Antes de las ocho de la mañana el local se ilumina, el frío del invierno se filtra por todas partes así que hay que dejar que el sol ayude un poco.
Tras el mate amigo, se apresta a preparar los papeles que quedaron sin firmar del día anterior. Luego pasa lista a las tareas del día.
Ser el jefe del correo en algún lugar del sudoeste de la provincia no es cosa fácil. Tiene que repartir las tareas del día a cara de perro, no sea cosa que de arriba le jalen las orejas.
A las nueve empieza a caer el primer cliente, comentando cómo la helada ha dejado el paisaje blanco. Tema corriente en esta época del año. Eso y el resfrío que los persigue a todas partes.
El encargado de la atención al público tiene toda la paciencia y el tiempo del mundo, pese a que la gente está apurada él no parece haberse enterado. Incluso tiene margen para tomarse uno de los verdes que ya se están lavando.
El repartidor es otro personaje, se siente a la hora de la siesta el chirrido de su bicicleta circulando por las calles solitarias. Ni los perros que guardan celosos esas sendas se mueven de su lugar al sol.
Una carta más y ya comienza la vuelta a la oficina, entonces Parmesano pasa lista de las cosas que no se hicieron. Al día siguiente tendrá tiempo de terminarlas, mientras se debate entre sus tres personalidades.
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