Día 20: un sábado eterno, ayer las imágenes se asemejaban a que alguien hubiera abierto el grifo liberando la pestilencia sobre todos ellos que por incautos y por necesidad se agolparon en la calle. Las filas interminables, la desorganización puesta sobre la mesa y adiós a tantas precauciones después de catorce días desde que arrancó la cuarentena dichosa. Las muertes que se suceden, las que vendrán, el mundo que responde tarde y qué esperar del tercer planeta dentro de la tercera roca si no las muestras de los desastres que se pretenden esconder atrás de cortinas de papel. Lo que no pudieron las declaraciones y pactos de la posguerra en cuanto hacernos iguales realmente, lo está logrando la pandemia. No discrimina, no le importa lo poderoso que te creas o lo débil que seas, vendrá a golpear la puerta pero nadie escuchará el llamado sentándose en la mesa junto a tus problemas de cada día que son más o menos la misma porquería que los que pensaba eran importantes y se meterá en esa bocanada incluyéndote/incluyéndome en la lista. El tiempo dirá si hemos de sobrevivir, si veré de nuevos gran parte de esos rostros cuya fotografía descansa sobre la bandeja de la impresora que emite el mismo sonido lastimero de siempre cuando las palabras saltan de la pantalla al papel. Las sonrisas se pierden en un julio de hace dos años que parecen miles de millones de eones por no decir los días previos a los que viene a cubrir una salida y partida del globo solar semejante a esas grabaciones en las que todo se acelera, la ropa se seca enseguida teniendo apenas el trabajo de quitar las espinas que se clavan en la piel igual que tales recuerdos. Días difíciles estos, de aulas vacías y de ausencias que alguien siente pegando como piedras levantadas por la máquina que cercena el pasto igual a las vidas de aquellos que no supieron ver venir al enemigo hasta que finalmente empezó a cobrarles el canon con cada respiro. La secuencia se repetirá mañana deseando que en esta lotería no le toque a uno pero otros no serán tan afortunados si eso ocurre, flamea el fuego de nuestras existencia en medio de una tempestad que no detendrá ningún chasquido, escudo o armadura quedando la vulnerabilidad de cada ser humano expuesta como el corazón arrancado y puesto sobre una mesa de metal esperando que esa presencia omnipresente se apiade girando rápido el mundo para pasar a mejores momentos. Por ahora el ritmo cansino de las manecillas que en ocasiones se atascan es lo único que parece moverse, hasta las hojas han dejado de agitarse cuando la noche viene a poner su manta encima de nuestras cabezas.
Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina conforme se describe en la página intitulada "Creative Commons". "No hay nada como escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a la máquina de escribir y sangrar" (Ernest Hemingway).
jueves
Día 14 (Búnker)
Día 14: dejé atrás el portón corredizo, la seguridad de este rectángulo que nos ha cobijado las últimas semanas con más fuerza que los anteriores cinco años y recorrí una calle casi desierta a excepción del perro que salió al encuentro con el ladrido aflorándole de la garganta hasta ser llamado a cuarteles de otoño. Después vino la avenida, el aviso que bajaba desde el cielo, algunas almas deambulando por las calles, la puerta del supermercado a medio abrir y el chango propio que me acompañó hasta el interior. El de la carnicería no usaba barbijo, las cajeras y los explotadores del comercio sí al igual que el tipo de la verdulería cuyas manos se encontraban manchadas por la tierra que envuelve a alguno de los productos. Recorrí las góndolas esquivando presencias, la distancia sin embargo se achicaba desde el otro lado desandando pasillos y efectuando el recuento de víveres para terminar cargando veinte kilos más en envases azules además de las verduras. Los billetes recibieron una ración de desinfectante, el plástico se agotó hasta nuevo aviso, el sendero de vuelta fue bastante más tortuoso que a la ida deteniéndome unos instantes para cambiar la carga de posición y continuar por la calle más silenciosa que antes. En la reja actuó el desinfectante, debajo del alero y en los picaportes, la ropa terminó en una bolsa oscura, antes de esto las zapatillas sobre un trapo impregnado de lavandina, el agua cubrió los brazos quedando el olor ácido en el ambiente así como en la vereda que rodea la casa. Luego la lluvia sobre la cabeza, la mesa que antes ocupaba el jardín en los días cálidos sirve de plataforma de depósito del contenido que ahora suelta el changuito, previo paso por la aduana que la desinfecta y tras ello los vegetales han ido a parar a la conservadora que actúa como pileta finalizando con el escurrido de cada una de las piezas. Las manos enceradas pueden finalmente sorber el mate a la sombra, el mundo afuera sigue contando los días del encierro con mensajes que se escuchan hasta entrada la noche dado que muchos aún lo desoyen. El que se acercó buscando golosinas, el sujeto de afuera viendo espantado la máscara que portaba, las dos mujeres saludándose con un beso y otros dos dialogando en medio de la calle, el contraste lo puso la cara de enojo de la veterinaria que mantuvo la distancia. Los recaudos han sido tomados, no sé si serán suficientes pero es lo máximo que puedo hacer cayendo en varios momentos en la paranoia de la extrema limpieza y el temor a dar el siguiente paso fuera de este marco en el que pintamos una parte de la historia que en otros lugares es un punto rojo producto de la sangre que han dejado los que pelean en el frente de batalla.
Día 10 (Búnker)
Día 10: esa voz anónima llega traída por el silencio que hay en la calle, apenas interrumpido por el mensaje y algún que otro graznido. No pensaba que escuchar la lluvia anoche me fuera a reconfortar, sin embargo tampoco concilié demasiado bien el sueño hasta que el mundo desapareció despertando con el reloj anunciando dos horas y media menos que la realidad. Una llamada entró, otra salió al rato, voces que siguen lejanas igual que esas imágenes que llegan desde afuera aunque alguna refiera a un sitio no tan distante como Pinamar y la misma disnomia de siempre que se ha acentuado ante la urgencia del caso. Mensajes en rojo y blanco, alertas, urgencias, últimas noticias que dejan desubicadas a las que tenían hasta hace un rato ese rótulo volviéndolas viejas en los partes cada treinta minutos igual que a las cifras de enfermos. Cada tres días el número se ha duplicado aunque ayer se disparó la cantidad de casos, incluso ya no ha respetado a los que parecían los más vulnerables y se dedicó a expandirse en franjas etarias más jóvenes. No hay corona valga la ironía que proteja a los poderosos de la enfermedad que extendió su fúnebre crespón sobre el mundo, dejando el adiós en la puerta que se cierra en el rostro de aquellos que ya no verán a esa presencia que en solitario se va. No es que haya una diferencia en el hecho de pasar de largo en cuanto a irnos solos pero las palabras finales y los besos se han tenido que quedar apretujadas con la impotencia haciendo un nudo en la garganta, para eso no existe medicina alguna excepto la mitigación del tiempo. Otro día discurre en soledad, pese a que algunos tenemos la suerte de no estarlo del todo sigo con esa extraña sensación de fatalidad rondando cerca de la boca del estómago, una suerte de calambre pos carrera de resistencia de esas que se quedaron lejos en la adolescencia. Un par de fotos de un sábado antes de la final en Rusia son como maderos flotando después de que el acorazado se ha ido a pique y lamento las pocas palabras de afecto que les he dedicado a los involucrados en ese rectángulo repleto de sonrisas. La voz que viene del bulevar parece sacada de una película de ciencia ficción, los ladrillos se han mojado como en cada otra tormenta, las canaletas gotean esas lágrimas que alguno ahí arriba soltó y los brotes verdes se extienden en medio del camino que las invasoras de negro se empeñan en mantener abierto como canal de comunicación. Las ruedas aguardan a un costado del sofá poder besar algún día las toscas, el pavimento y las líneas que marcan el rostro de la calle en la que los únicos dueños son los perros que van y vienen, siguiendo con esa extrañeza de encontrarse tan a sus anchas ante la escasa presencia de seres humanos que de pronto se han marchado igual que los restos finales del verano.
Día 8 (Búnker)
Día 8: la brisa golpeaba ese rostro al montar la bicicleta sobre la calle cuyas piedras pequeñas se estrellaban contra los rayos del carruaje que ahora junta polvo en un rincón de la casa, las noches se siguen viendo estrelladas pero hay demasiado silencio incluso para este lugar que se precia de dicha cualidad. El móvil pasa al atardecer con la sirena enloquecida alumbrando un poco los costados, las almas no vagan fuera del cerco a excepción de algún que otro perro que sabe interpretar esa calma que se ha extendido como un manto sobre la tierra habitada pero temerosa. No hay bombas en el cielo, tan solo es otro ataque etéreo que se cobra nuevas vidas y pone en la fila a varios que parecían en un momento invulnerables, mensajes por doquier en la distancia que ya asusta un poco. Voces que se extrañan metidas vaya a saber uno dónde, esperando que oigan la advertencia en lugar de seguir por el camino de siempre que ahora yace abandonado agrietada un poco más la vereda. La loma en la que los pinos le marcan el territorio al asfalto, la diagonal bajo un sol que sigue dándote un abrazo en eso de abrasar y ellos tres que se han separado ahí por diciembre sin la oportunidad de deambular una vez más por allí. Tras esto la calle de arena, el consultorio con el cartel de advertencia por si alguno no se ha percatado del asunto, un teléfono que sirve en casos normales y el susurro entre los hilos de alambre del terreno baldío que ha comenzado a ser limpiado aunque los siguientes trabajos deberán esperar a que el capítulo termine. Vuelta a la casa, al lugar del que generalmente huimos por rutina o por voluntad propia, paredes que escuchan con atención esas palabras de aliento que vienen desde los rincones del cosmos y siguen flotando en la noche en la atmosfera de la paz que se ha instalado por vez primera en la tierra. Aunque la batalla, una de las tantas de esta guerra, se siga librando mientras los defensores tratan de que las grietas que han comenzado a aparecer no se vuelvan un desmoronamiento. Aguantar un poco, las manos que se encuentran lejos suman su esperanza a esa metáfora, deseando que el contador no ascienda demasiado deprisa porque sino vendrá el desborde del río sobre los valientes defensores. Anónimos ellos, posiblemente los hemos cruzado incontables veces pero nuestra atención estaba en la ida apresurada o la vuelta lenta cambiando juntos de colectivo a bondi para distanciarnos con apenas un par de cuadras, ciertos lugares frecuentamos sin conocernos nunca. Ahora las vidas que penden de un hilo llamado incertidumbre son puestas bajo su ala protectora, los rectángulos de los alambrados rodean la construcción que acusa un lustro desde la inauguración y el postigo se da de bruces contra la pared a la que el pasto recién cortado manchó en señal de protesta. Sangre verde, si fueras la única que se derramara sería todo más sencillo.
domingo
Día 6 (Búnker)
Día 6: el mensaje baja desde los altavoces, un miembro por familia, la fila a un metro de distancia, las tres de la tarde marca el final del horario de compras y el comienzo de la restricción, la patrulla dobla en Luro rumbo al bulevar iluminando por un instante lo oscuro de este asunto. La llamada del otro lado del océano, de un lugar remoto que apenas puedo ver en un mapa y ese rostro aún más lejano con un cuarto de siglo encima desde la última vez. Los camiones desfilan, el adiós será solitario con una plegaria que se pierde entre las paredes del refugio, la foto se marchita igual que la vida tras el avance de la plaga y la falta de conciencia, la reacción tal vez salve a alguno pero las cenizas quedarán flotando en la oscuridad. El único fuego que realmente debería haberse quedado en una metáfora de alguna historia vieja, traída en un tomo que ilustra la batalla final entre el héroe y la serpiente que lanza el veneno desde su trono dorado. No hay recurso que pueda frenar el embate, de haberlo el poderoso se quedará solo para descubrir que quien lo cuida afuera del domo se ha ido debilitando hasta que ya nada le llegue y entonces tendrá que unirse al resto, a los meros mortales que aguardan la suerte en la ruleta producto de todos los que no sienten empatía alguna por los demás. La oscuridad sobre la vieja civilización es el ocaso aquí, estirando el rayo final de sol el momento de que finalmente las sombras vengan y tal vez esas empalizadas resistan un poco ganando días para reducir los daños. El problema sigue estando en el boicot interno, aquellos que no han guardado su lugar tomándose esto como si fuera un fin de semana eterno y deambulan por la vía pública, la disnomia no podía quedarse fuera del espectáculo que se desarrolla desde hace días. Lejanos tiempos los de viajar hasta San Romano, recorriendo el camino a la orilla del mar que se encuentra más lejos aún, una postal pegada en algún rectángulo de los que forman el alambrado agitada por el viento y descolorida por Febo que ha vuelto. Tras la supresión de las horas apretujadas la salida un par de minutos para levantar provisiones sabe extraña, una especie de sueño que en cualquier momento mutará a pesadilla y esos dos faroles que han pasado indagando accidentalmente sobre una nueva bolsa de desperdicios que ha sido dejada como mensaje de existencia. Luego la repetición, las ventanas que recibieron la luz de la mañana yacen cerradas aguardando la caricia del rocío, todo se ve normal excepto la sensación del principio que apenas puede ser diluida por el hecho de estar ocupado esculpiendo ideas en el teclado, cosa de dejar algún registro de todo este pandemonio.
Día 5 (Búnker)
Día 5: dejando atrás la seguridad del hogar, si acaso se puede confiar en ello hoy, todo yace detenido igual que el paso de las horas del confinamiento obligado producto de un enemigo que ha llegado a sentarse en la mesa esperando que su aperitivo se le acerque en bandeja y desatar la destrucción provocando un colapso que en otras partes se traduce en camiones llevando féretros. No habrá despedida por el momento, el tiempo dirá igual que ahora contando los pasos hasta el cesto de basura que marca la vuelta forzada a la seguridad de los barrotes que no es tal. La perra recorre el perímetro, la música viene desde otra dimensión en la que los náufragos como nosotros se refugian esperando que no les llegue el veneno, mismo método de destierro para las hormigas en lo que se asemeja al huésped invisible que aguarda el llenado de las copas con ese océano que recorre nuestras arterias. La soledad del exterior, la canilla cuyo goteo ya dejó de ser un sonido más y se ha vuelto la manera moderna de contar ovejas, el androide no sueña con ellas porque se encuentra recargando y saltando sus propias vallas burlándose de nuestros intentos de poder conciliar el sueño. La repetición llamada rutina marcaba ciertos aspectos consolidados, pero acá no hay nada de ello, las barreras de los horarios han desparecido y reducen todo a quedarnos tranquilos viendo las horas pasar. Cualquiera podría volverse loco pero no hay nada más que hacer, dejando la pantalla encendida por si en una de esas finalmente alguno aparece admitiendo que esto no ha sido más que un capítulo nuevo de un engaño bien diseñado. Nada de eso, las cifras siguen en ascenso, la desolación planta una bandera que no flamea y sepulta la esperanza de llegar pronto a un final de este momento bajo toneladas de ansiedades que se vuelven letras frente al procesador de textos. Vendrá el día, la tragedia seguirá su curso, los insensatos nos condenan a la extinción de seguir por ese camino, las barreras son levantadas en sitios que antes nos recibían con los brazos abiertos. La misma imagen se repite, montículos, iracundos, hacinamiento, inconscientes, desbordes, algunos muchos que se tomaron esto como una comedia y no vieron el cartel de tragedia encima de todo firmando la salida apresurada para tomar una ruta que los ha conducido a la exposición innecesaria. Pero dejan en evidencia la falta de humanidad, el todo vale con el que se han criado hasta poder tomar decisiones que son siempre culpa de los otros por haberlos primeriado y las exhiben como el mejor de los logros. Los metros sobre el concreto se asemejan a un patio amurallado, la única diferencia está en que podemos decidir permanecer allí tranquilos dejando de lado todas esas preocupaciones y darnos una chance más grande de salir de esta enorme tormenta que cubre nuestro momento aquí en el mundo de los vivos.
Día 4 (Búnker)
sábado
Fórmula
Allá en el sur
jueves
Fichines
Botón rojo para el salto, con el
amarillo usa la espada y el azul no hace nada, al menos no hasta conseguir el
ítem mágico que permite invocar esa pequeña ayuda consistente en hacer
desaparecer a todos los personajes que intentan detenernos en el avance hasta
la pantalla final. Recuerdo haber estado ya en esta sala desierta en la que los
fantasmas se materializaban danzando sobre mi cabeza, para que me diera cuenta
que el escudo era sólo una decoración perdiendo una vida. Tras varios intentos
se llegaba al puente que unía un nivel con otro para simplemente encontrarnos
con que no habíamos juntado cada una de las piedras de color rojo que permitían
cruzar a salvo. Si el mago aparecía en el medio de este podíamos seguir
avanzando, obteniendo de recompensa un blasón que servía de vida de refuerzo en
nuestra justa contra las fuerzas del mal. En el caso contrario apenas una
pantalla negra con la inscripción “GAME OVER” para luego escuchar las risas del
jefe del juego y sus secuaces quienes se seguirían burlando en la vuelta a
casa. Alguno de los vecinos de la cuadra contaba cómo era el final de ese
viaje, las peripecias que uno debía atravesar para llegar a la última
fortaleza. Un castillo con pinta de derruido, telarañas y muchas grietas que
aseguraban que esas paredes se nos vendrían encima de un momento a otro, lo
peor era el escenario en el que peleábamos contra nosotros mismos al
reflejarnos en el enorme espejo. Pero finalmente la luz triunfaría, podríamos
poner las iniciales de nuestro nombre en la última pantalla, tras esto
danzarían los personajes diciéndonos adiós pues en el mundo de afuera tocaría
empezar otras etapas. Varios años más tarde, sin tanto cabello y con menos
vista encontré la máquina que me trajo de regreso a la infancia en un instante.
Lo único que los botones estaban bastantes maltrechos, al caballero la barba le
había crecido llegándole a la rodilla y cada salto le costaba horrores, hasta
los fantasmas se veían un tanto avejentados. En el otro extremo del nivel el
antiguo boss esperaba como siempre, pero al llegar allí los dos personajes
tiraron las armas y se abrazaron en un llanto compartido. Después silencio, un
montón de signos y números conformaron la pantalla que marcaba el bloqueo de
aquella maquinaria ya ancestral para los de afuera, excepto para los dos viejos
ojos que la veían con cierta nostalgia. Una lágrima apenas rodando hasta la
palma de la mano, volviéndose una ficha con tres ranuras en su cuerpo y todo el
brillo de otras épocas sin tantas presiones del mundo externo. La ranura recibió
como la vez primera aquella solicitud de bajada del portón del renovado
castillo, las banderas flamearon, el héroe había vuelto y con él los peligros
más allá de las murallas. Un paisaje florido lo esperaba, unos cuantos
acertijos que debían ser resueltos para dar con la última misión en la que el
villano levantaba una bandera blanca al mismo tiempo que el personaje
principal. Después todos unidos saldrían a agradecerle a quien les permitía
seguir conservando la inocencia que con el tiempo se va, como partes de una
construcción que se llena de marcas y pierde recuerdos. Ahora la máquina sigue
ahí en un lugar de la costa, aguardando que algún piloto avezado empiece con la
travesía en búsqueda del botín más preciado como es lograr terminar el juego sabiendo
que esos minutos son únicamente de uno. El tiempo aquí se detiene, las palancas
sienten la caricia de unas manos pequeñas que vienen acompañando al navegante
en su vuelta al hogar en algo tan simple como un videojuego. El score final
tendrá las iniciales de esa vida que empieza a florecer, los dos se vuelven
tres en tanto se alejan en la noche rumbo a la casa vieja que los aguarda. Ahí
he empezado a escribir esto como forma de no perder completamente al niño que
sigue corriendo mientras el adulto ve la manera de resolver esos problemas que
bien podrían esperar un poco más. Un crédito más que jugar.
domingo
Vacío y olvido
lunes
Demonios
Agridulce
Ría
domingo
sábado
Pez
Ondulaciones, luego un impacto al borde que se irá a
formar parte de la marea de barro igual que el muro derruido. Las vallas de
contención son juguetes para que aquel que mora en la ría los desgaste hasta
llevarse el botín. Lo mismo para las líneas que intentan darle caza al pez
gordo, él
que en su mundo de sombras y sirenas está rechoncho. Ya no se contenta con esas
carnadas, los espineles siguen en la soledad sorbiendo lo dulce y la sal que se
mezclan en esta correntada, del otro lado del continente los brazos azules
separan los pastizales en los que los venados se ocultan. El otro habitante de
estos humedales asoma su corona ahí en la ribera, confundida con un brote de
talas que se alzan como las flores del lugar recibiendo la caricia del viento
que viene desde la boca rozando el pilote enclavado en medio de la corriente
que marca la entrada antigua. Después únicamente el vaivén de las olas que
empiezan a sacudir las embarcaciones, los cangrejos han abandonado la sombra de
las barcas tras recibir el abrazo de la marea que empieza con su danza a hacer
bailar a todos aquellos que se atreven a quedarse cerca. Sol naranja y rojo te
vas detrás de una nube, la noche tiende el manto como si fuera la puesta a
punto de la mesa en la que ha de ponerse al corriente de todo lo sucedido en su
ausencia diurna. El faro con su luz trémula atraviesa la bruma marina dándole
al enorme pilote la sensación de no estar solo, la otra señal de vida viene del
sur sumándose al vuelo de las lisas que otean a los habitantes de la superficie.
La estela es un camino blanco sobre el espejo que enseguida éste alisa, a la brisa se le da por jugarle una mala
pasada generando pliegues que en tropel se precipitan sobre la playa de
conchilla y la verde manta que puebla esas orillas. Restos de embarcaciones le
dan la alarma a aquellas que aún flotan, alguna ha empezado a hacerse lugar en
el lecho viéndose apenas el mástil que en épocas no tan lejanas sintió el
flameo de la bandera con el escudo de un tiburón venido de más allá de la
curva. Tiempos lejanos que se esconden debajo del oleaje, la tarde toca a su
fin y es hora de volver a casa dejando a la enorme presencia escondida en
soledad debajo de ese otro mundo que paralelo corre al nuestro.
lunes
Escalera
Todo lo que se echa a perder con el tiempo excepto el
recuerdo de nuestra existencia plasmado en aquel al que hemos ayudado de una
forma cualquiera, con retazos de nuestras horas dado que es lo único acotado y
ese que muchas veces no está disponible por andar cargando pesos innecesarios a
través de un camino empedrado, la única muestra de alguna que otra existencia
que se deshizo igual que esos bustos en tributo a ídolos de carne y hueso. Si
aquello que uno llega a tener por un instante, aquel en él que se encuentra
respirando, no sirve para dejar una marca en los demás que implique un cambio
en la situación que viven pues habremos desperdiciado la oportunidad.
Intentando en la mayoría de los casos despeñar al que viene al lado todo el
camino cuando el brillo en la cima te engaña pensando que la fortuna se
encuentra ahí, no importa cuántos rostros tengan que irse antes del buen día
empujados por la ira que invade a quién encontró una excusa en eso de trepar
dejando atrás el destino escrito por fuerzas que son superiores a los simples
mortales. Entonces un manotazo lo arroja lejos, sintiendo el temor en la caída
a un pozo profundo repleto de los pecados cometidos en esto de subir pisando a
los otros y descubriendo que únicamente ahí abajo en el frío eterno existe un
camino que da vueltas a esa montaña sobre la que se desarrolla la vida de la
humanidad. Teniendo que conformarse con maldecir en vano, la luz solar no llega
ahí abajo únicamente las tinieblas y esos fuegos encendidos por almas que usan
los harapos de sus ricas túnicas para poder iniciar las fogatas, empujándose
para rodar cuesta abajo hasta los abismos del infierno que los aguarda. En el
purgatorio no entendieron el mensaje, la escalera cuyos peldaños yacen labrados
en la roca se volverá luminosa cuando lo malo haya abandonado el alma de aquel
que aguarda una última oportunidad, penitente que comienza a subir rumbo a ese
sitio celeste viendo las cascadas que se precipitan sobre la tierra en la que
la primavera acontece.
domingo
Arcades
Ante
la pregunta molesta de la sociedad que insiste con sus estereotipos intentando
que no nos apartemos de la casilla he tenido que responder ¡Vengo a jugar! ¿Qué otra cosa más se puede hacer en un salón
repleto de obras de arte? Debería preguntarse lo qué se encuentra haciendo en
ese lugar lleno de historias que llaman a retomar las horas olvidadas por tener
que volvernos aportadores seriales al mantenimiento de la estructura que no
duda en criticar, tildando de desviada
la conducta de aquellos que ya no peinan canas por habérseles volado las chapas
que les quedaban y deberían en su caso estar en la fila de espectadores de la
cancha de bochas o las rondas de naipes que esconden mentiras, si a esa altura
recuerdo alguna. Pero no, he venido a conquistar, a aceptar el reto, a intentar
no pincharme en la curva en la que el erizo reposa sobre el muro y encima tiene
cartelera propia en el cine de enfrente. Puedo detenerme en la peatonal a
contemplar al mundo deambular esperando que el reloj con esos fuegos dorados se
encienda y la galaxia explote, los demás seguirán su camino ignorando el
llamado de la batalla. El balón se eleva por los cielos haciendo inútil la
estirada del portero que juega siempre adelantado, curioso que les ocurra lo
mismo a todas las escuadras, un beso a la red que contiene la pasión de la
esfera con gajos negros y blancos. La hinchada corea el nombre del once que ha
metido ese gol, la de afuera del estadio grita tan fuerte que eclipsa esos
cánticos que sólo resuenan en los oídos del veterano jugador número 1 al que la
ausencia de la ranura correspondiente no le ha impedido tomar el control de la
eterna Azzurra. Después los resultados pueden o no llegar, el empate como
buenos perdedores nos dejará a afuera a los dos así que la victoria únicamente
es lo que queda aunque ya la conozcamos tanto menos que a la derrota. Un par de
créditos, dependiendo del juego, duermen en un estuche que emula el antiguo
control de otro monstruo que descansa en las tardes del verano lejano,
esperando el momento en que el cartucho sea insertado y nos abramos paso por
esos niveles cuya salida requiere detener a toda la flota enemiga que volverá
en la siguiente ocasión. Igual que el anónimo que se ha ido hacia el mar
esperando que la nave lo lleve a otro puerto, la tarde se ha vuelto noche
envuelto en esos sueños sonoros repletos de recuerdos y sensaciones. Así que he
venido a jugar, no sé qué estás haciendo vos acá pero la mía es una misión
secreta consistente en llegar a esa máquina que resplandece por encima de las
demás y dejar la ficha en su seno que obra de fuente de los deseos. Un crédito
más, sólo uno más. ¡Estoy en una misión para vencer al FC SEGA, pagano!