I)
El jamás había tenido un salón de escudos,
sólo mesas extrañamente bien dispuestas.
Una gran cantidad de toneles
almacenaban vino, cerveza e hidromiel,
para tener aseguradas las tardes del invierno.
Si llegaban con malas intenciones
encontraban a un anciano de barba blanca,
recubierto de cicatrices
que siempre tenía a mano un blasón
y una espada que nunca parecía
haber dejado de lado,
incluso cuando dormía
soñando con la tierra de acero.
Y alguna que otra mujer
montada en un corcel, radiante
como la armadura que portaba.
II)
Los orcos estaban enloquecidos,
el Jefe se había marchado hacía demasiado
a la luna de miel en lo alto de la montaña
y parecía tener intenciones de no volver.
Al final enviaron un emisario,
éste retorno gordo y feliz,
parecía ser que ella lo sobornó
atacándolo por el estómago.
Esto no podía ser dijeron los chamanes
y mandaron a un grupo nutrido
a protestar a las puertas del bastión
del lobo y la nieve.
Ella los recibió con sartenes, palos y toneles
vacíos que los mandaron a todos cuesta
abajo, en donde los curanderos
tuvieron que recomponerlos.
Cuestión de esperar a que el Jefe
bajara a impartirles ordenes
y guiarlos de nuevo hacia la gloria.
III)
La noche se extendió
como una mano siniestra,
tapando los ojos de la víctima
mientras su amante recubierta de plata
se adueñó de los sueños del mundo.
Él se acercó a la fogata
cansado de deambular,
le pesaba el escudo, la espada
y la batalla que dejaba atrás.
El anciano lo vio venir
pero no pareció inmutarse,
apenas se veía su rostro por
debajo del sombrero de ala ancha.
Extendió su mano
acercándole la copa,
que bebió previamente para
demostrar que no había intenciones
ocultas en ella.
La tomó de un trago,
se sintió fortalecido,
le contó cómo sus hermanos
habían caído uno a uno en combate
y que ese destino le era esquivo.
La espada forjaba su vida,
marcando una senda roja como el vino
que bebió antes de cada batalla,
el salón de los escudos
se había llenado de vacío,
sólo él quedaba como testigo del pasado.
El anciano se incorporó
cargando la lanza
y señalándole el camino,
el guerrero lo siguió
a través del bosque yendo a dar
con una enorme puerta.
Entonces escuchó las voces,
demasiado conocidas de sus hermanos
y supo que había vuelto a casa.
IV)
El gigante despertó,
se sacudió la escarcha
avanzando por el jardín
hasta la fuente,
sumergiendo sus manos en ella,
haciendo desaparecer el hielo.
Respiró profundo y exhaló,
su aliento corrió las nubes,
el sol brilló de nuevo.
Las flores, las plantas,
todo lo marchito
cobró vida en un instante,
el invierno se iba al fin.
Una mariposa se posó
sobre sus hombros,
tan pequeña, tan grande él,
rió a carcajadas.
Las nubes llegaron trayendo
una cálida lluvia que dejó
todo el paisaje aún más vivo,
mientras el gigante se movía
lentamente entre los campos,
resurgiendo la vida a su paso.
V)
Olfateó y el olor a leños
le llegó desde el medio del bosque,
ahí estaban los hombres
cuyo rastro encontró al caer la noche.
Al menos sabía hacia dónde dirigirse,
dando un rodeo para evitar el peligro
escondido en esos seres invasores.
Avanzó hacia el rió con paso ligero
hasta llegar al claro y detenerse a beber,
La sed, un desierto de sal, le había
castigado la garganta todo el trayecto
y ahora una oleada fresca la apagaba.
Entonces percibió que algo se movía
en la noche, por el cielo,
un graznido lo alertó
y los pelos se le erizaron
mientras veía hacia el interior del bosque.
El viajero apareció ante el
y se detuvo observándolo,
por debajo de un sombrero de ala ancha.
Una espesa barba le caía sobre el pecho
mientras en su mano sostenía lo
que parecía un bastón
demasiado largo.
La luna emergió entonces de la tormenta
que cubría el cielo y un destello
escapó de la punta de aquel supuesto báculo.
La sensación de peligro desapareció de súbito
de todo el cuerpo del lobo
y se convirtió en una calma que lo recorrió.
El anciano entonces reanudó su marcha
cruzando el rió y alejándose en la oscuridad,
acompañado por la enorme bestia.
VI)
Jugaban sobre la colina
el hijo de un caballero,
la criatura, cría de dragón.
Escamas negras cubriéndolo,
ojos dorados alertas
a los movimientos del pequeño.
El tiempo cubrió una década
y media, actuando los dos
como uno solo, un arco y
una saeta aprestándose
a ser lanzada hacia el cielo.
Los aldeanos vieron llegar
al joven corriendo, dando gritos
y clamándole al dios del trueno
que fulminara a la bestia.
La aldea fue cubierta
por una nube negra,
huyendo sus pobladores
hacia el otro lado del río.
El joven siempre había querido
una espada como la que encontró
forjada en la herrería,
el dragón se calzó
la malla de mithril
y ambos partieron
por el camino hacia el ocaso,
mientras el sol se ponía.
Había otros lugares
que pillar cuando el astro
volviera a surcar su reino celeste.
VII)
Desde el espacio
las balas caen cerca,
pero me pierdo en lo profundo
del azul rumbo a una noche eterna.
El humo de las armas
se mezcla con el de los cigarrillos
en ese bar de mala reputación,
en tanto la angustia me invade.
La lluvia sigue cayendo
pese a que he encontrado un refugio
mi alma danza en ella,
como si hubiera encontrado allí
la razón de mi existir.
En una lluvia de fuego
he quedado envuelto,
buscando en el cielo
un resquicio por donde escapar.
VIII)
Dos aves de la lluvia
una roja como el fuego,
la otra azul como el cielo,
se unieron sobre ese viejo
roble a la orilla del camino
de la comarca.
Sus vástagos llevaron
el fuego de su madre,
reclamando el cielo de
su padre una vez más.
Cuando el tiempo pasó
los dos quedaron solos
en el nido que vio partir
a cada uno de sus hijos,
mientras el atardecer
era cubierto por la noche.
IX)
El mensaje rezaba: “los viejos están por salir, llámalos así arreglan para volver.”
Marcó el número de su amada, el teléfono comenzó a sonar.
Una voz suave le respondió: “amore, ya salieron para allá. Te espero acá. No te preocupes.”
Cortó la comunicación enviando un mensaje de texto para que ella se quedara tranquila.
En tanto, Laura dejó el móvil sobre la mesa de la cocina y culminó con la tarea de poner
las baterías nuevas en el audífono.
X)
Escribía
letras garabateadas,
ocultas en un cofre
al lado de la chimenea.
Su abuelo
atizaba el fuego,
viendo quemarse las cajitas
como naves hundiéndose,
dejando sólo el papel plateado.
Le habló del avión,
cuando éste cayó y
como las arenas se
lo tragaron en un instante.
Le contó del día en el que
la fortaleza se precipitó
sobre la montaña
y el único testigo cruzó
un mar de zarzas
para poder sobrevivir.
Recordó el hambre en la
nieve, apretujándose
junto a sus camaradas
y a los que cayeron a
su lado en el frente de batalla.
Vio la nave con nombre
de mujer dejar atrás su tierra
y a un pedazo de ella
recibirlos al otro lado del océano.
El invierno siguió su curso
mientras el titán destrozaba redes.
Un día nos separamos,
una nave cruzó el cielo hacia
la estrella de nuestros ancestros.
La otra se dirigió hacia
la costa de plata, en donde
la torre aguarda en medio
de la niebla su llegada.
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