lunes

Sangre y cenizas

Acto I.

El hombre fumaba sobre el atalaya instalado en uno de los extremos del pequeño poblado de mineros terran, viendo a una de las dos lunas de aquel planeta iluminar todo la planicie que se extendía ante él, mientras su gemela esa noche se encontraba ausente. 
Una de las ventajas de ese planeta era que si algún enemigo se acercaba por tierra podía ser visto desde muy lejos, ya que siempre la luz de una de las dos hermanas estaba presente.
Recordó como sus abuelos le contaron sobre un lugar lejano llamado Tierra, el que sólo tenía una luna y no debía ser muy luminoso pensó, mientras lanzaba una bocanada al aire.

Nada que hacer en esta noche tan apacible excepto recordar viejas épocas en las que desembarcaba con sus camaradas de algunas de esas latas de sardinas, llamadas naves de transporte, para vérselas cara a cara con el enjambre zerg y contemplar como caían frente a él pulverizados por las balas de su viejo rifle o por el fuego de algunos de sus camaradas “murciélagos”.
Todo ello había quedado atrás hacia más de diez años y ahora era un mercenario al servicio de alguna compañía que tenía los derechos de la explotación para extraer minerales y gas, suministrándolos a las flotas a cambio del precio que fijaba su nada ilustre soberano Arcturus Mengsk.

El viento trajo un murmullo desde algún lugar del desolado páramo que se extendía allá afuera y por un momento creyó ver algo moviéndose entre aquellas sombras tenues; quizá era algunos de los reptiles que moraban sobre las arenas del desierto esperando que algún incauto cayera en sus garras para devorarlos.
Muchos compañeros habían perecido así mientras se replegaban al ser abandonados a su suerte por el alto mando terran; no sabía a quién odiaba más, si al francés o al ruso, desde el día en el que el crucero de batalla se elevó por los cielos, dejándolos.

Vio como la luna ausente parecía emitir pequeños destellos en su superficie y por un instante le vino el recuerdo de las luciérnagas que él y sus hermanos perseguían en las noches de verano, alguna vez hacía demasiado tiempo.
Parecía ser que los recuerdos querían volver y la cara de la luna ausente ésa noche, seguía emitiendo esos chispazos; se preguntó si sería alguna lluvia de meteoritos que se dirigía a barrer alguno de los desolados planetas de alrededor.
Siempre y cuando no se les fuera a dar por cambiar de rumbo y terminar cayendo sobre ellos antes de que los trabajadores pudieran completar el drenaje de recursos de esa roca y finalmente se fueran para cobrar la paga.

El sueldo del soldado era poco, el del guardia de seguridad muy inferior y ni siquiera tenía una armadura decente o municiones extras para su viejo rifle de asalto; los centavos que cobraba le alcanzaban para subsistir y nada más.
Después oía a los esbirros de Mengsk hablar de igualdad social y de cómo los rebeldes querían someter a los ciudadanos del Dominio Terran; si mal no recordaba ellos eran los que habían comenzado siendo subversivos y luego al tomar el poder se transformaron en algo peor que lo anterior.

Los destellos en el cielo aumentaron y entonces una explosión le hizo perder el cigarrillo al tiempo de que su mano se cerraba sobre el gastado fusil de asalto; esas no eran luciérnagas ni meteoritos, algo acababa de explotar allá arriba y comenzaba a caer.
Saltó de su puesto de guardia y cayó en el medio del enorme patio en donde los trabajadores dejaban sus pesadas máquinas de extracción; cubrió a grandes zancadas el espacio que lo separaba del botón de la alarma y de un golpe la accionó.

Acto II.

El jefe de las unidades de trabajo lo miró fijamente mientras él le daba su reporte; enarcó una ceja y entonces surgió la pregunta:
_ ¿Acaso usaste de nuevo los estimulantes que les daban para ir a la guerra? dijo en tono severo su interlocutor.
El vigía balbuceó una respuesta dado que entre la corrida, los recuerdos de esa noche y las explosiones en el cielo, estaba un tanto fuera de la calma que tenía habitualmente.
_ ¿No tienes nada mejor que hacer? inquirió de nuevo su jefe, vuelve a tu puesto y lo que sea que hayas estado bebiendo déjalo de una buena vez.

La pesada puerta automática se cerró detrás de su superior y él volvió a la realidad, necesitaba un cigarrillo y luego ordenar sus ideas mientras regresaba al atalaya.
La torre era su mundo, los demás la pasaban desinteresados y casi nadie cruzaba palabras con el pese a que los protegía cuando dormían; subió por la vieja escalera cargando en sus hombros el fusil.
Parecía ser que la noche y él eran sus únicos compañeros en medio de ése mundo solitario; tomó los viejos binoculares que rescatara de la batalla en la que pelearon contra todo, incluso el abandono, para que sólo quedara vivo entre los camaradas de su unidad.
Oteó el horizonte en busca de alguna señal, para encontrar la misma calma de todas las noches anteriores como si nunca hubiera visto ese fuego en el cielo; suspiró,  sacó un cigarrillo del bolsillo desgastado y entonces una cortina de fuego se elevó al cielo marcándole que lo que había visto no era un sueño.

Hartó de la inacción y el desinterés de sus eventuales compañeros de viaje decidió ir a explorar mientras aún era de noche, ya que nunca notarían que se había ido; descendió por la escalera e ingresó el código del enorme portón, que se abrió sin emitir un solo sonido.
Comenzó a trotar hacia donde había visto la cortina de humo y pronto se internó en el terreno que tantas veces había explorado de día, para sólo encontrar rocas y al viento aullando en la arena.
Ascendió y descendió por las colinas de arena cada vez más fatigado pero sin soltar el fusil y finalmente tras una hora de moverse como podía, dio con la nave; la reconoció inmediatamente, un transporte protoss que ahora era un pedazo de chatarra esparcida sobre el terreno arenoso y devorada por las llamas casi en su totalidad.
No encontró huellas que le indicarán que alguien había sobrevivido, luego de darle vueltas al asunto se percató de su error: se había expuesto a la luz de las llamas y podía haberle delatado a algún enemigo su posición.

Una cuchilla láser apareció de la nada apuntando a su garganta, mientras el rifle se iba a al suelo producto del terror que se apoderó de él; un fanático protoss plantándole batalla luego de tanto tiempo, en ese pedazo de roca y arena que parecía haber sido ignoradas por todo el mundo, no sólo por sus hermanos terran.

El guerrero protoss lo observó sin que pudiera saber si su rostro expresaba ira o simple desprecio por un enemigo como él, pero al cabo de un rato la cuchilla desapareció pudiendo respirar sin dificultades.
Comenzó a alejarse de su atemorizado enemigo y se detuvo sobre una de las estribaciones para darse vuelta y señalarle al soldado el lugar en donde estaba el asentamiento terran; luego se perdió de vista mientras el soldado tomaba el rifle y se iba detrás de su inesperado visitante.

Acto III.

Encontró al fanático protoss frente a las ruinas de lo que alguna vez llamó hogar; la pesada puerta de metal había sido doblada como si un gigante hubiera pasado por allí.
Adentro vio sólo destrucción, sangre y cenizas por todas partes, un huracán había borrado la base terran de un manotazo.
El guerrero protoss se dirigió hacia el lado sur del poblado siguiendo las marcas de garras que descubrió yendo hacia ese lugar, mientras el soldado irrumpía en lo que había sido la habitación de su jefe.
Lo encontró a medio vestir blandiendo un pesado rifle, un modelo más nuevo que el que utilizaba en sus épocas de soldado, que nunca llegó a disparar por lo visto; un agujero en una de las paredes de metal le indicaban que algo la había corroído permitiéndole entrar a los atacantes y llevar a cabo su macabro festín.

Revisó el lugar encontrando una armadura de combate y unas cuantas cajas de municiones; se calzó el traje que le resultó muy liviano al lado de cómo recordaba que era.
Cargó sus escasas pertenencias: el viejo gauss, sus cigarrillos, un hacha de dos cabezas heredara de sus ancestros; tomó uno de los rifles nuevos, unas cuantas rondas de municiones y activo el contador al costado del arma. 
Dejó atrás el edificio siguiendo el rastro que dejará su inesperado visitante protoss; se movió entre la arena rápidamente, el traje era sorpresivamente liviano como si no lo llevara puesto y no una molestia como los anteriores modelos.

El fanático protoss lo aguardaba en silencio y al llegar le señaló el camino que debían seguir; los dos se movieron en la noche iluminada ahora por las lunas, en búsqueda de un enemigo en común.

El viejo rifle recibió el reflejo de la luz de plata iluminando el símbolo de la unidad a la que perteneció el guerrero terran: los lobos de la escarcha; sólo él quedaba para recordar a sus hermanos caídos.
Las dunas dieron paso a un claro, el guerrero protoss se detuvo de improviso viendo más allá de la oscuridad que rodeaba aquel lugar.
_ Están allí le dijo sorpresivamente en la lengua que utilizaban los terran, son demasiados pero debemos cobrarnos la ofensa que cometieron.

El soldado terran levantó su fusil de asalto en señal de estar de acuerdo, si había de caer allí sería de esa forma y no esperando volverse viejo.
Era el único que quedaba para salvar el honor de sus compañeros y de los lobos de la escarcha; se cargaría algunos zergs y los marcaría en su fusil para que al llegar al otro lado el bardo estuviera contento, o al menos ésa era su creencia.

El fanático protoss arremetió buscando a su enemigo en la oscuridad, unos seres pequeños semejantes a un perro pero mucho más ágiles le salieron a su encuentro probando las cuchillas láser que el guerrero blandía con mortal precisión; un grupo de estos zerlings trataron de rodearlo pero recibieron el fuego del fusil terran.
El guerrero terran sintió como sus manos manejaban el rifle como si fueran una extensión de ellas, disparando de izquierda a derecha para seguir batiendo a los seres que se alzaban ante ellos.

Espalda contra espalda, cuchillas y balas despedazando a los zergs; otra ronda más y el contador seguía en cuenta regresiva, mientras los enemigos se deshacían a sus pies.
Cuando las municiones se le terminaron usó el arma como si fuera un garrote para deshacerse del siguiente rival; cuando lo perdió en el medio del combate tomó su viejo fusil y accionó el gatillo: era como si nunca hubiera dejado de usarlo, sus balas llevaban la muerte hacia todo lo que se ponía en su radio de fuego.

Se detuvo jadeando con el martilleo del arma retumbando en su cabeza y vio al fanático protoss rodeado de enemigos caídos observándolo.
Hizo un fuego lejos del lugar de la matanza depositando el viejo rifle a un costado suyo, mientras su compañero se sentaba cerca de las llamas.

_ El fuego de Aiur es azulado, el de aquí es de color rojo ¿tal vez es por su naturaleza violenta? pregunto el guerrero protoss.
_ No todos somos iguales respondió el soldado terran, después de todo tú deberías saberlo tras andar de aquí para allá combatiendo a esos monstruos.
_ Ellos invadieron mi hogar, me vi forzado a dejar todo mi mundo reducido a cenizas y desde entonces los he estado cazando dijo el fanático.
_ Yo me he visto envuelto en esta guerra sin pedirlo ni quererlo, cuando pude alejarme lo hice y no miré atrás respondió el soldado.
_ Eso pasa porque tú no tienes un hogar que defender o no has visto a tus hermanos caer ante éste enjambre, manifestó el guerrero protoss.
_ Mis hermanos eran estos dijo el soldado terran mostrando el rifle y el símbolo del lobo estampado. Nos abandonaron los nuestros en una roca perdida en el espacio y sólo yo sobreviví para ser testigo de la traición.
_ Entonces tú también has sufrido la pérdida de tus camaradas, sabes lo que es el dolor por los que se han ido y lo transformas en una ira que solo se calmara cuando los responsables hayan pagado por ello.
_ Eso nos hace hermanos en éste viaje, tú buscas vengar a los tuyos, yo busco volver a encontrar al guerrero que deje en ese desierto junto a mis camaradas caídos.
_ Pero jamás vi a un terran pelear con tanto fervor como esta noche, tal vez ya te has encontrado contigo mismo y estás listo para emprender el viaje una vez más.

El soldado terran no respondió enseguida, el fusil descansaba sobre su hombro derecho; al cabo de un instante musitó:
_ Mi nombre es Eric Leifsson, mis ancestros provienen de un lugar olvidado llamado Tierra, he renacido está noche para cobrarme las ofensas cometidas.
_ Mi nombre no tiene traducción en tu lengua dijo el guerrero protoss, pero puedes llamarme Fénix. Tal era el nombre con el que uno de tus camaradas se dirigía hacia mi padre, héroe de Aiur y defensor protoss.
La noche se iba cuando los dos descendieron entre las dunas para continuar siguiendo el rastro de los invasores zergs; encontraron un poso de agua y Eric llenó las cantimploras que cargaba en su traje.
Sabía que más adelante había otro puesto terran pero al igual que aquel que habían dejado atrás lo encontró desolado y destruido; una exploración del sitio le permitió hacerse de municiones para su vieja arma y algunas provisiones.
El enjambre había pasado rumbó hacia el sur y hacia allí se dirigieron los dos, mientras el viento cálido borraba las huellas sobre la arena.

Acto IV.

Una emboscada, Eric se percató tarde de que los zergs que formaban la retaguardia habían sido masacrado por Fénix y por él; alguien sentiría su ausencia y esta vez estarían preparados.
Sintió como el suelo cedía bajo su peso, la maldición de su camarada protoss le sonó lejana cuando comenzó a caer y el arma de alguna forma se disparó matando a cuanto zerling saliera de esa ratonera.
Trepó de nuevo hacia la superficie encontrando a Fénix enfrentando al resto de los zergs y vio el tendal de cuerpos que ya lo rodeaba sumando su fuego a las espadas láser de su hermano, formando un solo guerrero que abatía enemigos.

Entonces cuando el último enemigo cayó un grito desgarró el cielo y en lo alto de una de las dunas aparecieron seres más grandes que los anteriores, que parecían reptar sobre la superficie arenosa.
_ Hidráliscos jadeó Fénix, son la cabeza de éste enjambre de carroñeros.

Eric observó el contador de su fusil, recubierto de un líquido violeta producto de la reciente contienda y se dio cuenta de que no tenía suficientes balas para enfrentarse a las tres criaturas.
Aun así siguió a Fénix cuando éste se movió hacia ellas y esperó hasta último momento para jalar del gatillo dando por tierra con una de esas hidras de pesadilla; el fanático protoss cegó la vida del segundo y entonces sólo quedó uno de ellos.
Éste pareció inflarse y hacerse más grande cuando Fénix arremetió contra el recibiendo una descarga de ácido que dio por tierra con el valeroso guerrero; Eric disparó el rifle de asalto, dándole en el pecho y viendo como el líquido comenzaba a brotar de él.

Herido y todo como estaba el hidrálisco seguía siendo peligroso, las balas del rifle se habían terminado y entonces recordó que entre las cosas que llevaba estaba la vieja hacha de dos cabezas herencia de algunos de sus ancestros.
Siempre la colgaba en su espalda en la batalla y hasta ahora le había dado suerte; dejó caer el arma y descolgó de su espalda la vieja reliquia.
El hidrálisco se irguió ante el en toda su majestuosidad y comenzó a mover sus afilados miembros tratando de darle, Eric rodó por tierra fuera del alcance de su enemigo esperando la oportunidad para golpear.

El reptil se movía como una pesadilla mientras el terran esquivaba los golpes y en eso uno de los brazos se clavó en el suelo dándole a Eric la oportunidad de asestar un golpe, cercenando el miembro expuesto.
El gritó que escapó de la garganta lastimada de aquel ser se expandió por todo el campo de batalla como una cacofonía y entonces golpeó al soldado terran con la extremidad intacta.
El hacha voló lejos de Eric quien vio venir la muerte bajo la forma de una sombra demencial y entonces el hidrálisco lanzó un gritó, que se fue ahogando a medida que las espadas láser de Fénix se llevaban su vida.

Los dos guerreros quedaron tirados en el campo de batalla, demasiados extenuados para poder levantarse y así llegó la noche; las dos gemelas surcaron el cielo esta vez y en sueños, o le pareció que eran, Eric vislumbró una senda de plata y sintió que su cuerpo era ligero, como si flotara perdiendo la conciencia con el mundo.

Vio el puente de piedra y al bardo esperándolo al otro lado, sintió la nieve blanca debajo de sus pies y la pesada hacha colgándole en la espalda; entonces la escena se borró mientras el volvía en sí y se encontraba en una nave terran.

Fénix apareció ante él sin rastros de la herida que había recibido en el enfrentamiento con las hidras, algo de un escudo que curaba según entendió Eric aún aturdido.
Al lado de su hermano de batalla surgió otra figura que portaba una gruesa capa negra y un soldado terran recubierto de cicatrices.
_ Estamos entre amigos dijo Fénix, ahora puedes descansar mientras nos dirigimos hacia mi planeta natal a apoyar a nuestros camaradas que pelean por reconquistar el sector que aún los zergs dominan. Después de todo parece ser que te transformaras en un trotamundos igual que nosotros.
_ ¿Y los enemigos a los que nos enfrentamos? inquirió Eric.
_ Fueron derrotados todos, el planeta irradiado por la flota protoss segundos después de que nos rescataran nuestros camaradas respondió Fénix.
_ ¿Y supongo que no tiene un cigarrillo? preguntó Eric.
_ No dijo Fénix, pero si rescaté tu fúsil y esa otra arma que usaste con el último hidrálisco. Supongo que tus hermanos se sentirán orgullosos que aun cargues el escudo de la bestia en él dijo el fanático, refiriéndose al símbolo del lobo que el arma llevaba impreso.

Eric se levantó de la litera en la que había permanecido según lo que le contó Fénix por un par de días y se sintió rejuvenecido; el viejo soldado cansado había quedado entre las cenizas y la sangre del planeta que abandonaron.
El nuevo guerrero honraría a sus ancestros y a sus hermanos de armas hasta que llegara la hora de reunirse con ellos; entonces el bardo sobre el puente lo dejaría entrar a los salones de acero.
Fénix comenzó a nombrarle las constelaciones que iban quedando atrás, las estrellas, planetas y las historias de las batallas vividas por él y por su padre antes, cuando recién los protoss enfrentaron a los zergs.

Acto V.

Los motores del crucero de batalla emitían unos destellos en el frío espacio, dejando una estela en medio de la noche eterna mientras se dirigían hacia Aiur.
Llenó su vaso de whisky una vez más, el anterior comandante de la nave tenía una buena provisión de éste y de cigarrillos; a él le gustaba beber y fumar mientras veía las horas pasar en una atmosfera enviciada, llena de humo y de recuerdos.
Su compañero de viaje agitó la capa negra y musitó:
_ Esto se está convirtiendo en un bastión de refugiados, si mal no recuerdo fui yo el que comenzó todo.
_ Así es viejo amigo dijo el humano, tú y Fénix tienen la culpa de todo ello. Parece ser que ese mal es hereditario, el hijo es igual que el padre. Anda de planeta en planeta salvando cuanta vida puede y trayéndola a nuestra causa.
_ Deberías beber menos Raynor, contestó Zeratul, el pasado debe quedarse en dónde está y vivir el presente.
_ El pasado es el presente que se nos fue respondió Raynor, pero por lo menos se ve más prometedor que hace unos años. Por lo menos podemos usarlo para no cometer los mismos errores que antaño.
_ Déjala ir viejo amigo, ella ya no existe, lo que queda es un ser que nos traerá destrucción y penas dijo Zeratul sin quitar la vista del espacio exterior añorando la tierra sombría de Shakuras.
_ No se trata de beber, sino de cómo lo haces, recordando a los que se han ido y brindando por la salud de los que tienes a tu lado respondió Raynor soltando una carcajada.

Lanzó una bocanada al aire y por un instante vislumbró un rostro de mujer en la superficie del vaso; de un trago lo dejó vació y se dijo que era hora de discutir con el templario oscuro los planes de ataque para recuperar Aiur.

Nota: la historia está basada en el juego de estrategia Starcraft, creado por Blizzard; los personajes Zeratul, Fénix, Raynor, Arcturus Mengsk y las unidades mencionadas (soldado terran, murciélago, fanático protoss, nave de transporte y crucero de batalla) son obra de Blizzard.

La referencia al abandono sufrido por el personaje del cuento a manos de sus superiores, está tomada de la secuencia de video que se ve al comienzo de la expansión del mismo juego.

Shakuras es el mundo de los templarios oscuros protoss y es una creación de Blizzard; la referencia a la mujer es del personaje Sarah Kerrigan, héroe de los terran y a la postre reina de los zergs.

Todos los derechos pertenecen a Blizzard, excepto esta historia que es producto de nuestra imaginación y pasión por uno de los mejores juegos de estrategia de la historia.

Negro, gris y blanco

I) Negro, gris y blanco.

Hacia la luz, me encontré con un salón recubierto de ella con una  niebla que venía de todos lados alterando la escena.
Grandes columnas se alzaban hacia el techo, si es que había uno.
Hallé al guardia y le pregunte por Él, se limitó a señalar con su mano  izquierda hacia mi derecha.

Encontré a H.H. trazando una fórmula en una pizarra.
-Todo es blanco aquí pero mi vestimenta sigue siendo negra, ¿sabes por qué?.
-Demasiado tiempo en las sombras respondió, aunque a diferencia de  otros tú no le perteneces.
Siéntate en esa roca y espera a que se disipe la noche de tu armadura.

H.H. siguió escribiendo su fórmula mientras reposaba sobre la enorme piedra.
Unos ladridos me sacaron de mis pensamientos, estaba jugando con el guardia y donde había uno ahora se alzaban doce blandiendo sus alabardas para tratar de detener al can.

-Se pone así cuando termina de cenar dijo H.H.,  está completamente loco.
Dejó la tiza sobre la pizarra y se dirigió hacia la gruesa niebla.
Lo seguí notando que mis ropas eran grises en ese momento y al llegar a la puerta todo era blanco como aquel lugar.

H.H. llamo a su mascota quien atravesó la puerta seguido por los dos.
-Ahora que estas en casa me dijo ¿qué tal una partida antes de los ravioles?.

II) Salones.

Hacía un rato largo que H.H. se había ido dejándolo frente al tablero.
Sus intentos de sacrificar peones no habían dado resultado, su oponente esquivaba todos
sus ataques sin problemas.

Cansado de no saber qué movimiento intentar se levantó y recorrió el salón encontrando
varias puertas.
Cruzó una de ellas viendo a una mujer que barría ese salón de mármol.
-Está gris, nunca blanco pero tampoco negro.
El observó el lugar, no notaba el tono gris, era todo negro.
La mujer le recordó a alguien alguna vez en su pasado, la memoria no salió a la luz.

Se alejó de allí encontrándose con otros lugares que ver. 
Una escoba yacía en el umbral de uno de estos, la tomó y comenzó a barrer sin prisa.

H.H. apareció observándolo:
-Éste es blanco, sólo debes mantenerlo así dijo. Aún no moviste, ¿queres qué te ayude?.
Siguió a su interlocutor viendo hacia atrás, sintió un poco de pena pero tras finalmente mover sobre el tablero se le pasó.

miércoles

Los caras sucias

Llegamos temprano, en medio de la helada de la noche que congela hasta el asfalto. Encendimos los fuegos antes de que amanezca, usamos las latas vacías de la leche para armar los arcos y mientras los caras sucias desayunaban cortamos la otra punta del barrio para evitar que algún despistado interrumpa nuestra murga.

La calle era nuestra finalmente, una mano de pintura en la fachada y a correr detrás del balón gastado de tanto puntapié. Al atardecer emprendimos el viaje de vuelta, jurando que volveríamos mientras sus rostros nos despedían sonrientes.

Pero con esto no alcanza, aunque tendré que conformarme hasta que recordemos que somos los que pedimos que rindan cuentas.

Nómadas

La Tierra no era sino un recuerdo perdido en el vacío, un oasis que se había convertido en una roca seca por la explotación del humano, varios siglos atrás, forzándolos a partir en busca de otros planetas.

Sus naves se dispersaron por el universo dejando al sol lejos, perdiéndose como un faro conocido y en cada lugar que encontraron la depredación fue la misma, extraer los recursos y rellenar aquellos mundos con sus desechos.

Cada nueva galaxia reciba el mismo trato, las naves con los trabajadores descendían levantando las enormes factorías en torno a los yacimientos. 

Carbón, oro, petróleo, incluso agua, eran periódicamente enviados hacia la fortaleza voladora que albergaba a las clases más pudientes.

Una parte de los recursos se destinaba a las naves de batalla y el resto a los colonos quienes hacían todo el trabajo, sus hijos lo continuaban. Eran abandonados en los planetas y cada tanto los de arriba enviaban a los colectores  de recursos, cuando el mundo les daba todo lo que podía lo abandonaban siguiendo con la depredación hacia el infinito.

Las revueltas de los colonos eran acalladas con el envío de tropas o apretando un botón irradiando el lugar, dejando sólo arena. Por siglos las cosas fueron así hasta que una tripulación de colonos fue enviada a un planeta extrañamente azul y familiar. Cada población extraía un tipo de recurso, el lugar era cercado con enormes vallas y electricidad.

Mensualmente los soldados bajaban trayendo cazadores y recolectores de alimentos para surtir las reservas de la fortaleza. Ignoraban por completo a los colonos pero se servían de ellos para hacer más cómoda su estadía, los abusos eran moneda corriente en cada lugar.

El nuevo mundo ofrecía de todo tipo de cosas: ríos, lagos, selvas, bosques en donde aprovisionarse. Los nobles se conformaban con tener lo suficiente para ellos, lo demás eran las sobras para el ejército y la plebe.

La primera señal de alarma la tuvieron al encontrar una de las estaciones con las enormes alambradas destruidas, señales de lucha por doquier, restos de palos y piedras, sangre por todos lados; sólo cuerpos destrozados, ningún sobreviviente.

Los rastros de varios seres se dirigían hacia el norte, los soldados se desplegaron por la región dando con una caverna y atacando a las bestias mientras dormían; un ataque letal para masacrarlas. Deberían mantener vigilada la base, reparar la cerca y esperar que el siguiente grupo de colonos llegara. 

Sin embargo la historia no acabó ahí, en el resto de las fábricas se repitió la misma historia; el ejército llegaba y encontraba un cuadro desolador, nadie a la vista en aquel paraíso infernal.

Los combates fueron el nuevo capítulo, cada grupo de defensa fue atacado simultáneamente obligando a la flota a enviar refuerzos a distintos puntos del planeta.

Primero no eran más que primates armados con garrotes y piedras, luego los agresores eran seres iguales a los humanos usando lanzas con puntas de metal; aun así, los defensores los rechazaron. La tercera oleada utilizaba espadas de acero y armas de asedio que llenaron el cielo de bolas de fuego, dañando las estructuras de las bases.

Por cada enemigo abatido uno nuevo tomaba su lugar, al principio la superioridad tecnológica favoreció a los humanos pero luego los atacantes surgían con mejores armas. Las naves de caza de la flota debieron descender al planeta a proteger los recursos, pronto los enemigos desarrollaron armas antiaéreas para destruirlas.

La fortaleza poseía los recursos almacenados de cientos de planetas, por cada nave que perdían otra la sustituía; los reclutas venían de la plebe, siendo convertidos en tropa de asalto. La guerra se prolongó demasiado hasta que la destrucción de la maquinaria vino desde adentro.

Una de las naves que transportaba a los colonos y que era su hogar,  aprovechó la falta de soldados en la fortaleza, los años de opulencia habían tornado confiados a los nobles. Los colonos tomaron el arsenal masacrando a los pudientes y como una plaga se hicieron con el control de la fortaleza, la que quedó a la deriva mientras las naves menores se dirigían al siguiente mundo para iniciar una nueva era.

Pronto el ejército se vio rodeado en el planeta azul, al final los atacantes tenían una tecnología casi igual y su número era superior, hasta que vencieron. Sólo una sombra opacó aquel día de victoria cuando la nave madre cayó desde el cielo creando una enorme explosión y cubriendo el cielo de polvo, barriendo la superficie del planeta, quemándolo casi en su totalidad.

Sin embargo dos personas sobrevivieron, un hombre y una mujer en un pequeño oasis. El sol surgió para ellos, la tierra curó sus heridas, sus hijos poblaron éste nuevo hogar y cada noche el anciano cuenta la misma historia.

El día en el que el fuego cubrió el cielo y un nuevo amanecer comenzó para todos mientras las demás naves se perdían en el infinito para ser olvidadas con el paso del tiempo.

martes

Siete

Esos dedos chiquitos aprisionaron al sol
para que la noche tuviera que esperar
y marcaron nuestras vidas con el correr
de las horas, apoderándote de nuestros
corazones ni bien llegaste.

Siete son los pasos hacia la calesita
donde se esconden los unicornios,
siete las veces que pasas por cada juego
de la plaza, en donde el tiempo se detiene
y sólo una la vez que me diste un abrazo
quedándote grabada por siempre en mi alma.
       
                                                                          (A Morena).

Titán

Y él se va, transformándose  en algo más grande
que nuestra propia casa que guarda los ecos 
de las glorias pasadas, atesorando cada tanto
como si no quisiera dejar que su luz se aleje.
No bastará con colgar tu armadura
para que no pueda venir otro que la use,
un sitio con tu emblema no es suficiente
por tantas cosas que nos diste.
Un golpe hacia atrás al final del partido,
la Banda se queda en silencio,
una carrera contra el viento,
los merengues que se dicen grandes 
caen ante el Xeneize,
no pueden entender cómo es que hay tanta garra,
corazón y sangre Tana mezcladas con Plata,
simplemente esta vez la galaxia se ve engullida
por el universo azul y oro.
Al final las demás no son sino Ciudades,
que jamás podrán eclipsar la marca que tú 
has dejado en cada uno de nosotros 
Titán de la República Genovesa de La Boca.

Un lustro

Un lustro,
nada más que un instante
pero se nos ha pasado rápido.

La loba ha crecido
las canas pueblan parte
de nuestros cabellos,
todas marcas del tiempo.

Cada amanecer el temor
se agita en lo profundo,
partes en la mañana
volviendo cuando el sol baja
y recién ahí todo tiene sentido.

Cada sirena vuelve la espera
terrible, hasta que las luces
cambian ese sentimiento.

Te amo.

Vástagos

Primero esos ojos marrones
captaron nuestra atención,
después fue un ser pequeño
envuelto en una manta
enorme que la cubría 
del crudo invierno.
La tercera estrella apareció en 
el firmamento, trayendo el amanecer 
antes de que el sol saliera.
Cuando las tres titilaban
como fuegos ardientes
en el manto negro,
se produjo el eclipse
trayendo más oscuridad
por un instante.
Al disiparse un cuarto fuego
acompañaba a los otros tres,
como relojes que marcan el correr
de nuestras vidas mientras ellos crecen.

Para Morena, Julieta, Clara y Martiniano,
que me han hecho ver lo hermoso
de estar vivos. 

Voces

Descendió y sus pasos resonaron
sobre la calzada, mientras
se dirigía de regreso a su casa
tras una larga jornada.
Cruzó las casas conocidas del vecindario
y la luna resplandeció en el cielo
por última vez en la noche.
Una densa niebla recubrió las calles
que dejaba atrás, mientras gruesas nubes
formaban una cortina que hizo
más oscura aquella noche.
Primero fueron susurros lo que oyó,
luego voces salidas de la nada
y entonces sintió que no estaba sola.
La luna emergió en un claro en el cielo,
pero era roja en ese momento
y ella aceleró el paso mientras
el corazón era un tambor,
resonando en lo profundo.
Llegó a la calle en donde había pasado
las tardes de su infancia jugando
y echó a correr hacia la vieja casa.
Atravesó el jardín jadeando,
con el miedo cubriendo todo su ser
y la puerta rechinó cuando la abrió
para cerrarla tras de sí recostándose
contra ella en la seguridad del hogar.
Entonces al dar un paso hacia delante,
un grito se le escapó de la garganta
al sentir que caía en un abismo.
Luego el silencio reinó mientras
la niebla desaparecía despejándose el cielo
y la luna plateada recuperaba su control sobre él.
Donde debía estar la casa sólo había desolación
y en medio de ella una voz más se unió
a las otras en esa noche.

Y la bestia aulló quebrando la calma,
desatada al fin.

R.C.F.

Los minutos pasaban, las horas se hacían eternas
y en un mundo de fantasía nos sumergíamos 
todos los sábados, a las dos de la tarde.
La esquina aguardaba impaciente a que llegáramos
y entonces podíamos ser lo que quisiéramos,
todo lo demás quedaba postergado ahí afuera
mientras la tarde se escurría.
Un orco, un elfo y el hijo del martillo unidos,
correteando por esa tierra plagada de aventuras
y maravillas, la excusa para olvidarnos
de la facultad o del laburo.
Nuestra amistad ha sobrevivido a todos estos años,
mientras otras se han ido o quizá nunca fueron
realmente amistades.
Por eso nos volvemos a ver, aunque jugar sea
sólo la excusa, lo hermoso es que el lazo sigue
imperecedero como la llama de Anor, para que todos
esos sábados sean traídos de regreso por la brisa suave
que da contra la escollera de la Ciudad de Plata,
que parece desdibujarse tras la niebla que surge del mar.

R.C.F.: la sigla (acrónimo) de Romero, Carrara y Fiori. ¡Éste es un equipo!. 

Viento

Viento, llevátelas lejos a que conozcan el océano infinito y se disuelvan en medio de las olas, como una tormenta suave que se vuelve un arcoíris.
Eso es lo único que ha de perdurar de éste momento tormentoso, así que no te preocupes por algo tan insignificante.
Eso sí, respeta al trueno que anuncia que lo peor ha pasado. El relámpago ya golpeó y ahora puedes dejar de esconderte.
Piensa en lo pequeño que somos la próxima vez que te creas que eres lo mejor. 

Yo no quiero

Yo no quiero que el caracol me gane,
pero a éste paso vamos camino a eso
y hablo en plural para no sentirme solo
ya que parece ser que así estoy.
Quedamos los mejores dijo un amigo
pero al darme vuelta se había ido
a buscar mejores tierras.
Así es que me encontré resistiendo
el ataque de esas babosas con casa portable,
las que se van cuesta arriba impidiéndome
que las alcance poco a poco.
Su andar es como la del tiempo,
lento pero seguro te pasa
dejando secuelas en todas partes. 

Yo me voy

Yo me voy siguiéndolo a Pietro
tras esos charcos de la lluvia
entre matorrales y médanos.
Yo parto de aquí a recorrer esas
pequeñas cosas que tanto me gustan,
pero parecía que no me quedaba nunca tiempo.
Voy tras él, corriendo sin fatigarme
como cuando di los primeros pasos
y me pierdo en la inmensidad celeste.

Lobos en el hielo

Puesto de guardia.

Lo que me gusta de éste paisaje es que siempre se ve igual. Nieve, viento, frío, sólo un loco estaría a gusto aquí. Ocurre que ellos no ven la paz que he encontrado, tras tantos años de guerra en esos mundos de cenizas.
Únicamente el crujir de la nieve bajo mis pies, el viento de la mañana que me golpea para ver si aún estoy vivo y terminar con el efecto soporífero del lecho en donde ha quedado mi amor. 
Por lo visto somos dos, a futuro tres, los que no estamos cuerdos aunque no ha existido nada mejor que conocerla. Y ahora mientras me alejo hacia la vieja motocicleta, el café recién preparado aguarda a que ella lo beba.
Eso es otra cosa que compartimos, además del vástago que tenemos en camino y que aún estamos en la difícil contienda de darle un nombre.

Al pie de las montañas del norte.

“Hielo” dejó el cubil para adentrase en el bosque que nacía cerca de las montañas del norte, sus hermanos aguardaban en el lugar donde sus ancestros se reunían. El conclave fue breve, los más viejos decidieron abandonar aquel lugar y emigrar al sur, en donde vivían los Lobos de la Ventisca aunque habían perdido contacto con ellos.
Regresó a su hogar, por última vez, añorando los días en los que la caza abundaba y nada parecía anunciar que alguna vez algo los empujaría a emigrar. 

Pero el hambre saca al lobo del bosque.

Campamento minero.

La brújula está mal o acaso es que al cuervo se le congeló el sistema, aunque eso no debería pasar. El sistema magnético lo mantiene ligeramente elevado sobre el suelo, amoldándose al terreno, aunque no me salvaría de caer por un despeñadero. 
Y aquí la nieve suele ser una trampa, esconde las depresiones hasta que alguien tiene la mala suerte de caer en una de ellas. El campamento minero debería estar aquí, ni siquiera se ve la baliza de señalización desde la que he visto partir a las naves de carga. 
Tal vez esté un poco más al norte, cerca de la llanura congelada que marca el comienzo de ese vacío de hielo, montañas y nieves eternas. Nada crece ahí, el combustible se acabara pronto así que mejor no me adentro demasiado en ese terreno.

Llanura helada.

Sabía que algo andaba mal, pero nada los había preparado para el espectáculo macabro que los aguardaba tras dos días de marcha. Cientos de esos antílopes que había cazado durante sus días felices yacían destrozados en el medio de la tundra.
La nieve poco a poco cubría las huellas de la matanza, “Hielo” sabía que no existía un ser en su mundo capaz de efectuar aquello. Excepto los terrestres, ellos llegaron desde su lejano mundo azul en esas latas de metal y depredaron todo a su paso.
Oía la voz de sus ancestros resonando como una elegía, la tristeza lo invadió y entonces resonó el aullido como un cuerno de guerra. El resto de sus hermanos se unió a esa sinfonía, mientras la nieve seguía cayendo para ponerle un manto de piedad a la memoria de esos homicidios.
Luego todo fue silencio, apenas interrumpido por el jugueteo de los cachorros que parecían estar sustraídos a todo ese caos que rodeaba a la manada. 

Baliza.

La brújula no está averiada, el campamento minero ha desaparecido. Estoy en el lugar en el que deberían estar los depósitos de suministros. Aquí aterrizaban las naves de carga, la señal luminosa no me deja margen de duda.
Y para terminar de despejar las sospechas he lanzado una bengala que tras describir un arco se ha incrustado, dando lugar a que la nieve al derretirse despeje el suelo dejando ver un cráter.
Algo y no sé qué, ha provocado que los extractores de gas exploten aunque no me explico cómo no escuche la detonación. Tal vez toda la estructura estaba sobre algún tipo de falla o algo así, eso explicaría que se haya venido abajo. La falta de mantenimiento, la extracción excesiva de recursos, espacios que quedan vacíos debajo de las instalaciones hasta que se produce el desplome.
Todas hipótesis, nada firme, tendré cuidado para poder salir de aquí. Por suerte el cuervo tiene un sistema de navegación excelente o habría terminado hundido. No me lo explico ¿cómo pudo desaparecer todo así como así?.

Rastros.

Algo inquietó a la manada, los guerreros más expertos dejaron atrás al resto adentrándose en la depresión que se extendía ante ellos. Sabían que algo yacía allí, tal vez la respuesta a la falta de caza. Los restos de los antílopes llegaban hasta la entrada de ese monumento al impacto del gran meteoro, que convirtió todo aquel planeta en una desolación.
Pero ellos habían sobrevivido, cambiando de forma cuando fue necesario y olvidando que alguna vez fueron viajeros de un lugar que se había perdido en el tiempo. Ajenos a las guerras libradas por los que fueron sus hermanos, no tomando más de lo que necesitaban y desprovistos de toda codicia.
El viento no sonaba en aquel lugar, como si la depresión fuera otra dimensión pero aún en esa inmensa oscuridad podían verlo todo. Incluso aquello que se movía por debajo de ellos, desde donde llegó el ataque pero no los tomó desprevenidos.  
Eran como perros pequeños, surgiendo de las grietas en grupos de dos y lanzándose al ataque. Su número era lo importante, el tamaño en verdad era algo engañoso, pero los lobos del norte estaban acostumbrados a esas cosas.
“Hielo” dejó un tendal de enemigos en el camino aproximándose a lo que parecía un capullo invertido y sabiendo que de allí provenía el origen del mal, llamaron a su Madre quien hizo que toda esa depresión comenzará a sacudirse derrumbándose cuando los cazadores salieron de ella.
Sin embargo por algún motivo sabían que no habían acabado con todas esas criaturas.

De vuelta en casa.

Me he detenido en el viejo bunker, gracias a que el radar me indicó su ubicación. He tenido algunos inconvenientes para activar la puerta de entrada pero finalmente me he hecho con lo que vine a buscar. Creo que aún recuerdo como se cargan estás minas en el viejo cuervo, aunque nunca me gustó llevarlas porque me recuerdan demasiado la destrucción que en el pasado sembraban.
Y ahora he vuelto a casa, ella me estaba esperando con la noticia de que nuestro bebé está cerca. La tormenta también así que será mejor estar preparado, he activado las cercas eléctricas que hace rato dejé de emplear, demasiado confiado con los años pero es mejor estar prevenido hasta que sepa que fue lo que eliminó las instalaciones mineras.
Algo viene en la noche, lo presiento, como si se hubiera despertado un lado mío que hace rato dormía. El del último o tal vez uno de los últimos Lobos de la Escarcha. Irónicamente me encuentro en un desierto, uno helado no arenoso, el mismo lugar en donde mis camaradas perecieron.

Pesadillas nocturnas.

El calor era insoportable, el peso de la batalla aún peor, yacían varados en ese desierto infernal y las naves se habían alejado hacía tiempo.
Una tormenta de arena los alejó del lugar de la contienda, algunos simplemente se quedaron contemplando el sol que emergía y otros decidieron encontrar una salida.
Los enemigos, seres letales venidos de un lugar oscuro del universo, se limitaron a enviar pequeños grupos que atacaban a plena luz del día. 
Al principio el adiestramiento surtió efecto, trabajando en equipo como si fueran uno solo, pero pronto los agresores cambiaron las tácticas, surgiendo por debajo de ellos y diezmándolos de a poco hasta que se encontró vagando en el desierto.
El último miembro de la unidad de los Lobos de la Escarcha, aunque algo en su interior le decía que no era así. No supo cuánto estuvo en ese páramo desolado, hasta que lo encontró una nave de transporte que había tenido que hacer un aterrizaje forzoso.
Así es como terminó convirtiéndose en un exiliado y alejándose de toda esa guerra en la que había estado inmerso.

Despertó, algo andaba mal y la mente enviaba un alerta en medio de la noche. Tomó el viejo rifle, ligeramente modificado para poder manipularlo sin la pesada armadura de infantería.
Según el pequeño control manual que llevaba las cercas estaban perdiendo poder, algo se estaba comiendo la energía y comenzaba a hacer ceder las defensas.
Sacó a su esposa del sueño, cubriéndola con una manta mientras se dirigían hacia el viejo bunker. La puerta tardó en abrir, antes de sumergirse en el mismo pudo ver como una oleada de los enemigos que moraban en sus sueños se materializaban atacando el que hasta entonces era su hogar.
Se introdujo en el refugio haciendo que la puerta se cerrara con un chirrido que la tormenta de nieve engulló.

La última batalla.

No podían estar siempre encerrados, la pequeña fortificación contenía pocas provisiones y esto lo llevó a tener que tomar una decisión desesperada.
Tal vez si lograba dar con el cuervo podría intentar alejarse, aunque no parecía que hubiera un lugar mejor en ese desierto blanco.
Dejó a su esposa refugiada en el bunker, había dejado al vehículo en una pequeña instalación cercana a su casa, se arrastró hasta allí y lo que vio lo dejó pasmado.
Una de esos edificios de pesadilla por los que había visto salir incontables números de enemigos se alzaba ante sus ojos. Eso era lo que desapareció el campamento minero, de ahí venían los agresores.
Las cosas se veían peor de lo que eran, necesitaba salir de ahí de inmediato aunque con esas criaturas en el planeta no habría un lugar seguro.
Halló al cuervo cerca de donde se encontraba, activó el sistema de encendido y éste le respondió elevándose del suelo. Cargó las minas de ataque y comenzó la maniobra rumbo a la ciudadela, programó la nave para que siguiera el curso una vez que estuvo en dirección a la misma.
En eso una de las criaturas con las que soñaba la noche anterior vio sus movimientos y comenzó a emitir un sonido gutural. Al instante cientos se le unieron, comandados por otros que portaban unos aguijones de pesadilla y como si hubiera vuelto atrás el viejo rifle retumbó como un cuerno de batalla.
La sangre violeta cubrió el suelo mientras el cuervo iba hacia la guarida de las criaturas, sus enemigos lo rodearon aunque el seguiría peleando hasta el final.
Entonces lo que parecía ser sólo nieve se convirtió en una manada de lobos, que segó a los enemigos como si fueran insectos. El cuervo comenzó a introducirse en aquel capullo que parecía latir, accionando el mecanismo de autodestrucción y éste explotó junto con las minas que portaba haciendo que el suelo cediera hasta donde se encontraba el viejo soldado rodeado de colmillos.

Epílogo.

El espacio siempre me ha parecido un océano con miles de faroles perdiéndose en la distancia, la calma que lo envuelve, apenas se ve interrumpida por el sonido de los motores de la nave, me ha traído la paz que perdí en medio de la guerra.
El último miembro de mi escuadrón, es curioso como siempre pensé que era el único, desapareció en medio de la nieve de ese lejano planeta del cuadrante sur.
La base estaba destruida, al igual que la colmena de criaturas que pareció volar por los aires, tan solo el viejo refugio estaba intacto y nos costó mucho acceder a él.
Dentro no había señales de lucha, tan solo algunas provisiones y éste diario que he leído para conocer que le ocurrió a mi viejo camarada.
Incluso encontré un viejo rifle adaptado con una imagen de un lobo desgastada, clavado en la nieve.
Lo que no me explicó son las huellas, como la de los lobos de la Tierra pero más grandes y dos pares humanas que terminan donde empiezan las pisadas de una pareja de bestias junto a una más pequeña.
El espacio guardará el secreto supongo, mientras mi café se enfría de a poco.