Nota: las primeras
medidas fueron anunciadas el 15/03/2020, cuatro días después vino la cuarentena
en la República Argentina y un cambio tajante en nuestras vidas. La crónica
parte de ese primer anuncio un domingo de marzo.
Día
4: tengo esa extraña sensación de que algo
viene, no es angustia sino una especie de nudo en la boca del estómago que
encuentra su justificación en la cantidad de información que llega respecto a
la pandemia. Deduzco que hubo una subestimación del asunto en otras partes y acá
generalmente se corren los problemas desde atrás, como el último hombre
tratando de detener al nueve que ya eludió al cancerbero dirigiéndose sin
oposición a la red. El problema es que por más defensa que tengas si estás bajo
ataques constantes a la larga el escudo se perfora, empezando el sangrado que
deja de ser una metáfora tornándose algo concreto a juzgar por la cantidad de
caídos en esta batalla que el mundo no vio venir sumido en el consumismo, en la
reina economía y en alguna cuestión materialista más. Aquel que quería
únicamente el sol ahora lo ve desde una ventana lejana, aislado bajo sospecha o
por ese mecanismo de protección que uno intenta negar llamado miedo, pero en su
caso este último será el que nos dé una oportunidad de sobrevivir. Ha caído la
lluvia dejando su rastro de espejos sobre las veredas, en algunas calles nos
obligó a tener que besar el pasto o jugar al equilibrista sobre los cordones
deambulando por una línea blanca amarilla con la greda a un lado y el agua
estancada al otro. Luego les cobrará peaje el sol, llevándose la carga hídrica
que se deshará en el aire esperemos que con los restos también del visitante
invisible que aguarda en la impunidad de lo microscópico dar el salto
terminando con esa resistencia tan endeble. La peste no distingue, rico, pobre,
bien vestido, con harapos, instruido, desnutrido, consciente de lo que ocurre a
su alrededor o sin que ello le importe, lo único parecido a esto es el tiempo
sobre todo porque roe hasta los sueños que por andar ocupados en rutinas
interminables dejamos a un costado. Desaparecidos los horarios, las cargas de
andar yugando, los límites impuestos de manera vertical para que los roles
asignados antes de nacer sean cumplidos y la importancia del riesgo país,
quedan únicamente los seres de carne y hueso que le pondrán nombre a los
capítulos por escribirse. Lo demás ahora es apenas una anécdota, carbón mojado
después del banquete que vimos de lejos, silencio y óxido, el pasto crecerá
bajo esos despojos hasta que venga la guadaña naranja a quitarlo permitiendo
que pueda iniciar de nuevo el ritual de mandarle señales de humo a los que
anden cerca. La envidia deberá irse unos segundos después de que el fuego bese
con su lengua roja la superficie del papel, acelerado el asunto por alguna de esas
trampas que permiten la combustión casi al instante y ponen así a salvo al
cartón que conserva su integridad. Un resto de la misma caja no ha tenido tanta
suerte, se arruga luego de servir de abanico sobre la pila negra que pretende
volverse volcán que dorará la carne, uno de los pocos lujos que se nos permiten
hoy.
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