Ha venido la estación de las hojas ausentes y de los árboles clamándole al cielo por el regreso de la hija de la Tierra, las calles se me hacen conocidas en tanto deambulo como un peregrino buscando la fachada de viejos templos y las voces resurgen de aquellos recintos cuyas fachadas se encuentran cambiadas. El cielo se ha cubierto de un manto de manera que al andar parece que el telón de la obra no ha sido levantado pese a que ya son casi las once horas. Ando hasta encontrar la intersección abandonando a la avenida que se pierde en lo alto, el teléfono público ha desaparecido dejando un mosaico vacío. Vago por la inmensidad que suponen las torres como niveles de un arcade contando los pasos hasta dar con una presencia nueva, la librería con nombre de buen contador de historias y a Mazinger haciendo el recuento de las andanzas de los ocupantes de la tienda luminosa. Después simplemente me pierdo calle abajo aunque es cuestión de perspectiva, ya que todo este mundo se encuentra dado vuelta.
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