No todo está en el museo, como ya se habrán dado cuenta, lo mejor es recorrer el terreno y para eso necesitaremos el último invento de la tecnología. Algo que en estos tiempos se puede conseguir con la misma facilidad que un perdón por anticipado, me la mando seguro pero tengo la garantía por si acaso. Para ello contaremos con la ayuda del versátil maquinista repara vehículos averiados, léase el bicicletero del lugar, el que religiosamente trabaja desde las 16:00 hs. hasta que la noche ha entrado a su taller. Él es el encargado de acudir al auxilio de los niños en apuros a los que se les salió la cadena por esquivar el ataque bravío de un can de esos que llenan las calles, del pequeño que estrenó su regalo de cumpleaños con una pinchadura o el baqueano que dejó su caballo hace rato sustituyéndolo por las dos ruedas, aunque el equino no se desinflaba nunca. Cuando se hace un rato en sus labores deja la pista de juegos debidamente apisonada, no hay nada peor que una caída producto de una tosca que salió de su reducto para provocar esa clase de siniestros. De esa forma se evita la ira en formato de madre, todo lisito y que los topos se busquen otro túnel de salida. Los días de sol se dedica a su otra pasión, empieza con un poco de fuerza sobre los bordes de la lata y culmina con una nueva obra magistral. El marco es el adecuado, pronto la pintura del cuadro rejuvenecido se secará y habrá que montar la creación sobre el escenario preparado a tal efecto. Las ruedas besan el suelo agradeciendo el regreso a casa, eso de volar por los aires únicamente es bueno cuando el piloto está al mando. Miran siempre con desconfianza al personal de mantenimiento, será porque sus manos callosas les recuerdan al roce del camino y la lluvia pétrea que suelen recibir de ese envidioso, que está siempre en el mismo lugar. Los caminos viven de las historias de aquellos que los surcan, pero son incapaces de crear las propias. Pues bien, esta tarde le daré la razón al caballo de batalla que he adquirido y me lanzaré más allá de los límites del pueblo, siguiendo la vía pero sabiendo que en algún punto el trazado del camino es mío en su totalidad. Mi destino se ubica a unos cinco kilómetros hacia el sudeste de la villa, es fácil llegar allí a través de la ruta balnearia pero dado que decidí hurgar en los alrededores me he ido en bicicleta. Tomé el viejo camino vecinal que durante tanto tiempo sirvió para unir las localidades, se encontraba en buenas condiciones dada la falta de lluvia y el hecho de la labor de mi vecino. Me ha contado que para emparejar el camino hacen falta dos cosas, mates con suficiente azúcar dado que para amarguras están otras cosas y la interminable radio, afuera manda el motor del monstruo alisador de piedras salvajes y cicatrices producto de lluvias impertinentes. Pero adentro son los dominios de la ruidosa frecuencia que emite descargas, en su lengua le está diciendo al monstruo que hasta ahí manda él. El sol se encontraba pegándole a la ventana del comedor cuando inicié mi peregrinación, ataviado con una campera liviana, la mochila y una fusta construida con una de las cañas que afloran detrás de casa. El último adminículo cumplía la función de disuadir a las patrullas caninas que tomaban la costumbre de los asalta caminos, persiguiendo un largo rato a los indefensos transeúntes. Dejé atrás el puesto de vigilancia emplazado a dos kilómetros del pueblo, tomando por la pendiente que me llevó atravesando el campo como si se tratara de una arteria de tierra. La vegetación de cardos le lanzaba sus mensajeros al cielo, irían lejos a llevar un anuncio de perpetuidad, flor violeta de las pampas que mejor no llevo en el ojal. Las cortaderas son parte del paisaje en una clara disputa con las totoras por el dominio de la zona más baja, aunque incluso las he visto a ambas reclamar más y más de los terrenos en una especie de codicia vegetal. Por las noches se susurran mensajes en una lengua verde indescifrable, al amanecer empieza la trifulca dado que el junco violó el pacto de paz y todo ha quedado pasado por agua. La pelea no parece tener fin salvo en las épocas de sequía, ahí las hostilidades cesan dado que el humor no es el mejor para ponerse a discutir por algo que no se tiene. Incluso las dos contendientes economizan lágrimas ante la caída de un compañero de cofradía, no sea cosa que terminen dándole a la otra agua de beber producto de ese acto plagado de sentimentalismo. Recorrí el camino sin prisa, pensaba pasar la noche en la única hostería del lugar así que no iba con apuro. Un simple mensaje bastó para confirmar la reserva, luego la señal se esfumó llevada por el viento hacia otro agraciado, el invento me ha servido para lo justo y necesario. Las ruedas del vehículo levantaban una lluvia de piedras pequeñas que golpeaban los rayos en una suerte de venganza de la tierra al cielo, por tener que bancarse las descargas iracundas de la bóveda celeste. Aunque también he sabido que estos rayos metalizados sólo le temen a la madre de esa fraternidad de cabezas duras, que cual lobos de veredas se lanzan sobre el primer osado que encuentran tapándoles el sol. Una conducta reiterada en nuestra sociedad, pegarle al que es diferente sólo por el hecho de que lo vemos así. Diferente, disidente, ni guardar silencio se puede dado que es interpretado como un gesto de reconocimiento. Callo y otorgo, hablo y me opongo, no hay nada que le venga bien a nadie, por eso me he alejado de la ciudad al cruzar ese último puente. Ahora soy libre, vago por la llanura sin bocinas asesinas, esquivo los lugares concurridos en el estío y asunto concluido. Incluso por lo bajo me alegró cuando los veo alejarse, claro que éste es un lugar turístico y dicho pensamiento es una especie de pecado. Vuelvo a la idea original, si no es porque lo digo será porque callo, prefiero sacar el entripado y seguir adelante. El camino me lleva de a poco, al cabo de unos cuantos minutos encuentro la bifurcación, hacia la ruta asfaltada no voy dado la cantidad de asesinos en potencia al volante, sigo por el camino de la derecha que yace bastante poceado. La jurisdicción del maquinista termina en esa secesión de caminos, una advertencia de que me encuentro librado a mi propia suerte o tal vez el llamado de la aventura. Los campos están cultivados, elevados en relación al camino, ovejas, caballos, vacas, un toro reposando bajo un álamo, un perro guardián mirándolo receloso y por lo tanto no se percata de mi paso por el camino empedrado. O tal vez sea que está en una posición elevada en relación a los demás, incluso los perros del pueblo no están en una situación más alta que su par del campo. Pero lo ignoran dado que no salen de ese lugar, excepto acaso cuando las tormentas salvajes los obligan a huir a buscar refugio en cualquier otra parte.
La niebla nuevamente y sin querer ser reiterativo venía desde el mar, esperé un rato largo en la playa la vuelta de las naves de pesca. La mayoría de los navíos tenían nombres que referían a la tradición escandinava, Yggdrasil, Thorvalsson, Donnar, Niord, Tyr, Woden, Allvather, Vinlandsaga y Villar. Se mezclaban en el viejo puerto con nombres más terrenales, los que no citaré dado que no son de mi interés o simplemente no he tomado debida nota. En fin, la cuestión es que dada la cantidad de bruma que se había formado al principio pensé que era uno de esos engaños que el viento dibuja al manipular la sarrasón. Pero no, se trataba de nueve barcos que regresaban a la costa con sus arcas repletas de tesoros y esperanzas para los que esperaban desde hacía varios días por ese momento. Algunos familiares salían a recibir a los recién llegados, detrás de la hostería había pequeñas habitaciones que servían de refugio para los ocasionales huéspedes lo cual resultaba ser mi caso. El capitán del Thorvalsson, la nave insignia de la flota tenía unos cuarenta y cinco años, sus cabellos rubios eran acompañados por una barba más clara todavía, las manos callosas señalaban las marcas del oficio que desempeñaba si bien ahora se dedicaba a conducir la embarcación manteniendo a la tripulación ocupada. Sabía que la diferencia estaba en la cantidad de mercadería que transportaban, dado que el pase por tantas manos en la línea de producción del pescado los dejaba relegados.
—Laburamos por centavos, otros que tienen barcos fábricas depredan ahí en el límite del mar nuestro y a veces más adentro. Al final de cuentas nos terminan castigando más a nosotros que a esos saqueadores, pagamos con nuestro trabajo a una parte de la sociedad que no hace ni una changa. No sé si esto fue siempre así, mis abuelos se trasladaron desde Dinamarca a estos lares y sembraron esta tierra, muchos de mis primos viven en la zona de Las Avutardas, el único que se dedica a la pesca todavía soy yo. Igual este arte se salteó una generación, mi padre prefirió hacer surcos en la tierra en lugar de arar los mares. Pero no tengo motivos de queja, dentro de todo me mantengo a flote todavía en medio de una mar de incertidumbres. Los que no están en esto de deslomarse ven la vida con otros ojos, a veces ni siquiera salen a la puerta de la casa. Es como si se tratara de dos realidades distintas, una dimensión para los que buscan el mango y otra para quienes esperan que les caiga el depósito, como si fuera un limonero la vida. No cuidamos nuestro entorno, mucho menos a aquel que está del otro lado de la vereda, el mar es un cementerio de la basura de los que viven acá pero piensan que esto es un enorme cesto líquido y los de afuera que traen su locura para aquí, dejándonos los envoltorios.
Las palabras resonaban en mi cabeza en la mañana soleada, nada hacía pensar que ayer la borrasca nos tuvo refugiados desde el mediodía. Apenas se veía a dos metros de distancia, incluso el humo de los cigarrillos de todos los comensales portó parte de esa niebla al interior. Ahora el sol estaba radiante como un borracho después de dormir la mona y darse una ducha helada, encendí la vieja Forja que me obsequiaron al regresar esas cartas. He adquirido el mal hábito de encender esa chimenea en horas avanzadas de la noche, lo que implica una reprimenda y se traduce en los refunfuños de la otra moradora de la casa. Bien, sentado estaba en un monolito blanco que le daba fin a una línea de siete, conteniendo los otros seis las fechas de diferentes naufragios. Le pregunté a un pescador el sentido de que ese no tuviera nada esculpido y se limitó a decir:
—Nunca se sabe quiénes serán los siguientes, lo único cierto es la tumba de sal.
Dicho lo cual se retiró hacia la dársena, lo vi perderse en el horizonte como si desapareciera de esta realidad para dirigirse a la dimensión de los que no esperan a que el gallo cante, para empezar a recorrer el camino rumbo a las tareas diarias. Me quedé la mayor parte de la mañana meditando las palabras de ese vikingo, la locura de la ciudad se curaba junto al mar, pero la falta de voluntad para salir adelante sin esperar las migajas definitivamente requería de un esfuerzo cotidiano. Eufemismos, diplomacia a los fines de no estropear el encuentro de los fines de semana, silencio, seguro no, hablar, mucho menos, a lo sumo será cuestión de jugar al truco con sotas y mentiras a los fines de evitar la discusión innecesaria. Hipocresía pura, sin ningún tipo de aditivos más que algo de agua para tragársela. Igual a ese efecto del mar haciendo creer que se llevó a los barcos por siempre, pero los esconde en el horizonte lejano.
La última noche no la pasé en el hotel, me dirigí por un camino entre las dunas rumbo al faro. Eran unos cien escalones hasta llegar a la base, ahí se encontraba la torre de metal como la estatua de Alfonsina haciéndole frente al impiadoso viento que sopla desde el sudeste. Gregorio es uno de esos personajes de animé japonés que sale de la nada y desaparece exactamente a mitad de la escena, no lo ven llegar mucho menos irse. Una parte de su vida transcurre en esa torre solitaria, con el reloj marino marcando que las hojas del calendario se van. El mar se toma esto muy en serio, deshoja todo lo que encuentra a su paso, usa la arena como munición infinita y su lengua hídrica para comerse la piedra. Un lento asesinato presenciado por el único ojo visible, la víctima ve el enorme peligro que la acecha como una fiera sedienta de sangre. Aunque muchas veces decide sacrificarse para salvar las embarcaciones de los peligros que el océano encierra en sus fauces, rocas afiladas, restos de otros barcos e hipotermia. La luz sigue haciendo falta en este mundo de tinieblas en el que las ganancias son más importantes que las pérdidas humanas, total hay otros que pueden servir de repuestos y pagar por una vida es mucho más fácil cuando quedan pocos restos de su existencia. El materialismo ha hecho que todo se mida en monedas, las capacidades no son necesarias a la hora de ser la primera fila de combatientes. En alguna parte muy cómodo espera alguien, en una de esas torres vidriadas recibirá un informe sobre las ganancias y los gastos de sepelio, nada más. Esa es todo el registro, el resto se lo lleva el mar o se lo come el ejército de cuervos que sale a la defensa de esos intereses. El faro sigue ahí, igual que los menhires con fechas que las balas de sílice han ido haciendo desaparecer. La falta de piedad se refleja en los elementos también, el único que tiene algún registro de estos acontecimientos es el guardián del lugar. Sus cabellos canosos han tomado el color de la sal, las manos están un poco mejor que la de los pescadores tal vez porque alguien se ocupa de ello, la piel refleja el color de la arena. He llegado jadeando a la base de la torre, el viento me empujaba como si fuera un títere, la pesada puerta de la fortaleza marina se cerró detrás mío dando paso a un ambiente confortable. Arriba la enorme baliza cortaba el telón brumoso, emitiendo un quejido semejante al de las sirenas pero advirtiendo la cercanía de la costa. Por lo visto Odiseo las hizo cambiar de opinión y ahora se dedican a salvar vidas, alertando que las fauces de la bestia están abiertas.
Inauguraron el faro un 10 de septiembre de 1915, los registros de esa época son confusos dado el paso del tiempo. No obstante ello hay algunas anotaciones en exhibición en la edificación que yace más abajo, refugiada entre una arboleda que ha sabido sobrevivir al fragor del fuego eólico. El resto de los alrededores sólo son dunas con tamariscos encorvados por la difícil tarea de reunir a la manada de granos, resistiendo el látigo que viene del mar y creando pequeños herederos que logran salir a la superficie, pese al intento de ahogo de parte de la estampida de arena. Aparte está la casa del guardián, equipada con una salamandra y una cafetera que sirve para calentarse así como mantenerse despierto en las peores ocasiones. La computadora se encuentra conectada a internet, con esto Goyo sabe cuándo se acerca un verdadero problema y en qué momento puede relajarse un poco. Los turnos son de dos meses, sesenta días alejado del calor de su hogar y de las lamidas de los perros de la calle que se ha dedicado a cobijar. Claro que su labor es tan imposible como la de los tamariscos reuniendo la arena, demasiados canes moran en las calles abandonados a su suerte dado que carecen de humanidad.
—Imaginá que se invierte poco en mantener a salvo a las personas de este mundo, de esa manera esto explica la escasa atención que les damos a los perros. Sin embargo ellos son una muestra de fidelidad absoluta, basta con regresar a la casa luego de un día terrible y vienen a recibirte con esa cordialidad que es propia de muy pocas personas. Siento que la humanidad ha perdido una parte de sus sentimientos y estos se han convertido en las almas de los perros, es suficiente con verlos a los ojos para saber que ellos lo entienden todo pese a que se les ha atribuido la falta de razón. Con la razón el ser humano ha intentado limitar sin éxito sus propios instintos, pero ante tanta violencia ahí afuera me parece que fracasaron rotundamente. La esperanza es lo último que quedó en esa caja vacía llamada existencia, ya que le hemos dado valor al vil metal, a los billetes antes que a los principios morales, a las posesiones antes que nuestros vecinos como si esto fuera a detener el paso del tiempo. Una estúpida empresa directo a los arrecifes, pero mientras el resplandor del oro nos siga cegando poco se puede hacer. Vivimos viendo hacia otra parte pero el problema está justo frente a nosotros, cuestión de mirar a cualquier lugar para no reconocernos como los actores principales de esa escena.
Me quedé toda la noche escuchando al viento en lo que parecía el fin de este mundo, la sirena del faro emitía un sonido lastimero semejante al de los perros cuando oyen la de los bomberos. Era cierto todo lo que Gregorio me había dicho, incluso en un mal día la Negra vendría hasta el portón a lamerme la mano, mientras trataba de encontrar la llave que por alguna regla física siempre estaba en el bolsillo correspondiente a mi mano menos hábil. La humanidad ha ido perdiendo partes de su sensibilidad en esta era de cosas rápidas, inmediatez digital, fenómenos pasajeros que se vuelven a vender con otra letra pero la misma música. Basta con tomar algunos de los hits del momento para comprobar esta idea, claro que a los despistados que viven en las nubes (virtuales) les resultará lo último de lo último. Un eufemismo para referirnos a un producto igual pero con un empaque diferente y un número nuevo, 2013, 2014, 2015, ad infinitum. Esa es la existencia que tenemos, cuando realmente hay un mensaje que vale la pena no falta el troll literario que comenta cualquier tontería y desvirtúa nuestro más profundo sentir, prueben con poner una foto con una reflexión filosófica y verán a los neohedonistas salir de sus cavernas con la tea en la mano. El conde Vlad no es el único sediento de sangre, esta era digital ha dado lugar a varios seguidores y lo peor de todo es que los mismos enseñan los hábitos a sus fieles, los que en lugar de cerebro tienen un teclado virtual. Me levanté sentándome al lado de la estufa, Goyo había salido dado que la situación afuera estaba complicada, yo seguía al calor de mis pensamientos escondido de la tormenta pero sintiendo que otra crecía dentro de mí. Tomé el cuaderno maltratado que llevaba en la mochila como un salvavidas dedicándome a escribir hasta que aclaró, luego me dormí por un rato entre sueños extraños. El tren de pensamientos me llevó a que esas formas oníricas surgieran durante las horas de reposo, precisamente se trataba de un tren que recorría los campos dormidos en un lugar parecido a aquel en el que vivo. Era una monotonía en medio de la noche, la máquina guiada por una única luz pero sin emitir sonido alguno, la vida que nos ha tocado en silencio pero con la fuerza arrolladora de una locomotora. Una línea recta sin ninguna mancha que alterara esas formas, nada de nada, las sombras hacen ver todo así pero encierran trampas. En la curva cercana al hogar apareció una figura de blanco, apenas perceptible para cualquier ojo excepto el del maquinista que sabía que no podría hacer absolutamente nada para evitar la tragedia. Pero así como la actriz entró en escena en este sueño desapareció tan rápido como había saltado al escenario, despertándome en ese mismo momento. El golpe de la puerta de entrada me indicó que el guardián había regresado, el sueño me resultó suficiente dada la noche agitada que había tenido y omití citarle el episodio a mi anfitrión. La lluvia me sorprendió cerca del puesto de policía, tuve que apurar la marcha con el viento de costado mojándome cada parte de mi ser. El cuaderno se secó con el resto de mi ropa, terminé en cama durante dos días producto de la gripe que me invadió. Ella se quejó al verme en ese estado, me la pasaba demasiado tiempo por ahí sin dar señales de vida y el resto de las sobras frente a una pantalla sobre la que volcaba letras sacadas vaya a saber de dónde. Todo era cierto, pero me sentía como una locomotora que ha dejado los vagones innecesarios en las estaciones por las que pasó y por lo tanto corre ligera por las pampas, libre al fin de las cadenas que suponen estar diciéndole a todo el mundo qué es lo que hago en este mismo momento. Apenas una luz que emite un sonido cada cierto intervalo para que los que están interesados realmente sepan que todo está bien, sin naufragios ni peligros inminentes cerca. Aproveché el parate motivado por el resfrío para empezar a escribir las notas restantes, aunque sé que con esto no es suficiente. La nave debe recargar combustible, las ruedas claman aire y mi alma también. Así que no será raro que en algunos de los oasis llamados recesos parta hacia el otro extremo del pueblo, a la ciudad en el sur, a intentar descifrar los secretos de esa barca que yace amarrada por siempre en la costa e irónicamente lejos del mar que la llama. Al océano a ver si puedo sacarle una entrevista que me permita entender éste rompecabezas que significa saber un poco más del lugar que amo con locura, porque realmente aquí he descubierto lo qué es estar vivo y rodeado de otros seres que muestran la poca empatía que le queda al mundo. Poca pero suficiente para mí, es demasiado pedir creo. Hoy es el día del amigo, aunque los amigos de verdad son pocos y están demasiado lejos, los lazos que he construido aquí requieren de una inversión infinita de ese capital interminable que es el tiempo. Requieren del cuidado que les damos a nuestros cachorros, sabiendo que no son nuestros realmente pero no por eso tenemos que bajar la guardia. Es paciencia, una infinita paciencia para que las frustraciones no hagan que nos olvidemos de ellos, quienes han elegido caminos diferentes. Tal vez esta tecnología asesina para lo único bueno que sirve es para saber un poco de aquellos a los que queremos, suficiente con enterarme que están sanos, las redes no curan las enfermedades pero sirven para atenuar sus efectos. Aunque demasiada conexión no significa estar comunicados, aquí me encuentro nuevamente tirando líneas en formato de gripe literaria que espero transmitir a aquellos a los que les llegue esta epístola en versión historia inventada o ficción. Pero algo de todo esto que he contado es cierto, ocurre que debería recurrir a un cazador de sueños a los fines de poner a esas ideas de la madrugada en un corral y ver cómo crecen de a poco. Pero esto es tan imposible como evitar que las siguientes generaciones sigan mandando mensajes violando todas las reglas del lenguaje, será porque la batalla en cuestión está pérdida y pronto el nuestro tendrá un lugar al lado de una máquina de escribir. La fiebre de las letras me ha invadido, no tiene ninguna cura ni tampoco se puede diagnosticar a tiempo. Lamentablemente estoy enfermo de ella y no quiero que me sanen, sigan siendo normales ustedes que pueden.
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