Quedamos en vernos algún
día pero ese mismo no figura en el calendario, sería una especie de treinta de
febrero raro y esperanzador. Sería lo que no fuimos nunca, los besos que no nos
dimos, las palabras que guardamos esperando que el tiempo las apacigüe, los
gritos acallados en medio de la oscuridad del olvido. Basta ya de eso, basta de
tener que sentirme así para saber cómo es lo contrario. Es una inmensa fortuna
perdida en cosas que no tiene sentido, tal vez esto sea lo único bueno al fin
de cuentas. Una madrugada eterna pudiendo deletrearle al mundo un pensamiento
bien guardado, para qué dejarlo escondido si sólo significará una enorme
pérdida. Para qué seguir encasillado en algo que no te gusta, déjalo todo de
una buena vez y lánzate a ese océano que te aguarda mandando una nueva ola a
cada segundo. Sumérgete nadando hacia el ocaso porque ahí está el sol
iluminando la otra parte de tu mundo que quiere seguir brillando bajo él,
bracea hasta que no puedas más para entonces continuar flotando, un poco más y
estarás en la orilla iluminada. El viaje habrá valido la pena, de costa a
costa, de la luz a la luz, la oscuridad es para los que tienen malos
pensamientos, los buenos hay que sacarlos a la luz para ver si perduran o mutan
en algo mejor. Mejor compartir una idea que dejarla muriendo en un tintero
digital, mejor escribir empleando el tiempo que tenemos para ello, el capital
invertido en la forma adecuada, nada de perder segundos, minutos, horas,
pedazos de vida en un tonto rompecabezas. A inventar los nuestros dejando que
los demás jueguen con él, a saborear esta pequeña victoria llena de luz y
esperanza. El tiempo es eso, poner un poco de verde, naranja y blanco en el
cielo, mezclar los colores, ensuciarnos de tinta, dejar las letras escritas y
no escondidas en un rincón, arrojar el paraguas, caminar bajo la lluvia,
mojarnos para resurgir, mojarnos de lágrimas y de risas. Un brindis a eso con
el agua derramada, dos veces por si acaso. Dos veces.
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