viernes

Malambo (Chalo)

Una bolea para aquel lado y esa estrella ha tenido que correrse aunque a veces un roce en la frente te ha vuelto a poner los pies sobre la tierra, allá arriba en esa inmensidad desde la que se contempla lo diminuto del mundo se ha ido despejando la pista a la que las botas le sacarán brillo definitivo. Lo único que esta vez el telón no será de color rojo salvo cuando venga una jornada ventosa, sino blanco dado que las nubes han sido arrastradas por la fuerza de la cuerda con la que les das caza. Un golpe seco sobre la tarima celestial haciendo que ese cortinado se abra, resplandece el manto de día incluso y en la noche parecen fuegos que se precipitan calentando a los que andamos por acá abajo. En este escenario la estrella de los vientos es aclamada yendo de acá para allá sin dejar lugar en él que hacer sonar los tambores cuyas puntas afiladas hacen saltar chispas, al sol le ha tenido que dar un poco de envidia este espectáculo aunque enseguida ha recordado lo solo que ha estado dándole luz a los que muchas veces prefieren las tinieblas. Ahora es una caricia de la brisa con la que esa mano invisible quita los surcos en el rostro regresando la cabellera para extenderse como una catarata sobre la espalda, una flor de cardo bordada sobre el corazón y la camisa blanca llena de motivos que recuerdan a la pampa. Es este punto el arma resplandece moviéndose como una hélice alimentada por el alma, molino solitario chirriando en el océano verde que refleja al firmamento dejando algunos charcos en medio del desierto de pastizales. El tiempo pinta historias nuevas, descascarando las nuestras de a poco para con sus pedazos crear una argamasa que volverá a emplear para que los fragmentos que fueron nuestras vidas formen parte de otro momento. Momentos que regresan a una escuela perdida allá en el sur de Buenos Aires, en ese lugar indómito en él que un grupo de médanos frenan la ofensiva que viene desde el polo y pagan la osadía cara al ser desarraigados quedando la marea llorando cuando no encuentra a sus jóvenes hijos. Ahora vueltos recuerdos bajo los tamariscos que proveyeron el material con él que ese salón se levantó y en él que danzaste igual que ahora, sólo que en este capítulo bailás entre los astros.

 

Resiliencia

En la portada de uno de los tantos libros que decoran la vidriera mientras le pasamos al lado ignorando el estado en cuestión, una galería que se pierde en la oscuridad, aquel rostro conocido venido de alguna parte del pasado cuyo nombre no recuerdo y la mente que regresa al momento que nos aqueja, la enfermedad que se ha extendido silenciosa. Detrás de esa máscara la muerte se oculta, pero tal vez podremos alejarla de regreso al medio de aquella laguna que separa esta dimensión de la otra, en la que los espíritus se alejan de la prisión del cuerpo y dejan un vacío en los que aún respiran. La roca está ahí, se nos aparece en cada paso que damos y gira en la esquina con nosotros, aguarda arriba del médano para descubrirse bajo la arena una vez que hemos llegado a la cima. Se burla porque sabe que puede alcanzarnos en cualquier parte, corriendo con el viento que la lleva sin problema alguno permitiendo que mute gratis. Ahora es ese árbol que ha crecido reventando las veredas, obligando a que debamos dar un rodeo poniendo un pie sobre la ruta que trae otros riesgos. En medio de la tarde noche cruzamos la avenida, en las sombras al otro lado de la calle lo encontráremos con otra forma y la historia se seguirá repitiendo. El tema es saber enfrentarlo pese a las probabilidades, es un monstruo cuyas garras nos dañan en las entrañas y se mete en los sueños recordándonos que espera en el siguiente amanecer como el rocío al sol que ha de liquidarlo. La única opción es seguir intentando avanzar con las probabilidades en contra, pero avanzando para retrasar el momento en el que la parca nos muestre su rostro detrás de esa máscara y el índigo sea el color que llevemos.

Mortal

Es una de esas noches frescas de febrero hace unos cuantos años, a diferencia del resto de los congéneres de mi edad no busco compañía en esa jornada como tampoco un trago de esos que empiezan a acumularse en los estómagos marcando ciertas cuestiones futuras. Me he llegado hasta la sala de recreativas que también opera como bar y lugar de socialización aunque en ese punto no pretendo lo último excepto por la máquina que estoy buscando. Observé el sitio un rato antes, otro guerrero se encontraba atareado intentando evitar que lo ultimaran y en el deambular por entre los fichines encendidos pues le perdí el rastro. Tal vez terminó como su alter ego derrotado en una mazmorra plagada de las señales incuestionables sobre el precio más alto pagado por sus antecesores o bien pudo haber salido victorioso. En una de esas se trasladó a otro escenario buscando un paisaje un poco más paradisiaco que recorrer alegremente pese a las rocas en el camino y algún que otro ocasionar miembro de un enjambre que parece no tener fin. No hay nadie en conclusión, el resto del mundo se va una vez que una de las tres fichas que poseo en esa ocasión se pierde en las entrañas de la bestia que abre el acceso a uno de los héroes que han de afrontar el siguiente torneo. El primer escenario pasa sin demasiados problemas, incluso puedo emplear la macabra técnica de mostrarle al otro quién está detrás de la máscara para que luego venga un alarido que queda retumbando en la sala. Paso la segunda batalla con idéntico resultado dando con el salón de las estatuas en una especie de anticipo del futuro que nos aguarda, un reto tal vez un tanto más alto pero no mucho así que a la cuarta pantalla. Luego de demostrar las habilidades vendrá el vértigo, el oponente en sí puede ser un tanto problemático pero no es la única cuestión a tener en cuenta además de la necesidad de que quedemos en pie. El cielo se cubre y se despeja de las nubes en forma de algodón que dejan visible a la luna, los segundos pasan, la respiración es contenida en tanto logramos el objetivo buscado y es una victoria sin mancha alguna. En un breve instante he logrado ver que algo más que cúmulos surcando el cielo oscuro, una figura se proyecta sobre la cara pálida de la luna para que la alineación de los astros se complete. Por arte de magia hemos sido trasladados al fondo del pozo, el otro sujeto se mueve más rápido aparte de que emplea técnicas combinadas resultando un tanto molesto por partida doble al imitar mis movimientos así como los del archienemigo shinobi. Un par de pasos hacia atrás para dar el salto pegándole de lleno, repetición de método hasta que se lo pueda derrotar, tétrica forma disponer de un oponente grogui no conformándonos sólo con lanzarlo lejos. Una recompensa suntuosa a los fines de que esa visión en el salón de estatuas nos venga a la mente, tocará al final del crédito volver al mundo de los mortales dejando el combate para otro momento.  

Lágrimas en la lluvia

En ese momento el villano se quita la máscara convirtiéndose en un antihéroe, el personaje principal se deshace tornándose un mero espectador en el instante en que las palabras brotan de su garganta y el resto de la escena simplemente se desvanece. Todo concentrado en un par de líneas nomás, perpetuado y repetido en el tiempo cosa de que no se cumpla con la profecía del androide que en ese momento es más humano que su perseguidor. Resuena la llamada como una armadura dorada clamando por sus hermanas, repartiéndose entre las estrellas que brillan encima de la atmosfera contaminada  y las luces artificiales que son un mal tributo al sol. Allá en lo alto el alma encuentra la tibieza que en la tierra parece que se le negó, saltando las vallas junto a un montón de ovejas reales y no de esas eléctricas que se compran por dos mangos. En la roca está el creador del universo en cuestión, un mundo dentro de otro que ahora encuentra a los dos personajes principales. Él que le dio forma a la idea y aquel que se ocupó de ejecutarla creando una de las escenas más maravillosas del celuloide, repetida hasta el hartazgo para convertirse en icónica a lo largo de las décadas. El ser humano ha partido cumpliendo con el epitafio en su frase pero ha dejado marcada la tierra en ese punto de 1982 que se vuelve el presente cada vez que alguno logra acceder a ese momento, ahí yace Deckard con el traste llenó de preguntas y el mundo al revés, salvado por aquel al que perseguía cuya alma ha finalmente volado igual que la paloma que aletea alejándose, pese a ser un ser artificial su alma se ha ido.

 

Tears in rain, Blade Runner, 1982

I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die.

 

Yo he visto cosas que ustedes no creerían. Naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. He visto rayos - C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

Rutger Hauer interpretando a Roy Batty.

 

Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/L%C3%A1grimas_en_la_lluvia. 



Gol

Recuerdo la secuencia de fotografías el día después, pero antes de esto la línea que se extiende sobre el piso de color rojo que ahora se encuentra desgastado igual que la memoria que regresa veintinueve años atrás. Es apenas un instante pero de repente ya no tengo los casi cuarenta sino diez años recientemente estrenados y el regalo de cumpleaños viene a la altura del asunto, victoria ante el rival de siempre aunque no tengo ni idea de dónde carajo salió dicha rivalidad. Pero ahí estaban los dos equipos, camisetas amarillas frente a las celestes y blancas, el estadio que rebullía, el relato que llegaba por arte de la magia de esa radio puesta encima de la televisión. En la cima sigue la señora esa, a la otra pese a la pantalla y los colores siempre le ha tocado el segundo lugar, la primera simplemente ha seguido transmitiendo sin más vueltas que la de una pequeña perilla que la acciona. De ahí salían las notas de ese concierto, aunque los brasileros eran los que tocaron la mayor parte del partido y los palos sonaron más de una vez. Nada bueno el augurio, rezando a cuanto santo futbolero exista cosa de que nos tiren algún centro que termine besando a la red que hasta ese punto sigue sin máculas. Los porteros han sido muy severos ese día, nada de dejar entrar a cualquiera incluso con las autorizaciones y pergaminos que varios tienen entre su repertorio, es un cero a cero clavado cerca del final. Vendrá entonces la agonía de los penales para sumarse a la del inicio de ese campeonato, defensa del título más difícil que marcar un tanto en un encuentro tan cerrado. En eso el relator ve algo desde su atalaya, sabe que la única carga puede dar resultado porque por alguna extraña razón todos los de amarillo se van sobre el diez que casi cayendo libera de su jaula al ave que hasta ese momento yacía contenida entre los barrotes que los centrales le pusieron al área. Vuela dejando atrás al portero que ha estado muy tranquilo a lo largo del encuentro, como un borracho el cancerbero intenta cerrar viendo lo inminente del desastre y allá arriba la transmisión en portugués empieza a negar el asunto. Luego viene el lamento, la injusticia es desgracia para unos pero los otros saltan victoriosos dado que la red besa apasionada a la pelota y no la quiere largar, tanto tiempo se han contenido que ahora desatan toda la pasión posible hasta que un sujeto anónimo la manda de una patada al medio del campo. Y a muchos kilómetros, en un pequeño poblado alguien más se une al griterío apretando los puños que ahora más relajados sueltan todas estas palabras lejos en el tiempo así como en la distancia.

Tango

A media luz el asunto, por eso el anciano espera a que el sol se esconda un rato antes de salir de abajo de los árboles en los que ha buscado refugio e iniciar el concierto improvisado, el banco se queda un rato vacío mientras él se sostiene con esos hilos invisibles que uno alcanza al olvidar las penas. Despliega los dos brazos formando las alas a las que la luz de uno de los rayos perdidos en el atardecer corona con un halo, la fuente para no ser menos lanza un montón de chorros algunos de los cuales terminan golpeando a algún desprevenido. Culminado el tango regresa al asiento de piedra, apoyando las dos manos sobre la empuñadura del bastón e intentando recordar alguna que otra letra. Al médico se le dio por indicarle esto como ejercicio cuando no encontró nada fuera del hecho de estar envejeciendo cada vez un poco más, en ocasiones pifiaba alguna palabra pero dado el total conocimiento del final del siglo nadie se fijaba en ello. La cuadra que tanto conocía, la que protegía la peatonal del viento proveniente del mar, pronto se vendría abajo en el nombre de la renovación y en su lugar se alzarían los monumentos indicando que ese capítulo de su tiempo se quedaba atrás. En los siguientes actos algún turista le tomaba una fotografía, el rompevientos flameaba abultando el estómago pero cuando regresaba a su lugar se notaban las flaquezas de ese momento. Le quedaba un año más para tener que mudarse, el único inquilino que no aceptaba el desalojo programado y en esa resistencia había agotado sus ahorros. El cuervaje se ocupaba del asunto aunque ya el cartel estaba puesto, sería rápido, sería breve, se aconsejaba dejar las ventanas de los edificios cercanos abiertas para evitar que los vidrios volaran en pedazos. Luego siguió la fuente, el banco demolido dio vida a una casa allá en donde la luz no llega y las penumbras son reemplazadas por oscuridad, en espíritu se quedó el asunto. La persona que tomó la última fotografía recordaría cada tanto al recitador de versos, en una época lejana en la que las personas se reunían en torno a una fuente que ahora ha sido renovada y los únicos que oyen la música son los pájaros cuando la lluvia cae impiadosa. Fuera de ello los seres humanos eclipsan a sus pares, siguen a ídolos falsos y viven en un estado de conexión permanente con un avatar, presencia física poca como no sea para alimentarse o dormir, siguiendo luego con las narices metidas en cualquier parte en la que una cámara entre. Enredados sin poder salir, lejos queda esa voz cantando libre que los días vueltos años se han ocupado de esconder pintando de negro la luminosidad de la vida y alumbrando sólo rectángulos. Las marionetas se mueven, sus pulgares marcan el compás y en un momento el viento de la plaza les pegará en el rostro con una fotografía vieja, de esas que vienen impresas para horror de los seres digitales.   

miércoles

Aconcagua (1959)

Mauro llegó temprano, antes de que la portera siquiera hubiera bostezado y ya esta pareció quitarse el sopor del sueño en un instante. Abrió los ojos de forma tal que le recordó a las barajas que sus compañeros usaban a escondidas, evitando la vara que generalmente tenía como objetivo el lomo. Las orejas servían como agarraderas para llevar a los infractores al despacho del director y de ahí estaba la puerta lateral, por la que se desterraba a los que no encajaban. Precisamente para ahí lo enviaron pero por una paradoja no terminó siendo expulsado y encima se le permitió salir ileso de la escuela. De regreso a casa con cargo de volver lo más rápido posible, la otra que se sorprendería sería Giulia al verlo regresar pero esto duró unos instantes, necesitaba el traje habitual de presidiario para la ceremonia de fin de curso. Las manos se su madre se movieron superando el andar de las manecillas del reloj, las madres tienen bastante de eso sobre todo en situaciones extremas en las que el resto empieza con las protestas. Pronto estuvo de regreso para unirse al cortejo, alguna que otra broma y tras esto el silencio al paso de las autoridades, la celadora escondía la cachiporra como un puñal debajo de un pañuelo. Marcharon, para el lado de un viejo cine ahí en Lanús en el que habrían de culminar con el año calendario para soltarse finalmente por las calles soleadas. Entonces la voz sobre el U-47 anunció la entrada de la bandera de ceremonia, apenas el sonido de las personas levantándose de las butacas precedió a ese instante en el que los dos transpusieron el límite invisible entre las bambalinas y el escenario. Un tano caído por estos lares un lustro más atrás la portaba, el hijo de un japonés seguía sus pasos, entonces sonó el himno para ser sucedido por las palabras del director despidiendo el año así como la década y luego el desbande en tanto las partes se separaban. Moharra, corbata, asta, regatón, tahalí y cuja quedando la bandera resguardecida en el enorme estuche vidriado como si fuera el instrumento más importante de la orquesta. 

¡Oh Rey!

Te has ido pese a toda la opulencia, los trajes costosos y la comida siempre caliente en esos platos en los que se reflejan las sombras que cubren tu corona luminosa. Ropa cara recubre la mortaja, silencio absoluto en el salón excepto por los pasos lejanos del cortejo y un movimiento imperceptible de las llamas que coronan las velas. Candelabros más dorados que tus cabellos que han conocido el crudo invierno en el que la existencia se desgasta, pese a todo el poder en la punta de los dedos no hay manera de parar la marea que empuja el tiempo. Corres por esos jardines vuelto a pequeño una vez más, los raspones son atendidos con la mejor medicina del mundo que no pudo salvarte esta vuelta y la corona yace a punto de posarse sobre otra cabeza. La que se alza majestuosa por encima de los flashes, la opulencia y la acumulación de riquezas producto de las conquistas, de las armas o económicas, da lo mismo si se alcanza el resultado. Los ciudadanos que son súbditos inclinan la cabeza, agitan las banderas ante el nuevo soberano en tanto el cuerpo viejo se ha enfriado y pasa a ser una mera inscripción en ciertos libros de historia. De los que mueven los engranajes nadie se acuerda, sus manos se tornaron callosas pero la aspereza se suaviza en cuanto mueven esos cabellos que empiezan a aflorar en las vidas nuevas, luego el sol acaricia las marcas en la piel y ahí al frente de la casa te vas una estación cualquiera, lo único que podemos hacer es soltar las lágrimas como un tributo final. Qué diferencia hay después de todo entre la primera partida y esta, excepto las crónicas en los titulares debido al oro que recubría al anterior monarca.


Tiempo (palabras)

                                      

Escribir es simplemente apasionante, es como el trabajo de un herrero quitando las costras para revelar el brillo del metal y ahí radica la virtud principal. Pulir el método a través de un camino en el que puede haber errores, pero sabiendo que sin ellos uno no aprendería.

Las fotos ya no se tornan rosadas, ahora parecería que se vive en un presente infinito que no es más que una existencia finita así que mejor dejar algo que perdure. Unas líneas escritas a la orilla del mar pero plasmadas en su álter ego digital, en el que necesariamente quedan tantas marcas que alguna ha de sobrevivir a la marea de la renovación. 





sábado

Onírico

La niebla se levanta sobre la Ría anunciando el comienzo de la danza de los espíritus muchos de los cuales se escapan de las garras hídricas de regreso a enturbiar los sueños de los vivos, aunque otros tantos se dedican a dejarles mensajes que en la mañana olvidarán ocupados como están en situaciones que no tienen sentido alguno. En el movimiento por las capas de aire hacen sacudir los hilos de la araña que mora ahí en donde pared y techo se cruzan, entretejiendo sus trampas invisibles a las que los visitantes nocturnos burlan pero la vibración confunde a la hacedora. Corre presurosa al encuentro de la presa que no está sólo para darse de bruces contra su propia impotencia, sacada del sueño en la que sus hilos recubrían un mar de insectos que resplandecían en medio de las cuerdas brillando como las estrellas en la noche despejada. Ahí a la vuelta una de esas almas deja un recado al vivo que sigue durmiendo complacido, deseando, anhelando un sinfín de objetos que no se irán con él cuando deje la prisión de carne y regrese a transmitirle un mensaje igual al que recibió de sus ancestros a su descendencia que yace lejos, desconectada por completo de la realidad pero atada a redes más fuertes que la de la desconcertada moradora de las alturas que sigue sin saber a dónde se ha ido su cena. Pero la esperanza queda en ese susurro que sentiremos como otro sueño más, olvidándolo rápido con el correr de los minutos que anuncian el paso del colectivo que ha de llevarnos a nuestros claustros de casi todos los días dado que en los momentos que podemos correr libres nos detenemos a ver la manera en la que otros viven pero olvidamos nuestra propia existencia. Incluso bajo una lluvia poderosa, con los rayos cortando el unísono y  los tambores del quebranta cielos resonando, estas almas vienen una y otra vez a ver si en una de esas el curso de las cosas cambia para que no se les una otro más a esa danza infinita por las noches. De regreso a la vorágine que las ha dejado salir como una especie de maelstrom de ánimas que abre por momentos las puertas que llevan a la Estigia, aunque lejos del Orco, como una oportunidad más de finalmente poder cruzar al Elíseo si alguno acá las redime haciéndole caso al interpretar mientras mastica el primer alimento de la mañana, aún noche, intentando recordar todo lo que tendrá que hacer en las siguientes horas. La mayoría de las veces lo olvidamos todo al abrir los ojos, ignorando el momento en el que nuestros cuerpos yacieron conectados con el otro lado en esa especie de muerte que significa sumergirnos en el mundo de los sueños viendo imágenes de rostros que nos resultan familiares. Corriendo por escenas que se han vuelto rosadas, lugares a los que el tiempo reemplazó marcando las paredes de gruesas venas llevando la obra de alguno de los nuestros a la categoría de vetusto y en ocasiones puesta en comparación con las imperecederas imágenes de hoy en día que se tapan en una especie de cartelera pública veraniega hasta que finalmente todas las hojas de años tras años caen sobre la vereda. La baldosa vuelve a brillar en la oscuridad durante una de las incursiones de la noche nueva que supone un capítulo más en el que la posibilidad de lograr el objetivo se materializa, como una cruel ironía, recordando mientras vaga rumbo a su destino de esa jornada la época en la que la calle no presentaba grieta alguna estando las marcas blancas sobre el asfalto brillando con el farol allá arriba también sin mácula alguna. Ahora eso es lejano, pero el espíritu sabe que debe intentarlo nuevamente, abrirle los ojos en ese lapso onírico al que pernocta sin demasiadas preocupaciones más que llegar al final del mes en el que las cuentas aguardan. Dejar de lado esos pensamientos concentrándose en que quede una marca indicando más que meramente un individuo que se suma a la masa, pasando a las filas etéreas que aguardan el momento de poder volver a tener la ocasión de recordarle a otros que el camino es el equivocado. Regresando luego por sobre los campos en sombras en los que el ganado contempla con ojos perdidos a la lejana constelación en la que Aldebarán mora, anhelando los vacunos poder alcanzarla algún día sin tener que pasar por la procesadora de carne equivalente para los humanos a deambular sin sentido por paisajes en gris y blanco en los que las sombras son aquellos ya condenados. Uniéndose en un ritual sobre el agua dulce y salada de ese brazo del mar que se mete en el continente, despidiéndose con el primer rayo del sol cortando la sarrasón que se empieza a desvanecer igual que todas esas almas que en un último desafío gritan cual banshee en una tempestad para que el gallo empiece a cantar. Por eso este muchacho siempre suena a sujeto que se ha dormido despertando con la cabeza abombada para darse cuenta de que se ha hecho tarde, una vez más me he olvidado lo qué soñé aunque tal vez más tarde vuelva algo de ello como un hilo de la telaraña suelto que busca conectarse con el centro. A todo esto la creadora se ha mudado cansada de esperar.  

miércoles

Creta

Veo, a mi madre regresando tras la larga jornada de ausencia con una sonrisa cuya copia capto en el rostro de mi hermana la que en silencio viene a darme un abrazo y las transgresiones de ese enano que se ha sumado a asomarse al mundo oteando la calle que se volvió cálida bajo la tarde de noviembre. Del otro lado juegan a la pelota, uno de ellos lleva una camiseta azul con el número siete colgando en la espalda que gambetea a medio equipo contrario hasta ser interceptado y producirse la nube de polvo. Después los empujones, el tiro libre cobrado que culmina en un zapatazo a quemarropa haciendo que al del medio de la barrera le duelan las costillas una vez que se terminó el compromiso. Una botella de ese veneno traído del otro lado de la galaxia pasa de mano en mano, después es el éxodo dejando desierta la plaza que fue convertida en estadio cuando no en pista de despegue de sueños de pequeños que se unen en esos juegos interminables o eso parece desde este lado de la calle. La terminal duerme al lado de los árboles, hamacas y areneros que en las jornadas tórridas atrapan los rayos de la bestia, dejándole suficiente provisión de calor a los monstruos de cuatro patas que buscan un poco de abrigo de tanta patada diaria cruzando la calzada que no está invadida por tanto asesino al volante. Las luces se encienden al irse la principal, las personas se aprestan para las despedidas jugando uno como nosotros con los restos del recipiente de la ponzoña que el viento hace circular por entre las dársenas y que con suerte terminará en el canasto de los residuos si alguno se acuerda que esa es parte de su legado. Todo ello repetido día a día como una película sin sonido, excepto las muecas que pueblan los rostros de los personajes que descubro en completo silencio desde la llegada de mi nave a estas tierras extrañas en las que la mayoría habla otra lengua.

domingo

Horda

El capitán orco de la selección de lanzadores de rocas, deporte semejante al rugby excepto por carecer completamente de reglas, se dirigió hacia el altar en el centro de aquel asteroide desde el que a fuerza de cascotazos lograron dominar el cuadrante asignado de forma totalmente aleatoria ante la explosión de su mundo natal luego de que una disputa entre clanes no pudiera solucionarse de otra forma que no fuera a los golpes. Alguno le dio de lleno con el hacha al polvorín principal que venían almacenando con miras a darle impulso a su catapulta intentando llegar a esa estrella diminuta en la que creían estaba Grokk, el forjador del universo rojo y árido en él que lo único verde eran esos seres que ya habían conquistado cada palmo del planeta. Dejó la ofrenda al pie de la deforme escultura observando esos dos ojos que refulgían sobre el rostro tétrico, sintiendo una sensación de vacío total al tiempo que era engullido por la presencia que permanecía atrapada tras esa dimensión pétrea para devolver apenas los huesos petrificados que continuaron agrandando el osario. El grito de júbilo cundió entre las filas de los ejércitos vencedores, coronando a un nuevo jefe de guerra que zarpó enseguida con un puñado de elite en el primer asteroide que les pasó cerca, dirigiéndose a jugar el clásico en la mismísima Gimli que resplandecía en esa noche eterna aunque cada tanto la divinidad con nombre de martillo hacía sonar su mazo rasgando la bóveda en un fenómeno que los moradores de las montañas entendían como buena señal. Borrados ambos soles de un manotazo, la luna no daba la cara, la noche se cubría de refucilos que generaban los versos de los bardos acerca del día que no llegaba nunca, de los invasores de piel verde siendo mantenidos a raya a cuenta de unas cuantas descargas y de ese eterno héroe que desde la cima observa el horizonte buscando a algún mago perdido. Luego la bocanada, la respuesta de una chimenea allá abajo en el calor del hogar que duerme todavía en la estación del invierno aunque en la brisa nocturna se puede percibir a algún heraldo de aquella que viene despacio haciendo que el hielo se vuelva lágrima y con ello  florece el fresno en él que descansa sin saberlo un mundo demasiado confiado.

jueves

Fuegos fatuos

La oscuridad pintó el cuadro, la humedad se instaló sobre los muros y al viejo humano no le quedaron ni los huesos al tornarse polvo que el tiempo barrió de un plumazo notando que las pertenencias quedaban en esa dimensión que abandonaba. Ahora no era más que un fuego fatuo con el presuntuoso nombre de alma ascendiendo por entre las cuestas para encontrar que delante había otra subida empinada que llevaba a un escalón más. A veces escuchaba voces que aguardaban al doblar en uno de los recodos encontrando el vacío y la promesa incumplida que se renovaba instantes más tarde para darse de bruces con la realidad de ese mundo construido a su imagen. Pensaría en ello eones más adelante, podía percibir que en ciertos momentos se repetían los pleitos ante sus ojos no sirviendo que girara para otra parte como acostumbraba a hacer cuando se sentía superado por la situación. Una voz lo llamaba desde una casa que él mismo derribó, la pelota picaba en la tierra negra para pincharse como un globo ante un mar de alfileres acaparando su atención para dejar pasar el detalle del can que lo observaba desde una loma lejana. Aunque eso de cerca o lejos es relativo cuando de repente chocás contra la materialización de los pensamientos, temiendo que esas ideas se vuelvan algo terrible que se esconde en un sector de la memoria con el rotulo de inaccesible aparte del sistema antisaqueo. El frío recorre la espalda o el lugar en él que ella se encontraba, por más fogata que enciendas el único calor que recibirás será él de algún recuerdo propinado por aquellas que siguen al otro lado del espejo en un mundo de luces y sombras que acechan. Aguardan poder extender esas garras gélidas, acariciando sin que lo sepan las facciones de esa presencia que se aja bajo el faro eterno aunque también ese tiene fecha de vencimiento pese a que han creado uno que podría suplirlo con una duración de unos dos minutos. Misma fracción que se nos otorga para andar por entre los vivos y tanto vivo que piensa adueñarse del último lugar rumbo a ese paraíso de plástico, con paladines que portan la cura dentro de las vainas fulminando con un espectáculo de rayos cualquier intento de meterse sin tener la entrada. La loza es lustrada un instante antes, después vienen los tributos a la carne que no está, las fotografías arrojadas para que la correntada se las lleve directo al templo que no es tal dado que no hay divinidad posible excepto la ausencia. La monotonía del silencio ante la impuntualidad de aquel que solía vagar cerca de uno, avisando tarde que no vendrá y mejor acostumbrarse a la idea de no volver a verlo excepto tal vez por el rabillo cuando uno huye de esos demonios que ha creado pretendiendo que no ocupen el páramo que se extiende por todas partes.

martes

Huellas

Con los años comenzaron los temblores y la danza de fantasmas que se desvanecían como el humo del cigarrillo que acompañó su soledad, el mundo exterior únicamente podía ofrecerle una presa más que agregar al montón de recuerdos vueltos tormentos. De repente se hallaba hablándole a una pared blanqueada recientemente que volvía con el correr de los meses a traer de regreso las huellas, el yunque sobre el que las memorias eran martilladas quedando el rastro carmesí sobre las yemas. Los pañuelos descartables no contenían huella alguna apilándose uno atrás de otro en el cesto que borboteaba ese mar rojo cuando la noche opresora exprimía los recuerdos iniciando el juego de sombras y terrores que se terminaba al amanecer, cuando no el sueño conciliador que derivaba en pesadilla desatando el llanto, los gritos y la angustia. Vagaba por entre las sombras de la mañana evitando al sol que como una lupa gigante se dedicaba a escrutar sus pasos dejando marcada sobre la acera el rastro que el tiempo seguía, fiel sabueso de la persecución que no cesaba aunque se presentaba morigerada. Recordaba demasiado a menudo uno de sus encargos, el portón se deslizó despacio sobre el riel, el objetivo pintaba una ventana apoyada esta sobre dos caballetes cuyas patas eran irregulares. El viento jugaba a mover aquel objeto mientras el pincel se deslizaba sobre las vetas que renovaban su tono, la mancha roja quedó sobre las mismas seguida del cuerpo inerte dando de lleno con el piso no sin antes sonreírle a su victimario. Ni siquiera dejó a un lado el trabajo que desarrollaba en esa mañana cercana a la primavera, el can pequeño se quedó contemplando el hilo que se esparcía sobre el camino zigzagueante y en un acto alocado lo levantó llevándolo en el bolsillo contrario al silenciador. Creció eso sí, aunque de pequeño le movía la cola a las sombras que rodeaban siempre la existencia del segador contemplando las pesadillas a plena de luz de este que hallaba consuelo en las botellas vaciadas demasiado rápido. Un día ganó el pasillo superando la escasa resistencia de una puerta entreabierta y corrió por la calle de la marejada directo al verde campo al otro lado de ese océano de asfalto, consiguiendo cobijo en una casa pequeña cuyos moradores sobrevivían pescando ranas en los canales cubiertos de totoras. A su segundo amo le llegaría la hora no sin antes encontrarse nuevamente en la casa esa, con las ventanas reluciendo y el rostro conocido con la sonrisa a flor de piel esperando debajo del alero. Tocaba ponerse al día, esperando que un ladrido conocido anunciara el regreso de ese otro integrante de un rincón del cosmos. 

jueves

Escenas suprmidas, 6

Veía al mundo fragmentado, la marca en su anteojo izquierdo se le asemejaba a una grieta. Una suerte de calle que separaba las veredas, de un lado los que estaban de acuerdo, del otro los que estaban de acuerdo pero en otra cosa. El tema era determinar en qué estábamos de acuerdo, porque cualquier diferencia llevaba a ponerle una etiqueta al que era distinto. Una forma de intolerancia que se hacía viral con tanto dispositivo electrónico al alcance de la mano, nada de encontrar una forma de cruzar esa Estigia. Eres de la otra idea, sos un enemigo más al que abatir y así las horas juntos se volvieron silenciosas, era cuestión de no herir susceptibilidades. No hablar de fútbol, religión o política, no hablar de nada aunque con tanta intolerancia se hacía difícil. Unos piensan que tienen razón, otros concluyen que los demás están equivocados. La mañana previa a este descubrimiento se había levantado y por centésima primera vez los lentes fueron al piso. Notó más tarde que el lado izquierdo estaba cruzado por una línea. Así que empezó a ver las cosas divididas, eso le recordó a la sociedad en la que vivía. El otro cristal estaba entero, pero las posiciones intermedias eran tan mal vistas como las opuestas. Se cambió de equipo, se convirtió en Isca sin darse cuenta, ahora es un pagano, un hereje al que hay que erradicar como si de cucarachas se tratara. Ya no siquiera es un hermano, un amigo, tu vecino, un desconocido virtual al que injurio y violento. La fe ciega da la razón, todo uniforme, cero diversidad. Basta con decir buenos días, ese único gesto es suficiente para que el otro se irrite. A usted le parecerá que es un lindo día, obviando la formalidad del saludo, pero en la realidad en la que estamos veo medio difícil que sea un buen día. ¿Qué le hace pensar que es tal cosa? Seguro usted es uno de los que votó a la causa de todos nuestros males, dado que estos males son recientes como la fotografía de ese otro impresentable que acaba de salir sonriendo al lado de la parrilla. La culpa de todo lo que pasa, todo, un concepto tan absoluto como el mismo tiempo, es de ese sujeto y su séquito de acólitos del mal que se esfuerzan por hacer todo de la peor forma posible. Antes por lo menos nos daban una parte del botín, era un autosaqueo pero botín al fin. Cualquier justificativo es bueno con tal de no responder a ese buen día, ahora aquel que usó esa frase trillada yace en un rincón de la panadería esperando pedir unas migajas de ese producto y finalmente poder llevarse su vergüenza a otra parte. Dejo aquel lugar victorioso, le he dicho a ese individuo lo que pensaba y puedo sentirme satisfecho. Si los míos fueran los que manejaran éste pueblo otra sería la situación. Al momento de cerrar la puerta la sonrisa se me ha vuelto una mueca, el sindicado como el objeto de mi ira ha pronunciado otro improperio peor al primer buen día. Ha pedido un kilo de pan, como se ve que a este le sobra la guita. ¿Cómo hará para conseguirla sin trabajar? Que yo sepa ese no labura, seguro debe ser otro mantenido. Tengo que ir al cajero y ver si me depositaron el incentivo, algo es algo mientras sigo con esta licencia que se renueva periódicamente dado que con esta situación económica el estrés me ha mermado las fuerzas.

Escenas suprimidas, 5

Quedamos en vernos algún día pero ese mismo no figura en el calendario, sería una especie de treinta de febrero raro y esperanzador. Sería lo que no fuimos nunca, los besos que no nos dimos, las palabras que guardamos esperando que el tiempo las apacigüe, los gritos acallados en medio de la oscuridad del olvido. Basta ya de eso, basta de tener que sentirme así para saber cómo es lo contrario. Es una inmensa fortuna perdida en cosas que no tiene sentido, tal vez esto sea lo único bueno al fin de cuentas. Una madrugada eterna pudiendo deletrearle al mundo un pensamiento bien guardado, para qué dejarlo escondido si sólo significará una enorme pérdida. Para qué seguir encasillado en algo que no te gusta, déjalo todo de una buena vez y lánzate a ese océano que te aguarda mandando una nueva ola a cada segundo. Sumérgete nadando hacia el ocaso porque ahí está el sol iluminando la otra parte de tu mundo que quiere seguir brillando bajo él, bracea hasta que no puedas más para entonces continuar flotando, un poco más y estarás en la orilla iluminada. El viaje habrá valido la pena, de costa a costa, de la luz a la luz, la oscuridad es para los que tienen malos pensamientos, los buenos hay que sacarlos a la luz para ver si perduran o mutan en algo mejor. Mejor compartir una idea que dejarla muriendo en un tintero digital, mejor escribir empleando el tiempo que tenemos para ello, el capital invertido en la forma adecuada, nada de perder segundos, minutos, horas, pedazos de vida en un tonto rompecabezas. A inventar los nuestros dejando que los demás jueguen con él, a saborear esta pequeña victoria llena de luz y esperanza. El tiempo es eso, poner un poco de verde, naranja y blanco en el cielo, mezclar los colores, ensuciarnos de tinta, dejar las letras escritas y no escondidas en un rincón, arrojar el paraguas, caminar bajo la lluvia, mojarnos para resurgir, mojarnos de lágrimas y de risas. Un brindis a eso con el agua derramada, dos veces por si acaso. Dos veces.

miércoles

Ennio

Cómo decirte que sin la música esas serían otras historias más, tornadas películas mudas a color con los momentos cumbre vueltos mera intrascendencia y los personajes un relleno innecesario, bien puede uno imaginar otros momentos con tan sólo esos sonidos envolviendo las penumbras pegándole una patada a la oscuridad de este momento de despedida pero también de eterna trascendencia mientras alguno se detenga a oír esa obra sin letras que besa el alma.

 


viernes

Día 101 (Búnker)

Día 101: todo se parece demasiado como si fuera una paleta de un único color que recubre los días, sin ver en el horizonte la llegada de la terminal volviéndose únicamente estaciones que se repiten en variantes de quince jornadas. Algunas notas de color contradicen el unísono gris, como el taller de bicicletas al otro lado de la calle que se ha despertado de este feriado interminable comenzando a girar el mundo cada vez que los pedales mueven la cadena.

Día 73 (Búnker)

Día 73: lo más extraño son esos encuentros lejanos del cuarto y quinto tipo, un extraterrestre no lo habría entendido al arribar al planeta para encontrarse que la humanidad ni siquiera se percató de la llegada. Apenas le dirigieron una mirada desde atrás de las cortinas, alguno sacó el celular intentando tomar una fotografía sin mirar en lo que para el de afuera sonó a ofensa, apenas quedó un rastro de la nave al despegar anotando en la bitácora que en ese globo azul la gente es apática. Adentro hay olor a pan, por fuera la misma miseria revelándose e intentando que la libertad apresada se rebele contra tanta limitación bajo la excusa de la pandemia. Eufemismo, pandemia, todo aquello que el agua muestra cuando ha bajado son las vejaciones constantes con la obra que vino en forma de demostración quedándose en lo que pudo ser, poder puro desatado y cargando en las valijas. Las conexiones, el café al costado del camino, el timbre de salida, esos rostros cómplices, todo borrado en un instante incluida la calle arenada a la que el viento le permite conservar el aspecto liso. Apenas un papel del verano que quedó atrapado entre las cortezas finalmente logra llegar hasta la puerta de esa oficina, topándose con el cartel de cerrado. Las tablas son esculpidas con el rostro del mandamás, que va a menos irónicamente, con alargues indefinidos de la situación para no tener que admitir que esto es un desastre dado que ya vendieron todos los boletos que se compraron a precio abisal. No hay suficientes tubos para todos, la nave se va a pique dado que los remiendos no alcanzan, bombardeo mediático con rótulos de alarma que denotan la urgencia constante y la sensación de que no existen otros males. Alguien grita acción de fondo para encontrarse con que la única que quedó haciéndole compañía es la piba de la iluminación, cuya cabellera ondea al viento de regreso a casa.

Día 70 (Búnker)

Día 70: otros quince más anunciados un rato antes de la medianoche, cosa de que no duela tanto y el mismo repertorio desplegado en esa comunión de todo está bien. Los enfermos andaban por los ciento y pico diecinueve días atrás, ahora pasan la línea de los setecientos simplemente porque han medido un poco más. Es como pisar sobre arenas movedizas con la idea de que es terreno firme, los imbéciles de siempre salen a sostener el estandarte de los saqueadores con la ilusión de vivir en el mundo Alfa por encima del autoproclamado primero. El bombardeo mediático te lleva a quedarte anestesiado con los horarios alterados, semejante a ese clima loco que hace salir brotes en la confusión de que es la primavera. En medio de ese adormecimiento general se cuelan los mismos movimientos de épocas mejores procurando llevarse lo que haya quedado en el fondo del tarro, con esas uñas mugrientas que se asemejan a una garra arrancando la poca carne de los huesos pelados del pueblo que ciego ha vuelto a la guarida de la monstruosidad. Inoperantes al extremo reciben poderes inconmensurables, charlatanes vestidos para la ocasión se pasean delante del ojo cuando por atrás nos ponen el calmante que ha de aplacar cualquier rebelión. Moviéndose por un recinto de dos por dos con la suerte de que el estómago no le haga ruido, peor aún que no existan voces más pequeñas reclamando la ración diaria a la que responderle con un hambre compartido. La libertad no es más que un título carente de contenido cuando se aceptan cada uno de los actos que han conducido a este camino, las consecuencias de una fiesta en la que la anfitriona se rajó sin pagar la cuenta regresando una vez que el botín fue escondido detrás del sésamo.