Todo comienza con un mal hábito, pero acaso nunca hemos incurrido en él cuando la situación apremiaba y la sequedad invadía ese recinto encima de la boca obligándonos a iniciar la difícil operación de extirpar aquel objeto que se niega a soltarse de las fosas. El hombre había dejado la escalera desde la que ascendía al cielorraso quitando con una espátula los restos de la capa anterior, pieza húmeda que encerraba voces de épocas anteriores cuyas marcas se veían aún en las paredes y en el óxido acumulado en las hendijas del piso de madera. Un guante en los peldaños, el otro al piso luego de que la operación comenzó a complicarse requiriendo la ayuda de ambas manos que se turnaban como excavadoras a los fines de llevar a la luz a ese condenado que se asía a la oscuridad. Dejando el cuarto atrás hacia el pasillo en el que apenas la luz del atardecer se podía sentir, ya las sombras invadían el tablero desalojando las casillas blancas que se tornaban grises hasta fundirse en un manto negro. Entonces dio frutos el esfuerzo aunque haya tenido que rodar escaleras abajo y quedarse desvanecido, sin presenciar que de la extirpación nasal cobraba forma una bestia que se lanzaría liberada calles abajo iniciando la cuenta regresiva en 66, 65, 64, 63 hasta dar con el edificio central que explotaría en miles de pedazos. El cielo se volvió rojo, el poltergeist desencadenó el final del mundo conocido o una continuación de este si consideramos que los demonios moran en las almas de los mortales, debatiéndose en una lucha intensa con esa otra parte que podría ser considerada el bien por antagonista. A veces únicamente hace falta una pequeña molestia que suponen las garras del impío intentando quebrar la delgada capa que separa a una acción correcta de lo contrario y ahí se suelta el nudo que evitaba el derrumbe de la muralla, dejando a un lado la cordura para naufragar en los mares de la locura. Por eso el sujeto que servía de recipiente no recordaba nada de lo sucedido, el golpe más la amnesia de la pérdida de su lado malvado lo llevarían a deambular por las calles con adoquines vacías un sábado de enero. El calor se largó extrañamente, las hojas anunciaban un otoño rápido al que los cuerdos le darían el nombre de cambio climático pero eran las hordas de malvados que buscaban terminar con la estación calurosa para que la esperanza dejara esta tierra y con ella la conciencia por la justicia. Saltando en una rayuela interminable con los dementes que fueron liberados por ser más, prisión de los razonables que miraban con ojos vacíos a las llamas ascender sobre el horizonte con la quema de la cordura y las banderas del libertinaje enarboladas en los actos públicos. Bebiendo el vino sangriento, el del esfuerzo cotidiano sonando las carcajadas de fondo y todo por una bola apenas de moco que no fue controlada a tiempo dejando un legado magnífico a los que vendrán que encontraron la habitación sin terminar con la espátula clavada en medio de dos tablas gastadas que constituyen aún el piso sobre el que desprevenidos caminamos.
Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina conforme se describe en la página intitulada "Creative Commons". "No hay nada como escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a la máquina de escribir y sangrar" (Ernest Hemingway).
viernes
Fragmentos de un naufragio
Las becas eran una especie de oasis, les permitieron a unos pocos lograr
tener cubiertas sus necesidades básicas y ocuparse sólo de asistir a la
cursada. Un ocho de marzo llegó a la pensión, le asignaron una habitación junto
a otro paria venido también de la inmensa costa. Su amistad ocupó las horas
siguientes, los mejores años de una vida que pasaban despacio, pero a la larga
también se terminarían. Conocería algo parecido al amor, aunque en realidad
esta era una idea prohibida en tantas pruebas de camas y encuentros
esporádicos, no pudiendo evitar considerar a la otra persona más allá de los
placeres carnales. Los desamores se tornaron en poesía, las letras en una forma
de ahogar penas aunque existían ciertas drogas sociales que volvían las horas
interminables en apenas momentos de un reloj. Usaba el material de la
universidad de campo de escritura, los folletos y propagandas electivas para
volcar las lágrimas, los horarios de cursada sólo servían para interrumpir la
monotonía de esa época alternada con interminables sesiones de estrategia. O de
salas de arcades en las que se encontraba inmerso en otra personalidad,
recorriendo historias que duraban lo suficiente para atenuar la tristeza, todo
esto volcado en una nueva aventura. A la larga se encontró solo cuando los
demás se fueron, una rápida despedida en un estacionamiento y comenzó la
diáspora lo que también sirvió de combustible para continuar con las crónicas.
La mudanza no tardaría tampoco en venir, así que los cambios se suscitaron de
manera tal que pronto todas aquellas experiencias le parecieron demasiado
lejanas. Aunque muchas veces se encontró viendo hacia el pasado, intentando
resistir el presente que se le hacía demasiado aburrido, es como si hubiera
dejado un pedazo de su alma en alguna de las tantas habitaciones en las que
moró y dejó escrito en un último cajón de un armario una pequeña inscripción. A
la larga el paso de los años curaría la nostalgia, pese a que se descubriría
demasiadas veces retomando historias generadas en esos días, en los que
verdaderamente era libre y ello lo encontró de nuevo cuando finalmente no tuvo
nada que lo atara. Atrás debía quedar todo para iniciar otra fase de la misma
vida, una mejor etapa si se quiere, cuestión de arriesgarse y esperar que las
cosas fueran mejor. La ciudad lo recibió despreocupada, inmensos edificios que
le hacían cosquilla al cielo y lograban que ese techo se marcara con las venas
grises de la contaminación, el sol se volvió apenas una luz blanca que parecía
más ausente que otra cosa. El contacto con los amigos de la época pasada se tornó
poco frecuente, recibía en el móvil que había adquirido para no quedarse fuera
de la comunicación social impuesta, imágenes de vidas que se unían y daban
lugar a otras existencias. Pronto tendría un muro recubierto de fotos a color
que culminarían por tornarse veladas, guardarlas en un formato digital
equivalía a meterlas en un depósito al que cada tanto regresaría para mudarlas
a otro soporte parecido. O bien simplemente olvidarlas al igual que los álbumes
antiguos que desaparecieron en una mudanza o en la demolición de la casa,
pérdida allá a lo lejos en Las Avutardas. Pues bien, la ciudad se lo tragó pero
luego se ocupó de devolverlo y marginarlo, una vez que se alimentó de su
energía vital como si se tratara de un vampiro de concreto. El viejo apartamento
se transformó en una especie de celda, enormes bloques con espacios debidamente
acondicionados a los fines de que los aportantes contribuyeran en conformar el
erario público bajo la forma de impuestos interminables. En cierta forma cada
vez que pasaba el dedo sobre la pared blanqueada en ocasiones, marcaba el
tiempo que había pasado en ese lugar. Cosa de no olvidar algo, por lo menos.
De pronto, aunque fue ocurriendo despacio hasta que lo notó se halló
solo si bien sus amigos no estaban tan lejos empezó a quedarse atrás en esa
extraña carrera en la que pareciera que la sociedad te mete cuando llegás a
cierta edad. Tomó nota de ello cuando alguna pareja allegada anunció el
inminente casorio, aunque con anterioridad al hecho ya habían llegado los
hijos, una costumbre que con el paso de los años se fue quedando anacrónica.
Pero en esa época, en lo que le pareció demasiado lejos en el momento de
considerar el asunto, simplemente era una conducta que comenzaba a tener cada
vez menos ejemplos. De repente los niños crecieron, las primeras imágenes se
volaron igual que varias de las chapas sobre la cresta y empezó a perder esas
escenas para reemplazarlas por otras, imposible retener todo lo que uno ve en
su andar por el mundo. Incluso si ese mundo no son más que unas cuantas cuadras
o una habitación pequeña en una pensión, la noche en la que se tuvo que ir sin
remedio del lugar al que estaba acostumbrado, ya no había espacio para nada más
que las ausencias. La medianoche lo encontró con el pequeño dispositivo de
señales debidamente cargado, la única puerta que lo conectaba con los demás
aunque estaba rodeado de vida. Ese era el problema tal vez, muchas personas se
cruzaban en su camino pero pocas eran las que realmente podía ver en esos días
así que el final de su periplo por ese lugar fue silencioso. Ya la época de
estudiante tocaba a su fin, de pronto se encontraba compartiendo aquellas salas
con personas muy jóvenes en comparación con él y en cierta manera sentía la
presión de tener que culminar con aquello. Pese a que no era precisamente la
mejor elección que había hecho, pero significó el boleto de salida con muchas
posibilidades de regreso en caso de fallar. El fracaso es otra cosa, se llega a
él al dejar de intentar cualquier cambio en la situación en la que uno se
encuentra, por más que esto parezca estar a miles de años luz el hecho de no
abandonar se torna una victoria. Tal vez en esos días no había tomado dimensión
de lo que esto significaba, entonces todo parecía ser una cinta que corría a la
velocidad de una canilla goteando, pareciendo que aquellas jornadas se habían
sometido a una especie de deshielo que tardaba demasiado en tornarse agua
corriendo rumbo a cualquier parte. Ya no importaba el tiempo invertido sino
llegar al objetivo, después vería que haría con su vida aunque el último
cuatrimestre del año empezaría pronto y debía tener un plan para después del
verano. En ese punto tocaría regresar al pago, el mar se ocuparía de calmar la
ansiedad para aquel que realmente nunca se fue, por ello los habitantes de la
metrópolis no terminaban de curar el apuro con el que viven pese a regresar a
Océano todos los años. La enfermedad en cuestión no tiene cura, sólo quienes
han vivido cerca de las olas por unos veinte años son capaces de no adquirir
esos hábitos que implican hacer todo a las apuradas. En el otro extremo para
algunos las cosas transcurren despacio, luego pueden acelerarse para retomar el
transcurso normal, en cambio hay quienes viven en una carrera permanente a alta
velocidad. Hasta la curva mortal, esa en la que se pasa de largo pese a que
unos cuantos kilómetros antes se le erizaron los pelos advirtiendo de la
proximidad del peligro. Pero no le hicieron caso, la voz de la ciudad todo lo
eclipsa y acalla cuestiones que son más importantes, vivir sin dudas es la
primera de esa lista.
Fue una explosión al unísono para que los edificios de esa cuadra se
desplomaran, ahí quedaron los restos de la lavandería junto a los del café
literario aunque no lo frecuentaban más que borrachos, la rotisería en la que
se podía conseguir un menú completo por unos diez pesos luego de un examen
exigente y la casa semiderrumbada que servía como estación de embarco de
remises. Todo vuelto una pila de escombros, de esta manera vería sus recuerdos
en el futuro en tanto trataba de relacionar el rostro de esa persona a la que
cruzó en el tren a la city, a la capi en la que se tejen todos los embrollos y
en la que sin lugar a dudas atiende el barba. Se le escapaba, lo tenía en la
punta de la lengua pero no conseguía darle forma al nombre, a todo esto el
traqueteo del tren lo adormeció soñando con que la torre estaba de nuevo en
pie. Recién la habían inaugurado, los santiagueños sonreían viendo su futuro en
ese faro de concreto y tonos azules como un cielo de
tormenta. Luego el espanto cuando el polvo descendía producto del
derrumbe, de la decadencia que no perdona ni a los cimientos cosa de que no
quede nada en el avance constante de la modernidad sobre la modernidad,
volviendo al pasado en una fotografía que es difícil encontrar debido a que no
estaban los celulares cargados ese día de detonaciones. Apenas alguno alcanzó a
tomar una instantánea que quedaría en una caja de recuerdos de otras partes del
país, en un sucucho perdido en la Avenida Santa Fe y con poca fe de encontrarla
excepto que la suerte así lo dispusiera. Sería entonces un viejo Julio, no tan
memorioso y convertido casi en un fantasma que daría con ellas mostrándolas
encantados a los eventuales testigos. Cuando se lo llevaran rumbo a la casa
para personas con desordenes crónicos, léase manicomio, quedaría esa foto
velándose en la que podía apreciarse a un grupo de mortales sonriendo aunque el
tiempo haría de esos rostros una mancha de humedad. Ahí llegaría otro conocedor
de esos asuntos, no tan viejo pero tampoco joven, quien asociaría la imagen a la
ciudad costera y llevaría la misma al museo que se levanta en medio del puerto.
Justo en el casco de un barco en reparación eterna, que según el mito o la
leyenda está hecho con uñas de todos los ahogados en el mar contaminado por la
acción de los costeros. Entonces la fotografía tendría un sentido, recién en
ese momento las vidas de los que llenaban las mismas serían visualizadas con
una lupa que permitiría determinar que databa del final del siglo XX, ahí por
diciembre cerca del apagón del nuevo milenio que nunca llegó.
El otro avión está en un museo aunque ha tenido que ser reconstruido, es
obvio que el material empleado no es el original sino que se acudió a los
planos que ahora se consiguen en cualquier parte del océano digital. En la
época de la posguerra cuando ciertas libertades fueron devueltas, no toda la
libertad, pudieron empezar a levantarse nuevamente bajo la atenta vigilancia de
los cinco a los que las referencias al momento de mayor gloria les parecieron
adecuadas. Por eso la enorme fortaleza anglosajona renació, tras ser rescatada
de una zona montañosa en el centro norte del país invadido para asegurar la
libertad de sus habitantes y de paso instalar unos cuantos puestos de
vigilancia. Por precaución nomás, hasta las piedras habían sido aplastadas
durante los bombardeos preventivos cercanos a la capitulación de unos y el
inicio de la retirada de los otros, era como el agua que deja el hueco para que
otra oleada venga a ocuparlo. Ahí encontraron el avión, enterrado en una zona
pantanosa al que le faltaban las alas pero el fuselaje estaba intacto. Las
armas habían sido corroídas por el paso de las décadas pero aún podía
observarse el símbolo de la RAF, el resto estaba rodeado de leyendas que
sobrevolaban todavía por encima de los techos de Vecchiano. Les tomó a los del
museo un par de meses sacar los restos del pajarraco y llevarlo hacia la ciudad
eterna, usando la misma vía que recorrían los centuriones sólo que esta yacía
bajo el alquitrán debidamente conservada. Cada tanto algún derrumbe producto
del deshielo en la primavera dejaba ver una parte de esa huella desde el cielo
en el que las naves vigilan esos puntos blancos que se mueven debajo. Un
testimonio del pasado lejano, ahora eran los descendientes de aquellos
sobrevivientes a la caída del imperio los que establecían las reglas a seguir
aunque la bandera tricolor flameara encima de los pabellones. Adentro los
emisarios de la organización que no garantizaba paz alguna se reunían para
determinar las nuevas leyes de la sumisión, en tanto los lacayos aceptaban sin
chistar aquellas instrucciones pues les tocó perder y eso se lo recordarían
toda la vida. La nave empezaba a ver la luz luego de años de estar en la noche,
hasta lograron que tuviera los mismos dibujos en sus laterales para hacer más
creíble la restauración. Una de sus hermanas bombardeó la población en torno a
la torre inclinada, luego cayeron los conquistadores y procedieron a arrojar
los motores de maquinarias en el río pese a que la paz había sido firmada. El
problema era la manera en la que ratificaban el hecho mismo, no sea cosa que
alguno no entendiera el mensaje que era una rendición incondicional. En tanto
esto no aparece en los registros sí lo hace el nuevo ejemplar que se expone
todos los días en el museo central, siendo accesible al grupo selecto que puede
pagar la entrada y él que no ha sufrido ni la guerra como tampoco sus secuelas.
Simplemente se han quedado igual que esas estatuas viendo al sol sobre el mar
interior, en tanto un inmigrante venido de alguna excolonia le sirve un
refresco cuyo ingrediente principal proviene de un lugar parecido, ahí en medio
del corazón verde y negro.
Saliéndose de la formación para la fotografía se dirigió raudo en la
búsqueda de malas noticias, aunque únicamente eran dos así que el daño no fue
tan significativo excepto en el hecho de ver partir a los demás hacia rumbos
diversos. Pasaría el invierno en el Océano a la espera de que la marea
cambiara, entonces también emprendería el viaje lejos de casa para regresar de
forma esporádica hasta finalmente no volver nunca más. Ese cumpleaños tuvo
varias ausencias, sobre todo la de sus anteriormente compañeros, quedándole una
foto que perdió entre tantos traslados y una última copa con Amerigo festejando
el nacimiento de ambos con apenas sesenta y cuatro años de diferencia, tocó
entonces ir a conocer el siguiente teatro de operaciones perdido al principio
entre tanta gente que en la temporada baja desaparecía. Una tijera anunciaba el
destino del campeonato así como el epílogo de casi una década de lo mismo, la
transición no sería precisamente de las mejores y aquellos que reinaron
escudados en la voluntad popular volverían para recuperar el trono. Pero en ese
momento de la historia estaba todo por conocerse, contando las calles a los
fines de poder ubicar ciertos lugares pero perdiéndose en cuanto inició la
peregrinación. A la larga se halló solo nuevamente, rodeado de extraños que se
fueron volviendo la familia en la distancia como ocurre cada vez que aquellos
con los que has crecido se van marchando y ahí aparecen los amigos de toda la
vida. O la mejor parte de esa vida, la etapa de ciertos descubrimientos, frustraciones,
amoríos y sensaciones nuevas que en algún punto desaparece, dando lugar al
momento en el que la estructura le da a uno la patada bien puesta cosa de que
reaccione agregándose a los engranajes para aceitarlos. Duró unos siete años,
hasta el verano caluroso que precedió a las lluvias llegadas luego de varias
estíos de sequías para llenar los huecos de la tierra resquebrajada y sacar a
los gigantes de su guarida dejando a un lado la demolición. Truenos, rayos,
relámpagos, todos instrumentos de la sinfonía que se abatió entre enero y
febrero refrescando pero en algún punto molestando también, nunca realmente uno
está conforme con lo qué ocurre a su alrededor. La conversación trillada sobre
el clima, reflejada en las pantallas como parte de la receta que esconde otras
cuestiones y encima nunca la pegan, habría que tener un vestuario portable a
mano cosa de ir dejando todo el arsenal de prendas que uno va regando por el
camino a medida que la mañana discurre. Transcurridos ese período, pasada la
lluvia del verano, rumbeó para la ciudad con alguna posibilidad de trabajo y se
encontró nuevamente como un foráneo que intentaba adaptarse sin conseguirlo a
las costumbres de la urbe. Las torres en ese punto comenzaban a dejar allá en
lo bajo a las pequeñas casas, las imitaciones en la periferia terminaban
derrumbándose o bien siendo demolidas por constituir un peligro para la
estética citadina y los habitantes trasladados a algún lugar remoto debidamente
alambrado. La civilización que se llena la boca hablando de inclusión deja
afuera a la mayoría, pero a eso de las cinco de la mañana abre la única puerta
para que la horda venga a lavar sus platos, tender sus camas y cuidar a sus
pequeños ante la ausencia de progenitores ocupados en amasar una fortuna, que
será disfrutada poco o nada reduciéndose todo a un funeral más ostentoso.
Hormigas
Llueve, una constante en esta época pese a que ya deberían haber llegado los días cálidos seguimos con la ropa del otoño a mano que no es más que la del invierno con ciertas quitas. Para colmo a la perra se le ha dado por empezar a revolcarse en medio del patio que se ha secado con los escasos rayos del sol que lograron cruzar el bloqueo de las nubes, algo semejante a una especie de huelga de las jornadas agradables por falta de cuidado de parte de los moradores de abajo. Excepto las hormigas que siguen con su incansable labor para poder nutrir a la siguiente generación que duerme bajo terrones que se van secando de a poco, por fuera ya es una coraza protectora que se asemeja a una cicatriz sobre el verde patio que empieza a ver la marea verde floreciendo. Algunas mariposas cruzan el cielo que se va despejando, aunque el frío de fondo perdura y estas agitan las alas para quitarse el abrazo gélido de una buena vez mientras surcan en un vuelo raso la inmensidad de la jungla que se levanta debajo. Viendo elevarse los pedazos de esos brazos verdes que apuntan como antenas a lo alto, siendo diezmados por un par de hilos en tonos anaranjados que marcan el peligro al que se enfrentan aquellos seres que anden cerca de esas hélices con las que el otro habitante de dicho lugar pretende detener la crecida esperanzada luego de tanto mal tiempo. Alejados del peligro que esconde la maquinaria del humano las moradoras del hormiguero siguen dibujando galerías, pasajes subterráneos que han de emplear para llegar al corazón del nido vigilando que el tesoro blanco se encuentre a salvo. Por eso las rotaciones en las guardias, la vigía que duerme poco y puede ver la primera gota de la tormenta cayendo cerca de su posición, retrocediendo a buscar refugio entre los muros desde los que añoran los rayos del sol permitiéndoles volver a sus laboriosas tareas.
Abajo hay silencio, la bóveda se ha ido aprovisionando de diferentes tributos extraídos de las plantas cuyas raíces forman el lecho en el que las guerreras descansan aguardando el momento a ser llamadas para la defensa del nido que por ahora sigue a salvo. La familia que vive en lo alto ha iniciado las tareas de salida del fin de semana, unos cuarenta minutos hasta que las cuatro paredes yacen vacías. Apenas el calefactor que ha quedado en piloto, por si acaso regresa el frío, emite un mensaje en código para las atentas incursoras que ahora sí se lanzan en pos de esos granos marrones. El mapa está trazado por las exploradoras que antes de la época diluvial se ocuparon de conocer todos los movimientos de aquellos seres que andan en dos patas persiguiendo objetivos que siempre se les escapan, como al despertar de un sueño en el que la victoria era algo cierto. Encima de la mesa de madera, que en el estío ponen afuera, yace el dorado tesoro pero es necesario cruzar los enormes postigos resecados por el globo anaranjado aunque hay un pasaje secreto por entre las defensas bien levantadas. O eso creen los humanos que le han echado llave a todo excepto a los miedos que aún mantienen consigo luego de haber domado al fuego, si acaso supieran de todo lo que se podría lograr con ese poder en mano de las integrantes del equipo colorado negro. Nada peor que una herramienta útil en manos inexpertas, ignorando las posibilidades de alumbrar todas esas galerías en las que en ocasiones los hilos de la otra cazadora atrapan a cientos de ellas mientras ocupadas intentaban llevan la cosecha reciente a casa. Culminan presas, enloquecidas sabiendo por el aliento de la muerte que la de ocho patas está cerca y se relame con una sonrisa siniestra al iniciar el arrullo dejando a varias cubiertas por un saco tejido a medida que no es sino la tibieza de fenecer que apaga esas antorchas tan atareadas. Pero las que se sacrifican permiten que las otras puedan contemplar el objetivo que se halla brillando en medio de la frescura del hogar, abandonado momentáneamente por los bípedos que ahora contemplan el mar lejano por el que ellas no muestran interés alguno. Todo el universo se concentra en ese punto marcado en el mapa, legiones enteras serán sacrificadas por tomar un grano de aquel obsequio que les ha sido puesto al alcance de sus patas y las antenas envían una señal a la base principal en la que la reina sabe de lo inminente del triunfo. De a poco vaciarán el recipiente, tras haber burlado la seguridad de una tapa mal enroscada que yace a un costado para que las personas se echen la culpa las unas a las otras por el descuido aunque fueron las habilidades milenarias pasadas de hormiga a hormiga las que pudieron dar cuenta de ese dispositivo. Luego toca volver a casa como siempre, por caminos bien asfaltados en los que la selva de la primavera cede y el resto de las criaturas se apartan no sea cosa de ser ellas también llevadas en andas creyendo que es el festejo de la final del mundo. Hasta que han sido introducidas en la colmena sin oportunidad de pegar el grito, igual que la montaña de granos de ese dulce llamado azúcar que ahora contemplan extasiadas brillando en la noche que se vuelve día para beneplácito de cada una de las sobrevivientes que han de retornar a marchar al día siguiente.
El camino está bien marcado pero no se trata de un invento de ellas, han tenido tiempo de analizar las técnicas de otra habitante de la superficie cuyos pasos estremecen a las pequeñas aprendices que se encuentran en la escuela adquiriendo los conocimientos que les permitan extraer los pétalos de las rosas como prueba de iniciación. Aunque muchas de las adultas han fallado en esto al toparse con un enemigo silencioso que tiene el mal hábito de ponerlas a dormir eternamente, pese a los esfuerzos de las jóvenes de intentar despertarlas incluso acelerando la producción del día para generar un incesante bullicio que no quita el sueño infinito. Es entonces que esa corola destrozada volverá a resurgir manteniendo las cazadoras la prudencial distancia a la espera de que el veneno se moje o lo arrastre la lluvia que en ocasiones desciende desde el cielo plateado que conforman las chapas, con un repiqueteo como heraldo que se asemeja a los tambores de la batalla. Un golpe tras otro hasta que el sol haga cesar el aguacero, entonces saldrán en fila a seguir adoquinando esas rutas que a veces el huracán cubre para que los restos de la poda sean quitados por las poderosas pinzas y empleados en reforzar los muros del bastión arenoso. Le han copiado a la diosa negra la idea dado que esta al perseguir teros, caballos y alguna que otra motocicleta ha ido marcando la senda en torno al alambrado del que no se aparta. Incluso ven la actitud dócil de la divinidad cuando el humano le pide que aguarde en ese límite invisible que aparece cuando la enorme puerta de metal se desliza por encima de sus cabezas, ahí verán que en su andar los cascos poderosos han dejado toneladas de barro (al menos en la unidad de medida del enjambre) que podrán ser aprovechadas para darle más consistencia a las paredes del hábitat. Claro está que ninguna de estas medidas sirve contra los gigantes que sin justificativo alguno emplean ciertas formas oscuras como es el grano blanco que ellas agradecen pero que equivale ahí abajo a una detonación nuclear que borra todo rastro de su existencia o la patada a la pasada siendo como una especie de meteoro la cúpula que se desprende ante esa fuerza poderosa. Volando para estamparse contra la columna de la casa en la que los granos de arena aún húmedos se adhieren, aunque la tripulación de esa improvisada nave no tendrá la misma suerte y será velada luego de que la horda iracunda cargue nuevamente con los materiales necesarios. Ya entonces las estudiantes habrán dejado ese rol para convertirse en todas unas expertas acarreando cuanto elemento encuentren a los fines de reconstruir la bóveda gris que cuida sus sueños así como él de las vidas que aún no han salido de las cápsulas de hibernación. La última arma de aniquilación masiva es el agua en estado de ebullición que calcina a las indefensas obreras a media mañana e hierve la tierra dejando un cráter en el lugar del impacto, aunque los búnkeres de en los laterales sobrevivirán para marchar un día más.
Sobre
la huella seca del huargo que ahora descansa bajo la sombra del alero las
hormigas marchan, han encontrado el secreto bien guardado de la humanidad que
se encierra tras alambres que en realidad ellas pueden atravesar y tienen una
muy falsa sensación de seguridad. Si ellas que son tan pequeñas logran trasponer
estas defensas qué ocurriría con un ser bastante más grande, por una parte el
temor ancestral de las trabajadoras por el pisotón es igual en proporción al
que experimentan las personas por las noches en las que el mundo se encoge en
sus lechos. Por la otra viven despreocupados bajo la luz solar hasta que las
garras de la oscuridad se extienden sobre la superficie arañándola y haciendo
que los egos retrocedan a su mínima expresión, tendrán la siguiente mañana para
salir habiendo olvidado la lección que volverán a rendir al comenzar el próximo
atardecer con iguales cuestionamientos. Las hormigüelas avistan al otro lado
del cerco, que deja afuera pero aísla a la vez, los restos de una hogaza
arrojada a algún vagabundo anónimo de esos que corren a los camiones que
transportan pescado la cual se endurece bajo la mañana templada. Abandonada a
su suerte ya ha recibido los picotazos de los horneros que viven en el árbol
agitado en la parte trasera de la casa, pero en este momento no se ve a ninguna
ave dando vueltas por ahí. Ni siquiera los teros que por lo general ocupan esos
terrenos llenándolos con sus graznidos incesantes, marca bien reconocida por
estos lares aunque a las ahora ocupadas laburantes esto les importa bastante
poco. Excepto desmenuzar los restos del proyectil caído de alguna parte aunque
seguro fue uno de los adultos que lo arrojó a un costado de la zanja cuya agua
se estanca permitiendo que aparezcan los sapos, ocupados estos en darle caza a
los mosquitos que pese al frío que aún se puede sentir en la mañana de
comienzos de la primavera ya han soltado los cables que los mantenían adheridos
al suelo iniciando la búsqueda del festín rojo. Mientras el enorme tanque verde
avanza a los saltos las legiones negras se despliegan dando cuenta de esa
sustancia blanca primero para luego cargar con la dura cáscara que se desmorona
ante la falta de sostén, trepando por el pequeño muro y atravesando por la luz
que existe hasta dar con las puntas del alambre que detiene por el momento el
paso de las demás humanidades. A todo esto el batracio espera la oportunidad de
que le abran la enorme reja para poder entrar al edén que supone el patio con
los pastos un poco alto, ahí se encuentra la población principal de
chupasangres alados que no se distancian demasiado de aquellos de dos patas que
ahora circulan viendo de en qué momento obtener ventaja de alguno que la yuga.
De regreso al trabajo las sendas se extienden varios kilómetros en términos de recorrido acarreando los elementos necesarios, las nuevas obras están casi concluidas y resuelta la falta de techo producto de una muestra del desprecio humano por las demás vidas. En castigo se han llevado los primeros brotes del fresno que magnífico se alza en el frente de la casa mientras su hermano registra los movimientos del sol al decidir aparecer por el este. El siguiente blanco está más allá de los pastos altos, en donde el agua se acumula luego de un rato de estar en concierto dejando al manzanero sólo frente a la inundación que en algún momento ha de evaporarse y filtrarse de regreso a la napa para que venga la otra marea a llevarse esas hojas tiernas. Mezcla de blanco, rosado y negro sobre las ramas que sirven para los propósitos de cercenar las tiernas hojas escuchando más tarde el alarido que el jardinero ha pegado al toparse con el macabro hallazgo. Pero será la competencia la que se lleve la peor parte, una ración de extermina vidas que luego se recubre con los restos del hormiguero desplazado por la cuchara al ingresar en lo profundo del nido. Las insensatas se han dedicado todo el día a cubrir la herida sin saber que ya la pudrición huele a condena, tornando ese hogar una tumba que será barrida por la siguiente tormenta. Tiempo del silencio, de la arena volando de regreso a la base del árbol que sigue elevando sus brazos desnudos haciendo fuerza para que los brotes nuevos salgan antes de que el sol de enero calcine la tierra como una lluvia de fuego. Brisa suave del atardecer veraniego en el cual el morador espera debajo del techo, sintiendo el mecimiento del siempreverde al que las laboriosas ven como un extraño fenómeno de la naturaleza, dado que sus hermanas tienden a quedarse calvas al igual que el humano que ahora observa el ir y venir de la línea de producción. Mientras se mantengan apartadas de la azucarera nada tendrá que reclamar, por si las dudas también evitan la enorme presencia del can que mastica un pedazo de caña con el que su dueño lo contenta dado que los huesos se han ido a poblar la tierra y el único rastro son las briznas sobre el negro hocico.
Máscara de muerte
Cáncer: ya te he desmitificado con sólo nombrarte lo cual es algo que la mayoría no hace pretendiendo con el eufemismo evadir el tema, como si la lluvia pudiera ser detenida por llamarla garúa. Desde las profundidades nos acechas presente en cada uno de esos momentos que son como muescas a la que luego se las tacha indicando que tu turno llegó, ahí sale la pudrición a la superficie espantando hasta a aquellos que no creen en nada en esta época de falsos ídolos que son tan de barro como la mayoría, al final queda uno y su alma si realmente consagra su vida a esa creencia más allá de que los carentes de la misma vengan como una turba a fastidiar el momento de revelación. Las legiones crustáceas se han soltado por el organismo machacando cualquier señal de pureza tornándola en un pantano putrefacto, el cangrejal de las enfermedades encuentra su lugar fuera de los relatos folclóricos riéndose de la poca sabiduría de quienes han de combatirlo. Trabas de por medio como si realmente quisieran liberar al espíritu pero únicamente son los burócratas de siempre pidiendo que todos los sellos de calidad estén en su lugar, la sala de espera se colma de seres que corrieron en su plenitud por las playas lejanas y ahora han de venir a atascarse en estos pisos de mármol que equivalen a un trato diferencial, previo pago de una suma mayor que la exigida por el barquero. Viene el formulario, la conversión de mi humanidad en un sujeto de pruebas para ver luego de un tiempo si ha dado resultado o toca probar con alguna variante más ofensiva, pero el cuerpo lo pone uno. Por más avances sigue estando el sujeto solitario encima de una plancha de acero que sirve de preludio a las posibilidades altas de continuar el recorrido en otra parte, sin tanto boludo cerca que sería el consuelo que lo puedo encontrar a la ausencia anticipada. Yace un extremo de la mesa vacío por primera vez en mi vida, los recuerdos se agolpan empujando como en ese salón repleto intentando que alguien les permita la entrada cosa de marcar que hemos existido. Es la zona que el desgraciado ese no puede manchar, se ha dado de bruces contra el muro invisible de la memoria y tenido que correr atormentado por los susurros de aquellos a los que ha matado, de vuelta al oscuro agujero del que espero no regrese porque pese a su supuesta mala fama sigue sin poder quitarnos el fragmento del alma que nos dejaste con tu paso por nuestras tardes vivas.
Silencio
Gritó, una especie de desgarro en el alma y su interlocutor retrocedió espantado, apenas entendía los motivos de aquella agresión, intentó durante los momentos posteriores atar los pedazos de palabras que lograron traspasar el silencio. Había nacido así, ajena al ruido de este mundo que muchas veces confunde a los que tienen todos los sentidos, una verdadera guerrera desde la cuna. El resto debía estar atado a procesar una serie de datos para saber que era útil y que un peso, pero ella simplemente andaba dando vueltas por la vida sin prisa alguna. Podía ver en las expresiones de los demás todos los sentimientos, también las trampas que encerraban ciertos comportamientos y eso equivalía a tener las llaves del alma. Una especie de don escondido detrás del hecho de no escuchar, no había otra manera de llegar a ella que no fuera despacio, siempre de frente cosa de poder deducir ese último mensaje tan importante. Un par de gestos de las manos resumían cientos de palabras e imágenes, tan solo tres movimientos contenían todo el mensaje encriptado y muchas veces encontraba caras sorprendidas. Así que ahí podían empezar los gritos que en el silencio no se escuchan, excepto por la expresión exacerbada de quien lanzó el insulto al aire, entonces ella se sentó en el sofá descolorido comenzando a unir la información. Todo el motivo de la discusión tenía que ver con ese enorme problema repleto de pulgas que ahora estaba debajo del auto, cuando la vio en la tarde pudo darse cuenta del dolor que esos dos ojos marrones encerraban en el alma. Era la tierra misma que extendía la mano una vez más, su ladrido sonaba como música para ella pero los demás sólo veían otro despojo que alimentar, ahí radicaba toda la cuestión. También era el problema que en ese momento enfrentaba su pareja, hacerse a la idea de que serían tres en lugar de dos meros náufragos inadaptados viviendo cómodamente. Cuestión de que la noche le enfriara las ideas pensó, a la larga del fuego sólo quedan rescoldos así que sería una espera de unas cuantas horas y luego todo volvería a la normalidad. A los demás les costaba poco perder la paciencia, pero a la Flaca le sobraba de ese extraño líquido que había bebido desde los comienzos del tiempo mismo, una vez que la tormenta pasó los demás deberían intentar reparar el puente que derribaron cosa de que se restablecieran las comunicaciones. Por eso era necesario andarse con cierto tino, elegir bien las palabras pero sobre todo los gestos dado que una mueca va sin sonido alguno, por lo que puede ser interpretada de diversas formas. Mejor pensarlo dos veces antes de mover un músculo, no sea cosa que luego haya un silencio trágico que deba ser cesado a fuerza de rechazos e intentos nuevamente de negociar la paz.
Martillos
En las montañas lejanas moran los excavadores,
buscadores incansables de tesoros que yacen en las profundidades pese al riesgo
de calcinarse por ir en la dirección incorrecta continúan gastando la punta de
sus bisturís con los que abren las entrañas de la negra tierra. Iluminan las
profundidades con la luz de las piedras extraídas para eclipsar al sol,
provenientes de la noche oscura que yace en el vacío ancestral del que cada ser
proviene pero lo ignoran por lo antiguo de ese suceso en el que la roca ígnea beso
el suelo nuevo levantando océanos de fuego hacia lo alto. Luego el corazón
pétreo comenzó a latir llamando por generaciones a un descubridor que habría de
traer el conocimiento de nuevo a la luz, iluminado éste por la mera presencia
de las cientos de gemas que coronaban aquel meteoro enclavado en la tierra que
encima reverdecía ignorando al reloj de la creación durmiendo abajo. Pero aún
respirando, aguardando el momento en el que los picos los saquen de ese estado
de ensoñación en el que la mano toma una de las tantas joyas saludando a las
estrellas en lo alto a las que un puño gigante ha puesto ahí como señal para
las naves que deambulan por el firmamento. La negra noche debajo de la montaña
se vuelve luz con el paso de sus moradores regresando a la sala en la que
reposan todas esas maravillas, un golpe, luego otro, las manecillas del reloj
siguen su curso mientras los enanos trabajan sin descanso dado que aquí no
existe la prisión del día que tienen los que arriba se doblan el espinazo ante
el sol. Antorcha en mano, señal de auxilio sobre las rocas labradas, ya estos
pasadizos no son tuyos bestia que te alimentas de otras alimañas y es hora de
que pruebes nuestros martillos precipitándote a la enorme forja que arde miles
de kilómetros más abajo. Las de aquí arriba son tributos menores en los que los
metales son desprovistos de la basura que los rodea, tornados mazos que han de
proteger los sueños de las generaciones futuras. Y en el centro la enorme
estatua da cuenta de ello evocando al protector del reino, que armado con un
triturador despejaba el campo de batallas para luego sentarse a lanzarle
bocanadas a la luna que resplandecía sin parangón.
Malambo (Chalo)
Una
bolea para aquel lado y esa estrella ha tenido que correrse aunque a veces un
roce en la frente te ha vuelto a poner los pies sobre la tierra, allá arriba en
esa inmensidad desde la que se contempla lo diminuto del mundo se ha ido
despejando la pista a la que las botas le sacarán brillo definitivo. Lo único
que esta vez el telón no será de color rojo salvo cuando venga una jornada
ventosa, sino blanco dado que las nubes han sido arrastradas por la fuerza de
la cuerda con la que les das caza. Un golpe seco sobre la tarima celestial
haciendo que ese cortinado se abra, resplandece el manto de día incluso y en la
noche parecen fuegos que se precipitan calentando a los que andamos por acá
abajo. En este escenario la estrella de los vientos es aclamada yendo de acá
para allá sin dejar lugar en él que hacer sonar los tambores cuyas puntas
afiladas hacen saltar chispas, al sol le ha tenido que dar un poco de envidia
este espectáculo aunque enseguida ha recordado lo solo que ha estado dándole
luz a los que muchas veces prefieren las tinieblas. Ahora es una caricia de la
brisa con la que esa mano invisible quita los surcos en el rostro regresando la
cabellera para extenderse como una catarata sobre la espalda, una flor de cardo
bordada sobre el corazón y la camisa blanca llena de motivos que recuerdan a la
pampa. Es este punto el arma resplandece moviéndose como una hélice alimentada
por el alma, molino solitario chirriando en el océano verde que refleja al
firmamento dejando algunos charcos en medio del desierto de pastizales. El
tiempo pinta historias nuevas, descascarando las nuestras de a poco para con
sus pedazos crear una argamasa que volverá a emplear para que los fragmentos
que fueron nuestras vidas formen parte de otro momento. Momentos que regresan a
una escuela perdida allá en el sur de Buenos Aires, en ese lugar indómito en él
que un grupo de médanos frenan la ofensiva que viene desde el polo y pagan la
osadía cara al ser desarraigados quedando la marea llorando cuando no encuentra
a sus jóvenes hijos. Ahora vueltos recuerdos bajo los tamariscos que proveyeron
el material con él que ese salón se levantó y en él que danzaste igual que
ahora, sólo que en este capítulo bailás entre los astros.
Resiliencia
En la portada de uno de los tantos libros que decoran la vidriera mientras le pasamos al lado ignorando el estado en cuestión, una galería que se pierde en la oscuridad, aquel rostro conocido venido de alguna parte del pasado cuyo nombre no recuerdo y la mente que regresa al momento que nos aqueja, la enfermedad que se ha extendido silenciosa. Detrás de esa máscara la muerte se oculta, pero tal vez podremos alejarla de regreso al medio de aquella laguna que separa esta dimensión de la otra, en la que los espíritus se alejan de la prisión del cuerpo y dejan un vacío en los que aún respiran. La roca está ahí, se nos aparece en cada paso que damos y gira en la esquina con nosotros, aguarda arriba del médano para descubrirse bajo la arena una vez que hemos llegado a la cima. Se burla porque sabe que puede alcanzarnos en cualquier parte, corriendo con el viento que la lleva sin problema alguno permitiendo que mute gratis. Ahora es ese árbol que ha crecido reventando las veredas, obligando a que debamos dar un rodeo poniendo un pie sobre la ruta que trae otros riesgos. En medio de la tarde noche cruzamos la avenida, en las sombras al otro lado de la calle lo encontráremos con otra forma y la historia se seguirá repitiendo. El tema es saber enfrentarlo pese a las probabilidades, es un monstruo cuyas garras nos dañan en las entrañas y se mete en los sueños recordándonos que espera en el siguiente amanecer como el rocío al sol que ha de liquidarlo. La única opción es seguir intentando avanzar con las probabilidades en contra, pero avanzando para retrasar el momento en el que la parca nos muestre su rostro detrás de esa máscara y el índigo sea el color que llevemos.
Mortal
Es una de esas noches frescas de febrero hace unos cuantos años, a diferencia del resto de los congéneres de mi edad no busco compañía en esa jornada como tampoco un trago de esos que empiezan a acumularse en los estómagos marcando ciertas cuestiones futuras. Me he llegado hasta la sala de recreativas que también opera como bar y lugar de socialización aunque en ese punto no pretendo lo último excepto por la máquina que estoy buscando. Observé el sitio un rato antes, otro guerrero se encontraba atareado intentando evitar que lo ultimaran y en el deambular por entre los fichines encendidos pues le perdí el rastro. Tal vez terminó como su alter ego derrotado en una mazmorra plagada de las señales incuestionables sobre el precio más alto pagado por sus antecesores o bien pudo haber salido victorioso. En una de esas se trasladó a otro escenario buscando un paisaje un poco más paradisiaco que recorrer alegremente pese a las rocas en el camino y algún que otro ocasionar miembro de un enjambre que parece no tener fin. No hay nadie en conclusión, el resto del mundo se va una vez que una de las tres fichas que poseo en esa ocasión se pierde en las entrañas de la bestia que abre el acceso a uno de los héroes que han de afrontar el siguiente torneo. El primer escenario pasa sin demasiados problemas, incluso puedo emplear la macabra técnica de mostrarle al otro quién está detrás de la máscara para que luego venga un alarido que queda retumbando en la sala. Paso la segunda batalla con idéntico resultado dando con el salón de las estatuas en una especie de anticipo del futuro que nos aguarda, un reto tal vez un tanto más alto pero no mucho así que a la cuarta pantalla. Luego de demostrar las habilidades vendrá el vértigo, el oponente en sí puede ser un tanto problemático pero no es la única cuestión a tener en cuenta además de la necesidad de que quedemos en pie. El cielo se cubre y se despeja de las nubes en forma de algodón que dejan visible a la luna, los segundos pasan, la respiración es contenida en tanto logramos el objetivo buscado y es una victoria sin mancha alguna. En un breve instante he logrado ver que algo más que cúmulos surcando el cielo oscuro, una figura se proyecta sobre la cara pálida de la luna para que la alineación de los astros se complete. Por arte de magia hemos sido trasladados al fondo del pozo, el otro sujeto se mueve más rápido aparte de que emplea técnicas combinadas resultando un tanto molesto por partida doble al imitar mis movimientos así como los del archienemigo shinobi. Un par de pasos hacia atrás para dar el salto pegándole de lleno, repetición de método hasta que se lo pueda derrotar, tétrica forma disponer de un oponente grogui no conformándonos sólo con lanzarlo lejos. Una recompensa suntuosa a los fines de que esa visión en el salón de estatuas nos venga a la mente, tocará al final del crédito volver al mundo de los mortales dejando el combate para otro momento.
Lágrimas en la lluvia
En ese momento el villano se quita la máscara convirtiéndose en un antihéroe, el personaje principal se deshace tornándose un mero espectador en el instante en que las palabras brotan de su garganta y el resto de la escena simplemente se desvanece. Todo concentrado en un par de líneas nomás, perpetuado y repetido en el tiempo cosa de que no se cumpla con la profecía del androide que en ese momento es más humano que su perseguidor. Resuena la llamada como una armadura dorada clamando por sus hermanas, repartiéndose entre las estrellas que brillan encima de la atmosfera contaminada y las luces artificiales que son un mal tributo al sol. Allá en lo alto el alma encuentra la tibieza que en la tierra parece que se le negó, saltando las vallas junto a un montón de ovejas reales y no de esas eléctricas que se compran por dos mangos. En la roca está el creador del universo en cuestión, un mundo dentro de otro que ahora encuentra a los dos personajes principales. Él que le dio forma a la idea y aquel que se ocupó de ejecutarla creando una de las escenas más maravillosas del celuloide, repetida hasta el hartazgo para convertirse en icónica a lo largo de las décadas. El ser humano ha partido cumpliendo con el epitafio en su frase pero ha dejado marcada la tierra en ese punto de 1982 que se vuelve el presente cada vez que alguno logra acceder a ese momento, ahí yace Deckard con el traste llenó de preguntas y el mundo al revés, salvado por aquel al que perseguía cuya alma ha finalmente volado igual que la paloma que aletea alejándose, pese a ser un ser artificial su alma se ha ido.
Tears in
rain, Blade Runner, 1982
I've seen things you people wouldn't believe. Attack
ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark
near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in
rain. Time to die.
Yo he visto cosas que ustedes no creerían. Naves de
ataque en llamas más allá del hombro de Orión. He visto rayos - C brillar en la
oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en
el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
Rutger
Hauer interpretando a Roy Batty.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/L%C3%A1grimas_en_la_lluvia.
Gol
Recuerdo la secuencia de fotografías el día después, pero antes de esto la línea que se extiende sobre el piso de color rojo que ahora se encuentra desgastado igual que la memoria que regresa veintinueve años atrás. Es apenas un instante pero de repente ya no tengo los casi cuarenta sino diez años recientemente estrenados y el regalo de cumpleaños viene a la altura del asunto, victoria ante el rival de siempre aunque no tengo ni idea de dónde carajo salió dicha rivalidad. Pero ahí estaban los dos equipos, camisetas amarillas frente a las celestes y blancas, el estadio que rebullía, el relato que llegaba por arte de la magia de esa radio puesta encima de la televisión. En la cima sigue la señora esa, a la otra pese a la pantalla y los colores siempre le ha tocado el segundo lugar, la primera simplemente ha seguido transmitiendo sin más vueltas que la de una pequeña perilla que la acciona. De ahí salían las notas de ese concierto, aunque los brasileros eran los que tocaron la mayor parte del partido y los palos sonaron más de una vez. Nada bueno el augurio, rezando a cuanto santo futbolero exista cosa de que nos tiren algún centro que termine besando a la red que hasta ese punto sigue sin máculas. Los porteros han sido muy severos ese día, nada de dejar entrar a cualquiera incluso con las autorizaciones y pergaminos que varios tienen entre su repertorio, es un cero a cero clavado cerca del final. Vendrá entonces la agonía de los penales para sumarse a la del inicio de ese campeonato, defensa del título más difícil que marcar un tanto en un encuentro tan cerrado. En eso el relator ve algo desde su atalaya, sabe que la única carga puede dar resultado porque por alguna extraña razón todos los de amarillo se van sobre el diez que casi cayendo libera de su jaula al ave que hasta ese momento yacía contenida entre los barrotes que los centrales le pusieron al área. Vuela dejando atrás al portero que ha estado muy tranquilo a lo largo del encuentro, como un borracho el cancerbero intenta cerrar viendo lo inminente del desastre y allá arriba la transmisión en portugués empieza a negar el asunto. Luego viene el lamento, la injusticia es desgracia para unos pero los otros saltan victoriosos dado que la red besa apasionada a la pelota y no la quiere largar, tanto tiempo se han contenido que ahora desatan toda la pasión posible hasta que un sujeto anónimo la manda de una patada al medio del campo. Y a muchos kilómetros, en un pequeño poblado alguien más se une al griterío apretando los puños que ahora más relajados sueltan todas estas palabras lejos en el tiempo así como en la distancia.
Tango
A media luz el asunto, por eso el anciano espera a que el sol se esconda un rato antes de salir de abajo de los árboles en los que ha buscado refugio e iniciar el concierto improvisado, el banco se queda un rato vacío mientras él se sostiene con esos hilos invisibles que uno alcanza al olvidar las penas. Despliega los dos brazos formando las alas a las que la luz de uno de los rayos perdidos en el atardecer corona con un halo, la fuente para no ser menos lanza un montón de chorros algunos de los cuales terminan golpeando a algún desprevenido. Culminado el tango regresa al asiento de piedra, apoyando las dos manos sobre la empuñadura del bastón e intentando recordar alguna que otra letra. Al médico se le dio por indicarle esto como ejercicio cuando no encontró nada fuera del hecho de estar envejeciendo cada vez un poco más, en ocasiones pifiaba alguna palabra pero dado el total conocimiento del final del siglo nadie se fijaba en ello. La cuadra que tanto conocía, la que protegía la peatonal del viento proveniente del mar, pronto se vendría abajo en el nombre de la renovación y en su lugar se alzarían los monumentos indicando que ese capítulo de su tiempo se quedaba atrás. En los siguientes actos algún turista le tomaba una fotografía, el rompevientos flameaba abultando el estómago pero cuando regresaba a su lugar se notaban las flaquezas de ese momento. Le quedaba un año más para tener que mudarse, el único inquilino que no aceptaba el desalojo programado y en esa resistencia había agotado sus ahorros. El cuervaje se ocupaba del asunto aunque ya el cartel estaba puesto, sería rápido, sería breve, se aconsejaba dejar las ventanas de los edificios cercanos abiertas para evitar que los vidrios volaran en pedazos. Luego siguió la fuente, el banco demolido dio vida a una casa allá en donde la luz no llega y las penumbras son reemplazadas por oscuridad, en espíritu se quedó el asunto. La persona que tomó la última fotografía recordaría cada tanto al recitador de versos, en una época lejana en la que las personas se reunían en torno a una fuente que ahora ha sido renovada y los únicos que oyen la música son los pájaros cuando la lluvia cae impiadosa. Fuera de ello los seres humanos eclipsan a sus pares, siguen a ídolos falsos y viven en un estado de conexión permanente con un avatar, presencia física poca como no sea para alimentarse o dormir, siguiendo luego con las narices metidas en cualquier parte en la que una cámara entre. Enredados sin poder salir, lejos queda esa voz cantando libre que los días vueltos años se han ocupado de esconder pintando de negro la luminosidad de la vida y alumbrando sólo rectángulos. Las marionetas se mueven, sus pulgares marcan el compás y en un momento el viento de la plaza les pegará en el rostro con una fotografía vieja, de esas que vienen impresas para horror de los seres digitales.
miércoles
Aconcagua (1959)
Mauro llegó temprano, antes de que la portera siquiera hubiera bostezado y ya esta pareció quitarse el sopor del sueño en un instante. Abrió los ojos de forma tal que le recordó a las barajas que sus compañeros usaban a escondidas, evitando la vara que generalmente tenía como objetivo el lomo. Las orejas servían como agarraderas para llevar a los infractores al despacho del director y de ahí estaba la puerta lateral, por la que se desterraba a los que no encajaban. Precisamente para ahí lo enviaron pero por una paradoja no terminó siendo expulsado y encima se le permitió salir ileso de la escuela. De regreso a casa con cargo de volver lo más rápido posible, la otra que se sorprendería sería Giulia al verlo regresar pero esto duró unos instantes, necesitaba el traje habitual de presidiario para la ceremonia de fin de curso. Las manos se su madre se movieron superando el andar de las manecillas del reloj, las madres tienen bastante de eso sobre todo en situaciones extremas en las que el resto empieza con las protestas. Pronto estuvo de regreso para unirse al cortejo, alguna que otra broma y tras esto el silencio al paso de las autoridades, la celadora escondía la cachiporra como un puñal debajo de un pañuelo. Marcharon, para el lado de un viejo cine ahí en Lanús en el que habrían de culminar con el año calendario para soltarse finalmente por las calles soleadas. Entonces la voz sobre el U-47 anunció la entrada de la bandera de ceremonia, apenas el sonido de las personas levantándose de las butacas precedió a ese instante en el que los dos transpusieron el límite invisible entre las bambalinas y el escenario. Un tano caído por estos lares un lustro más atrás la portaba, el hijo de un japonés seguía sus pasos, entonces sonó el himno para ser sucedido por las palabras del director despidiendo el año así como la década y luego el desbande en tanto las partes se separaban. Moharra, corbata, asta, regatón, tahalí y cuja quedando la bandera resguardecida en el enorme estuche vidriado como si fuera el instrumento más importante de la orquesta.
¡Oh Rey!
Te
has ido pese a toda la opulencia, los trajes costosos y la comida siempre
caliente en esos platos en los que se reflejan las sombras que cubren tu corona
luminosa. Ropa cara recubre la mortaja, silencio absoluto en el salón excepto
por los pasos lejanos del cortejo y un movimiento imperceptible de las llamas
que coronan las velas. Candelabros más dorados que tus cabellos que han
conocido el crudo invierno en el que la existencia se desgasta, pese a todo el
poder en la punta de los dedos no hay manera de parar la marea que empuja el
tiempo. Corres por esos jardines vuelto a pequeño una vez más, los raspones son
atendidos con la mejor medicina del mundo que no pudo salvarte esta vuelta y la
corona yace a punto de posarse sobre otra cabeza. La que se alza majestuosa por
encima de los flashes, la opulencia y la acumulación de riquezas producto de
las conquistas, de las armas o económicas, da lo mismo si se alcanza el
resultado. Los ciudadanos que son súbditos inclinan la cabeza, agitan las
banderas ante el nuevo soberano en tanto el cuerpo viejo se ha enfriado y pasa
a ser una mera inscripción en ciertos libros de historia. De los que mueven los
engranajes nadie se acuerda, sus manos se tornaron callosas pero la aspereza se
suaviza en cuanto mueven esos cabellos que empiezan a aflorar en las vidas
nuevas, luego el sol acaricia las marcas en la piel y ahí al frente de la casa
te vas una estación cualquiera, lo único que podemos hacer es soltar las
lágrimas como un tributo final. Qué diferencia hay después de todo entre la
primera partida y esta, excepto las crónicas en los titulares debido al oro que
recubría al anterior monarca.
Tiempo (palabras)
Escribir es simplemente apasionante, es como el trabajo de un herrero quitando las costras para revelar el brillo del metal y ahí radica la virtud principal. Pulir el método a través de un camino en el que puede haber errores, pero sabiendo que sin ellos uno no aprendería.
Las fotos ya no se tornan rosadas, ahora parecería que se vive en un presente infinito que no es más que una existencia finita así que mejor dejar algo que perdure. Unas líneas escritas a la orilla del mar pero plasmadas en su álter ego digital, en el que necesariamente quedan tantas marcas que alguna ha de sobrevivir a la marea de la renovación.
sábado
Onírico
La niebla se levanta sobre la Ría anunciando el comienzo de la danza de los espíritus muchos de los cuales se escapan de las garras hídricas de regreso a enturbiar los sueños de los vivos, aunque otros tantos se dedican a dejarles mensajes que en la mañana olvidarán ocupados como están en situaciones que no tienen sentido alguno. En el movimiento por las capas de aire hacen sacudir los hilos de la araña que mora ahí en donde pared y techo se cruzan, entretejiendo sus trampas invisibles a las que los visitantes nocturnos burlan pero la vibración confunde a la hacedora. Corre presurosa al encuentro de la presa que no está sólo para darse de bruces contra su propia impotencia, sacada del sueño en la que sus hilos recubrían un mar de insectos que resplandecían en medio de las cuerdas brillando como las estrellas en la noche despejada. Ahí a la vuelta una de esas almas deja un recado al vivo que sigue durmiendo complacido, deseando, anhelando un sinfín de objetos que no se irán con él cuando deje la prisión de carne y regrese a transmitirle un mensaje igual al que recibió de sus ancestros a su descendencia que yace lejos, desconectada por completo de la realidad pero atada a redes más fuertes que la de la desconcertada moradora de las alturas que sigue sin saber a dónde se ha ido su cena. Pero la esperanza queda en ese susurro que sentiremos como otro sueño más, olvidándolo rápido con el correr de los minutos que anuncian el paso del colectivo que ha de llevarnos a nuestros claustros de casi todos los días dado que en los momentos que podemos correr libres nos detenemos a ver la manera en la que otros viven pero olvidamos nuestra propia existencia. Incluso bajo una lluvia poderosa, con los rayos cortando el unísono y los tambores del quebranta cielos resonando, estas almas vienen una y otra vez a ver si en una de esas el curso de las cosas cambia para que no se les una otro más a esa danza infinita por las noches. De regreso a la vorágine que las ha dejado salir como una especie de maelstrom de ánimas que abre por momentos las puertas que llevan a la Estigia, aunque lejos del Orco, como una oportunidad más de finalmente poder cruzar al Elíseo si alguno acá las redime haciéndole caso al interpretar mientras mastica el primer alimento de la mañana, aún noche, intentando recordar todo lo que tendrá que hacer en las siguientes horas. La mayoría de las veces lo olvidamos todo al abrir los ojos, ignorando el momento en el que nuestros cuerpos yacieron conectados con el otro lado en esa especie de muerte que significa sumergirnos en el mundo de los sueños viendo imágenes de rostros que nos resultan familiares. Corriendo por escenas que se han vuelto rosadas, lugares a los que el tiempo reemplazó marcando las paredes de gruesas venas llevando la obra de alguno de los nuestros a la categoría de vetusto y en ocasiones puesta en comparación con las imperecederas imágenes de hoy en día que se tapan en una especie de cartelera pública veraniega hasta que finalmente todas las hojas de años tras años caen sobre la vereda. La baldosa vuelve a brillar en la oscuridad durante una de las incursiones de la noche nueva que supone un capítulo más en el que la posibilidad de lograr el objetivo se materializa, como una cruel ironía, recordando mientras vaga rumbo a su destino de esa jornada la época en la que la calle no presentaba grieta alguna estando las marcas blancas sobre el asfalto brillando con el farol allá arriba también sin mácula alguna. Ahora eso es lejano, pero el espíritu sabe que debe intentarlo nuevamente, abrirle los ojos en ese lapso onírico al que pernocta sin demasiadas preocupaciones más que llegar al final del mes en el que las cuentas aguardan. Dejar de lado esos pensamientos concentrándose en que quede una marca indicando más que meramente un individuo que se suma a la masa, pasando a las filas etéreas que aguardan el momento de poder volver a tener la ocasión de recordarle a otros que el camino es el equivocado. Regresando luego por sobre los campos en sombras en los que el ganado contempla con ojos perdidos a la lejana constelación en la que Aldebarán mora, anhelando los vacunos poder alcanzarla algún día sin tener que pasar por la procesadora de carne equivalente para los humanos a deambular sin sentido por paisajes en gris y blanco en los que las sombras son aquellos ya condenados. Uniéndose en un ritual sobre el agua dulce y salada de ese brazo del mar que se mete en el continente, despidiéndose con el primer rayo del sol cortando la sarrasón que se empieza a desvanecer igual que todas esas almas que en un último desafío gritan cual banshee en una tempestad para que el gallo empiece a cantar. Por eso este muchacho siempre suena a sujeto que se ha dormido despertando con la cabeza abombada para darse cuenta de que se ha hecho tarde, una vez más me he olvidado lo qué soñé aunque tal vez más tarde vuelva algo de ello como un hilo de la telaraña suelto que busca conectarse con el centro. A todo esto la creadora se ha mudado cansada de esperar.
miércoles
Creta
Veo, a mi madre regresando tras la larga jornada de ausencia con una sonrisa cuya copia capto en el rostro de mi hermana la que en silencio viene a darme un abrazo y las transgresiones de ese enano que se ha sumado a asomarse al mundo oteando la calle que se volvió cálida bajo la tarde de noviembre. Del otro lado juegan a la pelota, uno de ellos lleva una camiseta azul con el número siete colgando en la espalda que gambetea a medio equipo contrario hasta ser interceptado y producirse la nube de polvo. Después los empujones, el tiro libre cobrado que culmina en un zapatazo a quemarropa haciendo que al del medio de la barrera le duelan las costillas una vez que se terminó el compromiso. Una botella de ese veneno traído del otro lado de la galaxia pasa de mano en mano, después es el éxodo dejando desierta la plaza que fue convertida en estadio cuando no en pista de despegue de sueños de pequeños que se unen en esos juegos interminables o eso parece desde este lado de la calle. La terminal duerme al lado de los árboles, hamacas y areneros que en las jornadas tórridas atrapan los rayos de la bestia, dejándole suficiente provisión de calor a los monstruos de cuatro patas que buscan un poco de abrigo de tanta patada diaria cruzando la calzada que no está invadida por tanto asesino al volante. Las luces se encienden al irse la principal, las personas se aprestan para las despedidas jugando uno como nosotros con los restos del recipiente de la ponzoña que el viento hace circular por entre las dársenas y que con suerte terminará en el canasto de los residuos si alguno se acuerda que esa es parte de su legado. Todo ello repetido día a día como una película sin sonido, excepto las muecas que pueblan los rostros de los personajes que descubro en completo silencio desde la llegada de mi nave a estas tierras extrañas en las que la mayoría habla otra lengua.
domingo
Horda
El capitán orco de la selección de lanzadores de rocas, deporte semejante al rugby excepto por carecer completamente de reglas, se dirigió hacia el altar en el centro de aquel asteroide desde el que a fuerza de cascotazos lograron dominar el cuadrante asignado de forma totalmente aleatoria ante la explosión de su mundo natal luego de que una disputa entre clanes no pudiera solucionarse de otra forma que no fuera a los golpes. Alguno le dio de lleno con el hacha al polvorín principal que venían almacenando con miras a darle impulso a su catapulta intentando llegar a esa estrella diminuta en la que creían estaba Grokk, el forjador del universo rojo y árido en él que lo único verde eran esos seres que ya habían conquistado cada palmo del planeta. Dejó la ofrenda al pie de la deforme escultura observando esos dos ojos que refulgían sobre el rostro tétrico, sintiendo una sensación de vacío total al tiempo que era engullido por la presencia que permanecía atrapada tras esa dimensión pétrea para devolver apenas los huesos petrificados que continuaron agrandando el osario. El grito de júbilo cundió entre las filas de los ejércitos vencedores, coronando a un nuevo jefe de guerra que zarpó enseguida con un puñado de elite en el primer asteroide que les pasó cerca, dirigiéndose a jugar el clásico en la mismísima Gimli que resplandecía en esa noche eterna aunque cada tanto la divinidad con nombre de martillo hacía sonar su mazo rasgando la bóveda en un fenómeno que los moradores de las montañas entendían como buena señal. Borrados ambos soles de un manotazo, la luna no daba la cara, la noche se cubría de refucilos que generaban los versos de los bardos acerca del día que no llegaba nunca, de los invasores de piel verde siendo mantenidos a raya a cuenta de unas cuantas descargas y de ese eterno héroe que desde la cima observa el horizonte buscando a algún mago perdido. Luego la bocanada, la respuesta de una chimenea allá abajo en el calor del hogar que duerme todavía en la estación del invierno aunque en la brisa nocturna se puede percibir a algún heraldo de aquella que viene despacio haciendo que el hielo se vuelva lágrima y con ello florece el fresno en él que descansa sin saberlo un mundo demasiado confiado.
jueves
Fuegos fatuos
La oscuridad pintó el cuadro, la humedad se instaló sobre los muros y al viejo humano no le quedaron ni los huesos al tornarse polvo que el tiempo barrió de un plumazo notando que las pertenencias quedaban en esa dimensión que abandonaba. Ahora no era más que un fuego fatuo con el presuntuoso nombre de alma ascendiendo por entre las cuestas para encontrar que delante había otra subida empinada que llevaba a un escalón más. A veces escuchaba voces que aguardaban al doblar en uno de los recodos encontrando el vacío y la promesa incumplida que se renovaba instantes más tarde para darse de bruces con la realidad de ese mundo construido a su imagen. Pensaría en ello eones más adelante, podía percibir que en ciertos momentos se repetían los pleitos ante sus ojos no sirviendo que girara para otra parte como acostumbraba a hacer cuando se sentía superado por la situación. Una voz lo llamaba desde una casa que él mismo derribó, la pelota picaba en la tierra negra para pincharse como un globo ante un mar de alfileres acaparando su atención para dejar pasar el detalle del can que lo observaba desde una loma lejana. Aunque eso de cerca o lejos es relativo cuando de repente chocás contra la materialización de los pensamientos, temiendo que esas ideas se vuelvan algo terrible que se esconde en un sector de la memoria con el rotulo de inaccesible aparte del sistema antisaqueo. El frío recorre la espalda o el lugar en él que ella se encontraba, por más fogata que enciendas el único calor que recibirás será él de algún recuerdo propinado por aquellas que siguen al otro lado del espejo en un mundo de luces y sombras que acechan. Aguardan poder extender esas garras gélidas, acariciando sin que lo sepan las facciones de esa presencia que se aja bajo el faro eterno aunque también ese tiene fecha de vencimiento pese a que han creado uno que podría suplirlo con una duración de unos dos minutos. Misma fracción que se nos otorga para andar por entre los vivos y tanto vivo que piensa adueñarse del último lugar rumbo a ese paraíso de plástico, con paladines que portan la cura dentro de las vainas fulminando con un espectáculo de rayos cualquier intento de meterse sin tener la entrada. La loza es lustrada un instante antes, después vienen los tributos a la carne que no está, las fotografías arrojadas para que la correntada se las lleve directo al templo que no es tal dado que no hay divinidad posible excepto la ausencia. La monotonía del silencio ante la impuntualidad de aquel que solía vagar cerca de uno, avisando tarde que no vendrá y mejor acostumbrarse a la idea de no volver a verlo excepto tal vez por el rabillo cuando uno huye de esos demonios que ha creado pretendiendo que no ocupen el páramo que se extiende por todas partes.
martes
Huellas
Con los años comenzaron los temblores y la danza de fantasmas que se desvanecían como el humo del cigarrillo que acompañó su soledad, el mundo exterior únicamente podía ofrecerle una presa más que agregar al montón de recuerdos vueltos tormentos. De repente se hallaba hablándole a una pared blanqueada recientemente que volvía con el correr de los meses a traer de regreso las huellas, el yunque sobre el que las memorias eran martilladas quedando el rastro carmesí sobre las yemas. Los pañuelos descartables no contenían huella alguna apilándose uno atrás de otro en el cesto que borboteaba ese mar rojo cuando la noche opresora exprimía los recuerdos iniciando el juego de sombras y terrores que se terminaba al amanecer, cuando no el sueño conciliador que derivaba en pesadilla desatando el llanto, los gritos y la angustia. Vagaba por entre las sombras de la mañana evitando al sol que como una lupa gigante se dedicaba a escrutar sus pasos dejando marcada sobre la acera el rastro que el tiempo seguía, fiel sabueso de la persecución que no cesaba aunque se presentaba morigerada. Recordaba demasiado a menudo uno de sus encargos, el portón se deslizó despacio sobre el riel, el objetivo pintaba una ventana apoyada esta sobre dos caballetes cuyas patas eran irregulares. El viento jugaba a mover aquel objeto mientras el pincel se deslizaba sobre las vetas que renovaban su tono, la mancha roja quedó sobre las mismas seguida del cuerpo inerte dando de lleno con el piso no sin antes sonreírle a su victimario. Ni siquiera dejó a un lado el trabajo que desarrollaba en esa mañana cercana a la primavera, el can pequeño se quedó contemplando el hilo que se esparcía sobre el camino zigzagueante y en un acto alocado lo levantó llevándolo en el bolsillo contrario al silenciador. Creció eso sí, aunque de pequeño le movía la cola a las sombras que rodeaban siempre la existencia del segador contemplando las pesadillas a plena de luz de este que hallaba consuelo en las botellas vaciadas demasiado rápido. Un día ganó el pasillo superando la escasa resistencia de una puerta entreabierta y corrió por la calle de la marejada directo al verde campo al otro lado de ese océano de asfalto, consiguiendo cobijo en una casa pequeña cuyos moradores sobrevivían pescando ranas en los canales cubiertos de totoras. A su segundo amo le llegaría la hora no sin antes encontrarse nuevamente en la casa esa, con las ventanas reluciendo y el rostro conocido con la sonrisa a flor de piel esperando debajo del alero. Tocaba ponerse al día, esperando que un ladrido conocido anunciara el regreso de ese otro integrante de un rincón del cosmos.