Hace un tiempo en un lugar lejano y al
que el sol le daba siempre de costado existía una pequeña sociedad de
individuos que habían superado los obstáculos que el tiempo les ponía en el
camino con una fórmula mágica. El descubridor de la solución definitiva para
todos los males humanos recibió el estatus de salvador del mundo conocido, que
no se extendía más allá de lo que un individuo puede ver con los dos limitados
ojos que le han sido provistos al nacer. Aclamado por lo bajo y alto, abucheado
en ocasiones ante la reprimenda severa de los oradores de turno que se
deshacían en elogios por aquel al que conocían gracias a los libros de historia
que lo pintaban como el único iluminado, Altvater latino que encontró la
panacea poniéndole su sello en cada una de las ediciones con las que el
siguiente monólogo era esparcido a los cuatro vientos y llevado sobre los
cascos imperecederos como muestra de la pertenencia de esas tierras que nunca
conocieron otras voces. Esculpidos los retratos con diferentes momentos de la
vida del ídolo que dejó a uno de sus discípulos las llaves del cofre que
esconde la solución ante cualquier contratiempo, cosa de que se llegue a buen
puerto pese a tener los vientos en contra y sin necesidad de esperar a que la
rosa nos dé una manito. De la historia anterior al momento de ese triunfo
rotundo sobre las sombras del mundo poco se sabe, se lo ha visto cruzar abismos
y conquistar otros lares tan sólo con el poder de su presencia. Dueño de todo
lo conocido, por eso la multitud aclama los logros sin cuestionamientos al señor
del paraíso que sólo conoce de la presencia de Nike en las fotografías que lo
exhiben rebosando de vitalidad aunque sean en blanco y negro, irradian el
enorme convencimiento que generaba incluso en los paganos que negaron la
existencia del mismo hasta que les llegó al corazón. Tintineo metálico, flor
dorada que quita lo malo de las conductas y esconde el fuego que debe arder
para oponerse a la barbarie, déspota que se mantiene altanero cuando alguien ha
osado dirigirle una mirada de reprobación. Murmullo descuidado que se convierte
en grito de indignación, en la derrota se atreven a confrontarlo pero bien que
no dijeron nada cuando las arcas estaban llenas y la luz invadía vuestros
hogares. Veo que aún mantienen no obstante ciertas costumbres, ponderan los
triunfos pero se mantienen alejados de las derrotas como de a un leproso que ha
cometido la osadía de pasarles cerca con la armadura negra y roja puesta.
Critican, opinan de cualquier tema, desconocen la mayoría de lo que expresan
pero tratan de parecer que saben mucho del asunto y al final emplean el arma
favorita la cual me pertenece por ser su descubridor, qué digo descubrimiento,
invención por la que he merecido el mayor de todos los premios. Y ahora por si
alguno no cayó todavía lo revelaré, es algo bastante simple, fácil de utilizar
al igual que respirar o caer en la dimensión del opinólogo que habla de
cualquier tema, conoce todos los idiomas pero en caso de pifiarle se hace el
desentendido al recibir una llamada salvadora.
El secreto es echarle la culpa al otro,
que este se haga cargo.
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