Ahí entre los médanos hay un
espejo de agua, los astros hacen fila para reflejarse en ese líquido y
determinar el tiempo de recorrido que aún les queda. Los humanos lo emplean
para ir de pesca o explorar sus profundidades, aunque cuando la guitarra suena
el genio que cuida esa tierra ha de presentarse bajo la forma de un paisano. La
piel morena no presenta marca alguna, él es un ser sin tiempo igual que los
caballos que recorren el prado verde y salvaje, supo escaparse de las épocas
dejando a la señora ocupada en afilar la guadaña. Cuando la vieja se dio cuenta
estaba al otro lado del lago repartiendo las monedas con el barquero, varias
almas más se fugaron hasta esos paisajes de colores dejando a la huesuda
golpeando impotente en la otra orilla. A la larga recuperó cada una de las
presas, menos una que aprendió a mutar durante incontables siglos. El reloj del
carcelero no se lo podía aplicar, nunca llevaba uno de esos aparatos dado que
siempre estaba amaneciendo. Por las mañanas se quitaba el sopor de las noches
de vigilia con el agua del aljibe, el cual se alimentaba del espejo que
sobrevivía en medio de los campos plagados de la mano del hombre. Cuando
acumulaba suficiente hastío de eso llamado civilización, se metía en lo
profundo de aquel manantial hasta dar con la luz de su eternidad. El corazón de
una estrella solitaria, la primera que alumbró éste mundo para que su
descendencia se dedicara a pavonearse frente a cuanto espejo encontrara. Al
final simuló su propia muerte en una explosión de galaxias, esparciendo aquello
que le sobraba por el cosmos aunque su núcleo fue a parar a un pequeño lago.
Ahí se topó con el otro náufrago que escapaba del paso de los años, mutando
para sobrevivir se convirtió en la fuerza que habría de sostenerlo en esa
tierra condenada a repetir la historia por falta de memoria. El viejo confiaba
en la sombra de su caballo, al diablo se le dio por jugarle una mala pasada y
de una patada lo incrustó en el firmamento. Así hubo paz en la tierra aunque a
la larga el de rojo se libraría, bien lo sabía el paisano de tanto andar por el mundo. Pero la sombra en cruz le avisaría de la presencia de Mandinga, no
importando la forma que tomara ese ser para tratar de engañarlo y llevarlo
de regreso al reino de la muerte. En más de una ocasión terminó el Demonio
chamuscado, parecía una ironía que al manipulador de ese elemento le terminaran
quemando los pelos de la cola, pero nunca aprendía. El genio vivía incontables
vidas manteniéndolo a raya, en los ratos libres era un paisano de la Pampa resplandeciente
de verde. En la última gran batalla el de rojo decidió quemar esas tierras de
talas y pastizales, siendo aceptado el reto por el defensor de esos lares. El
del Averno terminó estaqueado en tanto usaba el líquido del manantial para
apaciguar al espíritu del fuego, sacrificando su alma que también era del agua
para reducirlo todo a brasas humeantes que se apagaron. La estrella solitaria
reconstruyó desde lo profundo aquel lugar, las cenizas del guerrero se mezclan
en esas aguas con los granos de los médanos. Aunque no se fue del todo, el
viento a veces dice que es un venado o tal vez uno de esos pumas que habitan
ciertos rincones de la provincia o simplemente la tinta que plasma un recuerdo,
cosa de que no lo olvidemos.
Cuaderno 1, 8ª historia.
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