Día 38: la escena se remonta a comienzos de los años ’90 y a un grupo pequeño de alumnos en torno a un equipo reproductor, la cinta deja oír esas voces que están grabadas en cada milímetro de su recorrido con las risas entre estación y estación. Mastropiero aparece tras la presentación del hombre con la carpeta roja iniciando la composición sin saber que él es parte de la misma, uno deja en el arte destellos de su alma que equivalen a la mayor trascendencia a la que puede aspirar el ser humano. El adelantado llega antes que el resto de los aventureros, dándose porrazo tras porrazo sin alcanzar el objetivo excepto por desatar las carcajadas del público en tanto la cinta corre de izquierda a derecha hasta que finalmente logra hacer hincapié y firmar la rendición. El aula se vacía, la anécdota queda metida en la cabeza poblada de rulos y se desata en el viento, volando igual que esos rizos pero regresando más adelante para que la broma siga presente. Excepto en este momento, ahora tiene un peso infinito producto de la partida acaecida luego de andar peleando contra el portador de la máscara de muerte que se apodera de la carne más no de alma y ella ya ha cumplido la última función, marcar en la roca de la existencia ese nombre al que se asociarán inevitablemente las risas y las lágrimas. Los dos rostros que ahora han de servir de salvoconducto aunque tal vez el viaje no sea tan solitario y parco, a la huesuda le vendría bien reírse un rato pese a que los demás puedan verla aterrados hasta que la barca toque la orilla contraria iniciando el camino a luz infinita.
Mundstock se ha ido pero su arte queda, tanto como los temblores después del trueno.
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