Día 20: un sábado eterno, ayer las imágenes se asemejaban a que alguien hubiera abierto el grifo liberando la pestilencia sobre todos ellos que por incautos y por necesidad se agolparon en la calle. Las filas interminables, la desorganización puesta sobre la mesa y adiós a tantas precauciones después de catorce días desde que arrancó la cuarentena dichosa. Las muertes que se suceden, las que vendrán, el mundo que responde tarde y qué esperar del tercer planeta dentro de la tercera roca si no las muestras de los desastres que se pretenden esconder atrás de cortinas de papel. Lo que no pudieron las declaraciones y pactos de la posguerra en cuanto hacernos iguales realmente, lo está logrando la pandemia. No discrimina, no le importa lo poderoso que te creas o lo débil que seas, vendrá a golpear la puerta pero nadie escuchará el llamado sentándose en la mesa junto a tus problemas de cada día que son más o menos la misma porquería que los que pensaba eran importantes y se meterá en esa bocanada incluyéndote/incluyéndome en la lista. El tiempo dirá si hemos de sobrevivir, si veré de nuevos gran parte de esos rostros cuya fotografía descansa sobre la bandeja de la impresora que emite el mismo sonido lastimero de siempre cuando las palabras saltan de la pantalla al papel. Las sonrisas se pierden en un julio de hace dos años que parecen miles de millones de eones por no decir los días previos a los que viene a cubrir una salida y partida del globo solar semejante a esas grabaciones en las que todo se acelera, la ropa se seca enseguida teniendo apenas el trabajo de quitar las espinas que se clavan en la piel igual que tales recuerdos. Días difíciles estos, de aulas vacías y de ausencias que alguien siente pegando como piedras levantadas por la máquina que cercena el pasto igual a las vidas de aquellos que no supieron ver venir al enemigo hasta que finalmente empezó a cobrarles el canon con cada respiro. La secuencia se repetirá mañana deseando que en esta lotería no le toque a uno pero otros no serán tan afortunados si eso ocurre, flamea el fuego de nuestras existencia en medio de una tempestad que no detendrá ningún chasquido, escudo o armadura quedando la vulnerabilidad de cada ser humano expuesta como el corazón arrancado y puesto sobre una mesa de metal esperando que esa presencia omnipresente se apiade girando rápido el mundo para pasar a mejores momentos. Por ahora el ritmo cansino de las manecillas que en ocasiones se atascan es lo único que parece moverse, hasta las hojas han dejado de agitarse cuando la noche viene a poner su manta encima de nuestras cabezas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario