martes

En la torre ilimitada

Por supuesto que no lo esperaba, encontrarse nuevamente recorriendo los interminables pasillos sin más defensa que el presente para salir al encuentro de los recuerdos que asaltan los caminos directo al salón de Acuario que yace sellado.  A cal y a canto pero todos los días de estos dieciséis años se han vuelto apenas arena que algún maestranza avezado se ocupará de hacer desaparecer, echándola a la calle. El final del mes no se encuentra visible todavía, el carro con el equipaje ha sido enviado a un depósito desde donde no se lo trajo de regreso comprendiendo que la última carga era él mismo. Los rulos debieron ser sacrificados para afrontar las tormentas de altamar que alejaron la nave a costas desconocidas, lejos obviamente del calor de ese fuego tan conocido que sólo puede asemejarse al hogar primigenio. Con un rollo de pergaminos que daban cuenta de historias creadas entre esas paredes cuyo símbolo es el fuego del conocimiento así como la melancolía de tener que dejarlo todo para ingresar en la jungla azul. Volvió varias veces pasando cerca, observando los resplandores que despedía la cima comunicando un mensaje ininteligible para la mayoría excepto por esa parte que le gritaba desde lo profundo. Los cabellos se le agitaron una última vez antes de desaparecer por completo sin detenerse a considerar el asunto, a veces ni siquiera le prestaba atención a la maraña negra que le poblaba el rostro en una señal de rebeldía y seguro de descuido también. Mutaron sus versos a cuestiones un poco más profundas, el encierro hace reconsiderar aquello de lo que uno se ha visto privado sin que se pusiera a hacer promesas dado que la libertad fue encarcelada además de todo atisbo de originalidad. Únicamente el tiempo tenía la fórmula para derribar la bruma, sarrasón que crece devenida en niebla de guerra para así ignorar los peligros conjuntamente con las maravillas no reuniendo el coraje que se necesita para emprender la expedición. Así fue que se encontró caminando una noche de domingo rumbo a la fortaleza cuyo portal estaba de par en par esperándolo, dentro el clima conocido con los acólitos en torno al altar de piedras emitiendo un movimiento de reconocimiento al ver al extraño que se acercaba. Volverían a la mente los nombres de ellos antes de que estos se presentaran, con el sonido de una taza de café que quitaría el resfrío producto de la intemperie notando que hasta el almidón traería los recuadros de esa historieta borroneada. Las calles de alrededor mostraban los impactos de la década y media aunque en el corazón de la mazmorra el asunto era bien diferente, seguía la escultura de madera en su sitio riéndose de las paredes que exhibían pintura renovada aunque para Luigi junto a la barra no sea más que un cambio en los manteles. Solitario jinete has vuelto a casa para escapar de la lluvia, habiendo caminado en ella, hallando la fuente de todas estas letras justo en cada mácula, mota y píxel hasta formar la imagen que te muestra sonriendo. 

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