jueves

Tiempo: Desde Plaza Galo

No todo está en el museo, como ya se habrán dado cuenta, lo mejor es recorrer el terreno y para eso necesitaremos el último invento de la tecnología. Algo que en estos tiempos se puede conseguir con la misma facilidad que un perdón por anticipado, me la mando seguro pero tengo la garantía por si acaso. Para ello contaremos con la ayuda del versátil maquinista repara vehículos averiados, léase el bicicletero del lugar, el que religiosamente trabaja desde las 16:00 hs. hasta que la noche ha entrado a su taller. Él es el encargado de acudir al auxilio de los niños en apuros a los que se les salió la cadena por esquivar el ataque bravío de un can de esos que llenan las calles, del pequeño que estrenó su regalo de cumpleaños con una pinchadura o el baqueano que dejó su caballo hace rato sustituyéndolo por las dos ruedas, aunque el equino no se desinflaba nunca. Cuando se hace un rato en sus labores deja la pista de juegos debidamente apisonada, no hay nada peor que una caída producto de una tosca que salió de su reducto para provocar esa clase de siniestros. De esa forma se evita la ira en formato de madre, todo lisito y que los topos se busquen otro túnel de salida. Los días de sol se dedica a su otra pasión, empieza con un poco de fuerza sobre los bordes de la lata y culmina con una nueva obra magistral. El marco es el adecuado, pronto la pintura del cuadro rejuvenecido se secará y habrá que montar la creación sobre el escenario preparado a tal efecto. Las ruedas besan el suelo agradeciendo el regreso a casa, eso de volar por los aires únicamente es bueno cuando el piloto está al mando. Miran siempre con desconfianza al personal de mantenimiento, será porque sus manos callosas les recuerdan al roce del camino y la lluvia pétrea que suelen recibir de ese envidioso, que está siempre en el mismo lugar. Los caminos viven de las historias de aquellos que los surcan, pero son incapaces de crear las propias. Pues bien, esta tarde le daré la razón al caballo de batalla que he adquirido y me lanzaré más allá de los límites del pueblo, siguiendo la vía pero sabiendo que en algún punto el trazado del camino es mío en su totalidad. Mi destino se ubica a unos cinco kilómetros hacia el sudeste de la villa, es fácil llegar allí a través de la ruta balnearia pero dado que decidí hurgar en los alrededores me he ido en bicicleta. Tomé el viejo camino vecinal que durante tanto tiempo sirvió para unir las localidades, se encontraba en buenas condiciones dada la falta de lluvia y el hecho de la labor de mi vecino. Me ha contado que para emparejar el camino hacen falta dos cosas, mates con suficiente azúcar dado que para amarguras están otras cosas y la interminable radio, afuera manda el motor del monstruo alisador de piedras salvajes y cicatrices producto de lluvias impertinentes. Pero adentro son los dominios de la ruidosa frecuencia que emite descargas, en su lengua le está diciendo al monstruo que hasta ahí manda él. El sol se encontraba pegándole a la ventana del comedor cuando inicié mi peregrinación, ataviado con una campera liviana, la mochila y una fusta construida con una de las cañas que afloran detrás de casa. El último adminículo cumplía la función de disuadir a las patrullas caninas que tomaban la costumbre de los asalta caminos, persiguiendo un largo rato a los indefensos transeúntes. Dejé atrás el puesto de vigilancia emplazado a dos kilómetros del pueblo, tomando por la pendiente que me llevó atravesando el campo como si se tratara de una arteria de tierra. La vegetación de cardos le lanzaba sus mensajeros al cielo, irían lejos a llevar un anuncio de perpetuidad, flor violeta de las pampas que mejor no llevo en el ojal. Las cortaderas son parte del paisaje en una clara disputa con las totoras por el dominio de la zona más baja, aunque incluso las he visto a ambas reclamar más y más de los terrenos en una especie de codicia vegetal. Por las noches se susurran mensajes en una lengua verde indescifrable, al amanecer empieza la trifulca dado que el junco violó el pacto de paz y todo ha quedado pasado por agua. La pelea no parece tener fin salvo en las épocas de sequía, ahí las hostilidades cesan dado que el humor no es el mejor para ponerse a discutir por algo que no se tiene. Incluso las dos contendientes economizan lágrimas ante la caída de un compañero de cofradía, no sea cosa que terminen dándole a la otra agua de beber producto de ese acto plagado de sentimentalismo. Recorrí el camino sin prisa, pensaba pasar la noche en la única hostería del lugar así que no iba con apuro. Un simple mensaje bastó para confirmar la reserva, luego la señal se esfumó llevada por el viento hacia otro agraciado, el invento me ha servido para lo justo y necesario. Las ruedas del vehículo levantaban una lluvia de piedras pequeñas que golpeaban los rayos en una suerte de venganza de la tierra al cielo, por tener que bancarse las descargas iracundas de la bóveda celeste. Aunque también he sabido que estos rayos metalizados sólo le temen a la madre de esa fraternidad de cabezas duras, que cual lobos de veredas se lanzan sobre el primer osado que encuentran tapándoles el sol. Una conducta reiterada en nuestra sociedad, pegarle al que es diferente sólo por el hecho de que lo vemos así. Diferente, disidente, ni guardar silencio se puede dado que es interpretado como un gesto de reconocimiento. Callo y otorgo, hablo y me opongo, no hay nada que le venga bien a nadie, por eso me he alejado de la ciudad al cruzar ese último puente. Ahora soy libre, vago por la llanura sin bocinas asesinas, esquivo los lugares concurridos en el estío y asunto concluido. Incluso por lo bajo me alegró cuando los veo alejarse, claro que éste es un lugar turístico y dicho pensamiento es una especie de pecado. Vuelvo a la idea original, si no es porque lo digo será porque callo, prefiero sacar el entripado y seguir adelante. El camino me lleva de a poco, al cabo de unos cuantos minutos encuentro la bifurcación, hacia la ruta asfaltada no voy dado la cantidad de asesinos en potencia al volante, sigo por el camino de la derecha que yace bastante poceado. La jurisdicción del maquinista termina en esa secesión de caminos, una advertencia de que me encuentro librado a mi propia suerte o tal vez el llamado de la aventura. Los campos están cultivados, elevados en relación al camino, ovejas, caballos, vacas, un toro reposando bajo un álamo, un perro guardián mirándolo receloso y por lo tanto no se percata de mi paso por el camino empedrado. O tal vez sea que está en una posición elevada en relación a los demás, incluso los perros del pueblo no están en una situación más alta que su par del campo. Pero lo ignoran dado que no salen de ese lugar, excepto acaso cuando las tormentas salvajes los obligan a huir a buscar refugio en cualquier otra parte.

La niebla nuevamente y sin querer ser reiterativo venía desde el mar, esperé un rato largo en la playa la vuelta de las naves de pesca. La mayoría de los navíos tenían nombres que referían a la tradición escandinava, Yggdrasil, Thorvalsson, Donnar, Niord, Tyr, Woden, Allvather, Vinlandsaga y Villar. Se mezclaban en el viejo puerto con nombres más terrenales, los que no citaré dado que no son de mi interés o simplemente no he tomado debida nota. En fin, la cuestión es que dada la cantidad de bruma que se había formado al principio pensé que era uno de esos engaños que el viento dibuja al manipular la sarrasón. Pero no, se trataba de nueve barcos que regresaban a la costa con sus arcas repletas de tesoros y esperanzas para los que esperaban desde hacía varios días por ese momento. Algunos familiares salían a recibir a los recién llegados, detrás de la hostería había pequeñas habitaciones que servían de refugio para los ocasionales huéspedes lo cual resultaba ser mi caso. El capitán del Thorvalsson, la nave insignia de la flota tenía unos cuarenta y cinco años, sus cabellos rubios eran acompañados por una barba más clara todavía, las manos callosas señalaban las marcas del oficio que desempeñaba si bien ahora se dedicaba a conducir la embarcación manteniendo a la tripulación ocupada. Sabía que la diferencia estaba en la cantidad de mercadería que transportaban, dado que el pase por tantas manos en la línea de producción del pescado los dejaba relegados.

—Laburamos por centavos, otros que tienen barcos fábricas depredan ahí en el límite del mar nuestro y a veces más adentro. Al final de cuentas nos terminan castigando más a nosotros que a esos saqueadores, pagamos con nuestro trabajo a una parte de la sociedad que no hace ni una changa. No sé si esto fue siempre así, mis abuelos se trasladaron desde Dinamarca a estos lares y sembraron esta tierra, muchos de mis primos viven en la zona de Las Avutardas, el único que se dedica a la pesca todavía soy yo. Igual este arte se salteó una generación, mi padre prefirió hacer surcos en la tierra en lugar de arar los mares. Pero no tengo motivos de queja, dentro de todo me mantengo a flote todavía en medio de una mar de incertidumbres. Los que no están en esto de deslomarse ven la vida con otros ojos, a veces ni siquiera salen a la puerta de la casa. Es como si se tratara de dos realidades distintas, una dimensión para los que buscan el mango y otra para quienes esperan que les caiga el depósito, como si fuera un limonero la vida. No cuidamos nuestro entorno, mucho menos a aquel que está del otro lado de la vereda, el mar es un cementerio de la basura de los que viven acá pero piensan que esto es un enorme cesto líquido y los de afuera que traen su locura para aquí, dejándonos los envoltorios. 

Las palabras resonaban en mi cabeza en la mañana soleada, nada hacía pensar que ayer la borrasca nos tuvo refugiados desde el mediodía. Apenas se veía a dos metros de distancia, incluso el humo de los cigarrillos de todos los comensales portó parte de esa niebla al interior. Ahora el sol estaba radiante como un borracho después de dormir la mona y darse una ducha helada, encendí la vieja Forja que me obsequiaron al regresar esas cartas. He adquirido el mal hábito de encender esa chimenea en horas avanzadas de la noche, lo que implica una reprimenda y se traduce en los refunfuños de la otra moradora de la casa. Bien, sentado estaba en un monolito blanco que le daba fin a una línea de siete, conteniendo los otros seis las fechas de diferentes naufragios. Le pregunté a un pescador el sentido de que ese no tuviera nada esculpido y se limitó a decir:

—Nunca se sabe quiénes serán los siguientes, lo único cierto es la tumba de sal.

Dicho lo cual se retiró hacia la dársena, lo vi perderse en el horizonte como si desapareciera de esta realidad para dirigirse a la dimensión de los que no esperan a que el gallo cante, para empezar a recorrer el camino rumbo a las tareas diarias. Me quedé la mayor parte de la mañana meditando las palabras de ese vikingo, la locura de la ciudad se curaba junto al mar, pero la falta de voluntad para salir adelante sin esperar las migajas definitivamente requería de un esfuerzo cotidiano. Eufemismos, diplomacia a los fines de no estropear el encuentro de los fines de semana, silencio, seguro no, hablar, mucho menos, a lo sumo será cuestión de jugar al truco con sotas y mentiras a los fines de evitar la discusión innecesaria. Hipocresía pura, sin ningún tipo de aditivos más que algo de agua para tragársela. Igual a ese efecto del mar haciendo creer que se llevó a los barcos por siempre, pero los esconde en el horizonte lejano.

La última noche no la pasé en el hotel, me dirigí por un camino entre las dunas rumbo al faro. Eran unos cien escalones hasta llegar a la base, ahí se encontraba la torre de metal como la estatua de Alfonsina haciéndole frente al impiadoso viento que sopla desde el sudeste. Gregorio es uno de esos personajes de animé japonés que sale de la nada y desaparece exactamente a mitad de la escena, no lo ven llegar mucho menos irse. Una parte de su vida transcurre en esa torre solitaria, con el reloj marino marcando que las hojas del calendario se van. El mar se toma esto muy en serio, deshoja todo lo que encuentra a su paso, usa la arena como munición infinita y su lengua hídrica para comerse la piedra. Un lento asesinato presenciado por el único ojo visible, la víctima ve el enorme peligro que la acecha como una fiera sedienta de sangre. Aunque muchas veces decide sacrificarse para salvar las embarcaciones de los peligros que el océano encierra en sus fauces, rocas afiladas, restos de otros barcos e hipotermia. La luz sigue haciendo falta en este mundo de tinieblas en el que las ganancias son más importantes que las pérdidas humanas, total hay otros que pueden servir de repuestos y pagar por una vida es mucho más fácil cuando quedan pocos restos de su existencia. El materialismo ha hecho que todo se mida en monedas, las capacidades no son necesarias a la hora de ser la primera fila de combatientes. En alguna parte muy cómodo espera alguien, en una de esas torres vidriadas recibirá un informe sobre las ganancias y los gastos de sepelio, nada más. Esa es todo el registro, el resto se lo lleva el mar o se lo come el ejército de cuervos que sale a la defensa de esos intereses. El faro sigue ahí, igual que los menhires con fechas que las balas de sílice han ido haciendo desaparecer. La falta de piedad se refleja en los elementos también, el único que tiene algún registro de estos acontecimientos es el guardián del lugar. Sus cabellos canosos han tomado el color de la sal, las manos están un poco mejor que la de los pescadores tal vez porque alguien se ocupa de ello, la piel refleja el color de la arena. He llegado jadeando a la base de la torre, el viento me empujaba como si fuera un títere, la pesada puerta de la fortaleza marina se cerró detrás mío dando paso a un ambiente confortable. Arriba la enorme baliza cortaba el telón brumoso, emitiendo un quejido semejante al de las sirenas pero advirtiendo la cercanía de la costa. Por lo visto Odiseo las hizo cambiar de opinión y ahora se dedican a salvar vidas, alertando que las fauces de la bestia están abiertas.

Inauguraron el faro un 10 de septiembre de 1915, los registros de esa época son confusos dado el paso del tiempo. No obstante ello hay algunas anotaciones en exhibición en la edificación que yace más abajo, refugiada entre una arboleda que ha sabido sobrevivir al fragor del fuego eólico. El resto de los alrededores sólo son dunas con tamariscos encorvados por la difícil tarea de reunir a la manada de granos, resistiendo el látigo que viene del mar y creando pequeños herederos que logran salir a la superficie, pese al intento de ahogo de parte de la estampida de arena. Aparte está la casa del guardián, equipada con una salamandra y una cafetera que sirve para calentarse así como mantenerse despierto en las peores ocasiones. La computadora se encuentra conectada a internet, con esto Goyo sabe cuándo se acerca un verdadero problema y en qué momento puede relajarse un poco. Los turnos son de dos meses, sesenta días alejado del calor de su hogar y de las lamidas de los perros de la calle que se ha dedicado a cobijar. Claro que su labor es tan imposible como la de los tamariscos reuniendo la arena, demasiados canes moran en las calles abandonados a su suerte dado que carecen de humanidad.

—Imaginá que se invierte poco en mantener a salvo a las personas de este mundo, de esa manera esto explica la escasa atención que les damos a los perros. Sin embargo ellos son una muestra de fidelidad absoluta, basta con regresar a la casa luego de un día terrible y vienen a recibirte con esa cordialidad que es propia de muy pocas personas. Siento que la humanidad ha perdido una parte de sus sentimientos y estos se han convertido en las almas de los perros, es suficiente con verlos a los ojos para saber que ellos lo entienden todo pese a que se les ha atribuido la falta de razón. Con la razón el ser humano ha intentado limitar sin éxito sus propios instintos, pero ante tanta violencia ahí afuera me parece que fracasaron rotundamente. La esperanza es lo último que quedó en esa caja vacía llamada existencia, ya que le hemos dado valor al vil metal, a los billetes antes que a los principios morales, a las posesiones antes que nuestros vecinos como si esto fuera a detener el paso del tiempo. Una estúpida empresa directo a los arrecifes, pero mientras el resplandor del oro nos siga cegando poco se puede hacer. Vivimos viendo hacia otra parte pero el problema está justo frente a nosotros, cuestión de mirar a cualquier lugar para no reconocernos como los actores principales de esa escena. 

Me quedé toda la noche escuchando al viento en lo que parecía el fin de este mundo, la sirena del faro emitía un sonido lastimero semejante al de los perros cuando oyen la de los bomberos. Era cierto todo lo que Gregorio me había dicho, incluso en un mal día la Negra vendría hasta el portón a lamerme la mano, mientras trataba de encontrar la llave que por alguna regla física siempre estaba en el bolsillo correspondiente a mi mano menos hábil. La humanidad ha ido perdiendo partes de su sensibilidad en esta era de cosas rápidas, inmediatez digital, fenómenos pasajeros que se vuelven a vender con otra letra pero la misma música. Basta con tomar algunos de los hits del momento para comprobar esta idea, claro que a los despistados que viven en las nubes (virtuales) les resultará lo último de lo último. Un eufemismo para referirnos a un producto igual pero con un empaque diferente y un número nuevo, 2013, 2014, 2015, ad infinitum. Esa es la existencia que tenemos, cuando realmente hay un mensaje que vale la pena no falta el troll literario que comenta cualquier tontería y desvirtúa nuestro más profundo sentir, prueben con poner una foto con una reflexión filosófica y verán a los neohedonistas salir de sus cavernas con la tea en la mano. El conde Vlad no es el único sediento de sangre, esta era digital ha dado lugar a varios seguidores y lo peor de todo es que los mismos enseñan los hábitos a sus fieles, los que en lugar de cerebro tienen un teclado virtual. Me levanté sentándome al lado de la estufa, Goyo había salido dado que la situación afuera estaba complicada, yo seguía al calor de mis pensamientos escondido de la tormenta pero sintiendo que otra crecía dentro de mí. Tomé el cuaderno maltratado que llevaba en la mochila como un salvavidas dedicándome a escribir hasta que aclaró, luego me dormí por un rato entre sueños extraños. El tren de pensamientos me llevó a que esas formas oníricas surgieran durante las horas de reposo, precisamente se trataba de un tren que recorría los campos dormidos en un lugar parecido a aquel en el que vivo. Era una monotonía en medio de la noche, la máquina guiada por una única luz pero sin emitir sonido alguno, la vida que nos ha tocado en silencio pero con la fuerza arrolladora de una locomotora. Una línea recta sin ninguna mancha que alterara esas formas, nada de nada, las sombras hacen ver todo así pero encierran trampas. En la curva cercana al hogar apareció una figura de blanco, apenas perceptible para cualquier ojo excepto el del maquinista que sabía que no podría hacer absolutamente nada para evitar la tragedia. Pero así como la actriz entró en escena en este sueño desapareció tan rápido como había saltado al escenario, despertándome en ese mismo momento. El golpe de la puerta de entrada me indicó que el guardián había regresado, el sueño me resultó suficiente dada la noche agitada que había tenido y omití citarle el episodio a mi anfitrión. La lluvia me sorprendió cerca del puesto de policía, tuve que apurar la marcha con el viento de costado mojándome cada parte de mi ser. El cuaderno se secó con el resto de mi ropa, terminé en cama durante dos días producto de la gripe que me invadió. Ella se quejó al verme en ese estado, me la pasaba demasiado tiempo por ahí sin dar señales de vida y el resto de las sobras frente a una pantalla sobre la que volcaba letras sacadas vaya a saber de dónde. Todo era cierto, pero me sentía como una locomotora que ha dejado los vagones innecesarios en las estaciones por las que pasó y por lo tanto corre ligera por las pampas, libre al fin de las cadenas que suponen estar diciéndole a todo el mundo qué es lo que hago en este mismo momento. Apenas una luz que emite un sonido cada cierto intervalo para que los que están interesados realmente sepan que todo está bien, sin naufragios ni peligros inminentes cerca. Aproveché el parate motivado por el resfrío para empezar a escribir las notas restantes, aunque sé que con esto no es suficiente. La nave debe recargar combustible, las ruedas claman aire y mi alma también. Así que no será raro que en algunos de los oasis llamados recesos parta hacia el otro extremo del pueblo, a la ciudad en el sur, a intentar descifrar los secretos de esa barca que yace amarrada por siempre en la costa e irónicamente lejos del mar que la llama. Al océano a ver si puedo sacarle una entrevista que me permita entender éste rompecabezas que significa saber un poco más del lugar que amo con locura, porque realmente aquí he descubierto lo qué es estar vivo y rodeado de otros seres que muestran la poca empatía que le queda al mundo. Poca pero suficiente para mí, es demasiado pedir creo. Hoy es el día del amigo, aunque los amigos de verdad son pocos y están demasiado lejos, los lazos que he construido aquí requieren de una inversión infinita de ese capital interminable que es el tiempo. Requieren del cuidado que les damos a nuestros cachorros, sabiendo que no son nuestros realmente pero no por eso tenemos que bajar la guardia. Es paciencia, una infinita paciencia para que las frustraciones no hagan que nos olvidemos de ellos, quienes han elegido caminos diferentes. Tal vez esta tecnología asesina para lo único bueno que sirve es para saber un poco de aquellos a los que queremos, suficiente con enterarme que están sanos, las redes no curan las enfermedades pero sirven para atenuar sus efectos. Aunque demasiada conexión no significa estar comunicados, aquí me encuentro nuevamente tirando líneas en formato de gripe literaria que espero transmitir a aquellos a los que les llegue esta epístola en versión historia inventada o ficción. Pero algo de todo esto que he contado es cierto, ocurre que debería recurrir a un cazador de sueños a los fines de poner a esas ideas de la madrugada en un corral y ver cómo crecen de a poco. Pero esto es tan imposible como evitar que las siguientes generaciones sigan mandando mensajes violando todas las reglas del lenguaje, será porque la batalla en cuestión está pérdida y pronto el nuestro tendrá un lugar al lado de una máquina de escribir. La fiebre de las letras me ha invadido, no tiene ninguna cura ni tampoco se puede diagnosticar a tiempo. Lamentablemente estoy enfermo de ella y no quiero que me sanen, sigan siendo normales ustedes que pueden.

Pódcast: https://anchor.fm/p-g-fiori.

Obras: amazon.com/author/pgfiori

Dulces


 

Mercader

 


Kcymaerxthaere, un universo paralelo que puedes descubrir viajando por toda la Tierra

El avión descendió entre las montañas de la Tierra del Fuego produciendo una sacudida que a más de uno le generó problemas gástricos, teniendo que dejar de lado el ataque programado a la centolla. La ciudad de Oshovia alternaba turistas como días soleados y nublados, los veinte grados del primer domingo fueron una exageración para la mayoría acostumbrada a temperaturas más bajas. El clima variaba rápido con vientos que sorprendían a los viajeros al cruzar las esquinas, nubes gruesas cubriendo el cerro de Susana y la bruma que hacía desaparecer de un pincelazo los picos más lejanos. Aún así decidieron aventurarse hacia la Laguna Esmeralda, teniendo que conseguir el calzado necesario ya que el ascenso planteaba sus exigencias. La camioneta blanca los pasó a buscar el martes temprano, integrándose al grupo de expedicionarios que provenían de distintas partes del mundo e intercambiaban mensajes en idiomas varios. Depositados en la entrada al Valle de los Lobos el contingente comenzó su periplo atravesando el bosque de lengas, provistos de un alfajor y una manzana envueltas en papel madera con el logo de la compañía: una hormiga equipada con los pertrechos de un legionario. La lluvia comenzó su canción siendo hamacada por las hojas de los árboles que jugaban con las gotas, hasta que estas se escurrían como lágrimas. Había leído que la presencia de hormigas era una rareza en el lugar, acostumbrado a tener que verlas invadir su casa pese a las precauciones que acostumbraba a tomar. Cruzaron una pasarela sobre la turba contemplando una enorme pila que le llamó la atención, parecía un antiguo basamento hecho con carbón fósil. El grupo en tanto ya dejaba la senda de madera para adentrarse en el segundo tramo de bosque, iniciando el ascenso de doscientos metros hasta toparse con su objetivo que parecía querer alejarse más y más. Se quitó los guantes acercando la mano desnuda a aquel monumento de la naturaleza, alcanzando a ver a una minúscula vigía con el fusil incluido justo antes de ser engullido por una colosal fuerza. Cuando despertó estaba rodeado de himenópteros enfurecidos, que sostenían diversas armas semejantes a la de los humanos justo frente a su rostro. Por algún motivo había quedado más pequeño que sus captores, siendo conducido por ante el tribunal del hormiguero que se ocupó de leer los cargos: destrucción de hogares, alevosía por el uso de agua hirviendo, empleo de veneno que las asesinadas confundieron con un dulce y puñetazos sobre las desprevenidas trabajadoras. Cincuenta mil años de trabajos forzados en el cementerio debajo del nido, siendo armado con un pico para luego ser llevado al sitio de su condena comenzando con la tarea de cavar los nichos. Cientos de ellas venían a diario para ser depositadas allí con honores, pétalos de rosas y malvones, condecoraciones con hojas rojas de lenga a las más valientes en la interminable labor de cruzar por el mundo de los humanos. Descansó un rato al lado de un manantial que le proporcionaba el medio para saciar la sed, él que a la larga le daría la fuente de escape al derrumbarse las paredes por una crecida en las montañas y ser arrasada la prisión. Se encontró cubierto de barro siendo observado por el guía que le dedicó un sermón por salirse del recorrido, olvidando todo ello al estar frente a la salamandra y un guiso de lentejas.    


Gracias a la gente de Publisuites por hacerme ver la luz del conocimiento, por lo visto no conocen las lengas ni la Tierra del Fuego. Nota aparte para las expresiones aún (incluso) confundida con aun (todavía) y fúsil (fusible) erróneamente asimilada a fusil (arma de fuego). Lástima que no soy un autómata, una pena que aquellos que leen no saben realmente qué significa escribir. Aius Locutius presta servicios allí. 


miércoles

Último verano

La ciudad nos dejó ir después de encontrarnos tras estar perdidos entre sus laberintos de locura y concreto. La ruta se abrió sin oponer resistencia a excepción de los restos de alguna presencia sumada a los reclamos de los desamparados. La playa nublada nos recibió junto con otros extraños quedando las huellas marcadas en la arena, con varias hogueras encendidas en el último episodio de paz. La chimenea soltó la sinfonía bajo su alero teniendo de recompensa el fresco de la noche estrellada. Un tren pasó con sus luces espantando a los insectos, levantando el polvo de la tosca que se asentó sobre las sandalias bajando al centro por esa calle de los adioses.

Celosía

El mundo se desvaneció al compás de los ladridos lejanos y la sierra invadiendo a la madera, la celosía entornó sus ojos dejando que un único rayo pasara para pegarle al sofá naranja volviéndolo el sol artificial que contempló un instante ese durmiente.

Océano, 01/05/2021

Cada vez que volvemos ellos están ahí aunque en ciertos casos son sus recuerdos dado el episodio de partida por tiempo indeterminado. Las casas al costado del camino contienen historias de esos que le hicieron frente a las inclemencias cuando los pastores aún no juntaban el rebaño y el sonido quedó lejos en la noche, aunque basta con esperar a que la helada caiga para sentir dicha interpretación una y otra vez con más o menos público. La obra ha de reiterarse pese a que los concurrentes sean cada vez menos, los álamos detectan el llamado sacudiéndose el frío al agitar sus ramas cuyos mensajes fueron enviados y forman una capa debajo.

Madariaga, 24/04/2022

Al Gaucho de Madariaga

cuyo reloj sigue latiendo en una intersección,

presente y futuro más allá del paso por esta vida

así como las cenizas del final.

 

Entre cañadas yace el puente viejo,

alejado de la ruta por la que ignorantes pasamos

hasta chocarnos con el de la barba

que nos recibe con los brazos abiertos.

 

Sol y sombras,

las araucarias se elevan como torres

para ver la luz arriba

dejando la frescura en la plaza

en la que corretean los locos que aún no saben.

domingo

Cómo enfrenté al dragón

DE CÓMO ENFRENTÉ AL DRAGÓN Y NO ME FUE SEGÚN LO PLANEADO


Aparqué, si es que el término puede ser usado, a mi colosal montura sobre la vía llamada Santa Fe e imbuido en una enorme esperanza, aunque el estómago reflejaba un pavor ahogado, entré en esa mazmorra en busca de mi presa (ignorando que dicha condición estaba por cambiar). Algunas almas extraviadas me contemplaron azoradas, sus ojos enloquecidos por la luz repentina de la antorcha así como la brillantez del yelmo coronado de crines. El viaje se tornó interminable, hasta que por supuesto concluyó, perdiendo la noción de los escalones que eran unos doce, y me encontré en la guarida de la bestia (en su corazón más precisamente). El entrenamiento me indicó que no estaba ahí, nada más quedaba esperar contando las horas en la cadencia de una gotera hasta dar las tres mil seiscientas. La vibración bajo los pies, luego el soplido en el túnel, la luz más tarde, un aldeano que huía asustado y mi hacha de dos cabezas incrustada en uno de sus miles de ojos que se hizo añicos. Después silencio, paz, caí en las entrañas de la bestia conociendo la eternidad. El monólogo lemniscata terminó por aburrirme abriendo los ojos a la luz, las sombras quedaban atrás, descubriendo la prisión acolchonada de un blanco infumable.

 

—Al fin se despierta, ¿sabe quién es usted?

—¿Me pregunta por qué no lo sabe o nos conocemos y ya se olvidó?

—Lo primero.

—Ah, no me acuerdo.

—¿Y qué recuerda?

—Venía por la campiña con mi fiel corcel, que no tiene nombre por si pregunta, admirando el paisaje hasta que los rugidos de la bestia eclipsaron el canto de las sirenas llenando de pesar nuestros corazones.

—¿Nuestros, usted y quién más?

—Yo y el caballo, el burro por delante es su frase de cabecera.

—Veo que la sigue al pie de la letra.

—Sigo entonces. ¡Huían cual bellacos los osados viajeros, desperdigados igual que hormigas en un vendaval, hojas que se secan, migas arrojadas a los pájaros, mierda tirada al río sin contemplaciones por los pescadores, entrañas de un ritual…

—¡Basta!, he entendido la alegoría del miedo que lo afectaba a usted y a su montura.

—A la montura no, me dijo que ahí no entraba ni por joda señalando la caverna de la serpiente.

—¿Por eso fue usted solo?

—Claro, ¿quién más se atrevería?

—¿No llevaba escudero?

—Por favor, el único que lo utilizó se la pegó contra un molino y creía que era un gigante.

—¿Y usted piensa que ahí abajo hay un dragón?

—Sí, es la deducción más lógica.

—Claro, lógico.

—Prosigo, dado que está de acuerdo. Bajé a los avernos cual Hércules descendiendo en búsqueda de Cerbero, de paso rescaté a Teseo que se las tomó sin decir gracias repitiendo el mantra "Debo cambiar las velas, blancas por negras ¿o eran negras por blancas? ¿Yo qué sé?"

Vino después de un rato largo así que sin dudarlo le clavé el hacha en un ojo, pero el desgraciado me engulló y ahora aquí nos encontramos, ¿qué me cuenta extraño?

—En primer lugar usted no fue tragado por una bestia.

—¿No?

—Segundo, no es ningún caballero.

—¿Pero mi armadura, el yelmo, el penacho en honor a Leónidas, el hacha y la montura?

—No es una armadura lo que porta sino un disfraz de cotillón, como mucho un cosplay.

—¿Cotillón?, ¿acaso estoy en las Galias?   

—Bastante lejos de ahí aunque acá cerca están plaza Francia y la pizzería París.

—¿Paris, el troyano, sigue vivo ese hijo de…?

—No, claro que no y encima es un mito.

—Troyano, jefe, troyano.

—Tercero, su montura es una bicicleta y la encontraron sin ruedas en la entrada a la estación once.

—Bandidos seguro han sido, en cuanto me recupere iré al rescate.

—Cuarto, el dragón es el subterráneo.

—¿Sub qué?

—Quinto, su hacha es un inflador y rompió el vidrio cayendo de bruces sobre el piso de un vagón. Ahí lo encontraron.

—No entendí nada de lo que dijo, mi voluntad me hará prevalecer, mi señor está conmigo, primero será el dragón, luego quién sabe qué.

—Lo que es seguro que acá estará un tiempo en observación.

—¿Acá, qué es acá, qué significa observar?

—Esto es en neuropsiquiátrico Sigmundo Claudio y usted es nuestro paciente.

—Braulio, Raimundo Braulio, Caballero de gracia magistral.

—Veo que tiene título, soy el doctor Magno, Alessandro Magno.

—Claro, usted es Alejandro el Grande y no me cree la historia del dragón.

—No se preocupe, tendrá un amigo acá que dice ser Napoleón. Se llama Marcelo, le agradará.

 

Dicho lo cual se fue y me dejó solo.

 

 

Inspirado en el cuento “El dragón” de Ray Bradbury.

Carta a un amigo

Estimado Palenciano: ya nadie escribe por este medio así que me ha parecido un buen momento para romper el maleficio del tiempo que se ha puesto excesivamente consumista.

Lejos han quedado las calles de la simpleza, las noches de probar estrategias y esos tipos arriesgando su vida mientras nosotros nos lastrábamos los grisines. O la búsqueda de esos antros de buena vida en los que te daban un puñado de felicidad consistente en diez fichas. Pues resulta que ahora intentan venderte lo último de lo último que es más de lo mismo pero cambia la generación que lo adquiere sin chistar entregando el sudor del futuro que se disfraza de tarjeta de crédito o certificado de esclavitud si prefiere un eufemismo. Raros aquellos que no cargan con dicho documento, bizarro dirán los modernos sin saber lo valiente que se debe ser para no caer en las trampas del laberinto diseñado para que ninguno salga. No hay Asterión como tampoco ovillo que nos permita salir ya que la prisión es mental de forma tal que la llevamos a todas partes. Hasta nuestros sueños son grabados de manera de vendernos aquello que no necesitamos pero creemos lo contrario siguiendo con la adoración de estampitas que les ha resultado a algunos bastante bien en estos dos milenios y contando. El espía que se encuentra con nosotros jamás podrá descifrar el mensaje que hoy escribo dado que no sabe el significado del lenguaje que empleo y desconoce el método elegido. En caso de que accidentalmente lo descubriera recurriré a los glifos sobre la coraza de los vagones bastando con que usted siga su rastro en bicicleta así no queda registro alguno de la proeza que le encomiendo. De ser considerado un loco recuerde que lidia a diario con el repartidor, el cajero y el jefe, todos ellos tienen algo de familiar pero seguimos intentando descubrir qué. La misión creo yo no presenta mayores inconvenientes siendo que es un avezado en el arte de cruzar la vía para entregarle las cuentas a más de uno, muestra clara de que la correspondencia ha sido degradada pero no el oficio en sí. Al recibir la epístola observe la expresión de su compañero, seguro ha de respirar profundo cavilando el asunto para concluir con estas palabras.

—¡QUÉ CARAJO ES ESTO!

La ausencia de signos de interrogación obedece a que la Remington no los tiene completos en una clara muestra de inculturación, forma bonita de llamar a la invasión del anglicismo.

 

Atte.

 

PGF





jueves

Palenciano

La niebla aún no se ha despejado pero él ya camina sabiendo de memoria el recorrido, la brújula no le hace falta actuando por instinto. Chirria la puerta que lo transporta a su torre de guardia rotando el anuncio para que los extraviados sepan que alguien los ha de socorrer ante la necesidad acuciante. La persiana se despereza entornando los faros ante el resplandor de la mañana, en el teatro celeste el sol le envía una misiva al viento que se ha ido a la ría lejana. Sorbe el tesoro de un manantial de madera, cuenta los instantes con cada llegada al final de ese pozo de hierbas interrumpiendo su meditación la alarma de la madera al ser abierta. Las migas de las gracias quedan sobre el mostrador para terminar esparcidas en el suelo, los recibos en cambio van a una bandeja fría ocupando su sitio de privilegios. Un rayo le da la señal de salida cruzando la vía desierta para perderse entre el caserío, sus esquelas llevan cuentas dado que la escritura ha sido olvidada. El vacío para los que no pueden cubrir sus necesidades ante el alud de obligaciones con los números en contra, siempre en contra. El vehículo todo terreno lo aparta del problema, deja en las calles su imprenta igual a una serpiente que huye de la civilización. Aguarda que el carguero pase con su movimiento cansino y su eterno peso sobre los hombros. Dialoga frente a un espejo con el cajero, su jefe, aquel repartidor desatento y con el responsable de transmitir las quejas, lo dejan solo a eso de las catorce horas teniendo que cerrar el balance del día. Sin mirar vuelve a casa, a la atmósfera tan conocida que le llena el alma desde la cocina llamándolo.

lunes

Torre

Nunca me fui, una parte se quedó en este sitio esperando el regreso. Incontables son las ocasiones en las que he tenido que pasarle cerca a la enorme torre ignorando por completo que el acceso, el conjuro para regresar a estos muros estuvo siempre en mis manos.

La inscripción en un cajón viejo de una parte lejana de este edificio incitando al retorno de aquellos que se han ido habiendo dejado tal vez la parte más importante de su existencia, del mejor momento de la vida de una persona cuando es un verano interminable previo a ese otoño en el que las responsabilidades lo terminan machacando.

Los rostros cambiaron, la fisonomía se alteró, sin embargo por fuera sigue siendo la misma cara de piedra y dentro está el corazón cálido, el centro de esa mazmorra que recordamos. Las noches con únicamente el sonido de los motores de fondo, la vieja sala de videojuegos devenida en gimnasio, los ascensores que van y vienen, pero en particular el chasquido que emite ese único montacargas que ya no lleva a nadie.

Sin embargo, el día anterior al subir cada uno de esos escalones sin oposición manifiesta se sintió alagado por la visita aunque fue momentánea y el visitante ni siquiera se detuvo a tomarse una de esas verdes infusiones sobre los peldaños. Pero lo reconoció, era suficiente con ello, de la misma forma que el hombre detrás de la barra preguntando si se acordaba su nombre.

Éste es un hasta pronto, no me iré en medio de la noche como la vez anterior sino en plena luz del día. Las calles podrán haber cambiado, los locales alrededor, pero la torre ilimitada sigue ahí esperando, emitiendo ese sonido que únicamente los náufragos que hemos vivido en ella entendemos.

Testo 1

Sventola, senza paura,

è buio e tu tremi

nel vento della mezzanotte.

Il cielo dorme in te,

celeste e bianca la notte non arriva

perché nel cuore è il sole.

Trentadue raggi aspettano

il ritorno della memoria persa,

quando Apollo aprirà gli occhi

del Popolo che dorme alla sponda

del rio di sangue.

Gli anni passano senza cambi,

la signora cieca non ascolta

le voci mortali,

inni di tutti quelli che

hanno catene mentali.

martes

En la torre ilimitada

Por supuesto que no lo esperaba, encontrarse nuevamente recorriendo los interminables pasillos sin más defensa que el presente para salir al encuentro de los recuerdos que asaltan los caminos directo al salón de Acuario que yace sellado.  A cal y a canto pero todos los días de estos dieciséis años se han vuelto apenas arena que algún maestranza avezado se ocupará de hacer desaparecer, echándola a la calle. El final del mes no se encuentra visible todavía, el carro con el equipaje ha sido enviado a un depósito desde donde no se lo trajo de regreso comprendiendo que la última carga era él mismo. Los rulos debieron ser sacrificados para afrontar las tormentas de altamar que alejaron la nave a costas desconocidas, lejos obviamente del calor de ese fuego tan conocido que sólo puede asemejarse al hogar primigenio. Con un rollo de pergaminos que daban cuenta de historias creadas entre esas paredes cuyo símbolo es el fuego del conocimiento así como la melancolía de tener que dejarlo todo para ingresar en la jungla azul. Volvió varias veces pasando cerca, observando los resplandores que despedía la cima comunicando un mensaje ininteligible para la mayoría excepto por esa parte que le gritaba desde lo profundo. Los cabellos se le agitaron una última vez antes de desaparecer por completo sin detenerse a considerar el asunto, a veces ni siquiera le prestaba atención a la maraña negra que le poblaba el rostro en una señal de rebeldía y seguro de descuido también. Mutaron sus versos a cuestiones un poco más profundas, el encierro hace reconsiderar aquello de lo que uno se ha visto privado sin que se pusiera a hacer promesas dado que la libertad fue encarcelada además de todo atisbo de originalidad. Únicamente el tiempo tenía la fórmula para derribar la bruma, sarrasón que crece devenida en niebla de guerra para así ignorar los peligros conjuntamente con las maravillas no reuniendo el coraje que se necesita para emprender la expedición. Así fue que se encontró caminando una noche de domingo rumbo a la fortaleza cuyo portal estaba de par en par esperándolo, dentro el clima conocido con los acólitos en torno al altar de piedras emitiendo un movimiento de reconocimiento al ver al extraño que se acercaba. Volverían a la mente los nombres de ellos antes de que estos se presentaran, con el sonido de una taza de café que quitaría el resfrío producto de la intemperie notando que hasta el almidón traería los recuadros de esa historieta borroneada. Las calles de alrededor mostraban los impactos de la década y media aunque en el corazón de la mazmorra el asunto era bien diferente, seguía la escultura de madera en su sitio riéndose de las paredes que exhibían pintura renovada aunque para Luigi junto a la barra no sea más que un cambio en los manteles. Solitario jinete has vuelto a casa para escapar de la lluvia, habiendo caminado en ella, hallando la fuente de todas estas letras justo en cada mácula, mota y píxel hasta formar la imagen que te muestra sonriendo. 

viernes

Un lugar en los sueños

El avance sobre el manto de silicio es lento la mayoría de las veces aunque al sonar la sinfonía del sudeste la ira no se contiene para nada llegando hasta la base de los eternos vigilantes, hijos de los pastores de granos que han sido curvados sin mano visible. Del otro lado la calma invade el largo pasillo hasta toparse con la arteria de tosca que sigue bordeando el muro buscando a la fuerza eterna lejos de la jungla verde, al sur del infierno glauco yace Océano con su fisonomía apenas alterada. La primaria que sirve de plataforma de lanzamiento para la mayoría, la secundaria recientemente instalada, la delegación que se mudó a una esquina, la plaza con el busto desgastado y los enormes canteros en cuya cercanía los eucaliptos se alzan. La avenida con nombre de mujer te arrastra hasta el monolito que sirve de advertencia sobre las trampas que las corrientes encierran, tragándose a los bancos que realmente son de arena por más que confiado el náufrago piense que ha llegado a tierra. La postal de la nave zozobrada se deshace en tonos blancos y negros que ilustran las páginas de una de las crónicas sobre un pequeño trozo de cielo, túnel que conecta los mundos cruzando por el seno de arena. El arroyo es el emisario de la bestia que se alza majestuosa con los cultivos floreciendo, la mano de los creadores es invisible pero puede ser apreciada en las largas noches del invierno accionando los engranajes para que el escenario esté listo a tiempo. En ocasiones diferentes parecerá que se ha puesto a dormitar con apenas el lomo terroso emitiendo un suave movimiento, hasta que la sangre fluye rauda por cada una de las sendas moviendo al resto que se reúne en torno a una tabla. Por allí cerca se encuentra el antiguo hotel que ha ido perdiendo su lustre, la muralla con retazos de alambre al haberse caído, algunas habitaciones que siguen en pie, el enorme salón con las herramientas y la máquina de soldar que transforma la atmosfera en reunión de luciérnagas. Afuera está el campo, el mundo desconocido fuera de los límites que se frecuentan que alcanza hasta una estación de tren que espera en vano y la postal de los silos cuyas vías se pierden entre los matorrales. El vigilante trepa sintiendo crujir los escalones de madera que a veces se desarman teniendo que arreglar el asunto, alguna protesta de parte del propietario que decide sacrificar aquellos vetustos apagándose en una estela que surge de la boca negra sobre el tejado. Revisa constantemente el perímetro buscando posibles recovecos por los que los invasores nocturnos se presenten, su vigilia es sin embargo permanente siendo que las horas de luz pueden traer varios sustos. Siente el aroma de la sal en el aire aunque jamás vea al mar, a los cazadores de tesoros de las profundidades cruzar ataviados de una caña así como el hilo con la trampa de metal que se ocupa de rajar entrañas rindiendo a la presa. Ya en la mañana el regador pasó temprano pero el efecto es pasajero al elevarse la calina, teniendo que restregarse los ojos con el consiguiente estornudo para convencerse que debe buscar la sombra del pasillo y de paso el almuerzo. Los demás dormirán pero le tocará vigilar sin más elementos que aquellas herramientas otorgadas al nacer, el rastro del café viene de la cocina perdiéndose en la oscuridad al igual que los sonidos silenciosos que cubren aquellos recintos. Verá al retornar a la empalizada al propietario dialogando con el hijo cuyos rulos son una corona, inspeccionando el cerco nuevo colocado en otra extensión del dominio de la familia para poder acumular ciertas sobras de los quehaceres diarios. Pasará el estío pero únicamente para tener que pegar la vuelta, la repetición de sucesos con los interpretes un poco más viejos poniendo en escena a la vida que es ausencia en su extremo. Las caras jóvenes partirán para tornar con una mochila de edades habiendo abandonado el lecho que seguirá esperando utilicen dicho camino para hacerle una visita, incluso los recibirá poniéndose el mejor de sus ropajes para que se unan a la monotonía onírica. En más de una oportunidad vendrá algún invitado no queriendo entonces parecer maleducado así que irrumpirá en la sala produciéndose la presentación formal, mejor estar bien informado de las intenciones de los extraños de forma de no tener sorpresa alguna. Pero a la larga quedará solo con la pareja recibiendo noticias del exterior en cuentagotas, acumularán sus días en granos de arena que formarán nuevos guardianes para una vez que hayan partido a buscar otras dimensiones. Así atravesarán la costa provinciana pasando por acantilados, médanos, caletas, perlas y playas perdidas a los ojos del mundo que en momentos determinados descubre esos paraísos intentando en vano curarse la locura de la repetición. La serpiente azul se presenta cubierta de líneas blancas, pero en muchos instantes exhibe las señales de peligro que son desoídas por los que vagan en un estado febril de locura intentando alcanzar pronto un punto en el lado opuesto a costa de reventarse en millones de fragmentos. Galo les dará cobijo teniendo que volver a contar una vez más los defectos en las defensas, no hay lugar seguro sin importar cuan lejos se vaya uno conforme se repite el denominador común de tener a otros cerca. La plaza con sus faroles le brindará diversas opciones en sus ratos de ocio, memorizará la secuencia de edificios para no extraviarse consistente en escuela, banco, iglesia y municipio, sonándole todo ello familiar. El puerto es un asunto nuevo, amarillo y naranja cubren las carcasas de las embarcaciones con diversos símbolos incluido el de un enorme tiburón que viene con su casaca puesta haciendo rebuznar al toro que observa desde atrás de los hilos al hereje meciéndose sobre la ría sin que puedan querer entenderse. La procesión de estibadores se reitera en la descarga de la pesca que huirá por la colectora rumbo a la ciudad enorme allá a la vuelta de una curva, resonando el paso de los ejes sobre la loma de burro que de paso agrieta las paredes. Acompañará al hijo de la misma forma que hizo con el padre, sin los cabellos de otras eras en la sesera aunque la voz es inconfundible pudiendo ser también una confusión de su memoria que pone en dicho sitio imágenes del pasado. Se acordará entonces que se puso un tanto viejo debiendo realizar chequeos para sí tras varios lustros descubriendo a un enemigo que no ha visto llegar a pesar de todas las precauciones, el crepúsculo se instala en la luz del verano sin posibilidad alguna de salvar la prisión de carne. 


De la misma forma que llevamos al viejo nos ha acompañado él, viéndolo irse rápido después de la agonía del calor agobiante sobre una plancha de metal hasta depositarlo entre la graba que la sequía mantenía rígida. La muerte es terrible, la ausencia mucho peor esperando por error que te asomes por la ventana buscando a mamá como cada mañana invitándola a sentarse bajo el alero o quizás al resguardo del fresno, no más mover con el hocico el plato amarillo dando cuenta de la última migaja, sólo correr en búsqueda de papá hasta el lugar de la fusión del firmamento con su espejo de abajo conformando el unísono. Por ahora cualquier encuentro futuro queda supeditado a los mensajes en los sueños.     

A Papá y Shu.


sábado

Hogar en el mar

Hay una casa en medio del mar pero los barcos no han dado jamás cuenta de ella, los ojos humanos únicamente ven las maravillas que dicen crear ignorando cualquier otra cuestión obnubilados por el bombardeo de imágenes que dejan a la conciencia sepultada. A su playa sólo llegan ciertos viajeros aunque el hogar lo ocupa únicamente uno, abriendo en ocasiones la puerta para contemplar el rostro esperado al que la marea forma con la arena como argamasa. No son los ojos que busca, del color de la miel al derretirse, tampoco sus movimientos delatan esos hábitos conocidos tras medio siglo de estar juntos teniendo que aguardar ahora en el confín del mundo para que una tarde le traiga la recompensa. Otras almas pueblan esas costas pero su puesto de observación requiere de atención durante toda la jornada de sol, la luna es un recuerdo vago pese a que ha sabido de algunos que atravesaron una temporada en la oscuridad hasta conseguir la redención. Les quita a las tejas lo que parece ser el musgo pero no es más que un reflejo del paraíso verde que yace debajo, nadie se detiene a contemplar el espectáculo en la inmensidad celeste al tener la cabeza siempre viendo hacia el ombligo. Casi nadie, los dos locos sentados en un café han atisbado en un reflejo del sol a la obra que se les fuga a todos los otros iniciando los planes del viaje que no ha de ser más que una transición al mudar el cuerpo a lo etéreo. El sorbo final del café ya sabe a frío, la rutina se deshace al entrar en ese contacto fugaz que quiebra a la semana en el miércoles con las protestas del jueves ante la presencia de siete días sin resarcimiento alguno. Dichos instantes no son más que un bálsamo en el lomo para tener que volver a cumplir la condena impuesta, logrando apenas un puñado de trastornados salirse del rol asignado para mirar como un meteoro a la enorme trampa azul que espera se zambulla en lo profundo. En tanto en la isla imaginaria no hay ningún estruendo, ni siquiera los rayos que yacen más abajo perturban la paz de aquel sitio cuyos moradores se funden en un cuadro eterno mezcla de cielo y oleaje engullidos los demás tonos ante la monotonía de los colores. Visto desde acá pueden aparecer ciertas nubes, cúmulos que se desharán del traje para tornarse en los heraldos de una tormenta que baña a los depravados contentados con repetir sus días en una esperanza falsa llamada tiempo infinito. Luego vendrá el sol como siempre a limpiar los restos de la matanza hídrica siendo que la manchas deben desaparecer de una buena vez si bien la labor continúa porque los réprobos no se quieren dar por vencidos. Los espera la cárcel de esta época que se presenta con la fachada de la libertad pero no es otra cosa que una celda elegida libremente, con las cargas impuestas que son la sentencia de condena teniendo que encerrarse para estar rodeado de desconocidos que harán algo parecido para no ser menos. Por detrás del ocaso se esfuman tales conductas con el sueño siendo el último reducto del libre albedrío, dejándonos el sabor agridulce de aquello que está al alcance de las manos pero se evaporará al sentir la alarma llamarnos para cumplir con la tarea. Aunque la carne se resista hay que sortear el obstáculo de las penumbras siendo que el tirano dorado ha regresado a sacarnos de las lucubraciones que se nos aparecen más adelante en una curva, cobrando sentido el hecho de largarnos a cualquier parte no contando para nada con la intención que no deja que viremos hacia un lugar diferente ya que fuera de esos hilos de metal hay un mundo que se moviliza. Mientras el vigía parece que ha hallado en la lejanía a la destinataria de su dedicación a este asunto de barrer la marejada notando que se alisa el campo de juego en un azul insondable, semejante al de sus ojos jóvenes con los trigales en las alturas resplandeciendo de la misma manera que al conocerse. Anda allá en el infierno de pastizales que adornan las cañadas, recorriendo el cerco que la mantiene en los límites de su cordura ante la añoranza de tantas partidas juntas que en el lado opuesto son reencuentros.


lunes

Bajo la superficie

Bajo la superficie los sonidos saben lejanos con los miembros suspendidos habiéndose ido el peso del mundo a alguna galaxia lejana, los pensamientos se vuelven burbujas que de a poco emergen en el espejo que también recibe a las naves pequeñas. Un golpe sobre la misma se convierte en un anillo más que se une a los generados por seres parecidos, sin que ello inquiete a aquel que permanece es estasis con el eco de otras escenas hasta que es uno con el universo. El silencio ocupa cada rincón con apenas unos pasos ligeros afuera, tal vez una que otra caricia al igual que los proyectiles de agua que obligan a resguardarse a la humanidad. La voz en una cadencia repetida habrá de acompañar al que no ha llegado todavía, que en una oda a dicho instante trascendental repite la primera de todas las figuras al sentir el frío invadir su ambiente abrazando sus manos a las piernas que encuentran calor. Ello sin contar los besos que recrean el descanso de los primeros días a un costado de la fuente blanca que le otorga fuerza a quien aún no ha puesto un pie sobre este mundo, pero muy adelante en una curva del infinito se levanta desprendiéndose las lágrimas de su ropaje hasta que se aleja dejando un reguero sobre el camino que lo devuelve al calor del mundo arrastrando una silla para poder contemplar al sol irse dado que el muro ya lo perdió de vista.


jueves

¡Chau!

La última marca es de la moharra al ser alzada la bandera en el acto de despedida tocando el cielo en una suerte de extensión de las manos, tras la entrega de los pergaminos se produce la diáspora quedando apenas los fantasmas en el aula de arriba a la derecha justo contra la calle. La dispersión deja el vacío presente con la margarita deshojada en medio de la calle que es apenas una vía en esta ocasión, lo relevante se ha marchado para regresar en repeticiones de instantes con otras personas interpretando a un personaje parecido. Incluso al momento de la vuelta al polvo de toda la edificación seguirán sonando sus voces pese a que ocupados en los ruidos inútiles no se le prestará atención, pasando de largo aquella que ha de traer la apoteosis sin las cadenas que la ataban que yacen oxidadas con el viento susurrando entre los eslabones.

 



lunes

Charly

El patio se quedó vacío denotando esa partida que no será definitiva, siempre existe un momento de reencuentros aunque sea en los sueños que albergan esas partes del alma que vamos perdiendo entre las risas y el dolor. Se ha ido a contemplar la fábrica de rayos y truenos cuyo vigía le resulta familiar sólo que esta vez no caerá en el truco de dejarse llevar lejos, seguirá sus pasos hasta el borde del cielo en él que se despeñan las lágrimas formando al océano de abajo que moja los pies del viejo Antonio.

sábado

Dios opera en un cajero

La presencia de la estación de servicio rompe la inmensidad de la noche pese a que no he extrañado en nada la compañía de los otros que duermen ahí afuera, el sujeto de la playa viene con un rostro conocido invadido por un sueño que enturbia sus sentidos. Los movimientos son automáticos, qué carga, completo, el golpe seco al detenerse el chorro que se bombea desde las entrañas (las mismas que lo tuvieron prisionero), importe, cobro y a la nave otra vez. Lo que viene es el café, agua y uno de esos sánguches sellados hasta el descarte o su consumo aunque nunca se sabe en el borrón de las fechas equivalente al desgaste que llevamos con nosotros. No está el lucero cerca al recibir la segunda bocanada de esa madrugada, a unos pasos en la oscuridad yace otro punto luminoso cuyas pantallas se encuentran encendidas esperando que vengan a vaciarlo o recargarlo según el caso. La sed también afecta a esa expendedora de pasajes a la felicidad según los hedonistas, no más que un boleto que enseguida se desvanece con el correr del viaje hasta dar de nuevo con la necesidad no obstante idéntico resultado. La segunda presencia apenas la noto al introducir la tarjeta, corriendo un sudor frío sobre la sien que se congela antes de reventar contra el piso que ha desaparecido pese a seguir estando ahí abajo. El papel calentado por esa tinta que no se ve romperá el hechizo, los billetes yacen en alguno de los bolsillos, el plástico es cargado igual que las deudas del pasado pero no iremos demasiado lejos.

—Aún hay crédito por lo visto dirá él.

—¿Perdón?

—Todavía no se ha terminado el recorrido hombre, venga y mire en este monitor moderno. En la oficina no tenía uno así de manera que he copiado el diseño con unos cuantos ajustes.

En efecto, miles de cuentas aparecían ante la vista de ese extraño usuario al que la helada no lo hacía tiritar a juzgar por la manta liviana de tono rojo que colgaba sobre sus espaldas.

—Como verá algunos de estos registros ya tienen mucho tiempo así que será mejor moverlos a otra sección.

Acto seguido desapareció la numeración en cuestión aunque enseguida otra surgió.

—Y ahí está de nuevo, languidece, mengua y crece llenando el vacío de la anterior.

Entre la jungla de números en blanco alcance a vislumbrar algo que me aterró, no eran nada más que cuentos de trasnochados sino fechas que encabezaban esa base de datos cuyo operario me sonreía benevolente.

Incluso una que conocía bastante bien, viendo en retrospectiva cada momento lo que resultó en agotamiento de mi memoria que se retiraría a darse una larga siesta después de aquello.

Me encontré alejándome hacia el vehículo que me llamaba igual al casco de la barca desde la que creo haber caído en otra vida, una sirena inversa permitiendo que me aleje de las fauces que no existieron.

  —Aún hay crédito repitió en forma de susurro. Pero la humanidad no lo sabe, sigue avanzando apresurada temiendo que el tiempo la atrape y es su pasajero constante con cada hálito.