Te
has ido pese a toda la opulencia, los trajes costosos y la comida siempre
caliente en esos platos en los que se reflejan las sombras que cubren tu corona
luminosa. Ropa cara recubre la mortaja, silencio absoluto en el salón excepto
por los pasos lejanos del cortejo y un movimiento imperceptible de las llamas
que coronan las velas. Candelabros más dorados que tus cabellos que han
conocido el crudo invierno en el que la existencia se desgasta, pese a todo el
poder en la punta de los dedos no hay manera de parar la marea que empuja el
tiempo. Corres por esos jardines vuelto a pequeño una vez más, los raspones son
atendidos con la mejor medicina del mundo que no pudo salvarte esta vuelta y la
corona yace a punto de posarse sobre otra cabeza. La que se alza majestuosa por
encima de los flashes, la opulencia y la acumulación de riquezas producto de
las conquistas, de las armas o económicas, da lo mismo si se alcanza el
resultado. Los ciudadanos que son súbditos inclinan la cabeza, agitan las
banderas ante el nuevo soberano en tanto el cuerpo viejo se ha enfriado y pasa
a ser una mera inscripción en ciertos libros de historia. De los que mueven los
engranajes nadie se acuerda, sus manos se tornaron callosas pero la aspereza se
suaviza en cuanto mueven esos cabellos que empiezan a aflorar en las vidas
nuevas, luego el sol acaricia las marcas en la piel y ahí al frente de la casa
te vas una estación cualquiera, lo único que podemos hacer es soltar las
lágrimas como un tributo final. Qué diferencia hay después de todo entre la
primera partida y esta, excepto las crónicas en los titulares debido al oro que
recubría al anterior monarca.
Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina conforme se describe en la página intitulada "Creative Commons". "No hay nada como escribir. Todo lo que haces es sentarte frente a la máquina de escribir y sangrar" (Ernest Hemingway).
miércoles
¡Oh Rey!
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