29/07/2016.
15:35 hs.
Veo la diagonal detrás de una cortina rodante, el invierno golpea suave en la tarde. Las cosas se ven como antaño, aunque los personajes son otros. La ciudad apareció tras la niebla, justo en una curva de Santa Clara y pronto nos vimos llevados por la vorágine de vivir en la ciudad. Seguro es lo que menos extraño, pero que forme parte del cuadro hace que lo acepte.
El café se llamaba de otra forma, un vikingo dibujado sobre la fachada te daba la bienvenida al salón de los escudos. Hasta él ha partido a buscar otras costas, pero su hospitalidad se quedó aquí (¿o era acá?). Justo enfrente hay una tienda de electrodomésticos, en una época nos juntábamos los sábados a jugar en red y ese era nuestro punto de despedida. Luego venían los mates en la casa de Mármol.
Ahora todo parece igual pero con nombres en inglés. Lo que se dice colonización cultural y sino pregúntenle a la diosa griega de la victoria que terminó como marca de zapatillas.
17:00 hs.
Hormigas, luciérnagas pululando entre las tiendas del bazar. Tres señoras ya mayores hablan reunidas, si es que se puede escuchar algo en el eclipse sonoro que proviene del coro de los otros, hablando todos juntos.
Tres señoras con tiempo pese a los años, en torno a otras tres más tres que parecen haberles copiado el formato. En eso se parecen a los locales de comidas rápidas, homogeneidad y socialización, incluso leen otra entrega del diario El Serafín. Las puertas gigantes se asemejan a la entrada (o salida) del paraíso, por un precio módico.
Hasta Rudorico empeñó lo conseguido en la última incursión, para tratar de obtener un número más en el sorteo de ese obsequio sobrevaluado que se ha pagado tres veces antes de darnos sólo la mitad.
Mi café se ha enfriado viendo alrededor, la cola de los sanitarios se repite en el patio de comida y en la liquidación de todo aquello que se nos vende con sobreprecios. Incluso la tinta me ha salido cara esta vuelta.
30/07/2016.
11:05 hs.
Roberto ha venido a decirte feliz cumpleaños, eso y ver como se prepara el plan para la batalla. Bastó que dijera algo para alertar a todo el mundo, así que su plan de descubrir nuestra estrategia termina en zozobra. Las huestes claman venganza, Don Laurel medita mientras se acaricia la barba.
Anoche el mismo individuo cayó en la tienda de Mármol, de espaldas y con una capucha asistió al diálogo entre su ayudante y el mencionado Roberto. Parece ser que el hecho de dejarse la barba lo hacía irreconocible para su habitual visitante.
Se retiró con las manos vacías sin poder conseguir las veinte rosas para financiar sus fechorías, pero habrá otros incautos.
Nota aparte, observando el movimiento en la tienda “Los Tanos” pude deducir que amerita un estudio sociológico acerca de por qué las personas acuden raudas al ver los carteles de liquidación final. Lo único que parece que se liquida son los fondos en las cuentas.
Pero a ellos parece no importarles, se paga solo dicen al cruzar a otra tienda del bazar a repetir el vaciamiento.
17:42 hs.
Bajo éste suelo he caminado, lo sé por el testimonio de las baldosas del frente. La fachada es la misma pero ya no llega ningún colectivo, sólo personas de visita por ese nuevo bazar llamado Estación del Sur.
Hace diecisiete años vivía cerca de allí, en los albores de mi vida como estudiante. Los andenes eran para despedir a nuestros compañeros de viaje, la vieja estructura se veía gótica y los pasos de quien aguardaba la hora de la salida resonaban en todas las direcciones.
Dos amantes se despidieron en un café que ahora es museo, un hijo recibió a su padre y a su madre. Por donde mire hay historias susurrando, pese a que el ahora guardián de ese lugar se ocupa únicamente de contar el tributo que le dejan sus inquilinos y no de detalles tan simples.
Un error de cálculo en la salida y nos corren de allí, justo al patio en donde los adoquines le cuentan al sol sobre el tiempo que se fue. Allí veo entrar a un padre, junto a su pequeña que ignora todo esto.
Pero el lugar alrededor se ve igual, el cemento no sepultará estas historias.
31/07/2016.
10:55 hs.
Una década, eso es lo que ha pasado. Ni un instante menos, algunas amistades ya no están. Ciertos rostros moran en los cielos, nueva vida ha resurgido sobre la faz de la tierra.
Me fui de la torre dejando recuerdos imborrables que me persiguen cada aniversario, al igual que la sombra que me acompaña.
La primera noche fue la más difícil, la angustia ganó por abandono aquel día. Pero las amistades ayudaron a sobrevivir una última primavera como estudiante (al menos en lo formal), viendo todo reverdecer y a la luna ocupar su lugar en el espejo de Alfonsina.
Todo late aún, eso y las emociones, pese a que anoche sólo hablamos de cualquier otra cosa la ciudad murmura anécdotas. Dan las once, las campanas resuenan a un lado del torreón mientras nos preparamos para regresar al norte, cerca de la bahía a la que lleva la ría.
Es bueno estar aquí cada tanto, mientras pensamos que nuestro peregrinaje nos ha de llevar cerca en algún momento y por eso soportamos las durezas del camino a la espera de ver de nuevo la ciudad oculta tras la niebla.