Truenos, rayos y centellas, las tropas enemigas ya
están cerca así que he de dar la alarma dado que todos duermen. Todos incluye
en realidad a los dos defensores, uno de los cuales debe haber sido una
locomotora en otra vida dado cómo ronca, pero es mejor que nada. En unos
momentos caerán sobre nosotros, mejor la espada en mano aunque sea en calzones
que la sorpresa de las llamas, los muros cayendo y los gritos de las víctimas. Así
que he de cumplir con mi deber abandonando un instante la atalaya que me sirve
de cubil, ingresando en las penumbras que la batalla entre luz y oscuridad
genera, la bestia helada gruñe, también ella siente la presencia de los
invasores, en particular del calor agobiante al que le debe hacer frente tan
sólo con agua congelada. Pues bien, en un instante he dado con la puerta de la
mazmorra y me he situado al lado del jefe, aunque este no me dio ni cinco así
que le apliqué una técnica milenaria muy conocida entre los caninos: el famoso
lengüetazo en el brazo. Como por arte de magia ocurrió lo que esperaba, una
puteada de parte de Piero en medio de la oscuridad y la Negra se retiró hacia
el garaje, a esperar la tormenta con la cabeza debajo del auto.
Desagradecido.
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