jueves

Memorias de un vagabundo (2019)

Una resma de hojas comprada con los últimos billetes que le quedaban en el bolsillo, luego se haría a la mar en medio de esa jungla de edificios que no tenían nada parecido al océano excepto la sangre que se derramaba todos los días intentando parecer una sociedad civilizada. Pero estaba lejos de eso tanto como las lágrimas del creador cayendo sobre los rascacielos, para encontrar el concreto debajo y luego simplemente desaparecer. Aunque a veces se filtraban por una hendidura haciendo crecer un pequeño árbol que se elevaría al cielo, la leyenda urbana dice que un día ese monstruo verde eclipsará al edificio más alto marcando el final de los tiempos del ser humano. Pero por ahora esto parece lejano, la ciudad alberga los desechos de la humanidad en una inmensa pila de restos que ocupan cada hendija que se encuentra sin morador. Se produce para luego tirar volviendo a adquirir un nuevo boleto al paraíso, un pedazo de material que no logrará pasar la Estigia en el descenso hacia el otro lado. Pero de qué lado me hablan, si acá llegó el organismo salido de ese lago de agua salada para alzarse sobre los demás seres vivos en una especie de autoproclamación en divinidad, empezando por las pinturas en las cavernas hasta alcanzar su máxima expresión con la fotito de cada momento en el que se respira. Luego el silencio, los anónimos son cada vez menos, el resto parece excesivamente concentrado en un juego de espías e indignaciones. No hay nada peor que saber que al otro, contacto, le está yendo bien cuando la basura empieza a apoderarse de nuestra realidad. Así que el tipo que laburaba en la papelera no prestó atención a ese vagabundo que dilapidaba sus últimos ahorros en un montón de hojas vacías, a quién carajo le podían importar esas cosas en este momento de digitalización. Ni siquiera se percató de lo gastado de los billetes, el buen día se quedó sin llegar a buen puerto, luego el sonido del timbre en la puerta cuando el náufrago se alejó y ese fue todo el contacto humano que recibió. Lo demás serían mensajes virtuales sin señales de humo, aunque el incendio estaba ahí latente esperando que los homos sapiens le arrojaran un poco más de leña a los fines de poder comenzar a arder. Sería tarde cuando las sirenas comenzaran a sonar, la última esperanza de evitar el arrecife yacía huyendo calle abajo con un montón de papel inmaculado y una sonrisa semejante a una mueca. Él más que nadie comprendía el rumbo que sus hermanos habían tomado, así que simplemente se dedicaba a intentar dejar grabado en alguna parte un mensaje de despedida que en realidad era la marca de su existencia, escribo porque existo. Respiro en la profundidad de esos campos blancos, siempre nevados hasta que la tinta viene a derretirlos volviéndolos un bosque literario que se esparce rápidamente. Finalmente, en el acto de cierre ese verde prado se queda atrás en tanto encaramos la siguiente obra buscando ocupar las rajaduras que se extienden por todas partes de esta estructura decadente que recibe el nombre de sociedad. Parece ser que he llegado tarde nuevamente para quedarme afuera de la obra que ha de desarrollarse sin mí como protagonista, previa paga de los tributos necesarios a los fines de acceder a este universo monetario que nos deja un par de gotas de agua para sobrevivir. Lo necesario sumado a una resma que pierde su virginidad de a pedazos, lo que tardo en mancillar el blanco puro con estos brazos de metal forjados en un lugar remoto.-


Memorias de un vagabundo, 2019.

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