FUEGOS
Cuando
llegaron a la cima encendieron unos cuantos fuegos cosa de que los de abajo
supieran que iniciaba una nueva era y como símbolo del cambio de fuerzas en el
trono, aunque a los del barro poco les importaba esto. Esas luces lejanas parecían
las festividades de los ricos en tanto el mendrugo bajaba como un meteoro hacia
el oscuro vacío al que ninguna antorcha llega, entonces el cerebro consumido
añoraba la vuelta de los exiliados como única forma de traer algo más a la mesa
de todos los días. La tabla ya no estaba, usada como leña desapareció en dos
noches heladas a la que siguieron las cortinas, los marcos y los mangos de
ciertos utensilios. Luego las sillas, al final se sentaron en la oscuridad
absoluta iniciando una ronda de sueños interrumpida por los sonidos de los
estómagos hambrientos. El frío encontró lugar en cada rincón, las luces de las
estrellas eran como hielos en medio del firmamento surcado de las lágrimas de
los ancestros ante tanta desolación. Cada minuto una agonía esperando el
milagro, el maná que vendría del cielo cuando la libertad personificada
regresara y en tanto se dedicaron a roer las sobras que caían de lo alto del
muro. Los que estaban arriba tras los muros debatían sobre la posibilidad de
aumentar los tributos con los que mantener la maquinaria funcionando y pronto
el funcionario gordo plenipotenciario bajó a una de las casas derruidas. Allí
se instaló con un montón de asesores que recibían una parte del botín,
confiscando la pobreza de las manos de aquellos que carecían de nada y
retirando hasta las migas con las que pretendían ilusamente alimentar a sus
familias. Un porcentaje alto llegaba hasta el bastión que se encontraba en
reparación, aunque por el camino partes del metal se quedaban en cada una de las
etapas del control y a la larga los números seguían en rojo. Pasó el invierno,
los aldeanos emparcharon sus propiedades ajadas que se asemejaban a piedras
secas de las que pretendían sacar un cobre, destinando las mismas a alquileres
durante el estío. Olvidaron pronto las penurias, la situación repetida hasta
hartar al hartazgo, los aprietes al bolsillo y la mano del Estado que caían con
rigor sobre la masa desarmada así como el otro brazo que parecía agujereado de
tanto dar para mantener a la horda acallada. Midieron el instante en el que
existían sin ninguna consideración por un futuro no tan lejano, lograron
encender sus fogatas con los sueños de los más pequeños a los que no les
dejarían nada excepto el conformismo de saber que esto no cambiaría nunca. El
problema radicaba en que para que un estado de cosas se modifique no hay que
esperar a que por arte de magia o designio de los dioses ello ocurra, sino
modificar las conductas con miras a obtener un resultado distinto. Lo contrario
es un aval a todas las acciones llevadas a cabo por los sucesivos amos, los que
deberían recordar que la fuente de su poder no son sus riquezas o sus armas
sino aquellos que moran ahí en el llano. Pero desde los muros el mundo se ve
distinto, apenas unos puntos semejantes a pixeles que se mueven debajo y un
hilo de baba que de cerca seguro sea un río impetuoso. El mismo ímpetu con el
que los últimos gobernantes son desalojados, entonces la enorme fuerza entra en
escena aunque no es más que una vuelta al pasado y se dedica a derribar los
estandartes de sus predecesores. Luego la mano huesuda toma una de las teas que
cuelga de las torres arrojándola a las manos de uno de los tantos esbirros, el
que se ocupa de hacer correr la voz sobre el regreso de los días más felices y
enciende fuegos en diversos lugares, pero nunca les enseña a generar el mismo
sin la ayuda de arriba. Ahí aquellos que han recibido los embates de los
recortes se acercan a hacer la enorme fila para poder finalmente calentar las
tripas, en el tazón que reciben está tallada la imagen del líder infalible en
los tiempos difíciles. Todos los pecados yacen perdonados, basta con inclinar
la cabeza ante su majestuosidad y dejar el momento retratado en los libros de
historia, a los cuales sólo algunos eruditos acceden. Entonan viejas canciones
vitoreando al movimiento eterno que se ocupa de no renovar nada, administrando
los faltantes dado que se los han llevado como parte del saqueo de despedida y
ahora los emplean a los fines de poder seguir con el curro. El cuento es semejante
al de un manual de adoctrinamiento, solamente con ellos es posible que el
asunto marche rumbo a un éxito asegurado vendido a lo largo de tres cuartos de
siglo. El de pensar que únicamente los colores propios son los que sirven a la
hora de evitar el arrecife, pero negando el hecho de que ya el barco ha
encallado sin posibilidad alguna de retorno. Ahora a esperar que la marea se
ocupe de romper en pedazos los maderos, usando estos para encender un nuevo
fuego en la playa y calentarse mientras los demás se hunden. Caníbales que
sacrifican a los de su propia especie, sin remordimientos y con la conciencia
limpia dado que jamás han tenido una que los acompañe. Entre las paredes
húmedas cuelga el retrato del salvador supremo rioplatense, cuya cara cambia deteriorándose
producto de la corrupción del poder y esto se extiende como una mancha hasta
los verdes campos que de a poco mueren.
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