- Su muerte sólo traerá desgracia sobre todos vosotros. Si hay alguien que quiera tomarla primero se las verá conmigo. Yo respondo por él.

Las únicas que aparecen impasibles son las mujeres, las más viejas han parido, criado y visto partir a demasiados hijos. Ahora, las cosas parecen irse de nuevo de control.
El tano sabe que le ha dado a su amigo una segunda oportunidad, ve el rostro asustado de éste y juega su carta.
- Como dije, su muerte sólo traerá pena para ustedes. Pero sin embargo se me ocurre algo para resolver el problema. 

El silencio que sigue a sus palabras suena como una sentencia de muerte.
- Cásenlos y tendrán un par de brazos jóvenes.

Su amigo parece haber salido del sopor de la noche anterior, mira para todos lados buscando una salida.
Pero sólo ve rostros perplejos, esto hasta que uno de los hermanos de la mujer pronuncia el veredicto:
- Traigan al sacerdote.

La ceremonia es sencilla, de pronto su amigo se ha ido llevándose el vehículo rentado colina arriba y la estela de polvo es agitada por el viento.
Entonces el gallego se encuentra con la mujer de la noche anterior, su esposa. Todo parece haberse calmado, al igual que el río allá abajo.

El bar del infierno

Al final de la calle Marano yace el bar del infierno,
las sombras de alrededor ocultan malas cosas
y las borracheras de más de uno las han traído fuera.

El cantinero ve la vida desde atrás de la barra,
unos golpes y el vaso vacío se vuelve a llenar,
no necesito otra magia esta noche.

La mujer de rojo fuma apaciblemente,
su vestido se desdibuja entre el humo y las sombras
esos labios carmesí contienen otras cosas además de veneno.

La mesa de billar muestra los rastros de la pelea de la noche 
anterior, manchas de tiempo y de sangre marcan el paño
verde que es lo único semejante a la esperanza.

Esperanza,
qué ironía buscarla en éste pedazo del sol azteca
que ahora se escurre entre mis entrañas y sacude todo 
alrededor, a la espera del amanecer que parece lejano.

Druida

Se detuvo sintiendo la brisa del viento, el mar y éste eran las únicas cosas más antiguas que la raza de los druidas. Sus hermanos habían considerado todo aquello una locura, jamás osarían hacer lo que él estaba a punto de concretar.
Dejó a un lado su cayado, derramando su sangre sobre el suelo y enterrando las manos, cientos de visiones pasaron ante él. Vio el nacimiento de ríos, los que aún corrían hacia el viejo océano y sintió el latido de la tierra de la que provenía.

Escuchó los susurros del bosque, cientos de espíritus se presentaron ante el viejo druida.
Entonces de a poco comenzó a dormirse, un hormigueo lo invadió cuando se enraizó con su madre. Un estremecimiento, los pequeños brotes comenzaron a salir a la luz y el joven sol los recibió, la brisa acarició la nueva vida que llegaba.

El enorme fresno apareció en la cima de aquel lugar, rodeado de siete círculos de álamos, permaneciendo allí hasta el día de hoy. El resto de los druidas acude a buscar la sabiduría que encontró quien se sacrificó, dejando esa prisión de carne y convirtiéndose en fuente de vida.

Herradura

La casa aguardaba la vuelta, tocó las viejas teclas de la Remington y esta sonó como antaño. Sus pasos se unieron a los de los otros moradores, el viejo árbol no quiso perderse el espectáculo y se aferró a la vivienda.

Dejó a un lado la vieja época, yendo por el sendero nuevo en el que contrastaban el pasado y el presente, hasta el muro que los dividía. Allí crecía un árbol de granadas, tomó una y regresó a su infancia.

Recordó la vieja casa en el campo, a su madre llevando la ropa hasta el aljibe y el sol trepando lentamente sobre el este, hasta acariciarle el rostro cuando iniciaba sus labores diarias.

Y a la herradura que había encontrado enterrada en el patio, tirarla hacia atrás trae suerte. Así lo hizo, sintiendo un sonido de vidrios rotos y poniéndose a llorar mientras la mano bondadosa de su madre lo consolaba.

Guerra

Las trincheras surcaban la tierra
como venas, cubriéndose poco a poco
de la sangre de los hermanos.
Traídos del continente negro,
muriendo al pie de las armas
incandescentes, unidos en ese final
los de un lado y los del otro.
Las municiones que dejan de llegar
para detener la marea que se lanza
sobre las líneas de defensas,
haciendo a un lado a quien
en esa mañana esperaba junto a ti.
Sentados a lo lejos, viéndolo
desde un lugar seguro ellos
esperan que el humo que cubre
el campo de batalla se disipe,
para poder ver realizados
sus anhelos de poder,
mientras un barco con 
nombre de mujer
parte hacia otro lado,
lejos de la devastación.

Montañas y bosques

Cientos de ojos en las colinas
temen la maldición de los guijarros,
nada los preparó para enfrentarse
a los excavadores de rocas.
Nunca sabrán desde donde llegan
los señores de granito,
apenas un leve aroma a tabaco
vuelve dulce el aire
un instante antes que
la avalancha empiece
coronada de relámpagos,
forzándolos a replegarse
hacia los bosques
en donde los primeros nacidos esperan.
Flechas certeras o el martillo cayendo,
el destino del orco será el mismo.

Guardianes

La noche llegó,
algunos demonios
quebraron las barreras
entre los mundos
y se internaron en el bosque
del norte, buscando la sangre nueva.
La aldea de los hombres de guerra
parecía una fortaleza,
sin embargo llegaron con la niebla
tras la sangre de la pequeña niña.
El enorme salón de escudos
estaba en silencio,
apenas unas débiles llamas
daban alguna señal de vida.
El hogar de la pequeña se encontraba
lejos de aquel lugar,
los tres demonios se detuvieron
en el umbral topándose con
un par de ojos dorados.
Se multiplicaron, en un instante
eran cientos de llamas
petrificando a las criaturas,
el viento soplo volviéndolos
polvo y entonces Bola de Nieve
regresó a dormir cerca de ella.