jueves

Palenciano

La niebla aún no se ha despejado pero él ya camina sabiendo de memoria el recorrido, la brújula no le hace falta actuando por instinto. Chirria la puerta que lo transporta a su torre de guardia rotando el anuncio para que los extraviados sepan que alguien los ha de socorrer ante la necesidad acuciante. La persiana se despereza entornando los faros ante el resplandor de la mañana, en el teatro celeste el sol le envía una misiva al viento que se ha ido a la ría lejana. Sorbe el tesoro de un manantial de madera, cuenta los instantes con cada llegada al final de ese pozo de hierbas interrumpiendo su meditación la alarma de la madera al ser abierta. Las migas de las gracias quedan sobre el mostrador para terminar esparcidas en el suelo, los recibos en cambio van a una bandeja fría ocupando su sitio de privilegios. Un rayo le da la señal de salida cruzando la vía desierta para perderse entre el caserío, sus esquelas llevan cuentas dado que la escritura ha sido olvidada. El vacío para los que no pueden cubrir sus necesidades ante el alud de obligaciones con los números en contra, siempre en contra. El vehículo todo terreno lo aparta del problema, deja en las calles su imprenta igual a una serpiente que huye de la civilización. Aguarda que el carguero pase con su movimiento cansino y su eterno peso sobre los hombros. Dialoga frente a un espejo con el cajero, su jefe, aquel repartidor desatento y con el responsable de transmitir las quejas, lo dejan solo a eso de las catorce horas teniendo que cerrar el balance del día. Sin mirar vuelve a casa, a la atmósfera tan conocida que le llena el alma desde la cocina llamándolo.

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