Día 14: dejé atrás el portón corredizo, la seguridad de este rectángulo que nos ha cobijado las últimas semanas con más fuerza que los anteriores cinco años y recorrí una calle casi desierta a excepción del perro que salió al encuentro con el ladrido aflorándole de la garganta hasta ser llamado a cuarteles de otoño. Después vino la avenida, el aviso que bajaba desde el cielo, algunas almas deambulando por las calles, la puerta del supermercado a medio abrir y el chango propio que me acompañó hasta el interior. El de la carnicería no usaba barbijo, las cajeras y los explotadores del comercio sí al igual que el tipo de la verdulería cuyas manos se encontraban manchadas por la tierra que envuelve a alguno de los productos. Recorrí las góndolas esquivando presencias, la distancia sin embargo se achicaba desde el otro lado desandando pasillos y efectuando el recuento de víveres para terminar cargando veinte kilos más en envases azules además de las verduras. Los billetes recibieron una ración de desinfectante, el plástico se agotó hasta nuevo aviso, el sendero de vuelta fue bastante más tortuoso que a la ida deteniéndome unos instantes para cambiar la carga de posición y continuar por la calle más silenciosa que antes. En la reja actuó el desinfectante, debajo del alero y en los picaportes, la ropa terminó en una bolsa oscura, antes de esto las zapatillas sobre un trapo impregnado de lavandina, el agua cubrió los brazos quedando el olor ácido en el ambiente así como en la vereda que rodea la casa. Luego la lluvia sobre la cabeza, la mesa que antes ocupaba el jardín en los días cálidos sirve de plataforma de depósito del contenido que ahora suelta el changuito, previo paso por la aduana que la desinfecta y tras ello los vegetales han ido a parar a la conservadora que actúa como pileta finalizando con el escurrido de cada una de las piezas. Las manos enceradas pueden finalmente sorber el mate a la sombra, el mundo afuera sigue contando los días del encierro con mensajes que se escuchan hasta entrada la noche dado que muchos aún lo desoyen. El que se acercó buscando golosinas, el sujeto de afuera viendo espantado la máscara que portaba, las dos mujeres saludándose con un beso y otros dos dialogando en medio de la calle, el contraste lo puso la cara de enojo de la veterinaria que mantuvo la distancia. Los recaudos han sido tomados, no sé si serán suficientes pero es lo máximo que puedo hacer cayendo en varios momentos en la paranoia de la extrema limpieza y el temor a dar el siguiente paso fuera de este marco en el que pintamos una parte de la historia que en otros lugares es un punto rojo producto de la sangre que han dejado los que pelean en el frente de batalla.
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