Siesta

La tarde se prestaba para la siesta luego de la llovizna, así que con el pequeño ventilador en los pies se hundieron en un sueño profundo del que despertaron al retomar el aguacero su concierto. Allí se fue la modorra una vez que el pequeño requirió que lo alimenten, para después solicitar un paseo de aquí para allá hasta llegar al espejo y contemplarse ambos. Tras ello, tocó perseguir a su madre que tomaría imágenes de las flores nuevas y una abeja los espantaría de regreso al interior de la casa.


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