Gruesas gotas todo el camino, un jarrón amenaza con romperse en una curva viendo al tordillo rampante en su pedestal. La tormenta sigue su curso y espera por momentos en el café frente a la plaza, luego huye hacia la laguna en la que el poder del pueblo acuna la memoria de su defensor. Corre por la autovía mojando con notas de barro los puestos artesanales, las islas sobreviviendo a la sequía tras el fuego y el recaudador que viene a cobrar igual que en la época de las cosechas. Hasta reencontrar a la lluvia entre calles que se cruzan, pendiendo esas mensajeras de las ramas que intentan retenerlas en memoria de las hijas caídas y viendo impotentes cómo se despeñan para ocupar una charca que anida en los espacios de esa baldosa floja sobre la que he pisado.
II).- Arena
A
veces sueño con personas que han pasado por la estación en la que me detuve, tomando
rumbos distintos y borradas las huellas al transcurrir la última tarde del
otoño. Dejando el manto de estudiante para calzarse el de aprendiz de sorteador
de obstáculos que se presentan luego de los veinte y pico. Ahí empieza la
batalla verdadera, los rostros que cambian, el gris que desentona con el saco
rojo y las costumbres adquiridas. Locura de una época diferente, mejor no, tan
distinta únicamente que hace negar el presente. Ni siquiera mejor, llena sí de
sensaciones que vuelven en cuentagotas y encuentran con cierta dificultad al
sujeto en cuestión. Cambiado pero siendo él mismo, aunque el tono de voz y los
anteojos sepan a otra realidad, la arena del camino tiende a cambiarlos un
poco.
Fuimos por calles vacías de un sábado nublado, la lluvia no se quería ir y se colgaba de los árboles en señal de protesta. La ruta silenciosa, la sirena de los bomberos que no suena, el bárbaro cuidando el fondo de la casa y la reunión dentro. Luego la incursión por la vía charrúa hasta llegar al edificio con buenos augurios, ahí la lluvia se suelta total la avenida es suya en tanto adentro sigue la fiesta. Al final vuelta al punto de partida, un par de libros rojos aguardan el traspaso tras unos setenta años de andar deambulando por acá. Los salvoconductos que abrieron ciertas puertas aquí, durmiendo un tiempo junto al banderín de una vieja señora y un puñado de recuerdos. Una tarde que yace apacible contando las hojas marchitas a la espera de la renovación.
IV).- Apagón
No hay luces salvo muy al sur, de repente las personas ven su existencia sin los frenos cotidianos. Algún memorioso vuelve a la radio a pilas, otros le toman una foto y la suben a su muro invisible. Ahí alguien se mofa, su par pregunta qué es eso y un tercero muerde la superficie de esa máquina. En eso han dado en la tecla, el monstruo larga un sonido y al navegar en la tormenta se pueden hallar ciertas voces. Incluso las que provienen del otro lado del río, allá en donde los carboneros mantienen alimentado el fogón que ahora es una luz en el horizonte. Luego el silencio en las ciudades, a la dimensión oscura se han ido esas luces rojas, verdes y amarillas. Los afortunados siguen tecleando, iluminados sus rostros por la pantalla que empieza de a poco a unirse a sus hermanas.
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