lunes

Mala sangre


Una estafa, tiraron abajo el laburo realizado con la prepotencia y el descrédito. La noche llegó en pleno mediodía del miércoles, a la humedad la despejó un violento viento semejante a los modales de su antiguo cliente. Este se alejó contando los fondos rembolsados, el viejo laburante debería ajustar sus ya apretados gastos. Por ahí andaba el fulano desmereciendo las horas dedicadas, los viajes en el colectivo de línea, los ojos rojos luego de un día agotador aunque incluso cerca de la hora de la cena analizaba la información. Los gastos para mantener funcionando la maquinaria, la pateada bajo el sol, las dos empleadas de la sucursal más cercana que estaban ausentes. Vuelta al paseo sobre la serpiente azul con rayas blancas, un accidente adelante detiene la cavilación. Para colmo acá los colectivos abundan menos que los aumentos en proporción a la inflación. Dos monedas en el fondo de una billetera sirven para llenar el termo, nada más en esta odisea moderna. Luego el bondi reanuda la marcha, entra en todas partes de ese diseño de trasnochados y terrores ocultos, al final divisa el último andén en el que bajar al mediodía. Quince minutos bajo el sol, la sombra hierve llenando el aire de gases que penetran en todos los rincones. La basura que dejan los que pasan por ahí llena las rejillas, un perro busca el consuelo de un viejo bidón cortado y con un poco de agua. El siguiente navío tiene otro destino, en la dirección contraria igual que toda la semana, la paciencia se derrite bajo el calor de diciembre. Se mezcla con el frito del único kiosco abierto y el café aguado, recalentado al igual que las plataformas numeradas. Del 1 al 12, el soldado debe cumplir con la misión y comerse la angustia, los demás piensan que no se labura dado que esta parte no la ven. En tanto ahí está el dedito inquisidor, viendo las supuestas faltas en los demás en una especie de moral con una única dirección. Al fin ha llegado la nave adecuada, con quince de retraso pero en este punto poco importa. Curvas, la desesperación de llegar, máquinas trabajando día y noche, un hombre vestido de naranja. En el espejismo sus banderas señalan un camino imposible, dejar a un lado esa secuencia de autodestrucción llamada rutina y a cruzar otros campos. En la esquina de la terminal cuyas calles laterales yacen en reconstrucción, ha podido llegar al final de ese viaje. Ahí el sello faltante son cinco años de espera para el difamador, convertido en un excliente. La puerta de local que se cierra donde otras han de abrirse, el regreso al hogar y a la paz. La perra que no ahorra energías a la hora de recibirlo, un beso y todo queda en su lugar. La mala sangre se diluye al igual que el calendario, pintando mientras pita el mate amigo y el viento fresco anuncia la llegada del verano. En la reposera encontrará la paz en tanto las cañas se dejan llevar por una corriente de aire. Las plantas van hacia el sol, el malvón recupera su rojo fuego y la pequeña pileta se llena con el agua limpia. La última hoja del almanaque ha ido a parar a la base del siguiente tributo, las llamas le envían señales a las naves que yacen brillando en la noche fría.     
Cuaderno 1, 10ª historia.

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