I)
Anoche llovía suavemente
repicando las gotas sobre
la canaleta del tejado.
Una Verónica dijo que la lluvia
es una bendición, bajo esa tormenta
dos amantes se besaban.
La otra Verónica dice que cuando llueve
trae buena suerte, tal vez sea cierto
pese a que las dos no se conocen.
Sus palabras sólo pueden encerrar verdad.
II)
Éste rostro no parece el mismo, unas pinceladas del tiempo lo han alterado ligeramente.
La belleza se ha ido aunque nunca fui muy agraciado en éste tema, pero esto es un exceso más parecido a un abuso.
Cada emoción deja sus huellas en el registro, las que se reflejan sobre el rostro cansado igual a la playa tras la sudestada.
III)
Era una mancha gris en medio del mar, pasando desapercibida para los navíos, recubierta por la bruma.
La isla tenía dos caras, una de vida, verde resplandeciente, otra apagada en su zona más elevada, en donde las pasturas desaparecían para dar lugar a las rocas que formaban un lecho suelto debajo de los pies del pastor.
Las huellas del ganado que faltaba desde la noche anterior lo llevaban hacia la zona árida, moviéndose rápido entre las piedras, acostumbrado a perseguir a los lobos que azolaban a sus rebaños.
Pronto encontró el rastro de los invasores claramente marcado en la arena que nacía al pie de la montaña, del otro lado de esta zona gris.
El navío dormía sobre la playa mientras unos cincuenta guerreros practicaban sus habilidades con espadas de madera.
Se habían detenido a buscar agua, llevándose lo que encontraron a su paso. Las lanzas resplandecían clavadas en la arena cuando el joven se acercó.
Uno de los griegos lo confundió con un sirviente y le dio un balde, indicándole un pequeño manantial. Regreso entregándoselo, el guerrero dio un fuerte trago y el agua del mar lo hizo atragantarse.
Se volvió encolerizado hacia el sonriente pastor, arremetiendo contra él. Lo esquivó rápidamente rodando hacia un costado, el griego era lento con la armadura encima.
Sus camaradas se acercaban contemplando el combate, un hombre lleno de cicatrices contra un pastor desarmado.
Cargó de nuevo contra él y éste le hizo una zancadilla cuando el gigante erró el golpe.
Trato de levantarse recibiendo un baldazo en medio de la cabeza y eso fue todo.
El pastor señaló las vacas, los griegos rieron, la tierra se sacudió.
Huyeron hacia su nave cargando al vencido, los dioses estaban furiosos.
El joven tomó las dos vacas comenzando la vuelta a casa, el volcán de la otra isla retumbaba a veces y toda la cadena montañosa se sacudía.
¡Qué supersticiosos resultaban los extraños!.
IV)
Y así eran las tardes en el pueblo, esperando que llegara la hora de que el equipo saltara al campo de juego para pegarnos los dos a la radio y rogar porque esta vez no nos llenaran la canasta.
A veces el equipo se iba a jugar afuera y en ésa época madrugábamos para poder seguirlo, siempre en la distancia ya que jamás ninguno de los dos piso ese recinto sagrado y dulce.
La voz del relator sonaba como un canto de batalla mientras la hinchada le hacía de coro, un gol en contra y toda la desilusión se nos filtraba en el cuerpo.
Cuántos campeonatos vimos perder antes de gritar victoriosos, cuántos gloriosos equipos pasaron antes nuestros ojos y se fueron por una senda llamada derrota.
La pasión nos mantenía ahí en cada comienzo de temporada a la espera de que esta fuera la vencida.
Y un día llegó el viejo, o al menos así le decían, todo cambió radicalmente, como si el entendiera el mecanismo de la bestia dormida.
Nuestros rivales caían como moscas, los pasábamos por arriba y nada nos detenía: primero el torneo, después la copa, después merengue y a casa victoriosos; éramos el trueno, el viento y la lluvia.
Un solo corazón frente a los desafíos, pasábamos furiosos por donde fuera y ellos caían rendidos; las copas que nos habían sido esquivas tantos años ahora llenaban nuestras vitrinas, dulce gloria dorada.
Fue un domingo de junio cuando él nos dejó, nos dejó y se fue a la estrella de nuestros ancestros; tres días más tarde en tierras extrañas los dioses estuvieron con nosotros y los santos ausentes, cuando el estandarte pasó victorioso frente a ellos.
Nada de jugar bonito, una estocada y se cayeron como fichas de dominó; supe en ese momento que él lo estaba viendo aunque ya no estuviera a mi lado.
Sentí su presencia como en tantas otras veces y una lágrima se me escapó por la tristeza; y esa no fue la última vez, porque julio se volvió un mes hermoso en pleno invierno.
V)
Llovió toda la noche,
la mañana llegó
barriendo el sol la cortina
de nubes, entibiando la tierra.
Las gotas de la tormenta
reflejaron un mar de colores
sobre cada flor en las praderas,
mientras el viento las mecía
con la brisa.
Pasó entre ellas
agitando un manto rojo,
moviéndose con gracia
por el sendero oscurecido
la noche anterior.
Una de las gotas del roció
eclipsó el brillo del sol reflejándola,
obligándolo a ocultarse.
El día tenía una nueva luz moviéndose
de aquí para allá entre las flores.
VI)
Trató de atraparla, dando manotazos
mientras la perseguía por el jardín reverdecido
después de la lluvia de septiembre,
la mariposa era un arcoíris desplazándose
majestuosa fuera de su alcance.
Un rayo de sol lo cegó aterrizando en
medio del cantero de margaritas,
tomando una para deshojarla
mientras reía viendo las nubes
convertirse en juguetes y mascotas,
hasta que el cielo se oscureció.
Su madre lo tomó en brazos,
dándole un chirlo por haber
pisoteado el jardín de su abuela.
VII)
Los encontró,
blanco y negro
huyendo del frío,
por siempre vigilando
nuestra casa.
Corriendo por el tejado,
pasando la posta
a los que vinieron después,
jugando con la bestia negra
durante el atardecer.
Un espejo en el que vernos,
tanta fidelidad incluso
al final cuando partieron
hacia las estrellas,
desde donde vigilan
los pasos que damos
los que quedamos
para recordarlos.
VIII)
Allí no nieva, sólo es una ilusión, porque en lo profundo siento que he cruzado la frontera como tantos otros.
La loba ha venido conmigo cuando ella se presentó, sonriéndome y le devolví el cumplido, espada en mano.
No es que tuviera otra opción, en ese momento su fúnebre crespón llenó el cielo de naves de guerra, negras y frías, pero sólo sentí el calor de mi acero antes de emprender la batalla final.
Así que dama mía, solitaria y errante, hoy te devolveré el gesto, no esperes que pida compasión pues esta no es sino otra gloriosa batalla.
Si te quedan dudas mira el blasón insigne, cubierto de marcas, un mazo y un cuervo en el centro, esta es mi señal, la que me ha guiado por éste sendero, la que me llevará hacia otra contienda, pero por única vez seguro de que aquí sólo existe la gloria, el rencuentro y espero, suficiente Malbec.
Ven mi loba, busquemos a nuestros hermanos entre estos salones de acero que se abren detrás de la tormenta que la dama oscura desató.
IX)
Por qué he de padecer todas estas lágrimas
que las páginas terminan secando,
pero cuando alguien abre el libro
por primera vez vuelven a surgir.
No son varias vidas como piensan otras obras
es una sola y me ha tocado una que ya no quiero,
lo único de heroína que hay en mi
es el dolor de cabeza tras haber caído en
las garras de esa maldita adicción.
Me desangro, anhelando un amor
pero tú, mi autor y mi dios
sólo me das dolor amarillo
envuelto en un mar de tiempo
y tinta seca.
X)
En la esquina de Ajó, entre la Ría y Tuyú, ocurre una situación muy extraña. Hay un lugar en donde el trabajo (también llamado laburo) es un misterio.
La gente parece estar haciendo de todo, menos laburar. Los empleados desaparecen sin aviso, las empleadas mecen a los vástagos de otras personas mientras se intenta una conciliación.
Un hombre habla solo, cuenta los pasos que da hacia adelante y luego salta para atrás escapándole a la puerta de entrada.
Otro individuo se ha ido de pesca, indagando la cantidad de agujas que caen de los pinos e intentando hallar una de color violeta. Tal vez porque le recuerda al vino que bebió la noche anterior.
Eso sí, a las dos de la tarde se almuerza sin excepción. No importa lo ocupado que estén o si no están allí, el almuerzo tiene la atribución de traerlos a todos de regreso.
Y hasta alguno se queda relojeando a los demás para poder pasar el último pedazo de pan sobre los restos de la salsa.
Luego es la hora de volver a casa, un merecido descanso.
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