Día 73: lo más extraño son esos encuentros lejanos del cuarto y quinto tipo, un extraterrestre no lo habría entendido al arribar al planeta para encontrarse que la humanidad ni siquiera se percató de la llegada. Apenas le dirigieron una mirada desde atrás de las cortinas, alguno sacó el celular intentando tomar una fotografía sin mirar en lo que para el de afuera sonó a ofensa, apenas quedó un rastro de la nave al despegar anotando en la bitácora que en ese globo azul la gente es apática. Adentro hay olor a pan, por fuera la misma miseria revelándose e intentando que la libertad apresada se rebele contra tanta limitación bajo la excusa de la pandemia. Eufemismo, pandemia, todo aquello que el agua muestra cuando ha bajado son las vejaciones constantes con la obra que vino en forma de demostración quedándose en lo que pudo ser, poder puro desatado y cargando en las valijas. Las conexiones, el café al costado del camino, el timbre de salida, esos rostros cómplices, todo borrado en un instante incluida la calle arenada a la que el viento le permite conservar el aspecto liso. Apenas un papel del verano que quedó atrapado entre las cortezas finalmente logra llegar hasta la puerta de esa oficina, topándose con el cartel de cerrado. Las tablas son esculpidas con el rostro del mandamás, que va a menos irónicamente, con alargues indefinidos de la situación para no tener que admitir que esto es un desastre dado que ya vendieron todos los boletos que se compraron a precio abisal. No hay suficientes tubos para todos, la nave se va a pique dado que los remiendos no alcanzan, bombardeo mediático con rótulos de alarma que denotan la urgencia constante y la sensación de que no existen otros males. Alguien grita acción de fondo para encontrarse con que la única que quedó haciéndole compañía es la piba de la iluminación, cuya cabellera ondea al viento de regreso a casa.
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