Un poco más, el asado estará listo. Una copa de vino, los comensales ya estaban por llegar.
Afuera no volaba una mosca, el otoño había llegado sin aviso previo, lejos quedaba el fragor del verano.
Todo dispuesto, ocho platos, ocho vasos, igual juego de cubiertos. Una ensalada, nada demasiado complicado, sal y aceite.
La casa se llenó de ruidos, sus invitados estaban ya sentados. Cargó un poco del agua que almacenaba de la lluvia.
Disparos.
Gritos.
Corridas.
Luego silencio.
La radio que había dejado prendida desde la mañana anunciaba la catástrofe. El agua escaseaba, no existían tratados que frenarán el comienzo de una nueva guerra.
Faltaba sólo declarar reserva mundial al suelo bajo nuestros pies, para justificar la invasión.
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