La vía atraviesa el desierto, es todo lo que ha quedado junto con el mar, los dos se disputan cada palmo de la playa en una lucha titánica. Las antiguas líneas férreas sobreviven gracias al trabajo de los androides, seres sin ningún tipo de gracia y condenados a perecer al final de la vida de sus baterías, entre las arenas.
El paso de las horas quedó reflejado en el enorme charco que se creó en el centro de la derruida estación, cada gota de lluvia agregó un poco más de agua a la causa de las horas perdidas. Los dos viajeros se contentaron con esperar.
El tren llega sin previo aviso, no hay quien lo reciba y mucho menos alguien que vea ascender o descender a los pasajeros. Sólo se puede abordar por el último vagón, luego la marcha se reanuda.
Con ella van las últimas dos almas, debiendo atravesar en cada uno de esos vagones cosas que han quedado guardadas en la oscuridad por demasiado tiempo y ahora reptan hacia la superficie.
El sol ha quedado atrás, escondido tras la puerta del carro que muestra un oasis en medio de las arenas del tiempo. Pero sólo es una ilusión, los golpes de la espada dejan el tendal de demonios que se arrastran a los tapetes que pueblan las paredes.
La extensión física del vagón no se compara con la dimensión a la que han accedido tras cerrar la puerta.
Una explosión, el arma de Marko abre un agujero en ese lugar sin tiempo ni espacio. Suficiente para engullirlo todo como un maelstrom.
Todo excepto a los últimos dos viajeros que han de enfrentarse con el primer vagón.
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