martes

En viaje

I)
El sonido del viento 
golpeando contra la nave
me ha adormecido.
La noche lentamente
comienza a cubrir la verde llanura.
Vuelvo a la ciudad de plata,
esa que espera tras la niebla
como un gigante dormido.
Regreso a casa, 
portando mi armadura
ya que mañana habremos de batallar.
Pero vuelvo
y sólo eso importa.

II)
Al fogón nos hemos arrimado,
a oír la guitarra sonar
mientras la carne se asa
y las copas se llenan.
Bajo un cielo frío
cubierto de luceros,
las llamas nos arropan
y nos vamos acompañando
a la copla que ha de volver 
algún día entre la bigüela
y un abrazo amigo.

III)
Cuando el viento acaricie
los surcos abiertos en los campos
y las gaviotas vuelen
reclamando su festín,
allá donde los arroyos
se juntan, la copla ha de
traer de regreso tu nombre
mientras el bombo repiquetea
al igual que cuando éramos jóvenes.
Y esa huella del arado,
pampa tierra de mi alma
ha de seguir dejando una marca
igual a la que nos obsequiaste
con tu presencia en esta vida.

IV)
En las ocurrencias de Clara,
en los besos de una madre,
en cada amanecer y en el
vuelo de los pájaros 
sobre el cielo violeta,
hay un suspiro tuyo.
En los consejos de Ana,
en la calidez de mi vieja
y en los ojos extraviados
de quienes abandonamos
en la calle, hay una parte de ti.
En los versos de Horacio,
en la guitarra de Angus
y en el oleaje del mar
se halla tu presencia.
En el correr de los días,
en las estrellas en el firmamento
y en el recuerdo de los seres
queridos ahí estás tú.
En la palabra dada,
en un te quiero
y en las lágrimas que derramamos,
en el alma que nos diste,
en el vino, la tierra 
y en cada omisión que cometemos,
te encontraré inevitablemente.

Otras historias

EL LIBRO ROJO.

Parte I)

Accedí a un ejemplar del tomo rojo, el que simplemente se materializó anoche en mi habitación. Estaba buscando mi teléfono cuando noté que encima de mi lecho había algo que yo no dejé allí. Las crónicas me dieron la pauta de que no estábamos solos, no necesitaba ver el cielo de esa noche helada para saberlo.

El cronista se deslizaba a través del tiempo, mostrando como todo no era más que un plan organizado para poder tener el control. Aunque en ese momento no comprendía la gravedad del asunto, me llenaba de conocimiento pero sólo si sabía interpretarlo y la ignorancia muchas veces era un manto protector cuando los enemigos acechaban.

Los intereses de los involucrados en cada acto de saqueo, asesinato, guerra, sabotaje, montaje de pruebas, etc., obedecían a llenar las arcas de un solo culpable.
Alguien que desde las sombras los manipulaba para que a cambio de una pequeña dádiva pusieran a millones a merced de él, su nombre permanecía en el anonimato pero me resultaba más que lógica esta deducción.

Así el amanecer me encontró fumando de nuevo, hacía años que no encendía mi pipa pero siempre tenía una provisión de tabaco. Entonces escuché una frenada, la reja rechinó un instante y supe que venían por mí.
El libro se desmaterializó, abriéndose en su lugar un portal que simplemente me engulló mientras a mis espaldas escuchaba maldiciones en una lengua que no era la de mi lugar de origen.

Entonces caí de bruces, a lo largo de la noche de los tiempos e inicié éste viaje para evitar que aquel manipulador siga saliendo victorioso.

Parte II)

La chalupa deja atrás el océano, internándose en los pantanos. Aún siento el olor de la sal en mis fosas nasales, el mar siempre ha olido a libertad.
La explosión sacude la calma que reina en la noche, los pájaros en los arboles cercanos huyen asustados. 
Descargamos lo que obtuvimos en la bodega de aquel navío, algo hace que me aleje del círculo de luces un instante antes.
Una ráfaga termina con la vida de mis compañeros de viaje, luego alguien ordena hacerse con nuestro botín. Puedo entender su lengua, aunque nunca me la hayan enseñado.
Y entonces, el libro rojo se abre comenzando a desdibujarse la escena. Otra más en éste plan premeditado, entrando nuevamente en el portal con la esperanza de volver a casa.

Parte III)

Siento la caricia del sol mientras floto por el espacio, ni siquiera sé cómo he llegado aquí. Abajo, en la superficie gris se encuentra la vieja base estelar. Un montón de hierros asentados en el fondo de un enorme cañón.
Lentamente me acercó, los propulsores me llevan hacia mi destino. Sin embargo algo no anda bien, veo la base desintegrarse antes mis ojos.

El planeta azul yace lejano, un cometa cruza el espacio rumbo a nuestro hogar dejando una estela de destrucción a su paso.
Entonces se incrusta en la Tierra, generando una enorme explosión que se ve a lo lejos.

Todo es silencio mientras el planeta se consume y nuevamente soy arrastrado por el portal. 


BABEL.

Preludio).

La espada no busca la venganza,
sólo es una ilusión, hasta que pruebas
el acero forjado en ese lugar oscuro
del alma que no puede morir.

Caen de a cientos, a todos los cegó
el mismo brillo maldito llamado ambición,
la corriente roja se los lleva hacia un lugar
de llamas y desolación.

Hoy los perros del hombre han sido acabados
por el lobo que ha vuelto a reclamar su paga,
en esta noche oscura en la que la luna se ha
negado a salir para no verse color carmesí.

Y es así en todas partes, encolumnados detrás 
de su ambición de poder creyeron que jamás
les tocaría rendir cuentas, hasta ese día maldito 
en el calendario.

Un toque imperceptible, otro bastardo más
debe pagar y su sangre forma el río
por el que atraviesan quienes son sometidos
a juicio en esa noche.

Las almas de los que fueron víctimas aguardan
clamando justicia desde lo profundo de la tierra,
mientras arriba la espada se mueve enviando
más y más seres a enfrentarse con cientos
de miradas inquisidoras.

I)

Y en el último lugar del mundo llamado civilización yace Babel, en donde la oscuridad reina y apenas una tenue luz de lo que antes era el bien subsiste débilmente aunque hayan querido apagarla durante siglos. 

Las calles se ven sucias, llenas de corrupción pero la niebla, la oscuridad, el materialismo de los que gobiernan  cubren todo esto de los ojos de los demás. Los perros van de acá para allá, famélicos y agresivos, un anciano que ha visto tiempos mejores observa con sus cansados ojos fotos veladas, recuerdos de épocas mejores y apenas ve al viajero que atraviesa la lluvia hacia el corazón negro de esta ciudad de perdición.
Los que se han vuelto poderosos, a costa del sufrimiento de los otros, permanecen inconscientes de que aún en ese manto que le han puesto a la ciudad que duerme alguien más fuerte los observa.

II)

Y la única luz venía de la pequeña capilla, el último resquicio de esperanza, el camino de adoquines conducía hacia ella a través de las lápidas y las estatuas de los ángeles que custodiaban a los que habían partido.
La puerta emitió un chirrido cuando el penetró en aquel salón, las velas encendidas se agitaban levemente, tomó asiento en uno de los bancos del fondo apoyando la espada contra el respaldo.

Cuando despertó ya era medianoche, el sacerdote lo observaba y sin mediar palabras los dos contemplaron la luz que desde el cielo se reflejaba sobre el altar.
Sin decir nada el viajero se dirigió hacia la parte de atrás del pequeño templo, volviendo a perderse en la oscuridad rumbo hacia la torre que como un pilar deformado se extendía a lo lejos.


III)

Hogueras, los desposeídos las han encendido para huir de la inclemencia del tiempo y del desarraigo de aquellos a los que les ha sido quitado todo excepto la vida.
Una sombra se mueve rápido, reflejándose en las paredes, un rastro de destrucción siembra a su paso. Cualquier objeto sirve para lograr el fin, botellas rotas, hierros extraídos de las derruidas construcciones, huesos de la última cena de alguien que huyó de prisa, pedazos de vidrios, picos, mazas y palas.
No hay piedad esta noche, muchas veces esperó a que volvieran al camino que marco desde el comienzo de los tiempos y ahora simplemente los pecadores deben pagar.

IV)

Dentro de la torre la indolora sonó ominosa, cientos de casquillos se esparcieron por el suelo sucio, emitiendo un haz de luz y destrucción, marcando las balas las paredes, destruyendo los recuerdos, la risa del asesino se mezclaba con la cacofonía de los disparos.
Su respiración se oía agitada cuando dejó de apretar el gatillo, el olor a pólvora inundaba aquel lugar, las gotas de agua repiqueteaban contra el piso y el puñal voló de la nada dándole en la garganta, matándolo antes de tocar el suelo.
Se inclinó sobre la ametralladora, emitiendo un último estertor mientras el viajero se dirigía hacia arriba dejando un camino de cuerpos a su paso, la espada parecía ser una prolongación de él.

V)

Pecador el hombre, pecadora la mujer, el utilitarista, ella materialista, no hacía falta la confesión, nada escapa a sus ojos.
Las personas les servían a sus fines de encumbrarse, los bienes la mantenían cómoda y sus lacayos le endulzaban los oídos con adulaciones sobre su belleza.
El cayó primero, un leve movimiento del brazo del viajero y se terminó su existencia. Ella huyó aterrada atravesando las cortinas de la habitación, destruyendo los vitrales en su viaje hacia el pavimento.
El viajero contempló la oscuridad, viendo por primera vez como la luz comenzaba a crecer.

VI) 

Las calles están silenciosas, lentamente las personas vuelven a recuperar el control de sus vidas, ya no hay sometimiento ni humillaciones, un bebé llora cortando la calma de la mañana.
La niebla ha comenzado a disiparse, la lluvia viene para reemplazarla lavando los pecados del mundo y la campana de la iglesia llama a sus hijos una vez más como un faro guiando a las naves a salvo de los colmillos del abismo.
Shiu se aleja caminando en la lluvia, esta pronto ha de cesar y el sol comenzará lentamente a iluminar aquel lugar con su fuego eterno. El alma yace resguardada tras la espada o en ella misma.

VII)

Siempre hay alguien esperando el momento en el que hacerse con el poder y la caída de los Señores de la Torre  marcó el comienzo de ello. Los grupos de malvivientes abundaban, soldados sin amos, mercenarios y asesinos siguiendo a alguien más violento que ellos mismos.

La aldea yacía desierta, se observaba que no hacía mucho tiempo sus moradores cultivaban para sobrevivir. Ahora sólo quedaban casas chamuscadas, rastros de sangre e indicios de una matanza.

Encontró a Marko sentando en la entrada de lo que quedaba de su herrería, portando un enorme pedazo de metal que le recordó a los troncos que su abuelo solía cortar en lo alto de la montaña.

El herrero se había ocupado de una parte importante de las fuerzas que ese día asesinaron a los suyos, empleando las armas que el mismo forjó. El metal y la carne se habían fusionado, concentrando la energía del sol para devastar a la horda de asesinos, una tumba común de víctimas y victimarios.

Así en el atardecer emprendieron la marcha rumbo al enorme desierto, en busca de la última estación por la que el gusano que lo recorría habría de pasar hasta llegar a la ciudad en las orillas del viejo mar.

El herrero se calzó su viejo yelmo, portando tan solo “aquel brazo armado” y uniéndose a la espada que el viajero llevaba. 

VIII)

El tren viene, como un gusano de metal moviéndose por las tierras devastadas de éste planeta. En su interior se esconden placeres que traerán la perdición, la razón por la cual la torre fue construida y cayó.

La razón por la que la espada busca venganza, algo se ha perdido en esta lucha sin cuartel y él lo sabe más que nadie. 
Esperando en esta estación vacía, solo había demonios y esbirros a los que vencer, poca paga para la sed del acero.

Además el herrero también quería cobrar alguna ofensa, ambos esperan. Unas gotas de la lluvia acida se filtran por las grietas de la vieja estación, pronto el tren llegará y entonces se desatará la batalla final.

Pronto el acero beberá hasta saciarse.


EL ALTAR DE PIEDRA.

Depositó la urna sobre el altar de piedra, ningún ornamento decoraba el mismo, señal de la simpleza que recubría a aquel pueblo. Todos los deseos materialistas quedaban encerrados allí, de esta forma aquella civilización subsistía a través de los siglos.

El comercio con las naciones vecinas se desarrollaba por medio de las naves dragón que cruzaban el ancestral océano, hacia cada una de aquellas islas solitarias. Al norte de la ciudad se encontraba el desierto, que guardaba la memoria de un pueblo desaparecido varios milenios atrás.

Ellos habían sido los primeros en forjar objetos preciosos y armas de destrucción, su riqueza era tal que la ciudad brillaba bajo la luz del sol. Por la noche se veía un resplandor emergiendo de entre las paredes de aquel lugar.

Un día la codicia lo destruyó todo, fueron víctimas de sus anhelos inmensos, de la ambición desmedida y la arena los sepultó en un abrir y cerrar de ojos.

Así, los nuevos habitantes de aquel mundo emigraron a la costa en donde levantaron un nuevo hogar. Encerraron en una urna de piedra todos los deseos impuros, iniciando una época de prosperidad en base al trabajo en conjunto.

Sin embargo, el viento cálido del desierto aún guarda la historia de los primeros moradores.


VIVIENDO ENTRE ORCOS.

Sintió que flotaba, como si su cuerpo se hubiera desvanecido y sólo quedara la conciencia.
No supo cuánto tiempo estuvo así, hasta que sintió un dolor intenso en las costillas y lamentablemente fue traído de regreso a la realidad.
Una larga caravana de esclavos lo esperaba, los tratantes tenían cara de pocos amigos y unas manos enormes se cerraron en torno a él levantándolo por los aires.
Para cuando reaccionó se encontraba marchando como uno más, sumando su andar cansado al de los demás pero la mirada en alto mientras todos a su alrededor parecían estar vencidos.
Uno de los guardias montaba una de ésas feroces bestias de carga, parecidas a otro ser con el que a veces soñaba mientras lo perseguía por la sabana de algún remoto lugar que quedaba escondido en la mente.
Sintió un latigazo en la espalda y se volvió para ver como uno de sus captores lo miraba con desprecio; y eso fue lo último que alcanzó a distinguir.
Una enorme sombra cubrió el cielo, gritos, sorpresa, destrucción y fuego; todo comenzó y terminó demasiado rápido para poder saber cuánto tiempo pasó.
Y entonces se encontró solo frente a la enorme oleada verde que bajaba de las colinas, mientras el dragón lanzaba un alarido triunfal que cubrió como una sinfonía de destrucción el aire de la mañana.

Los orcos no eran nada amistosos con los humanos y muchos menos con los esclavos, a los que consideraban menos que escoria; lo dejaron en una de las chozas que formaban el improvisado campamento, todo era así al parecer en esta sociedad de guerreros que vivían en constante movimiento y eran difíciles de rastrear.
De dónde había sacado toda esa información no tenía ni la más remota idea, pero así era como estaban dadas las cosas y él lo aceptaba; era el único que no había sido tocado por el fuego del dragón, los demás sucumbieron frente a la huida de las bestias de los esclavizadores o muertos por las armas de estos en cuanto intentaron hacerlo.
De los tratantes no quedó ni el rastro, los orcos los dejaron sin vida en un abrir y cerrar de ojos; al parecer era el único humano vivo por aquellos lugares. Fue confinado a ese lugar maloliente hasta que un día se acordaron de él y lo arrastraron frente al piel verde más grande que hubiera visto hasta entonces.
Tras una larga charla con el Jefe de los orcos, éste decidió usarlo para reparar los techos y alimentar a los enormes lobos negros que los guerreros usaban para moverse; uno de ellos era un cachorro que le causaba problemas constantemente, al hurtarle parte de la comida de los demás y provocar peleas entre estos y la madre del indisciplinado cachorro.
Un día tuvo que abrirle la boca a una de ésas enormes bestias para soltar al indefenso lobezno y se ganó unas cuantas heridas al pelear contra el atacante, mientras los demás orcos miraban sin intervenir; al final el Jefe dejó que cuidara al cachorro, al que llamó Brisa Nocturna dado que lograba meterse en su choza sin que los guardias lo vieran llegar.

Una noche el joven lobo lo llevo fuera de su prisión, rumbo hacia el lugar en donde residía el Jefe de los orcos. 
Eludieron a los guardias sin problemas, dado que él había aprendido a moverse con su hermano como si fueran uno solo.
Cerca estaba el depósito en donde los orcos guardaban las provisiones, así que los dos se dirigieron hacia ahí a darse una panzada; y entonces el humano vislumbró un destello a su derecha.
Alguien más se movía entre las sombras rumbo hacia el lugar en donde moraba el Señor de los orcos; y pese a que habían tratado de disimular sus aceros alguien se había equivocado y la luna delataba el brillo.
Tomó uno de los cubos con los que le daba de beber a los lobos y derribó al primero de los atacantes; los otros dos salieron despedidos por la puerta y detrás de ellos surgió el enorme orco armado con dos pesadas hachas.
Al verlo allí junto con Brisa Nocturna y a sus guardias totalmente dormidos decidió tenerlo a su lado; eso sí, el cachorro de lobo se quedaba afuera.

La noche corre de prisa, y mientras hemos hecho un alto finalmente en nuestra guerra contra los esclavizadores del este, he decidido dejar asentadas mis memorias como una muestra de que estuve aquí.
No recuerdo de dónde es que vine, por eso sólo tengo el camino que se abre adelante y la magia que me ha sido conferida sirve para ayudar al que ahora es mi pueblo.
Los orcos, fuera de los relatos tradicionales, son seres llenos de honor y con una enorme disciplina; los he visto cargar a los heridos mientras siguen peleando, reparar los pueblos que la raza de los tratantes arrasa a su paso y tener una enorme conexión con los dragones de éste mundo, aunque sólo he visto uno y en una única ocasión.
Tras varios años de estar aquí, he descubierto la magia o ella simplemente se despertó, cuando en medio de la batalla mi noble amigo y compañero, había caído herido y estábamos rodeados por enemigos.
Sentí una enorme furia crecer dentro de mí y mientras mis nudillos perdían todo rastro de sangre, volviéndose blancos como la nieve de mi mundo una descarga brotó de mi ser para derribarlos y enviarlos hacia la oscuridad.
Después de ello me tomó varios días poder saber qué era lo que había pasado, pero desde entonces el lazo con los orcos se ha vuelto indestructible.
Sé que hacia el norte se encuentran los humanos, aunque el relato sólo habla de arrogancia y desinterés por todo aquello que no ocurre en la gran ciudad amurallada, aunque noto un gran poder allí; y es mi curiosidad la que me llevara a acercarme para saber de qué o de quién emana el mismo.

El amanecer llegó y entonces el hechicero dejó a un lado la pluma para poder descansar un poco, al lado de su fiel compañero y a la espera de lo que vendría; no tenía apuro, podría seguir maravillándose con éste mundo mientras aquel del que venía desaparecía entre los recuerdos borrados por la lluvia del tiempo.

domingo

Burbujas

La luna emerge roja desde el océano,
su brillo es ahora color carmesí
y el caballo de guerra que viene 
de ese lugar cabalga por la orilla.
Sus cascos encienden la costa
el mar tendrá trabajo para apaciguar 
las llamas de ese andar furioso.
Somos eso, burbujas yendo hacia
la superficie en ese azul infinito
que es nuestra existencia.
Sin saber cuándo el mar 
la volverá un recuerdo en el oleaje
que ahora combate las llamas.

Paintkiller

Despedazando cuadros,
acaso hay otra forma de contar
estas historias que no sea viviéndolas.
Así ha sido,
desde un lejano enero 
en el que el mensajero llegó
y desató la tormenta de acero.
Así será,
viviremos en los versos que creamos
mientras el tiempo pasa
y ellos se vuelven imperecederos.

Cuento

Me despojé de la armadura, el casco, la lanza y la espada,
todo me pesaba demasiado así como aquella jornada
que tocaba a su fin, finalmente se terminaba.
Entonces, libre de lo que me resultaba una carga
hice sonar mi cuerno de batalla y la caverna comenzó
a iluminarse con el brillo del ser que se acercaba.

El dragón me contempló inquisidor, sus ojos dorados
escondían el brillo de miles de soles y de otras tantas eras.
Éste mundo se le mostraba demasiado joven e irrespetuoso,
lo llamaban bestia sedienta de sangre y cosas peores
aunque jamás lograrían ver su grandeza.

Y tras el escrutinio, tomé un pesado hueso
aventándolo cuesta abajo, a lo que siguió el inició
de la persecución por parte del enorme ser.

Esa noche tendríamos varios toneles de vino,
traídos de la reciente cosecha de la ciudad del valle.

Callejón

Cortésmente me echaron por la puerta trasera del salón de gala, fui a dar al callejón húmedo y repleto de los restos de tantas otras cenas como esa.
Al ponerme de pie conocí a Polo, me extendió el sombrero con una mano y con la otra una botella de fino néctar, conocido como José Cuervo.

Me contó que a él también lo habían excluido de una de esas reuniones para gente bien, puede que sobrio contuviera lo que pensara pero con unas copas encimas se le había ido tal restricción.
Y en cuanto a mí, tuve el mal tino de decir que ese eslogan de la libertad, la igualdad y  la fraternidad sólo servía para formar personas con el manual del alumno bonaerense.

Fue como si de pronto la música cesara, las risas se acallaron y dos gruesas figuras me condujeron hasta afuera.
Así que en medio de ese callejón de la ciudad, brindamos por todas las cosas que se iban perdiendo de a poco, en nombre de esta maldita civilización.
Luego Polo me contó, que seguía escribiendo sus notas en un blog y que venía a éste lugar a hurtar las botellas a través de un agujero en la pared del depósito.

Carpe Diem

La nariz roja yace sobre la nieve,
el payaso ya no ríe y el mundo
siente esa dura partida.
El capitán se ha marchado
dejando el recuerdo a sus estudiantes,
su voz queda en el éter
mostrándonos cuan hermoso es
éste mundo si aprovechamos
el día que nos toca vivir
sin quejarnos tanto.
Hacia esa tierra lejana va,
llevado por una mano invisible
a la última morada de los poetas.

¡Oh capitán, mi capitán!. Robin Williams (tomado de Walt Whitman).

Creador

Todo está en silencio,
el sol debajo apenas ha comenzado
a desperezarse  y el ve cada vida
agitándose como una llama ante el viento.
De sus manos gigantes se desprenden
enormes burbujas que contienen
la existencia de cada ser del mundo.
Ve a uno de ellos, padre, madre, hermano,
hermana, hijo, hija, dejando una marca
en la vida de cada persona a la que ha amado.
Un toque sutil con la aguja dorada que cuelga
de su cuello, el encanto se ha roto y el alma
vuela hacia sus dominios.
Observa el caos que rodea a una franja de tierra
devastada por la guerra, ve la codicia en los que
matan de hambre a sus hermanos y para ellos
la escena seguirá repitiéndose.
Ve al injusto tomar un camino espinado,
valiéndose de todo lo que encuentra,
quebrando reglas para poder ascender
y de esa cumbre lo único que baja es
la lluvia de los ojos de su creador
arrastrándolos hacia abajo.

Crisol

De todas partes del mundo
han venido hasta éste lugar,
a través del Océano
que sólo es uno pero tiene
demasiados nombres,
como si con ello le hubieran
querido poner un sello de propiedad.

Del fuego que devastó la ciudad
cuyos muros eran inviolables,
a través de los caminos que conducían
hacia un solo lugar viajaron
y se asentaron aquí ellos, inmigrantes.

Costumbres y lenguas distintas
fundidas en un solo crisol,
para dar lugar a la Patria que
resplandece aún color plata,
aunque el saqueo haya sido enorme
y la memoria muchas veces falle.

Y así cargando al anciano Padre
entre sombras, fuego y esperanzas,
se hicieron a la mar buscando 
la tierra a la que llamaron hogar.

De distintos pueblos hicieron una 
sola nación que nos pertenece a todos,
aun a los que moramos en la otra orilla
porque la sangre de Eneas corre
por nuestras venas y mientras haya
uno de nosotros siempre perdurara
el recuerdo como un tambor
latiendo en lo profundo de nuestras almas.

Cae el martillo

En el comienzo, aún antes de que los dragones poblaran éste mundo y de que los enanos buscarán metales preciosos en las entrañas de la tierra, el Hacedor forjó con sus enormes manos las montañas del norte.
Los lagos surgieron de entre las grietas que abrió con su poderoso martillo, haciendo que éste volara hacia los cielos para dar lugar a las estrellas, resquebrajándolo, coronando el relámpago la cima de la Forja del Trueno.
Sopló creando al viento, hizo que corriera como una leve brisa por los bosques que nacieron tras la primera lluvia, alejando al océano de las costas del primitivo continente y permitiendo que la hierba lo cubriera en lo que para él fue solo un pestañeo. 
Luego dirigiéndose a las entrañas de las montañas de nieves eternas apoyó sus manos sobre su mazo, comenzando su largo sueño, mientras el mundo que había creado crecía lentamente.

I)

En el páramo desierto se levanta la torre blanca, aunque en ella solo reside la oscuridad. Los que ansían el poder la construyeron como un tributo a su propia codicia, atrayendo a los que como ellos tienen el alma navegando entre tinieblas.
Y así los hombres de la ciudad, los magos, los elfos del bosque, los poderosos orcos del desierto e incluso los dragones comenzaron a rendirle tributos al ser que habitaba allí, al que llamaron Señor, haciéndose la guerra entre ellos para ganarse su favor, cuando en realidad sólo estaban dándole más poder, al ser menos los que quedaban para oponérsele.

Únicamente un puñado de hombres libres que vivía en las costas lejanas se negaron a responder al llamado, sabiendo lo que en el pasado les había costado y erigieron una fortaleza al borde del mar, el Último Pueblo Libre lo llamaron. Así ellos, con la ayuda de los que vivían en medio del océano se resistieron al poder de la Torre Blanca derrotando a cualquier enemigo que los asediará.
Y en esos tiempos difíciles cualquier ayuda era bienvenida.

II)

La nieve se ha extendido sobre los campos, cubriendo lentamente lo verde de blanco, mientras los aldeanos tratan de poner al resguardo la última parte de sus cosechas. Todo es silencio en las horas en las que el mundo se sumerge en oscuridad, apenas algunas luces brillan más allá del bosque del sur.
Ni siquiera las criaturas de la noche se animan a salir en medio de la helada que cae, el invierno ha venido para quedarse, y así las horas van lentamente a la espera de que el sol con su tenue luz les dé un respiro de las tinieblas.
Sin embargo el alma del guerrero no descansa, la fogata es como un faro atrayendo a los que están extraviados, se apretuja la capa mientras sus ojos contemplan el corazón del fuego. Las chispas brotan como los recuerdos en esta noche, una bocanada las acompaña en su viaje hacia el cielo.

Lejos ha quedado el páramo desolado en donde libraron la batalla contra las huestes del averno, él y sus hermanos de armas vencieron trayendo paz a la tierra, sin embargo los humanos no aprendieron la lección. Siguieron deseando tener más poder aliándose con los habitantes del bosque en la búsqueda de riquezas.
Incluso la horda verde que habitaba el desierto parece insignificante al lado de la ambición enferma, lo mejor era permanecer lejos de las ciudades, errando eternamente por el mundo libre, apartándose de toda esa atmósfera irrefrenable de materialismo.
La noche extendía su manto sobre éste mundo, el fuego crepitaba y el recordaba bocanada tras bocanada. Sintió que su mazo brillaba antes de que el viajero se acercara a compartir con el aquel momento de silencio.
Clavó la lanza a un costado, el lobo se recostó a sus pies, el otro permaneció en las penumbras, incluso advirtió un aleteo en lo alto acompañados de un susurro. Bebió con el recién llegado, el martillo no cesó en emitir un leve resplandor y como si hubiera sido un instante se encontró de pronto solo.

No sabría decir cuánto tiempo pasó, de pronto algo hizo que se apartará de la fogata justo a tiempo. Los tres se materializaron precisamente sobre el fuego, Púrpura corrió con su capa encendida, Azul trataba de recordar el hechizo contra incendios, Blanco había sufrido una mutación por aquel brusco aterrizaje y perseguía al primero tratando de avivar las llamas mientras se reía como un demente.
Thorval arrojó agua sobre el pobre mago y con el balde vació le dio un golpe a Blanco quien recobró la cordura.

- Veo que pudiste revertir el hechizo de petrificación dijo dirigiéndose a Azul, aunque tu transportación sigue siendo pésima. No se te ocurra invocar un conjuro para avivar la fogata o incendiarás el bosque. Lo último que necesito es atraer a los orejas largas hacia éste lugar.
Dicho esto encendió de nuevo su pipa, ocupando su lugar frente a la fogata, al tiempo que los tres magos hacían lo propio para poder discutir los planes de aquella nueva incursión.

III)

Ascendió a través de los escalones labrados en el corazón de la montaña, la luz de la antorcha iluminaba su andar apresurado hacia la cima.
La arrojó a un lado en cuanto logró llegar al antiguo salón, invocó a sus ancestros blandiendo su matillo y aquel lugar sumido en la oscuridad se iluminó de súbito.
Contempló la enorme estatua de piedra, la larga barba, la poderosa armadura  y el mazo del gigante dormido. El suyo comenzó a brillar sintiendo como el poder fluía en ese recinto, todo a su alrededor se desvaneció un instante hasta que se encontró portando la armadura del Hacedor del Mundo.
El Bárbaro había estado conteniendo a los enemigos que trataban de llegar hasta allí, se dirigió hacia su compañero quien en ese momento trazaba los signos de un círculo rúnico al tiempo que pronunciaba un himno de batalla en el lenguaje de los forjadores del acero.
Los tres magos fueron llevados hasta allí, el normando montado en un lobo más oscuro que la hora previa al amanecer y el enorme dragón que moraba en la montaña lejana.

- Es la primera vez que no usas tu único hechizo dijo Púrpura, ahora resulta que debemos soportar que nos arrastren de acá para allá.
- El viaje ha de comenzar dijo Thorval, porque he permanecido dormido demasiado tiempo y mis hermanos se han visto en peligro. Ahora, por el poder que el Martillo me confiere habremos de librar la última de las batallas pues yo soy HammerHand.

La caverna se iluminó aún más, las hordas que los habían perseguido hasta allí fueron arrasadas por el poder que las volvió polvo mientras el Señor de los Enanos pronunciaba la última estrofa de su conjuro llevándolos lejos de allí, hacia donde quedaba el único pueblo libre de la tierra conocida.

IV)

- A las armas gritaba el Jefe Rojo, mientras los aldeanos se calzaban las armaduras forjadas por sus aliados los enanos, llevando espadas cortas y cascos con forma de grifos.
Incluso antes de salir a defender el muro recibían de parte de los taurinos una medida del pesado vino de Creta. Esto era el equivalente a pelear con un fuego ardiendo en el pecho, la última arma contra la oscuridad.

Las huestes del averno habían llegado, los que una vez fueron sus hermanos ahora eran marionetas que servían al poder que emanaba de la torre en medio del páramo.
Oleada tras oleada eran rechazados pero retornaban, hasta que el amanecer los obligaba a refugiarse en las profundidades de los bosques y las montañas, a la espera del llamado de la noche.
Y así fue durante incontables días, los habitantes de aquel lugar resistieron valerosamente hasta que el final comenzó a acercarse a ellos. Extenuados, valientes, unidos, un muro de acero de punta a punta esperaba al invasor.
En la hora más oscura, cuando  hasta la luna parecía haber sido engullida por la oscuridad la campana sonó ominosa, un golpe aplicado por la mano experta del guerrero hacía sonar el viejo metal enano.

Y entonces los magos se materializaron en aquel lugar, el fuego vino desde el cielo cayendo sobre los incontables orcos, elfos, humanos y goblins corrompidos que servían a la torre. Incluso algún que otro esqueleto se levantaba cada tanto del campo de batalla.
Un nuevo golpe a la campana, las montañas retumbaron pues sus moradores eran llamados una vez más. Los ejércitos de enanos, demasiado ocupados en construir bajo tierra, eran inmunes al llamado de la oscuridad. Las espadas derribaban enemigos, los martillos trituraban armas de asedio, las lanzas taurinas manejadas con más precisión que la de un troll llenaban el aire.

Aun así, pese a la resistencia heroica, los enemigos siempre renovaban sus fuerzas. El sol tardaba más en salir, pues el invierno se abatía implacable sobre aquella tierra.
Thorval sintió el HammerHand latiendo, llamándolo desde lo profundo. Contempló el cielo, vio el carro corriendo a través de él como en la fría montaña, los relámpagos iluminaban la noche, sintió el cuerno lejano sonando.

Pudo ver un instante la torre lejana, sintió el llamado emergiendo de allí, pero el martillo eclipsó aquella voz y en una fracción de segundo lanzó el grito de guerra de los enanos, volando el mazo a través de la tierra asediada, atravesando todo lo que se interponía en su camino.
La torre fue quebrada, el poder que allí residía se extinguió en el vacío y entonces el que alguna vez fue un ser de carne y hueso lo observó consternado. Thorval no dijo nada, no había piedad suficiente en el mundo, no ese día, ni siquiera en la eternidad.
Levantó el martillo y al caer éste sólo quedaron cenizas, el viento se ocupó de esparcirlas, luego el guerrero desapareció en medio de la noche en la que la luna recuperó su cielo.
  
V)

Las huestes de Grokk arribaron al Último Pueblo Libre a la par de los enormes drakkars, lamentaron no poder participar en la batalla pero el vino los animó y pronto lo olvidaron.
Thorval encendió su pipa, sintiendo que finalmente el martillo podía descansar, los tres magos levantaron un enorme muro de piedra de estilo griego que remplazó a la empalizada nórdica. El vino de Creta fue repartido en cantidades enormes, los taurinos y los enanos brindaron,  los elfos, los humanos y todos aquellos que fueron liberados del poder de la Torre Blanca se sumaron a los festejos, los orcos aullaron con la cerveza de los normandos y bebieron hasta los gigantescos huargos de las montañas del norte.

El Jefe Rojo se casó esa misma noche, pese a las advertencias de Thorval, tuvo veinte esposas y cien hijos, los que corretearon por las tierras libres por los siglos de los siglos, mientras el Guardián parecía dormido pero los veía en sus sueños, en tanto las estaciones pasaban sin prisa.

jueves

Pelota

Sólo ciertas cosas pueden detener mi andar victorioso,
cruzando por la estación solitaria del invierno
frente a las narices del viejo Pietro
que se empeña en morder mi momento de gloria.

El viento me lleva rauda 
igual que la corriente del río 
hacia donde se le antoja,
nada de besar redes como 
algunas de mis hermanas famosas.

Aquí soy la estrella del espectáculo
entre esos bajitos que me dan puntapiés,
coreados con sus risas
y unas cuantas narices rojas.

Crecer

No te confundas
crecer no es amontonar cosas
alrededor como hace el
tamarisco con la arena
que el viento le roba al mar,
pero el muy tonto piensa
que ha sido un obsequio caro.

Podemos ser tantas cosas
pero tú puedes elegir,
posarte sobre esa piel
que el sol tostará
recorriendo cada curva.

Puedes volverte una caricia
o un latigazo llevado por el
viento del este,
incluso simplemente volver
al océano a golpear con 
el oleaje esos pies desnudos.

Pero nunca serás insignificante,
formas parte de algo más grande
al que llamamos existencia
pero le puedes dar el nombre 
que quieras haciendo que
valga la pena cada segundo.

Deja tu huella pues,
aunque parezca imperceptible
otros ya han recorrido éste camino
dejando una luz que nos guía.

Crecer

Que haya paz en la tierra
que quien la halla no lo haga
en el más allá sino aquí
aunque sea acá.
Cuidados estos sueños
por la mano casi maternal
de una aya, bajo la sombra
vigilante de la haya
en la que hallas cobijo
de la tormenta.

Haya. Halla. Allá. Aya. Haya. Hallas.

Jamsin

Omar ha hecho un alto en el camino
refugiándose de la tormenta que 
azota aquel lugar tan conocido.
El sonido del viento pronuncia
los nombres de sus antiguos
compañeros y sabe que el encuentro
está cerca, el definitivo encuentro.
Así que en esa noche se han vuelto a ver,
un irlandés loco y un escultor le dan
la bienvenida a ese oasis que espera
más allá del jamsin.

Resistencia

El viejo guerrero apoyó el pulgar en su pómulo derecho y con los demás dedos de su mano barrió la barba en la otra mitad de su cara, tres veces. Reflexionó un instante y se le fruncieron los párpados de los ojos glaucos. La mueca que bailaba en su boca delataba su concentración. Pensaba y vivía sus ideas, pesaba y media. Mensuraba la velocidad del viento y su dirección, los rayos del sol y sus reflejos, las piedras altas en el acantilado...y su larga fisura.
La pradera nacía a sus pies, hija verde y fresca de la tierra yerma que hervía más allá, tras el paso de piedras. Por ahí vendrían los enemigos.
Esperaba a los norteños, con unos pocos infantes. Tal vez estaba loco. Dos docenas de infantes y un trabuquete para detener al ejército más grande que pisara esas tierras alguna vez.
Demorarlos, dar tiempo a la gente llana para dejar sus casas, sus bestias flacas y correr a la pobreza y la desesperación...¿Cuántos morirían? Por hambre o por fuego...¿Qué lograrían estos pocos soldados? El general pesaba y medía. Le dolía el destino de su pobre pueblo.
¡¡Demorarlos!!...¿Vencer tal vez? ¿Al menos salir vivos y salvar a alguno de sus paisanos? No lo sabía.
Demorar, demorar era la clave. Y el paso angosto junto al risco...y la fisura. El general Grokk pesaba y medía.
Entonces los gritos de alarma lo llamaron de vuelta. Llegaban los perros del Norte, numerosos como hormigas, fieros y disciplinados. Las últimas gentes que pensaban salvar algo más de sus posesiones dejaban los fardos y huían. Los que estaban allí por ser demasiado viejos o débiles para huir y demasiado pobres para que alguien se ocupara de ellos simplemente se quedarían. Un gordo comerciante abandonaba sus telas en el camino barroso. Los hijos cargaban a una anciana en una mula. El mendigo ciego esperaba sentado. El pueblo era pequeño y miserable entonces, despojado de la belleza de la pradera al sol y sus días felices.
-¡FIRMES SOLDADOS. FALANGE EN FORMACIÓN CERRADA FRENTE AL PASO. A AGUANTAR! -dijo Grokk con tranquila determinación.

Desde diciembre

I)
Por la noche recorro la casa antigua y en el día descanso en el hollín de la chimenea, simulando ser una sombra más. 
Pero no, soy el guardián de las horas pasadas viendo a mí niña ya mujer regresar cada tanto con su andar silencioso.

II)
Pintó un cielo sin nubes pese a esa mancha lejana en el horizonte. La obra estaba terminada, ya la paga bebida hacía su efecto. 
Vislumbró un futuro prometedor, lleno de fortuna y dicha. Despertó todo mojado, atrapado en la tormenta que borraba su paisaje

III)
Y la espada solense golpeó al enemigo, cantando junto al acero retense en medio de la batalla. Las horas se volvieron eternas, perpetuado el momento tras la lluvia de diciembre. 
Hasta la loba participó de la celebración, brindando por lo que fue y lo que es. 
Jinetes somos, hermanos en las escaramuzas y amigos. Tú, mi amigo hasta el fin de la eternidad.

Capítulo Otoño

I) Marajense.

Amanece, algo tan simple como esto
y el mar que es el más sabio de nosotros
besa las playas de Ajó lavando las heridas
que el humano le ha causado.
Su compañero, el viento, corre raudo
por la avenida tocando su canción favorita
que en esta época ya se asemeja a una ventisca.
El tercer tenor emerge triunfal 
cuando el telón azul se levanta,
acariciándote suavemente  el rostro
mientras te dispones a recorrer
una mañana más las calles
de tu Mar de Ajó.

II) Marco.

Éramos pequeños,
juntábamos monedas de nuestros viejos
y abuelos para comprar la caja entera
de chocolates, con la esperanza
de encontrar la figurita que faltaba.
Vos ya sabías que eso no era posible
pero nos mirabas alejarnos hacia
el otro lado de la calle, esperando
paciente en la vereda vecina.
Nunca me percaté de ello hasta
el día en el que te alejaste,
sos la figurita difícil de esta historia
pero por eso la que más valoro.

III) Santos Vega.

Suena su guitarra en esas cañadas,
suena en un fogón amigo al lado 
de la poesía de José.
Suena Santos Vega
y la lluvia no apaga ese fuego eterno
cada vez que un gaucho recita 
una estrofa de tu himno, payador.

IV) Otoño.

La humedad es una postal de éste lugar,
sin embargo ayer mientras recorría esas calles
rumbo a lo desconocido el sol se deshizo
de ella dándole un poco de su tibieza
a esta tierra noble y borrando las sombras
de la noche que aún rondaban cerca.
Así  es como se ve la esperanza.