Gaucho, montando a caballo con un celular en la mano y una remera de Maiden. La boina y las alpargatas me recuerdan que soy un ícono de mi provincia, primero matrero luego héroe de la campaña al desierto.
Antes despreciado por guacho, lo peor del mestizaje y sometido a cuidar los fortines para que el citadino pueda vivir en paz. De un lado la sangre del viejo continente me niega, del otro el indio, hermano de sangre, viene por mi vida y tengo que elegir seguir conservándola.
A un lado me han hecho, en las fiestas cívicas me exhibían como a un personaje pintoresco pero luego me mandaban en primera fila a la guerra. Sin tierra ni paga, los vencedores repartieron todo hasta donde llegaba la extensión del ojo.
Así me he ido amoldando a esta vida paria, invadido por un bodrio posmoderno que reemplaza las costumbres con calabazas y cervezas en honor a un santo que no es Vega.
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