sábado

I

I) 

El jamás había tenido un salón de escudos,
sólo mesas extrañamente bien dispuestas.
Una gran cantidad de toneles
almacenaban vino, cerveza e hidromiel,
para tener aseguradas las tardes del invierno.
Si llegaban con malas intenciones
encontraban a un anciano de barba blanca,
recubierto de cicatrices
que siempre tenía a mano un blasón
y una espada que nunca parecía
haber dejado de lado,
incluso cuando dormía
soñando con la tierra de acero.
Y alguna que otra mujer
montada en un corcel, radiante
como la armadura que portaba.

II)

Los orcos estaban enloquecidos,
el Jefe se había marchado hacía demasiado
a la luna de miel en lo alto de la montaña
y parecía tener intenciones de no volver.
Al final enviaron un emisario,
éste retorno gordo y feliz,
parecía ser que ella lo sobornó
atacándolo por el estómago.
Esto no podía ser dijeron los chamanes
y mandaron a un grupo nutrido 
a protestar a las puertas del bastión
del lobo y la nieve.
Ella los recibió con sartenes, palos y toneles
vacíos que los mandaron a todos cuesta
abajo, en donde los curanderos
tuvieron que recomponerlos.
Cuestión de esperar a que el Jefe
bajara a impartirles ordenes
y guiarlos de nuevo hacia la gloria.

III)

La noche se  extendió 
como una mano siniestra,
tapando los ojos de la víctima
mientras su amante recubierta de plata
se adueñó de los sueños del mundo.
Él se acercó a la fogata
cansado de deambular,
le pesaba el escudo, la espada
y la batalla que dejaba atrás.
El anciano lo vio venir
pero no pareció inmutarse,
apenas se veía su rostro por
debajo del sombrero de ala ancha.
Extendió su mano
acercándole la copa,
que bebió previamente para
demostrar que no había intenciones
ocultas en ella.
La tomó de un trago,
se sintió fortalecido,
le contó cómo sus hermanos
habían caído uno a uno en combate
y que ese destino le era esquivo.
La espada forjaba su vida,
marcando una senda roja como el vino
que bebió antes de cada batalla,
el salón de los escudos
se había llenado de vacío,
sólo él quedaba como testigo del pasado.
El anciano se incorporó
cargando la lanza
y señalándole el camino,
el guerrero lo siguió 
a través del bosque yendo a dar
con una enorme puerta.
Entonces escuchó las voces,
demasiado conocidas de sus hermanos
y supo que había vuelto a casa.

IV)

El gigante despertó,
se sacudió la escarcha
avanzando por el jardín
hasta la fuente,
sumergiendo sus manos en ella,
haciendo desaparecer el hielo.
Respiró profundo y exhaló,
su aliento corrió las nubes,
el sol brilló de nuevo.
Las flores, las plantas, 
todo lo marchito
cobró vida en un instante,
el invierno se iba al fin.
Una mariposa se posó 
sobre sus hombros,
tan pequeña, tan grande él,
rió a carcajadas.
Las nubes llegaron trayendo
una cálida lluvia que dejó
todo el paisaje aún más vivo,
mientras el gigante se movía
lentamente entre los campos,
resurgiendo la vida a su paso.

V)

Olfateó y el olor a leños
le llegó desde el medio del bosque,
ahí estaban los hombres
cuyo rastro encontró al caer la noche.
Al menos sabía hacia dónde dirigirse,
dando un rodeo para evitar el peligro
escondido en esos seres invasores.
Avanzó hacia el rió con paso ligero
hasta llegar al claro y detenerse a beber,
La sed, un desierto de sal, le había
castigado la garganta todo el trayecto
y ahora una oleada fresca la apagaba.
Entonces percibió que algo se movía
en la noche, por el cielo,
un graznido lo alertó
y los pelos se le erizaron
mientras veía hacia el interior del bosque.
El viajero apareció ante el
y se detuvo observándolo,
por debajo de un sombrero de ala ancha.
Una espesa barba le caía sobre el pecho
mientras en su mano sostenía lo
que parecía un bastón
demasiado largo.
La luna emergió entonces de la tormenta
que cubría el cielo y un destello
escapó de la punta de aquel supuesto báculo.
La sensación de peligro desapareció de súbito
de todo el cuerpo del lobo
y se convirtió en una calma que lo recorrió.
El anciano entonces reanudó su marcha
cruzando el rió y alejándose en la oscuridad,
acompañado por la enorme bestia.

VI)

Jugaban sobre la colina
el hijo de un caballero,
la criatura, cría de dragón.
Escamas negras cubriéndolo,
ojos dorados alertas
a los movimientos del pequeño.
El tiempo cubrió una década
y media, actuando los dos
como uno solo, un arco y 
una saeta aprestándose
a ser lanzada hacia el cielo.
Los aldeanos vieron llegar
al joven corriendo, dando gritos
y clamándole al dios del trueno
que fulminara a la bestia.
La aldea fue cubierta
por una nube negra,
huyendo sus pobladores
hacia el otro lado del río.
El joven siempre había querido
una espada como la que encontró
forjada en la herrería,
el dragón se calzó
la malla de mithril
y ambos partieron
por el camino hacia el ocaso,
mientras el sol se ponía.
Había otros lugares
que pillar cuando el astro
volviera a surcar su reino celeste.

VII)

Desde el espacio 
las balas caen cerca,
pero me pierdo en lo profundo
del azul rumbo a una noche eterna.

El humo de las armas
se mezcla con el de los cigarrillos
en ese bar de mala reputación,
en tanto la angustia me invade.

La lluvia sigue cayendo
pese a que he encontrado un refugio
mi alma danza en ella,
como si hubiera encontrado allí
la razón de mi existir.

En una lluvia de fuego
he quedado envuelto,
buscando en el cielo
un resquicio por donde escapar.

VIII)

Dos aves de la lluvia
una roja como el fuego,
la otra azul como el cielo,
se unieron sobre ese viejo
roble a la orilla del camino
de la comarca.
Sus vástagos llevaron
el fuego de su madre,
reclamando el cielo de
su padre una vez más.
Cuando el tiempo pasó
los dos quedaron solos
en el nido que vio partir
a cada uno de sus hijos,
mientras el atardecer
era cubierto por la noche.

IX)

El mensaje rezaba: “los viejos están por salir, llámalos así arreglan para volver.”
Marcó el número de su amada, el teléfono comenzó a sonar.
Una voz suave le respondió: “amore, ya salieron para allá. Te espero acá. No te preocupes.”
Cortó la comunicación enviando un mensaje de texto para que ella se quedara tranquila.
En tanto, Laura dejó el móvil sobre la mesa de la cocina y culminó con la tarea de poner 
las baterías nuevas en el audífono.

X)

Escribía
letras garabateadas,
ocultas en un cofre
al lado de la chimenea.
Su abuelo
atizaba el fuego,
viendo quemarse las cajitas
como naves hundiéndose,
dejando sólo el papel plateado.
Le habló del avión,
cuando éste cayó y
como las arenas se
lo tragaron en un instante.
Le contó del día en el que
la fortaleza se precipitó
sobre la montaña
y el único testigo cruzó
un mar de zarzas
para poder sobrevivir.
Recordó el hambre en la
nieve, apretujándose
junto a sus camaradas
y a los que cayeron a
su lado en el frente de batalla.
Vio la nave con nombre
de mujer dejar atrás su tierra
y a un pedazo de ella
recibirlos al otro lado del océano.
El invierno siguió su curso
mientras el titán destrozaba redes.
Un día nos separamos,
una nave cruzó el cielo hacia
la estrella de nuestros ancestros.
La otra se dirigió hacia
la costa de plata, en donde
la torre aguarda en medio
de la niebla su llegada.

B

I)- El viejo.

El viejo mira el horizonte,
ve pasar las cometas en el cielo
y espera el cambio en la marea
para que el océano le traiga noticias.
El viejo armó una cadena 
a la que sujeta las pesadillas de éste mundo,
para que esos bajitos tengan dulces sueños.

II)- Correspondencia.

Recibí una carta de la tía Agatha, refugiada en algún lugar de la costa Atlántica y sin dudarlo dejé caer el pincel con el que trataba de infundirle vida a las tablas gastadas de nuestro pequeño hogar. Tuve que perseguir al viejo cartero por las calles de tosca, hasta dar con él y reclamarle la dirección del remitente que había quedado borroneada en el sobre.

Es así como me encontré tomando el último colectivo hacia el paraje conocido como Piñamar, llegué en la noche y tras dormir en los bancos de metal me dirigí con un pequeño mapa rumbo al lugar en donde debía vivir mi tía.

Encontré un cartel desvencijado en el que aún podía leerse “Hércules y Telón”, sin lugar a dudas estaba allí. Agatha se apareció, tan activa como siempre ha sido en su vida y al verme me entregó una escoba.

Comenzamos quitando las agujas de pino que caían sin cesar sobre el camino de lajas, luego siguió la expulsión de las arañas de altillo, el éxodo de los colchones hacia un costado de la casa para que el sol los secara mientras la tía los golpeaba uno a uno.

Finalmente me instale en aquel lugar en ese fin de semana de marzo, durmiendo con el sonido de la lluvia y despertando con la vieja Remington sonando en la mañana.

III)- Hola, dije.

Hola dije,
pero la bruja se espantó
sería por la antorcha que llevaba
para poder alumbrar el camino
y no caer en una ciénaga.
Sería eso o acaso se trataba
de un aquelarre, no dándome 
tiempo a decir más que hola.
Ya se habían ido todas,
únicamente quería saber
cómo llegar hasta la caverna
en dónde mora el ermitaño
llamado Marco.

En fin, otra vez será.

IV) La mar.

Me sumerjo,
todo queda atrás
mientras la calma me envuelve.
El agua borra todo rastro,
en medio de la espuma
me libero de las impurezas.
El mar me golpea al salir,
el frío corta y el viento se
hace sentir aunque no me importe.
No me puedo contentar con
sólo pisar la arena mientras
el llamado se hace sentir.

V) Granito.

Leyó hasta que su espíritu fue invadido
por una paz eterna, sintió la suave caricia
del viento y el incansable movimiento del
océano allá abajo.
Pronto se volvió la roca misma,
deteniéndose a descansar sobre él
las aves en su migración hacia climas 
más cálidos. 
El sol acarició su rostro rocoso,
mientras ahora podía leer en la existencia
de cada ser que habitaba ese mundo
ignorando por completo a los demás.

VI) La armadura abollada.

He tomado la vieja gorra azul y amarilla
desgastada por el tiempo, 
el sweater rojo que aún brilla pese a los años,
un par de botines de trabajo duros
como roca y los pantalones de vaquero
que ya rozan lo vetusto.
Todo el conjunto se ha convertido en
mi armadura de antaño, tan sólo me ha
faltado la lanza que alguien le prestó
a nuestro vecino, quien ignora que
se trata de un arma legendaria.
Así y todo me he dirigido al garaje
en donde la última pieza me aguarda
oculta a la vista del resto del mundo,
el antiguo vehículo ha dejado lugar
a mi corcel, negro como la noche sin luna.
Juntos hemos emprendido el viaje
hacia un horizonte que nos garantiza
sólo una cosa, lo nuevo que vendrá mientras
vamos hacia adelante.

VII) Se quema (dulce).

¡La manzana se quema, la manzana se quema! 
gritaban los tenedores.
Traigan agua clamaban las cucharas de madera.
O arena por favor, repetían desesperados los cuchillos.

Pero no había caso,
la manzana pasó de roja a acaramelada
y puesta en un plato de cerámica con 
dibujos para la ocasión,
los contemplaba a todos divertida.

¡Al fin soy dulce, 
lejos queda la acidez de la mañana
y esas naranjas envidiosas!.

VIII) Los viejos.

Cuando comienza a caer la tarde el enorme perro sube a la montaña de escombros y se queda mirando hacia el sudeste, a la espera de que su visitante llegue.
El Anaranjado viene maullando desde lejos, para que el Negro pueda oírlo y comienza el ritual, deslizándose entre las patas del can.
Cuando el gato se cansa de que éste lo de vuelta mientras juegan, se aleja cuesta abajo fuera del alcance de la soga de su compañero.
En cierta forma nuestros viejos (padre y madre) se parecen al can que espera la vuelta de los hijos que se han alejado por uno u otro motivo, atados a la tierra que los vio nacer.

IX) Viviendo.

Diez más, ¿qué más da?, debo emerger
abajo no hay nada, sólo el fuego apagándose
en lo profundo de los abismos.
Estaciones de batalla, las compuertas se cierran
y traen una muerte hermética.
Debo salir a la superficie, un esfuerzo más
no he de quedarme aquí con los demás.
Asirme al madero no, morder la putrefacción
y escupirla lejos para vivir de nuevo,
nada de sobrevivir en estas aguas
tan solo domar las olas para alcanzar
la orilla que otros han abandonado.

X) 29.

Saturnino Segundo González esperaba en la estación llamada Purgatorio, el Manchado lo acompañaba como tantas otras veces. Se había puesto a tallar un caballo en un pedazo de madera que encontró sobre el andén.
Leopoldo Álvarez Martínez  hacía picar el balón de cuero, alguna vez fue un enorme portero pero luego cayó en desgracia.

A Leopoldo la economía lo destruía, demasiado dinero despilfarrado y para colmo de males su único hijo enfermó, requiriendo una operación costosa.
Así que la necesidad terminó triunfando sobre el amor a los colores, un penal fabricado sobre la hora contra el eterno rival, expulsión y gol de los contrarios.
Al arquero lo recordarían toda la vida por el campeonato que les obsequió, pero su hijo viviría.

Lo de Saturnino se reducía a una muerte en una pelea allá por la zona de Ranchos, salió en defensa de un amigo y alguien pasado de copas terminó finado.
Los dos compartían el mismo destino, la espera para ver que boleto les tocaba. 

La pelota rebotaba sobre las viejas maderas, el caballito tallado estaba casi terminado y en eso llegó el guardia reclamándole los boletos.
Como por arte de magia aparecieron en sus manos, el hombre de negro los cortó y los guio atrás de la estación a un enorme tren azul que esta ocultaba.
Antes de emprender el viaje los tres, Saturnino, Leopoldo y el Manchado, vieron un enorme número 29 grabado en uno de los laterales de la locomotora.
El tren emitió un sonido, como el de una trompeta de un serafín y se dirigió cuesta arriba, hacia la luz.

El guardia tomó el caballo tallado, emprendiendo el regresó a su puesto.

XI) Humanos.

El hombre comenzó esta guerra desde la copa de los árboles, viendo a los demás como insignificantes. Ansió el fuego que poseían y se dispuso a arrebatárselo en el nombre de una causa noble, la propia.

La mujer lo bajó de la cima, manteniéndolo unido al hogar con consejos y caricias, aunque nunca pudo dominar por completo el ansía de la batalla.
Así el hombre se volvió padre, amante y esposo apagando su sed en el seno del hogar. Pero al regresar la inevitable confrontación, partieron de a miles dejando atrás a sus familias.

Entonces la mujer tomó la lanza y el escudo.

XII) Patricia y el Lobo.

Sin una brújula emprendió el viaje, a buscar los tesoros de un horizonte lejano. Sólo necesitaba el norte y al sol haciéndole compañía, su fiel Lobo se sentaba en la popa mientras ella con un catalejo oteaba lo que le deparaba la vida.

Su esquife se convirtió en un trasatlántico llamado Esperanza, sintiendo como el oleaje y la lluvia le acariciaban el rostro, aunque nunca pudiera oír la lluvia sabía que la conocía.

Y así, la capitana y su fiel compañero se alejaron por el mar infinito.

XIII) R.M.Z.

Sin querer he tomado algo tuyo y he de admitirlo para que no creas que soy un vil ladrón.
Todo me ha quedado claro ahora o al menos lo que necesito entender, es como darle un poco de sabor al asunto para cortar con tanta amargura.
Has roto los moldes desde las estructuras y aclarado aquello que estaba oscuro, nada se traspapela en el mundo que creaste.
Si hace falta, improvisas tu discurso pero con tu imagen no hacen falta presentaciones.
A la facultad le sobran cuervos y le faltan tipos capaces.

Al célebre e ilustre Profesor Ricardo Miguel Zuccherino.

XIV) Fragmentos.

Tengo el alma fragmentada en pedazos, regiones que guardan un poco de cada lugar que amo.
Del hogar en donde nací hasta las calles del Pueblo, la vía cercana a los galpones, la primavera en la perla atlántica, la tierra de un gigante y la costa en el este.
La existencia silenciosa de una flaca loca, las correrías de una loba negra y las ocurrencias de una ahijada compradora.
Todo me lo han quitado, pintándome el alma con sus colores y no dejándome ni zona gris. Eso es esta vida, pintar las piezas y armar el rompecabezas.

XV) Monstruo.

Hay un monstruo durmiendo en mi persona, que asola mi alma y desata una tempestad sobre los que amo. Es una bestia malvada, encerrada en una celda de tiempo y frustración, es mi parte menos noble y lo que me vuelve un ser irascible.
Es todo aquello que no quiero ser, pero para poder lograrlo he de aceptarlo primero.

XVI) Malamorte.

En el cartel se leía: “Doctor Malamorte, honesto tres cuartas partes del día”. Él no estaba para curar enfermedades, si para currar con algo al que llamaba ejercicio profesional. De 08:00 a 14:00 hs. era deshonesto, el resto del día criaba a una familia como cualquier otra persona.
Puenteaba colegas, serrucho en mano se quedaba con cosas que no eran de él y siempre repetía: “la ley me ampara”.

Lo irónico fue cuando alguien en un juzgado pidió: “Malamorte, José. Sucesión”.

XVII) Justa composición.

No diré que soy inocente, ni que juego limpio. Tal vez debería haberme dedicado a otra cosa, pero aquí estoy tratando de que esta máquina funcione. Pese a que sé que triturara sueños y vidas, no es más que una moledora de seres humanos disfrazada con la idea de justicia.
No existe tal cosa, al menos no entre el conjunto de papales que los hujieres cosen. Es así, el sistema judicial parece ciego, sordo, mudo y cuadripléjico, mientras un montón de inútiles se excusan detrás del retraso de eso llamado “administrar justicia”; y otros tantos sacan provecho de una madre, un padre, un puñado de hijos e hijas en la calle, un violación detrás de otra.
Maldita idea de justicia, es tan solo injusticia y materialismo con formalismos. Sacos y corbatas para ejecutar vidas.

E

I)

Anoche llovía suavemente
repicando las gotas sobre 
la canaleta del tejado.

Una Verónica dijo que la lluvia
es una bendición, bajo esa tormenta
dos amantes se besaban.

La otra Verónica dice que cuando llueve
trae buena suerte, tal vez sea cierto
pese a que las dos no se conocen.
Sus palabras sólo pueden encerrar verdad.

II)

Éste rostro no parece el mismo, unas pinceladas del tiempo lo han alterado ligeramente.
La belleza se ha ido aunque nunca fui muy agraciado en éste tema, pero esto es un exceso más parecido a un abuso.
Cada emoción deja sus huellas en el registro, las que se reflejan sobre el rostro cansado igual a la playa tras la sudestada.

III)

Era una mancha gris en medio del mar, pasando desapercibida para los navíos, recubierta por la bruma.
La isla tenía dos caras, una de vida, verde resplandeciente, otra apagada en su zona más elevada, en donde las pasturas desaparecían para dar lugar a las rocas que formaban un lecho suelto debajo de los pies del pastor.

Las huellas del ganado que faltaba desde la noche anterior lo llevaban hacia la zona árida, moviéndose rápido entre las piedras, acostumbrado a perseguir a los lobos que azolaban a sus rebaños.
Pronto encontró el rastro de los invasores claramente marcado en la arena que nacía al pie de la montaña,  del otro lado de esta zona gris.

El navío dormía sobre la playa mientras unos cincuenta guerreros practicaban sus habilidades con espadas de madera.
Se habían detenido a buscar agua, llevándose lo que encontraron a su paso. Las lanzas resplandecían clavadas en la arena cuando el joven se acercó.

Uno de los griegos lo confundió con un sirviente y le dio un balde, indicándole un pequeño manantial. Regreso entregándoselo, el guerrero dio un fuerte trago y el agua del mar lo hizo atragantarse.
Se volvió encolerizado hacia el sonriente pastor, arremetiendo contra él. Lo esquivó rápidamente rodando hacia un costado, el griego era lento con la armadura  encima.

Sus camaradas se acercaban contemplando el combate, un hombre lleno de cicatrices contra un pastor desarmado.
Cargó de nuevo contra él y éste le hizo una zancadilla cuando el gigante erró el golpe.
Trato de levantarse recibiendo un baldazo en medio de la cabeza y eso fue todo.

El pastor señaló las vacas, los griegos rieron, la tierra se sacudió.
Huyeron hacia su nave cargando al vencido, los dioses estaban furiosos.
El joven tomó las dos vacas comenzando la vuelta a casa, el volcán de la otra isla retumbaba a veces y toda la cadena montañosa se sacudía.

¡Qué supersticiosos resultaban los extraños!.

IV)

Y así eran las tardes en el pueblo, esperando que llegara la hora de que el equipo saltara al campo de juego para pegarnos los dos a la radio y rogar porque esta vez no nos llenaran la canasta.

A veces el equipo se iba a jugar afuera y en ésa época madrugábamos para poder seguirlo, siempre en la distancia ya que jamás ninguno de los dos piso ese recinto sagrado y dulce.
La voz del relator sonaba como un canto de batalla mientras la hinchada le hacía de coro, un gol en contra y toda la desilusión se nos filtraba en el cuerpo.

Cuántos campeonatos vimos perder antes de gritar victoriosos,  cuántos gloriosos equipos pasaron antes nuestros ojos y se fueron por una senda llamada derrota.
La pasión nos mantenía ahí en cada comienzo de temporada a la espera de que esta fuera la vencida. 

Y un día llegó el viejo, o al menos así le decían, todo cambió radicalmente,  como si el entendiera el mecanismo de la bestia dormida.
Nuestros rivales caían como moscas, los pasábamos por arriba y nada nos detenía: primero el torneo, después la copa, después merengue y a casa victoriosos;  éramos el trueno, el viento y la lluvia. 

Un solo corazón frente a los desafíos, pasábamos furiosos por donde fuera y ellos caían rendidos; las copas que nos habían sido esquivas tantos años ahora llenaban nuestras vitrinas, dulce gloria dorada.

Fue un domingo de junio cuando él nos dejó, nos dejó y se fue a la estrella de nuestros ancestros; tres días más tarde en tierras extrañas los dioses estuvieron con nosotros y los santos ausentes, cuando el estandarte pasó victorioso frente a ellos.

Nada de jugar bonito, una estocada y se cayeron como fichas de dominó; supe en ese momento que él lo estaba viendo aunque ya no estuviera a mi lado. 
Sentí su presencia como en tantas otras veces y una lágrima se me escapó por la tristeza; y esa no fue la última vez, porque julio se volvió un mes hermoso en pleno invierno.

V)

Llovió toda la noche,
la mañana llegó
barriendo el sol la cortina
de nubes, entibiando la tierra.
Las gotas de la tormenta
reflejaron un mar de colores
sobre cada flor en las praderas,
mientras el viento las mecía
con la brisa.
Pasó entre ellas
agitando un manto rojo,
moviéndose con gracia
por el sendero oscurecido
la noche anterior.
Una de las gotas del roció
eclipsó el brillo del sol reflejándola,
obligándolo a ocultarse.
El día tenía una nueva luz moviéndose
de aquí para allá entre las flores.

VI)

Trató de atraparla, dando manotazos
mientras la perseguía por el jardín reverdecido
después de la lluvia de septiembre,
la mariposa era un arcoíris desplazándose
majestuosa fuera de su alcance.
Un rayo de sol lo cegó aterrizando en
medio del cantero de margaritas,
tomando una para deshojarla
mientras reía viendo las nubes
convertirse en juguetes y mascotas,
hasta que el cielo se oscureció.
Su madre lo tomó en brazos,
dándole un chirlo por haber
pisoteado el jardín de su abuela.

VII)

Los encontró,
blanco y negro
huyendo del frío,
por siempre vigilando
nuestra casa.
Corriendo por el tejado,
pasando la posta
a los que vinieron después,
jugando con la bestia negra
durante el atardecer.
Un espejo en el que vernos,
tanta fidelidad incluso
al final cuando partieron
hacia las estrellas,
desde donde vigilan
los pasos que damos
los que quedamos
para recordarlos.

VIII)

Allí no nieva, sólo es una ilusión, porque en lo profundo siento que he cruzado la frontera como tantos otros. 
La loba ha venido conmigo cuando ella se presentó, sonriéndome y le devolví el cumplido, espada en mano.

No es que tuviera otra opción, en ese momento su fúnebre crespón llenó el cielo de naves de guerra, negras y frías, pero sólo sentí el calor de mi acero antes de emprender la batalla final. 
Así que dama mía, solitaria y errante, hoy te devolveré el gesto, no esperes que pida compasión pues esta no es sino otra gloriosa batalla. 

Si te quedan dudas mira el blasón insigne, cubierto de marcas, un mazo y un cuervo en el centro, esta es mi señal, la que me ha guiado por éste sendero, la que me llevará hacia otra contienda, pero por única vez seguro de que aquí sólo existe la gloria, el rencuentro y espero, suficiente Malbec. 
Ven mi loba, busquemos a nuestros hermanos entre estos salones de acero que se abren detrás de la tormenta que la dama oscura desató.

IX)

Por qué he de padecer todas estas lágrimas
que las páginas terminan secando,
pero cuando alguien abre el libro
por primera vez vuelven a surgir.

No son varias vidas como piensan otras obras
es una sola y me ha tocado una que ya no quiero,
lo único de heroína que hay en mi
es el dolor de cabeza tras haber caído en
las garras de esa maldita adicción.

Me desangro, anhelando un amor
pero tú, mi autor y mi dios
sólo me das dolor amarillo
envuelto en un mar de tiempo 
y tinta seca.

X)

En la esquina de Ajó, entre la Ría y Tuyú, ocurre una situación muy extraña. Hay un lugar en donde el trabajo (también llamado laburo) es un misterio.
La gente parece estar haciendo de todo, menos laburar. Los empleados desaparecen sin aviso, las empleadas mecen a los vástagos de otras personas mientras se intenta una conciliación.

Un hombre habla solo, cuenta los pasos que da hacia adelante y luego salta para atrás escapándole a la puerta de entrada.
Otro individuo se ha ido de pesca, indagando la cantidad de agujas que caen de los pinos e intentando hallar una de color violeta. Tal vez porque le recuerda al vino que bebió la noche anterior.

Eso sí, a las dos de la tarde se almuerza sin excepción. No importa lo ocupado que estén o si no están allí, el almuerzo tiene la atribución de traerlos a todos de regreso.
Y hasta alguno se queda relojeando a los demás para poder pasar el último pedazo de pan sobre los restos de la salsa. 

Luego es la hora de volver a casa, un merecido descanso.

De regreso a Océano

Disfruto cada segundo,
desde el momento en que
avisto la entrada,
hasta ver el mar
ese eterno espejo de
nuestras vidas, besando
la arena de la playa de Océano.
Los sonidos familiares de la infancia,
los afectos, nuestros pasos
sobre la tosca, el rocío de la 
mañana y el sol del verano
que se precipita hacia el otoño.
Todo un conjunto de sabores
y esperanzas que se funden
como la leña con el fuego.
Aquí soy feliz.

Historias breves

I)
Entonces ya no necesitó la armadura,
el yelmo regresó al suelo del que había surgido
y se liberó de las cadenas que lo habían sometido
durante tanto tiempo.
Un grito de batalla, más aterrador que el de un orco,
emergió raudo de su garganta, 
sus hermanos ocuparon la primera fila.
Todo ser viviente habría de pelear en esa última batalla
sintió el poder emanando del martillo que portaba,
lo alzó al cielo y la luz recorrió las filas de ese ejército,
que se aprestaba para la gran contienda.
La oscuridad crecía, pronto sólo se escuchaba la respiración
de quienes esperaban el momento de la oleada definitiva.
Y entonando un himno de batalla, bajo la luz del sol rojo
que se debatía contra las hienas del averno, avanzaron,
cargando la luz del mundo hacia la oscuridad infinita.

II)
Cerca de las montañas eternas, yace la vieja taberna
del Trueno y el Metal, concurrida por un sinnúmero
de viajeros que se acercan a ese lugar buscando
una de las delicias de la casa.
Desde el pesado vino de Creta hasta las pastas
del pantano de Palenciano, sin mencionar las recetas
de la tía MoonSpell, las que son muy populares en toda la región.
Y es así como los gigantes, entre tantos otros, 
bajan a beber al llegar la primavera al valle.
Ellos moraban aquí cuando los dioses descendieron de las
estrellas y le dieron forma al mundo, el cual ha cambiado
bastante desde entonces pero los gigantes siguen sobreviviendo.
Los gruñidos son una forma de comunicación entre ellos,
la esposa se veía enojada ese día y él no tuvo mejor idea
que enzarzarse en una discusión con un orco pasado de copas.
Encima, los orcos son sumamente belicosos si beben demasiado
y a éste no parecía importarle el tamaño de su contrincante.
La pelea amenazaba con destruir el lugar, el orco nunca anda 
solo y la banda no tardó en presentarse. La gigante se deshizo
de ellos, mandándolos por los aires y regañando a su marido.
Los gruñidos pronto se perdieron montaña arriba, mientras
el goblin que dirigía a estos dos enormes seres se llevaba
el oro de los orcos que aún no recuperaban la conciencia.

El viajero saboreó la espumante cerveza, la que hacía
juego con la barba blanca que la capucha dejaba ver.
Desplegó el viejo mapa sobre el mostrador vacío,
más allá de las montañas moraban los bárbaros
y aún más al norte las amazonas.
En ellos encontraría a los compañeros de viaje
para enfrentar la travesía que le aguardaba,
se ciñó la capucha verde, comenzando a silbar
mientras se alejaba con su hacha de dos cabezas 
sobre sus viejos hombros.

III)
El guerrero se calza el yelmo
y golpea sus martillos.
La tormenta le corta el rostro
y le agita la barba canosa.
La marea verde viene
y el solo les planta batalla.
No hace falta el blasón
en éste día.
El del orco es quebrado
y queda el recuerdo de la contienda.
Las trenzas de la barba 
marcan las victorias.

Polo

Un partido de polo sub doce, con enormes
chupetines por palos y tomando prestado
los pequeños unicornios de la calesita
de plaza Morena, ahí cerca de Alfonsina.
También usemos los caballitos que han sido
retirados de su lugar, el blanco y negro, el
rojo furioso y el celeste cielo, así no se sienten
menos que los otros.
Incluso llevemos los pinceles, las pinturas
y dejemos volar nuestra imaginación,
así pintaremos el campo de juego
del color de un atardecer ventoso
llamando a todos los que quieran
a unirse a éste último gran invento.
Pueden venir los que amamos,
un can gris oscuro, una loba negra,
una bola de pelos marrón, el carro
de pochoclos, tías, sobrinos, hijos,
abuelos y hasta quien vaga sin rumbo
con la mirada perdida, buscando
el hogar que le ha sido arrebatado.
Así el marcador tendrá un resultado infinito.

Strada (Calle)

Raza de la calle, fiel como pocas,
adaptándose a cualquier cosa
con tal de encontrar un lugar en 
donde guarecerse de las inclemencias.
Resistiendo los embates del invierno,
sufriendo el calor sofocante del verano,
nada de un baño perfumado
más allá de la tierra en donde revolcarse
para desalojar al ejercito de pulgas.
Abandonados a su suerte,
pereciendo lejos de todo cariño
y diciendo adiós en un último lamido
dándole la bienvenida a esa pradera
verde, luminosa, en donde otros ladridos
llaman en la eternidad.

Ocho

El mundo se volvió su vecindad,
dejando a un lado el barril
y entrando en los corazones
de miles de hogares.
Con una pirueta, un golpe de chipote
y más de una ocurrencia te adueñaste
de la infancia de algunos millones.
El ocho guarda una metáfora,
la del sin techo que añora
algo que termine
con su hambre y su soledad.
Te has ido, 
pero sigues aquí.

Del Parque

El club se alza en medio del barrio Parque Almafuerte, en la zona alta de esa ciudad atlántica. Como todas las grandes cosas, comenzó a partir de una idea surgida en medio de un día caluroso de noviembre.
El verano aún estaba lejos pero ya se sentía su presencia, la larga temporada de lluvias llegaba a su fin lentamente. El parque rebosaba de vida, niños corriendo por todas partes como mariposas persiguiendo flores.

El viejo Juan se sentó en su piedra favorita, era una de las pocas cosas que quedaban de un siglo atrás y desde ella contemplaba el paisaje.
Vio a dos pequeños jugando con una pelota, cada uno llevaba los colores de su equipo favorito. La esencia misma del fútbol se encontraba allí, en cada toque y cada remate. Los dos niños se turnaban para ir a buscar el balón cuando éste atravesaba la meta. 

En un momento la madre de uno de ellos los llamó y desplegaron una manta sobre la que comenzaron a merendar, el mate pasaba de mano en mano entre los adultos.
Todo se desarrollaba en armonía, hasta que llegó el señor Ludo. Asiduo del parque, solía frecuentarlo junto con su pequeño hijo y su enorme can.

Mientras  la mascota se dedicaba a hurgar cada rincón de la plaza, su amo jugaba a la pelota con cuanta persona le aceptara el desafío.
El viejo Juan ya había presenciado otras veces ese comportamiento, así que no le llamó la atención que ese individuo no tuviera ninguna contemplación a la hora de ir a marcar a su oponente.

El niño de la remera azul voló por los aires y se quedó sosteniéndose la pierna dolorida, su par de la casaca roja formaba parte del equipo del señor Ludo. Al parecer sólo los de ese color podían jugar en su escuadra.
Al final el organizador obtuvo la victoria por diez goles contra cinco. Ni lerdo ni perezoso decidió invitar al otro equipo a disputar la revancha. Rápidamente se pusieron en ventaja contra un equipo de hombres, mujeres y niños. 

En medio del juego dos pequeños más quisieron sumarse, al verlos el señor Ludo los interrogó sobre su equipo favorito. El resultado fue que siguieron jugando solo tres personas del lado rojo y el resto del bando azul.
El señor Ludo daba instrucciones a su vástago, le ordenaba estar concentrado, pasar la pelota rápido, volver inmediatamente cuando estaban siendo atacados. Parecía la final del mundo.

En eso vio al Muro Fernández robarle la pelota al señor Ludo. La jugada terminó en gol y el organizador tuvo que ir a recuperar el balón. De ahí en más se sucedieron los goles de parte del equipo rojo, al final el señor Ludo fue derrotado seis a tres.
Los miembros del equipo azul decidieron formar el Club Atlético del Parque, un veintidós de noviembre de hace un tiempo nada más. Sus colores son una mezcla de azul y blanco, salvo cuando juegan de visitante que utilizan una casaca a rayas amarillas y rojas.

En él se propicia que la victoria a cualquier costo no sirve, lo importante es participar y ganar una cuestión secundaria. Además el oponente es circunstancial, se trata sólo de colores y forma parte de las reglas del juego.
El club tiene su sede en la intersección de las calles Almafuerte y Paz, ahí en la ciudad de Mar del Plata. El número de miembros es infinito, hace falta una pelota, un mate, un día soleado y alguna otra excusa.

Nota: el señor Ludo sigue buscando alguien al quien desafiar, se lo ha visto acampando en todas las plazas de la ciudad junto a su enorme mascota.

Ganímedes

Sentía que flotaba, un cometa pasó
cerca y puedo acariciar la estela que dejaba.
Incluso llegó a ver algunos restos de un viejo
planeta, lejano a su mundo de origen.
Aún recordaba la vastedad de los océanos
y la nieve cayendo lentamente
en el hemisferio norte,
pero ahora sólo había silencio.
Su conciencia estaba intacta
pero el cuerpo no era sino
un recipiente que se vaciaba
al igual que un cántaro lejos de la fuente.
Recordó a sus padres,
los rostros sonrientes inmortalizados
en la foto que guardaba en su cuarto.
La sonrisa de su ahijada,
los besos de su amor
y las lamidas de un can negro
que encontró en la calle.
Su lugar era el de una luz
en el firmamento, 
allí los encontraría nuevamente
y esta vez para siempre.

Dejando el rastro

Aún puede verse el rastro de su andar,
por el sur de La Pampa.
Nunca le hizo asco a nada,
changa o trabajo el salía
al galope ante de que despuntara
el alba y empezaba su labor.
Cuando tenía techo se dormía en paz,
pero ansiaba el manto de las estrellas
y el sonar de la bigüela mientras el
fuego crepitaba.
Cuando le faltaba comida,
usaba su viejo facón para
juntar los cardos 
y con pan molido,
duro de tantos días,
los freía y seguía esperando
que el viento soplara desde
otra dirección.
Aún hoy puede verse su rastro
por los pagos de Tres Arroyos,
ahí cerca de los linderos
de La Verbena.

Maldito lunes

El lunes tiene un plan, concebido a través de los siglos
desde que le dieron ese lugar privilegiado 
al comienzo de la semana.
El martes es su cómplice en eso de fustigarnos con las rutinas,
el cansancio con el que ansiamos que sea viernes por la tarde
para poder asirnos a ese descanso como náufragos.
Y mientras pasamos el sábado apacible a la espera
del domingo en el que haremos un asado,
el lunes se ríe de nosotros sabiendo que nuevamente
estará ahí a la siguiente semana.
Condenándonos con su marcada monotonía,
haciendo que deseemos alejarnos cuanto antes
de esa jornada que volverá en la próxima vuelta.

El faro

El faro emite una luz a veces tenue,
pero está ahí alumbrando las noches eternas
y señalando el camino de vuelta a casa.

Es la luz que hemos dejado para ti,
el mejor de todos nosotros
por si alguna vez decides regresar.
Hecho de un material imperecedero,
plagado de los recuerdos que han de persistir.

Es una enorme torre llena de sueños y de esperanzas,
guardando los pasos de quienes lo erigieron
con la esperanza de que tu partida sea 
momentánea, incluso si el hombre reemplaza al niño
al regresar por esa delgada línea paralela a la costa.