I)- El viejo.
El viejo mira el horizonte,
ve pasar las cometas en el cielo
y espera el cambio en la marea
para que el océano le traiga noticias.
El viejo armó una cadena
a la que sujeta las pesadillas de éste mundo,
para que esos bajitos tengan dulces sueños.
II)- Correspondencia.
Recibí una carta de la tía Agatha, refugiada en algún lugar de la costa Atlántica y sin dudarlo dejé caer el pincel con el que trataba de infundirle vida a las tablas gastadas de nuestro pequeño hogar. Tuve que perseguir al viejo cartero por las calles de tosca, hasta dar con él y reclamarle la dirección del remitente que había quedado borroneada en el sobre.
Es así como me encontré tomando el último colectivo hacia el paraje conocido como Piñamar, llegué en la noche y tras dormir en los bancos de metal me dirigí con un pequeño mapa rumbo al lugar en donde debía vivir mi tía.
Encontré un cartel desvencijado en el que aún podía leerse “Hércules y Telón”, sin lugar a dudas estaba allí. Agatha se apareció, tan activa como siempre ha sido en su vida y al verme me entregó una escoba.
Comenzamos quitando las agujas de pino que caían sin cesar sobre el camino de lajas, luego siguió la expulsión de las arañas de altillo, el éxodo de los colchones hacia un costado de la casa para que el sol los secara mientras la tía los golpeaba uno a uno.
Finalmente me instale en aquel lugar en ese fin de semana de marzo, durmiendo con el sonido de la lluvia y despertando con la vieja Remington sonando en la mañana.
III)- Hola, dije.
Hola dije,
pero la bruja se espantó
sería por la antorcha que llevaba
para poder alumbrar el camino
y no caer en una ciénaga.
Sería eso o acaso se trataba
de un aquelarre, no dándome
tiempo a decir más que hola.
Ya se habían ido todas,
únicamente quería saber
cómo llegar hasta la caverna
en dónde mora el ermitaño
llamado Marco.
En fin, otra vez será.
IV) La mar.
Me sumerjo,
todo queda atrás
mientras la calma me envuelve.
El agua borra todo rastro,
en medio de la espuma
me libero de las impurezas.
El mar me golpea al salir,
el frío corta y el viento se
hace sentir aunque no me importe.
No me puedo contentar con
sólo pisar la arena mientras
el llamado se hace sentir.
V) Granito.
Leyó hasta que su espíritu fue invadido
por una paz eterna, sintió la suave caricia
del viento y el incansable movimiento del
océano allá abajo.
Pronto se volvió la roca misma,
deteniéndose a descansar sobre él
las aves en su migración hacia climas
más cálidos.
El sol acarició su rostro rocoso,
mientras ahora podía leer en la existencia
de cada ser que habitaba ese mundo
ignorando por completo a los demás.
VI) La armadura abollada.
He tomado la vieja gorra azul y amarilla
desgastada por el tiempo,
el sweater rojo que aún brilla pese a los años,
un par de botines de trabajo duros
como roca y los pantalones de vaquero
que ya rozan lo vetusto.
Todo el conjunto se ha convertido en
mi armadura de antaño, tan sólo me ha
faltado la lanza que alguien le prestó
a nuestro vecino, quien ignora que
se trata de un arma legendaria.
Así y todo me he dirigido al garaje
en donde la última pieza me aguarda
oculta a la vista del resto del mundo,
el antiguo vehículo ha dejado lugar
a mi corcel, negro como la noche sin luna.
Juntos hemos emprendido el viaje
hacia un horizonte que nos garantiza
sólo una cosa, lo nuevo que vendrá mientras
vamos hacia adelante.
VII) Se quema (dulce).
¡La manzana se quema, la manzana se quema!
gritaban los tenedores.
Traigan agua clamaban las cucharas de madera.
O arena por favor, repetían desesperados los cuchillos.
Pero no había caso,
la manzana pasó de roja a acaramelada
y puesta en un plato de cerámica con
dibujos para la ocasión,
los contemplaba a todos divertida.
¡Al fin soy dulce,
lejos queda la acidez de la mañana
y esas naranjas envidiosas!.
VIII) Los viejos.
Cuando comienza a caer la tarde el enorme perro sube a la montaña de escombros y se queda mirando hacia el sudeste, a la espera de que su visitante llegue.
El Anaranjado viene maullando desde lejos, para que el Negro pueda oírlo y comienza el ritual, deslizándose entre las patas del can.
Cuando el gato se cansa de que éste lo de vuelta mientras juegan, se aleja cuesta abajo fuera del alcance de la soga de su compañero.
En cierta forma nuestros viejos (padre y madre) se parecen al can que espera la vuelta de los hijos que se han alejado por uno u otro motivo, atados a la tierra que los vio nacer.
IX) Viviendo.
Diez más, ¿qué más da?, debo emerger
abajo no hay nada, sólo el fuego apagándose
en lo profundo de los abismos.
Estaciones de batalla, las compuertas se cierran
y traen una muerte hermética.
Debo salir a la superficie, un esfuerzo más
no he de quedarme aquí con los demás.
Asirme al madero no, morder la putrefacción
y escupirla lejos para vivir de nuevo,
nada de sobrevivir en estas aguas
tan solo domar las olas para alcanzar
la orilla que otros han abandonado.
X) 29.
Saturnino Segundo González esperaba en la estación llamada Purgatorio, el Manchado lo acompañaba como tantas otras veces. Se había puesto a tallar un caballo en un pedazo de madera que encontró sobre el andén.
Leopoldo Álvarez Martínez hacía picar el balón de cuero, alguna vez fue un enorme portero pero luego cayó en desgracia.
A Leopoldo la economía lo destruía, demasiado dinero despilfarrado y para colmo de males su único hijo enfermó, requiriendo una operación costosa.
Así que la necesidad terminó triunfando sobre el amor a los colores, un penal fabricado sobre la hora contra el eterno rival, expulsión y gol de los contrarios.
Al arquero lo recordarían toda la vida por el campeonato que les obsequió, pero su hijo viviría.
Lo de Saturnino se reducía a una muerte en una pelea allá por la zona de Ranchos, salió en defensa de un amigo y alguien pasado de copas terminó finado.
Los dos compartían el mismo destino, la espera para ver que boleto les tocaba.
La pelota rebotaba sobre las viejas maderas, el caballito tallado estaba casi terminado y en eso llegó el guardia reclamándole los boletos.
Como por arte de magia aparecieron en sus manos, el hombre de negro los cortó y los guio atrás de la estación a un enorme tren azul que esta ocultaba.
Antes de emprender el viaje los tres, Saturnino, Leopoldo y el Manchado, vieron un enorme número 29 grabado en uno de los laterales de la locomotora.
El tren emitió un sonido, como el de una trompeta de un serafín y se dirigió cuesta arriba, hacia la luz.
El guardia tomó el caballo tallado, emprendiendo el regresó a su puesto.
XI) Humanos.
El hombre comenzó esta guerra desde la copa de los árboles, viendo a los demás como insignificantes. Ansió el fuego que poseían y se dispuso a arrebatárselo en el nombre de una causa noble, la propia.
La mujer lo bajó de la cima, manteniéndolo unido al hogar con consejos y caricias, aunque nunca pudo dominar por completo el ansía de la batalla.
Así el hombre se volvió padre, amante y esposo apagando su sed en el seno del hogar. Pero al regresar la inevitable confrontación, partieron de a miles dejando atrás a sus familias.
Entonces la mujer tomó la lanza y el escudo.
XII) Patricia y el Lobo.
Sin una brújula emprendió el viaje, a buscar los tesoros de un horizonte lejano. Sólo necesitaba el norte y al sol haciéndole compañía, su fiel Lobo se sentaba en la popa mientras ella con un catalejo oteaba lo que le deparaba la vida.
Su esquife se convirtió en un trasatlántico llamado Esperanza, sintiendo como el oleaje y la lluvia le acariciaban el rostro, aunque nunca pudiera oír la lluvia sabía que la conocía.
Y así, la capitana y su fiel compañero se alejaron por el mar infinito.
XIII) R.M.Z.
Sin querer he tomado algo tuyo y he de admitirlo para que no creas que soy un vil ladrón.
Todo me ha quedado claro ahora o al menos lo que necesito entender, es como darle un poco de sabor al asunto para cortar con tanta amargura.
Has roto los moldes desde las estructuras y aclarado aquello que estaba oscuro, nada se traspapela en el mundo que creaste.
Si hace falta, improvisas tu discurso pero con tu imagen no hacen falta presentaciones.
A la facultad le sobran cuervos y le faltan tipos capaces.
Al célebre e ilustre Profesor Ricardo Miguel Zuccherino.
XIV) Fragmentos.
Tengo el alma fragmentada en pedazos, regiones que guardan un poco de cada lugar que amo.
Del hogar en donde nací hasta las calles del Pueblo, la vía cercana a los galpones, la primavera en la perla atlántica, la tierra de un gigante y la costa en el este.
La existencia silenciosa de una flaca loca, las correrías de una loba negra y las ocurrencias de una ahijada compradora.
Todo me lo han quitado, pintándome el alma con sus colores y no dejándome ni zona gris. Eso es esta vida, pintar las piezas y armar el rompecabezas.
XV) Monstruo.
Hay un monstruo durmiendo en mi persona, que asola mi alma y desata una tempestad sobre los que amo. Es una bestia malvada, encerrada en una celda de tiempo y frustración, es mi parte menos noble y lo que me vuelve un ser irascible.
Es todo aquello que no quiero ser, pero para poder lograrlo he de aceptarlo primero.
XVI) Malamorte.
En el cartel se leía: “Doctor Malamorte, honesto tres cuartas partes del día”. Él no estaba para curar enfermedades, si para currar con algo al que llamaba ejercicio profesional. De 08:00 a 14:00 hs. era deshonesto, el resto del día criaba a una familia como cualquier otra persona.
Puenteaba colegas, serrucho en mano se quedaba con cosas que no eran de él y siempre repetía: “la ley me ampara”.
Lo irónico fue cuando alguien en un juzgado pidió: “Malamorte, José. Sucesión”.
XVII) Justa composición.
No diré que soy inocente, ni que juego limpio. Tal vez debería haberme dedicado a otra cosa, pero aquí estoy tratando de que esta máquina funcione. Pese a que sé que triturara sueños y vidas, no es más que una moledora de seres humanos disfrazada con la idea de justicia.
No existe tal cosa, al menos no entre el conjunto de papales que los hujieres cosen. Es así, el sistema judicial parece ciego, sordo, mudo y cuadripléjico, mientras un montón de inútiles se excusan detrás del retraso de eso llamado “administrar justicia”; y otros tantos sacan provecho de una madre, un padre, un puñado de hijos e hijas en la calle, un violación detrás de otra.
Maldita idea de justicia, es tan solo injusticia y materialismo con formalismos. Sacos y corbatas para ejecutar vidas.
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