sábado

Onírico

La niebla se levanta sobre la Ría anunciando el comienzo de la danza de los espíritus muchos de los cuales se escapan de las garras hídricas de regreso a enturbiar los sueños de los vivos, aunque otros tantos se dedican a dejarles mensajes que en la mañana olvidarán ocupados como están en situaciones que no tienen sentido alguno. En el movimiento por las capas de aire hacen sacudir los hilos de la araña que mora ahí en donde pared y techo se cruzan, entretejiendo sus trampas invisibles a las que los visitantes nocturnos burlan pero la vibración confunde a la hacedora. Corre presurosa al encuentro de la presa que no está sólo para darse de bruces contra su propia impotencia, sacada del sueño en la que sus hilos recubrían un mar de insectos que resplandecían en medio de las cuerdas brillando como las estrellas en la noche despejada. Ahí a la vuelta una de esas almas deja un recado al vivo que sigue durmiendo complacido, deseando, anhelando un sinfín de objetos que no se irán con él cuando deje la prisión de carne y regrese a transmitirle un mensaje igual al que recibió de sus ancestros a su descendencia que yace lejos, desconectada por completo de la realidad pero atada a redes más fuertes que la de la desconcertada moradora de las alturas que sigue sin saber a dónde se ha ido su cena. Pero la esperanza queda en ese susurro que sentiremos como otro sueño más, olvidándolo rápido con el correr de los minutos que anuncian el paso del colectivo que ha de llevarnos a nuestros claustros de casi todos los días dado que en los momentos que podemos correr libres nos detenemos a ver la manera en la que otros viven pero olvidamos nuestra propia existencia. Incluso bajo una lluvia poderosa, con los rayos cortando el unísono y  los tambores del quebranta cielos resonando, estas almas vienen una y otra vez a ver si en una de esas el curso de las cosas cambia para que no se les una otro más a esa danza infinita por las noches. De regreso a la vorágine que las ha dejado salir como una especie de maelstrom de ánimas que abre por momentos las puertas que llevan a la Estigia, aunque lejos del Orco, como una oportunidad más de finalmente poder cruzar al Elíseo si alguno acá las redime haciéndole caso al interpretar mientras mastica el primer alimento de la mañana, aún noche, intentando recordar todo lo que tendrá que hacer en las siguientes horas. La mayoría de las veces lo olvidamos todo al abrir los ojos, ignorando el momento en el que nuestros cuerpos yacieron conectados con el otro lado en esa especie de muerte que significa sumergirnos en el mundo de los sueños viendo imágenes de rostros que nos resultan familiares. Corriendo por escenas que se han vuelto rosadas, lugares a los que el tiempo reemplazó marcando las paredes de gruesas venas llevando la obra de alguno de los nuestros a la categoría de vetusto y en ocasiones puesta en comparación con las imperecederas imágenes de hoy en día que se tapan en una especie de cartelera pública veraniega hasta que finalmente todas las hojas de años tras años caen sobre la vereda. La baldosa vuelve a brillar en la oscuridad durante una de las incursiones de la noche nueva que supone un capítulo más en el que la posibilidad de lograr el objetivo se materializa, como una cruel ironía, recordando mientras vaga rumbo a su destino de esa jornada la época en la que la calle no presentaba grieta alguna estando las marcas blancas sobre el asfalto brillando con el farol allá arriba también sin mácula alguna. Ahora eso es lejano, pero el espíritu sabe que debe intentarlo nuevamente, abrirle los ojos en ese lapso onírico al que pernocta sin demasiadas preocupaciones más que llegar al final del mes en el que las cuentas aguardan. Dejar de lado esos pensamientos concentrándose en que quede una marca indicando más que meramente un individuo que se suma a la masa, pasando a las filas etéreas que aguardan el momento de poder volver a tener la ocasión de recordarle a otros que el camino es el equivocado. Regresando luego por sobre los campos en sombras en los que el ganado contempla con ojos perdidos a la lejana constelación en la que Aldebarán mora, anhelando los vacunos poder alcanzarla algún día sin tener que pasar por la procesadora de carne equivalente para los humanos a deambular sin sentido por paisajes en gris y blanco en los que las sombras son aquellos ya condenados. Uniéndose en un ritual sobre el agua dulce y salada de ese brazo del mar que se mete en el continente, despidiéndose con el primer rayo del sol cortando la sarrasón que se empieza a desvanecer igual que todas esas almas que en un último desafío gritan cual banshee en una tempestad para que el gallo empiece a cantar. Por eso este muchacho siempre suena a sujeto que se ha dormido despertando con la cabeza abombada para darse cuenta de que se ha hecho tarde, una vez más me he olvidado lo qué soñé aunque tal vez más tarde vuelva algo de ello como un hilo de la telaraña suelto que busca conectarse con el centro. A todo esto la creadora se ha mudado cansada de esperar.  

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