miércoles

¡Oh Rey!

Te has ido pese a toda la opulencia, los trajes costosos y la comida siempre caliente en esos platos en los que se reflejan las sombras que cubren tu corona luminosa. Ropa cara recubre la mortaja, silencio absoluto en el salón excepto por los pasos lejanos del cortejo y un movimiento imperceptible de las llamas que coronan las velas. Candelabros más dorados que tus cabellos que han conocido el crudo invierno en el que la existencia se desgasta, pese a todo el poder en la punta de los dedos no hay manera de parar la marea que empuja el tiempo. Corres por esos jardines vuelto a pequeño una vez más, los raspones son atendidos con la mejor medicina del mundo que no pudo salvarte esta vuelta y la corona yace a punto de posarse sobre otra cabeza. La que se alza majestuosa por encima de los flashes, la opulencia y la acumulación de riquezas producto de las conquistas, de las armas o económicas, da lo mismo si se alcanza el resultado. Los ciudadanos que son súbditos inclinan la cabeza, agitan las banderas ante el nuevo soberano en tanto el cuerpo viejo se ha enfriado y pasa a ser una mera inscripción en ciertos libros de historia. De los que mueven los engranajes nadie se acuerda, sus manos se tornaron callosas pero la aspereza se suaviza en cuanto mueven esos cabellos que empiezan a aflorar en las vidas nuevas, luego el sol acaricia las marcas en la piel y ahí al frente de la casa te vas una estación cualquiera, lo único que podemos hacer es soltar las lágrimas como un tributo final. Qué diferencia hay después de todo entre la primera partida y esta, excepto las crónicas en los titulares debido al oro que recubría al anterior monarca.


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