jueves

Fichines

Botón rojo para el salto, con el amarillo usa la espada y el azul no hace nada, al menos no hasta conseguir el ítem mágico que permite invocar esa pequeña ayuda consistente en hacer desaparecer a todos los personajes que intentan detenernos en el avance hasta la pantalla final. Recuerdo haber estado ya en esta sala desierta en la que los fantasmas se materializaban danzando sobre mi cabeza, para que me diera cuenta que el escudo era sólo una decoración perdiendo una vida. Tras varios intentos se llegaba al puente que unía un nivel con otro para simplemente encontrarnos con que no habíamos juntado cada una de las piedras de color rojo que permitían cruzar a salvo. Si el mago aparecía en el medio de este podíamos seguir avanzando, obteniendo de recompensa un blasón que servía de vida de refuerzo en nuestra justa contra las fuerzas del mal. En el caso contrario apenas una pantalla negra con la inscripción “GAME OVER” para luego escuchar las risas del jefe del juego y sus secuaces quienes se seguirían burlando en la vuelta a casa. Alguno de los vecinos de la cuadra contaba cómo era el final de ese viaje, las peripecias que uno debía atravesar para llegar a la última fortaleza. Un castillo con pinta de derruido, telarañas y muchas grietas que aseguraban que esas paredes se nos vendrían encima de un momento a otro, lo peor era el escenario en el que peleábamos contra nosotros mismos al reflejarnos en el enorme espejo. Pero finalmente la luz triunfaría, podríamos poner las iniciales de nuestro nombre en la última pantalla, tras esto danzarían los personajes diciéndonos adiós pues en el mundo de afuera tocaría empezar otras etapas. Varios años más tarde, sin tanto cabello y con menos vista encontré la máquina que me trajo de regreso a la infancia en un instante. Lo único que los botones estaban bastantes maltrechos, al caballero la barba le había crecido llegándole a la rodilla y cada salto le costaba horrores, hasta los fantasmas se veían un tanto avejentados. En el otro extremo del nivel el antiguo boss esperaba como siempre, pero al llegar allí los dos personajes tiraron las armas y se abrazaron en un llanto compartido. Después silencio, un montón de signos y números conformaron la pantalla que marcaba el bloqueo de aquella maquinaria ya ancestral para los de afuera, excepto para los dos viejos ojos que la veían con cierta nostalgia. Una lágrima apenas rodando hasta la palma de la mano, volviéndose una ficha con tres ranuras en su cuerpo y todo el brillo de otras épocas sin tantas presiones del mundo externo. La ranura recibió como la vez primera aquella solicitud de bajada del portón del renovado castillo, las banderas flamearon, el héroe había vuelto y con él los peligros más allá de las murallas. Un paisaje florido lo esperaba, unos cuantos acertijos que debían ser resueltos para dar con la última misión en la que el villano levantaba una bandera blanca al mismo tiempo que el personaje principal. Después todos unidos saldrían a agradecerle a quien les permitía seguir conservando la inocencia que con el tiempo se va, como partes de una construcción que se llena de marcas y pierde recuerdos. Ahora la máquina sigue ahí en un lugar de la costa, aguardando que algún piloto avezado empiece con la travesía en búsqueda del botín más preciado como es lograr terminar el juego sabiendo que esos minutos son únicamente de uno. El tiempo aquí se detiene, las palancas sienten la caricia de unas manos pequeñas que vienen acompañando al navegante en su vuelta al hogar en algo tan simple como un videojuego. El score final tendrá las iniciales de esa vida que empieza a florecer, los dos se vuelven tres en tanto se alejan en la noche rumbo a la casa vieja que los aguarda. Ahí he empezado a escribir esto como forma de no perder completamente al niño que sigue corriendo mientras el adulto ve la manera de resolver esos problemas que bien podrían esperar un poco más. Un crédito más que jugar.

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