La gastada duró poco, tal vez por
el hecho de que nuestro eterno rival nunca pudo dar la vuelta olímpica. Estuvieron
cerca en esa ocasión, incluso nos ganaron el clásico de manera demoledora
aunque en el final eso no les alcanzó. Por un lado esto es un bálsamo para
nuestra sufrida hinchada, la mancha sin embargo sigue ahí ya que para algunos
fue el primer partido en el que pudimos ver al club de nuestros amores. Los
sacrificios que un hincha hace no salen en ninguna foto, los jugadores, el
técnico y los dirigentes seguro, pero el haberlo dejado todo para poder estar
ahí seguro que no. Salimos un domingo muy temprano desde Las Avutardas, allá en
el sur de Tres Arroyos, en un colectivo que había servido como transporte
escolar. El partido arrancó a las 17 hs., nunca había podido estar rodeado de
tantas camisetas con los colores del alma y pronto la euforia nos invadió
quedando mimetizados con esa horda futbolera. Los visitantes recibieron un
abucheo generalizado al ingresar al campo de juego, sus hinchas no se sentían
ante el eclipse de los cánticos propios. El balón empezó a rodar, las canciones
que bajaban de las tribunas generaban una atmosfera cálida, el clima acompañaba
como nunca antes en la tarde dominical. Hasta a eso de los quince minutos, ahí
el nueve contrario recibió un balón afuera del área y sacó un remate esquinado.
Nuestro arquero voló en una escena heroica, Héctor intentando detener la caída
de Troya y así le fue. El estadio no acusó recibo de esa primera cachetada,
todo siguió igual en tanto la escuadra dueña de casa arremetía contra el muro
defensivo intentando vulnerarlo. Miré como tantas otras veces a mi lado, los
muchachos habían desaparecido en esa selva roja y azul, ya eran parte del
cuadro así que sería difícil encontrarlos antes de salir de la cancha. En eso
percibí una nueva amenaza contra la meta propia, lo que empezó con un despeje a
cualquier parte contó con la complicidad de los centrales dormidos. El 11 de
ellos robó el balón en el desesperado intento de cierre y el portero quedó fuera
de la foto, 0 - 2. En ese punto la hinchada empezó a pedir que pusieran un poco
más de huevos, dado que jugábamos contra nadie. Pero el tema es que Nemo nos
estaba ganando, de repente el dos se volvió tres y ahí se pudrió todo. Sobre el
banco de suplentes cayeron encendedores, zapatillas, latas vacías y botellas de
plástico rellenas de desechos que el ser humano llama orina. Para el segundo
tiempo el técnico metió mano, aunque a mí me sonaba un poco tarde el asunto
dado todo el conocimiento en múltiples aspectos que nuestros ciudadanos
presentan. Sabemos un poco de todo, en definitiva nada de nada pero el pálpito
estaba ahí como una suerte de voz ominosa. El equipo encontró un gol a eso de
los cinco minutos del segundo tiempo, algún fana gritó que se lo dábamos vuelta
aunque enseguida la realidad cruda regresó. Otra vez el nueve, por partida
doble como una máquina de asedio derribaba los gruesos muros de papel y
festejaba con los brazos en alto. Nuestra afición cesó de cantar luego del
quinto gol, las banderas fueron recogidas y comenzó el desbande, éramos un
ejército vencido. Los últimos dos golpes eran apenas un par de focos de
incendio que se unían al resto de las llamas, los ojos me ardían ante el
espectáculo que estaba presenciando en total soledad. Los hinchas visitantes
festejaban en medio del humo, por mi parte decidí retirarme igual que Eneas
llevando intacto el amor en mi corazón.
Cuaderno 1, 4ª historia.