jueves

Palita

Jugaba sobre las arenas de la costa atlántica, en un lugar llamado Las Toscas debido a la cantera inmensa de la que se extraía ese material y se rellenaba el viejo camino de carretas. En eso inició la exploración con la pala de color rojo, usó la arena que sacó del pozo para llenar los baldecitos construyendo las cuatro torres en torno a las que levantó un pequeño castillo. Lo que no logró fue volver a tapar aquellos agujeros que voluntariamente había abierto. Quedaron como una herida escondidos en el alma, semejante a los hoyos que las máquinas dejaban al extraer la tosca. Sin embargo estos no estaban visibles, aunque permanecían ahí como un bache mal arreglado y en cada bofetada que recibió de a poco los cráteres se empezaban a mostrar. Lo que inició en una playa lejana se trasladó al tiempo presente, otra era la persona que llevaba esa carga maldita que hace naufragar a tantas almas. En su descenso al infierno arrastraba a los que tenía cerca, hasta que sólo quedó ella. Soñaba frecuentemente con la playa de su infancia, los rostros de sus progenitores e incluso de su hermano más pequeño que intentaba ponerse de pie. De pronto era un gigante asediando la muralla, apenas una torre sobrevivía al paso de esa fuerza destructora. Ella no se percató de esto, intentaba reconstruir su maravilla aunque los esfuerzos se tornaron inútiles. Pronto la vida misma bajo el disfraz del mar la arrolló, llevándose a su paso todos los juguetes. Excepto la pala, en ese punto sobre el escenario sólo estaba Laura abrazando los restos de una parte de la existencia que le había sido arrebatada. Los granos de arena se escurrían al mismo lugar que las lágrimas, generando ese vacío en el que ella deambulaba pese a mostrar otra mascara ahí afuera. Nada podía hacer sospechar la oscuridad en las profundidades, la bestia que la acechaba en tanto veía hacia los médanos e intentaba reparar su pérdida. De repente en una de las tantas noches largas notaba el peligro que la amenazaba, el que mutaba para la ocasión y la jalaba rumbo a la vorágine. En un intento desesperado clavaba la pala sobre la pared de la última torre, la que terminaba por desmoronarse encima de ella haciendo que despierte. En otros momentos la imagen era la de un largo pasillo, un corredor cuyas luces empezaban a apagarse excepto la que pendía sobre su cabeza. A donde fuera ese foco estaba iluminando, una suerte de lupa colocada encima de ella. Y la puerta, siempre había una puerta al final del recorrido. El problema era la llave, aunque perdía muchas veces la voluntad de seguir forcejeando la misma enseguida estas esperanzas se renovaban. Al otro lado estaban aquellos que se cruzaron o formaban parte de su vida, desde el hermano ahora definitivamente crecido hasta el primer novio que tuvo. Una sumatoria de historias que se volvían cartas de un tono amarillo, algunas de las cuales prefería no abrir. O al menos eso creía, más de una vez se encontró recordando un atardecer con el sol muriendo en el mar y gruesas nubes que amenazaban con oscurecer ese día perfecto. En todos los casos la solución final estaba en sus manos, aunque fuera necesario derrumbar el foso para ascender a la luz.

Cuaderno 1, 5ª historia.





No hay comentarios.: