I
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Gotas, gotas desprendiéndose de los tejados, gotas golpeando el cuerpo completo de los perros de la calle. El viento manipula la cortina de agua a su antojo, la luz de la calle recibe una granizada, la oscuridad de pronto invade el ambiente. Falta una hora para el amanecer en un lunes que se presenta ya insoportable, el domingo en la mañana resulta más alentador pero después de las cinco caemos en la melancolía que anuncia lo inevitable. Otra semana más comienza, con una linterna que obra de auxiliar de último momento pretendo esquivar los peligros que acechan en medio de ese apagón, algo habitual en este lugar así que no queda más que resignarse esperando que la electricidad regrese. La campera empieza a empaparse, a la lluvia no le gusta ver otra cosa que no sea un paisaje uniforme. Pretendería demasiado si cesara por un momento la descarga de agua que recibo sobre los hombros, para colmo la bufanda hace que se me empañen los lentes complicando aún más la travesía de esta mañana gris, ya extraño el sol del sábado que parece una historia demasiado lejana tanto o más que las incursiones bajo esa luz. Definitivamente nos atamos a obligaciones para poder sobrevivir pero no soportamos esas cadenas, cualquier salida sería aceptada sin pensarlo ante esta postal de comienzo de semana, algo un poco más acogedor con un café de por medio y las manos entibiadas. Ahora no resta sino cruzar lo más rápido posible esa tormenta que es un paisaje repetido, a dónde se ha ido la luz, en dónde el sol estará para poder dirigirnos en este primer acto del día. Ninguna respuesta, excepto los charcos que se forman en la esquina haciendo que todo se dificulte un poco más. La única beneficiada en este diluvio es la Negra, ella tiene el placer de observar todo desde la comodidad de un alero mientras los demás jugamos bajo este cielo. A veces envidio su suerte aunque ocurra lo que ocurra estará ahí al regreso, como si nada de esto hubiera pasado y se limitará a lamerme la mano invitándome a entrar. El único problema a esto es que el código de seguridad no aparece por ninguna parte, aunque si sus ladridos fueran palabras me diría que está en el bolsillo opuesto a mi lado más hábil.
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